viernes, 29 de junio de 2012

El Carácter Bautismal y la pertenencia a la Iglesia

   Nota del Blog: el siguiente trabajo fue escrito por uno de los más grandes teólogos del siglo XX que desarrollaron el tratado De Ecclesia. Consideramos que Mons. Fenton está a la altura incluso de un Billot.
  Para quienes no estén familiarizados con este autor baste decir por ahora que este sacerdote estadounidense hizo sus estudios en Roma y su tesis doctoral bajo Garrogou Lagrange. 
    Durante casi 20 años fue el editor de "American Ecclesiastical Review", una revista teológica conocida por su férrea oposición al liberalismo y al modernismo. Intimo amigo del Cardenal Ottaviani y consejero de la Sagrada Congregación de los Seminarios y Universidades, renunció como editor en 1963 en desacuerdo con las ideas liberales que pronto se plasmarían en el Vaticano II. Murió en 1969 de un paro cardíaco. 
   En lo que respecta al ensayo que vamos a publicar, no dudamos en afirmar que es lo mejor que hemos leído sobre el apasionante tema de la pertenencia a la Iglesia; desarrollando las enseñanzas de Billot avanza un paso más yendo, como buen tomista, a las causas. 
   El texto es un poco largo y por momentos tal vez hasta un poco denso, pero vale realmente la pena estudiarlo.
    Sirva esto como un pequeño homenaje para tan gigante figura!

   English note: The following is the Spanish translation of Fenton´s "The Baptismal Character and Membership in the Catholic Church". The original may be found HERE


J.C. Fenton



El Carácter Bautismal y la Pertenencia a la Iglesia Católica 

Autor: Monseñor Joseph C. Fenton.
American Ecclesiastical Review 122,  pag. 373 y ss. Año 1950.

A primera vista parecería que pocas tesis en toda la literatura de la teología escolástica tuvieran tan poco atractivo como el que trata sobre la natura del carácter sacramental. Para traducir literalmente la tesis sobre esta materia en uno de los textos  de teología más aceptados, el del Arzobispo Valentín Zubizarreta, “el carácter sacramental es una potencia espiritual, no completa y principal, sino más bien incompleta y ministerial o instrumental, y se reduce a la segunda especie de cualidad.”[1] Sería difícil encontrar una afirmación que sirva más efectivamente a reforzar los argumentos de aquel grupo tan fuertemente constituido que afirma que la teología es una especie de raro pasatiempo intelectual para los eruditos y que es algo que tenemos que dejar de lado si queremos presentar un mensaje vital de la enseñanza de Nuestro Señor a aquellos por quienes murió en la Cruz.
La afirmación de Zubizarreta que hemos citado parece caer bajo las advertencias del P. Henri Bouillard, en su obra Conversion et grace chez S. Thomas d`Aquin. Hablando de la declaración del Concilio de Trento que dice “huius iustificationis… unica formalis causa est iustitia Dei, non qua ipse iustus est, sed qua nos iustos facit…” el P. Boulliard enseña que el Concilio no hizo definitivo e inmutable la descripción de la gracia santificante como una causa formal. Sostiene que “ciertamente no fue la intención del Concilio canonizar la noción  aristotélica, ni siquiera  un concepto teológico concebido bajo la influencia de Aristóteles[2]. Cree que el Concilio, a fin de poder contradecir la enseñanza herética de su tiempo, empleó las nociones que eran comunes en la teología de aquel entonces y afirma que otras nociones pueden ser sustituidas por estos conceptos sin modificar el sentido de la enseñanza del Concilio.
Obviamente, si ese es el caso con respecto a una afirmación explícita de un Concilio Ecuménico, habría menos razón todavía para predicar todo status definitivo o permanente a conceptos empleados en la literatura de la teología. Así pues, ya que la definición y división de la cualidad en el sentido en que este concepto se utiliza en la enseñanza común de la teología sobre la natura del carácter sacramental proviene definitivamente de Aristóteles, sin dudas que estos conceptos podrían ser abandonados si hemos de seguir la tendencia tan hábilmente expuesta por el P. Bouillard. En efecto, parecería que los conceptos de cualidad y de segundas especies de cualidad pueden ser incluidas entre aquellas a las que se refiere el P. Bouillard cuando afirma que “a fin que la teología pueda seguir ofreciendo a la mente un significado, a fin que pueda impregnar (la mente) y progresar junto con ella, es necesario que renuncie a estas nociones.”[3]
Algunos de los teólogos escolásticos más conocidos han considerado la tesis sobre la natura del carácter sacramental como de algo sin importancia. Así, por ejemplo Christian Pesch declara que “este tema parece no ser de mucho uso[4] y Parthenius Minges dice que es “una cuestión de menor importancia.”[5]
A pesar de su terminología un poco seca y de la perceptible antipatía moderna hacia los conceptos aristotélicos, la enseñanza común sobre la natura del carácter sacramental debe ser tenida como una de las claves más importantes a fin de lograr una adecuada comprensión teológica de la pertenencia a la vera Iglesia, y de la natura, tanto del reino universal de Dios en la tierra como de la Iglesia local misma (Nota del Blog: se entiende por Iglesia Local a la Diócesis). El hecho de emplear términos muy técnicos para esta tesis ha servido en algún punto para distraer la atención del tremendo significado expresado en esta tesis y debe ser tenido, a fin de cuentas, como una clara desgracia para la causa de la teología escolástica. En el estado presente de la sagrada teología la enseñanza de Santo Tomás con respecto a la natura del carácter sacramental debe ser considerada, sin ningún lugar a dudas, como, por lo menos, la más común. Santo Tomás sostuvo que “los sacramentos de la nueva ley imprimen carácter en la medida en que por medio déllos el hombre es comisionado (deputatur) al culto de Dios según el rito de la religión Cristiana.”[6] Es por esta razón que el carácter es designado como una cualidad de la segunda especie, una potentia, que se distingue del habitus, de las passiones y de las formas y figuras exteriores.[7]
Santo Tomás agrega que el carácter sacramental no es algo que caiga directamente en la definición que Aristóteles dio de la potentia. Aristóteles en sus Categorias describió esta segunda especie de cualidad como “aquello en virtud de lo cual, por ejemplo, llamamos al hombre buen boxeador o corredor, o saludable o enfermo; de hecho incluye todos aquellos términos que se refiere a una capacidad o incapacidad interna.”[8] Santo Tomás sabía que el carácter sacramental no podía adecuarse perfectamente a esta clasificación. Sabía que se trata claramente de una entidad sobrenatural, un factor instrumental por el cual una persona es capaz de realizar una operación distinta y superior a esa clase de actividad a que el hombre está habilitado naturalmente. De todas formas, S. Tomás insiste que este carácter puede ser descrito mejor y más efectivamente en términos de esta segunda especie de cualidad, o que puede ser reducida a una potentia.[9]
S. Tomás enseñó además que, puesto que el carácter sacramental es el factor por el cual el hombre es comisionado a recibir o entregar a sus co-miembros  aquellas realidades que pertenecen al rito de la religión cristiana, y puesto que las obras mismas de la religión cristiana pertenecen al sacerdocio de Cristo, se sigue que estos caracteres sacramentales no son otra cosa que una participación del sacerdocio de Nuestro Señor, derivado de Nuestro Señor mismo.[10] Enseñó que de esta manera el carácter sacramental debe ser considerado como un factor “configurante” del hombre con Cristo y ese era, pues, propiamente hablando, el carácter de Cristo.
Según el Angélico los fieles se configuran a Cristo en el sentido en que “comparten un cierto poder espiritual con respecto a los sacramentos y a aquellas cosas que pertenecen al culto divino.[11] A lo largo de la obra de S. Tomás la noción del culto o del cumplimiento de las obligaciones de religión está siempre inextricablemente unida con el concepto del carácter sacramental. En última instancia, de todas formas, él vio a este cultus como la manifestación exterior de la fe divina. Fue por esta razón que mantuvo resueltamente que el carácter sacramental, al igual que la fe, reside en el intelecto como en su sujeto inmediato.[12]
Es un lugar común en la teología que todo el sistema sacramental gira alrededor de la Eucaristía. Para mencionar solo los tres sacramentos que imprimen carácter en el alma:

“Es manifiesto que el sacramento del Orden está ordenado a la consagración de la Eucaristía, mientras que el sacramento del Bautismo lo está a la recepción de la misma, y de igual forma el hombre es perfeccionado por la Confirmación a fin de no alejarse de la Eucaristía a causa del miedo.[13]

Claramente, pues, el carácter sacramental, que comisiona al hombre al culto de Dios según el rito de la religión cristiana, está definitiva y principalmente relacionado con la Eucaristía, y puesto que el carácter sacramental es el elemento básico que constituye al hombre como miembro de la verdadera Iglesia militante, se sigue, inevitablemente, que el status esencial del Cristiano o fidelis es el de un hombre comisionado a tomar parte en el culto de Dios que se centra y resume en el sacrificio Eucarístico. La Iglesia militante misma, es vista, pues, como una sociedad que puede ser descrita con precisión en relación a su actividad central y básica: el culto Eucarístico.
Según Santo Tomás el carácter bautismal difiere del impartido por medio del sacramento del Orden de la misma manera que la potencia pasiva difiere de la activa.[14] El carácter sacerdotal posibilita al hombre a consagrar la Eucaristía, mientras que el carácter bautismal lo capacita para recibirla y, puesto que la Santa Eucaristía es al mismo tiempo Sacrificio y Sacramento, el carácter bautismal coloca al que lo posee en el status de aquel a quien pertenece el sacrificio Eucarístico y aquel por quien es ofrecido.
El sacrificio, por supuesto, es esencial y necesariamente un acto social de culto. Pertenece a la comunidad más bien que al individuo. La sociedad dentro de la cual el carácter sacramental del bautismo le da al hombre el poder de recibir la Eucaristía con fruto y legítimamente es la misma comunidad cuyo sacrificio es en verdad la Eucaristía. Por el mismo hecho que el sacramento del Bautismo es el rito de iniciación en esta sociedad se sigue necesariamente que el objeto principal tanto de la comunidad cristiana como del individuo se encuentra en el sacrificio Eucarístico. El cristiano o miembro de la verdadera Iglesia es aquella persona unida a Nuestro Señor por el poder de este sacrificio conmemorativo y que adora a Dios en unión con Cristo en este mismo verdadero sacrificio.
A la luz de esto es fácil ver cómo y por qué el poder de jurisdicción en la Iglesia local, y por lo mismo en la Iglesia Universal, es algo destinado a estar unido a la perfección  del poder de orden. Puesto que la Iglesia local es esencialmente una comunidad cuya tarea principal es el Sacrificio Eucarístico, se sigue que el líder de esa Iglesia debe ser un hombre que posea el carácter sacramental del orden en toda su perfección. Para usar la terminología del Cardenal Billot, el teólogo que ha tratado esta sección de la eclesiología mas efectivamente entre los escritores modernos, el hombre que tiene el poder de jurisdicción dentro de la Iglesia debe poseer este carácter sacramental del orden de forma tal que pueda poseer y ejercer su poder de jurisdicción “regulari ac connaturali modo”[15]
La Iglesia local es esencialmente una compañía o hermandad de fieles, de hombres y mujeres dotados de la capacidad de unirse a Nuestro Señor en el ofrecimiento del Sacrificio Eucarístico. Dotado del poder apostólico y trabajando como verdadero sucesor de los Apóstoles, el obispo preside sobre la comunidad, rodeado y ayudado por la fraternidad de sus sacerdotes diocesanos y por los diáconos y otros ministros. Puesto que la ocupación principal y central de esta comunidad es el Sacrificio Eucarístico, el acto principal de la religión cristiana, se sigue que el hombre a cargo no podría cumplir su propio deber adecuadamente, sin tener la capacidad no sólo de ofrecer el sacrificio para su pueblo, como instrumento de Cristo, sino también de llenar los rangos de su propio presbyterium y de consagrar Obispos de otras Iglesias locales según lo establecido  por ese amor fraternitatis que es una fuerza unitiva dentro del reino de Dios.
Lo mismo es cierto, y con mayor razón, con respecto al mando de la Iglesia Universal. Ningún hombre podría connaturalmente ejercer el poder supremo de jurisdicción  sobre la Iglesia de Jesucristo sin estar equipado, por medio de la plenitud del carácter sacerdotal, de ofrecer el sacrificio eucarístico por la Iglesia Romana de San Pedro, de completar el presbyterium de esa Iglesia, y los rangos del sacerdocio y del episcopado en y para las otras Iglesias sujetas a su cargo.
El Santo Padre y los otros obispos residenciales de la Iglesia Católica requieren la posesión del carácter episcopal a fin de cumplir adecuadamente sus deberes, precisamente porque la Iglesia Militante del Nuevo Testamento ha sido hecha y moldeada de tal forma por Nuestro Señor que el carácter bautismal sea el requisito básico y primario para pertenecer a ella. A menos que los hombres fueran constituidos como miembros de esta comunidad por razón de una capacidad divina otorgada de tomar parte en el Sacrificio Eucarístico, la Misa no podría ser, como lo es, la actividad suprema y central de la Iglesia.
Precisamente, puesto que es una potentia instrumental, una participación del sacerdocio eterno de Nuestro Señor, el carácter sacramental del Bautismo no puede ser destruido o borrado. El carácter sacramental reside en el alma, (o para ser mas exactos, en el intelecto humano), como nos dice S. Tomás, “según la condición del agente principal[16]  de esa actividad. El agente principal de este culto Eucarístico es, por supuesto, Cristo, el Eterno Sumo Sacerdote. La cualidad que permite y deputa al hombre a compartir esa actividad debe ser también eterna.
El indestructible carácter sacramental del bautismo es el factor que constituye activamente al hombre como miembro de la Iglesia, pero sólo cuando su fuerza o tendencia no se ve frustrada por algún acto del individuo que posee esta potentia o por un acto de la Iglesia misma. Es enseñanza común de la eclesiología escolástica que una persona bautizada pierde su pertenencia en la Iglesia sólo por medio de la apostasía, herejía o cisma públicos o por la excomunión mayor. En cada uno de estos casos la capacidad para el culto de Dios según el rito de la religión cristiana se ve manifiestamente frustrada o impedida. La enseñanza común de los tomistas sobre la natura del carácter sacramental nos ofrece una importante e incluso única comprensión de las razones por las cuales estos hechos definitiva y necesariamente acarrean consigo la pérdida de la pertenencia a la Iglesia Católica de Jesucristo. Así también nos ayuda a entender la natura y las implicancias inmediatas de la pertenencia a la Iglesia.
El culto Cristiano constituye, según Santo Tomas, una definitiva y externa profesión publica de fe.[17] Esta característica del sacrificio Eucarístico y de los otros actos que lo rodean es tan marcada que la potentia por la cual el hombre puede entrar en esta actividad religiosa se dice que existe en el intelecto, al igual que la fe misma, como su sujeto inmediato. De aquí que toda negación o repudiación pública de esa fe, toda adhesión a una sociedad cuyos principios o prácticas sean incompatibles con esa fe, debe ser considerada como una frustración de esa capacidad o potentia en razón de la cual se dice que un hombre es miembro de la Iglesia. Así, pues tal conducta implica necesariamente la pérdida de la pertenencia a la Iglesia.
Similarmente, la Eucaristía es al mismo tiempo, tanto el signo como la causa de la unidad de la Iglesia. Dado que el factor fundamental para pertenecer a la Iglesia es una capacidad para el culto y vida Eucarística es obvio que el cisma, la ruptura de esa unidad, constituye un acto de oposición a la fuerza del carácter bautismal y por lo tanto debe ser considerado como algo que trae aparejado la pérdida de la pertenencia al reino de Nuestro Señor sobre la tierra. Y cuando la Iglesia, debido a ofensas graves cometidas por alguno de sus miembros, decide poner a esa persona completamente afuera de la vida sacramental que su carácter sacramental le había permitido vivir, debe decirse, pues, que ese hombre ha perdido su pertenencia en la compañía de los discípulos.
Tales son, brevemente, algunos de las implicancias más manifiestas en el campo de la eclesiología de la enseñanza Tomista sobre el carácter sacramental. Sólo cuando tenemos en cuenta que este res et sacramentum del bautismo es algo que puede ser explicado según aquello que Aristóteles describió como la segunda especie de cualidad podemos apreciar el lugar central que ocupa la vida Eucarística en la Iglesia y la orientación litúrgica fundamental de la pertenencia a la Iglesia. Sólo en términos de la enseñanza de Santo Tomás sobre este tema podemos llegar a entender la interrelación que existe entre los poderes de orden y jurisdicción en el reino de Dios sobre la tierra.
 La historia de la teología nos muestra que ha habido una gran confusión sobre el concepto de pertenencia en la Iglesia, y que de hecho, estaba íntimamente relacionada con un rechazo o malentendido de la enseñanza de Santo Tomás sobre la natura del carácter sacramental. F. Suárez, uno de los grandes teólogos en la historia de la Iglesia Católica, ha tenido de alguna manera un efecto perjudicial sobre la eclesiología como resultado de su insistencia en que el factor básico y esencial que constituye a alguien miembro de la Iglesia era la fe interna, verdadera y sincera, más bien que el carácter sacramental del bautismo.[18] Es interesante observar que la posición de Suárez en el campo de la eclesiología está íntimamente relacionada con su enseñanza sobre la natura del carácter sacramental, lo cual se resume en la siguiente afirmación:

Considero al carácter como una cualidad de la primera especie, o sea, una disposición o habitus, unida al alma misma, y perfeccionándola formalmente, sin relación alguna a las obras, de la misma manera que la belleza o la salud constituye la buena disposición de un cuerpo”.[19]

Gabriel Vásquez y Juan Wiggers, entre otros siguieron a Suárez en este punto, aunque este último, fue cuidadoso en insistir que la doctrina de Santo Tomás sobre este tema “no era improbable”. El efecto neto de sus afirmaciones sobre la natura del carácter sacramental, de todas formas, fue el de oscurecer sus conceptos sobre la Iglesia y la pertenencia a ella.[20]
En última instancia la negación o una mala comprensión del hecho que el carácter bautismal es una potentia o capacidad por la cual se faculta y comisiona al hombre a participar en el culto de Dios según la actividad Eucarística de la religión cristiana, implica una confusión sobre la presencia y actividad de Nuestro Señor dentro de Su sociedad. El culto Eucarístico de Dios es la actividad misma a la cual se ordena y dirige el hombre por medio del carácter sacramental. El carácter es esencialmente una capacidad o potentia para realizar esta actividad, y es también el factor mismo que, si no se lo obstaculiza, constituye al hombre como miembro de la Iglesia.
Jesucristo, el Eterno Sumo Sacerdote, es la causa principal o agente de esta actividad. En razón de lo cual se dice verdadera y propiamente que El habita y obra en la Iglesia. La realidad que constituye al hombre como  miembro de la Iglesia es la que lo habilita a actuar como participante en esta actividad Eucarística como parte de esa sociedad dentro de la cual Nuestro Señor ofrece Su sacrificio.
Afortunadamente para el estado de la teología en nuestro propio país la mayoría de los manuales teológicos de mayor uso defienden la enseñanza de S. Tomás sobre la natura del carácter sacramental. Billot, Tanquerey, Hervé, Hugon y Egger clasifican al carácter sacramental como una potentia[21]. Los excelentes teólogos americanos Otten, Connell y Doronzo ofrecen explicaciones eminentemente satisfactorias de la doctrina de S. Tomás sobre este punto.[22]. Los recientes y excelentes manuales de Darafa y Piolanti ofrecen la misma enseñanza.[23]
Pasar por alto esta enseñanza con la excusa que está redactado en un lenguaje técnico o rechazarla como que sólo tiene una importancia académica es descuidar lo que puede ser una de las más importantes ayudas al católico en su labor de una apreciación cada vez mayor del Cuerpo Místico de Cristo.





[1] Theologia dogmatico-scholastica, 3 ed. (Bilbao, 1939) IV, 73.
[2] Conversion et grace chez S. Thomas d´Aquin (Paris: Aubier, 1944) pag 221 y ss.
[3] Ibid., pag 224.
[4] Cf. Praelectiones dogmaticae, 4 ed. (Friburg im Breisga: Herder, 1914), VI, 86.
[5] Cf. Compendium theologiae dogmaticae specialis, 2 ed. (Regensburg: Pustet, 1922), II, 96.
[6] Summa, III, q. 63, a. 2.
[7] Ibid.
[8]  Categoriae, c. 8.
[9] Summa, loc. cit.
[10] Cf. III, q. 63, a. 3.
[11] III, q. 63, a. 5.
[12] Cfr. III, q. 63, a. 4, ad 3.
[13] III, q. 65, a. 3.
[14] III, q. 63, a. 2.
[15] Cf. Tractatus de ecclesia Christi, 5th ed. (Rome: Gregorian University, 1927), I, 344.
Trad.: “en forma regular y connatural”.
[16] Cf. III, q. 3, a. 5.
[17] Cf. III, q. 63, a. 4, ad 3.
[18] Cf. Opus de triplici virtute theologica (Lions, 1621), De Fide, disp. 9, sect. 1, pp. 160 y ss.
[19] In III, q. 63, a. 4, disp. 11, sect. 3, en la Opera Omnia (Paris: Vives, 1866), XX, 195.
[20] Cf. Vásquez, Commentaria ac disputationes in trtiam partem Sancti Thomae (Lions, 1631), II, 229; Wiggers, Commentaria in tertiam partem Divi Thomae (Lovaina, 1689), p. 48.
[21] Cf. Billot, De ecclesiae sacramentis, 7 ed. (Roma: Universidad Gregoriana, 1931), I, 156 y ss; Tanquerey, Synopsis theologiae dogmaticae, 19 ed. (Tournai: Desclée, 1922), III, 231; Hervé, Manuale theologiae dogmaticae (Paris: Berche et Pagis, 1929), III, 444 y ss.; Ferland, Commentarius in summam D. Thomae: De sacramentis in speciali et de novissimis (Montreal; Seminario Mayor, 1940), pag. 43, 114, 460; Hugon, Tractatus dogmatici, 5 ed. (Paris: Lethielleux, 1927), 115 y sig.; Egger, Enchiridion theologiae dogmaticae specialis, 9 ed. (Brescia: Weger, 1928), pag. 751 y sig.
[22] Cf. Otten, Institutiones dogmaticae (Chicago: Universidad de Loyola, 1923), V, 171 y ss.; Connell, De sacramentis eclesiae (Brujas: Beyart, 1933), I, 94; Doronzo, De sacramentis in genere (Milwaukee: Bruce, 1946), 296 y ss.
[23] Cf. Daraffa, Cursus manualis theologiae dogmaticae (Turín: Marietti, 1944), 73 y ss.; Piolanti, De sacramentis (Turín: Marietti, 1945), I, 103 y ss.