domingo, 26 de agosto de 2012

La Mujer Eterna, Cap. II, Cuarta Parte


El proceso creador entre el hombre genial y la mujer se repite después  en todas las formas comunes de la vida cultural. En ese sentido la historia de las órdenes católicas como portadores de cultura -y de cultura tratamos aquí- son muy notables. El mysterium caritatis se encuentra en las grandes amistades religiosas de San Francisco con Santa Clara, de San Juan de la Cruz con Santa Teresa de Ávila, de San Francisco de Sales con Santa  Francisca  de Chantal, e igualmente  se encuentra en las fundaciones que van unidas a aquellos nombres. La esencia del misterio no es sólo amor, sino también caridad. Toda orden importante portadora de la cultura ha buscado complemento en la orden femenina y lo ha encontrado. El opus Dei del benedictino que como alabanza a Dios representa la imprescindible condición y a la vez el sentido de toda cultura, no hubiera realizado nunca su fin de ser alabanza representativa de toda la creación si  faltara la voz de la mujer en su coro. La orden de los franciscanos que opuso la nueva directriz espiritual del amor y la pobreza a una cultura que se asfixiaba en su exuberancia, por sus ideales dependió de la disposición y corazón de la mujer. La severidad espiritual y la mística de santo Domingo encuentra su más elevada realización, no sólo en la ideología de Santo Tomás de Aquino o en la profundidad del maestro Eckhardt, sino también en la obra de Santa Catalina de Siena. Pero el Carmelo que en nuestro sentido significa la libertad interna de la cultura y señala con ello el lugar adecuado a la cultura, es decir, que la protege del peligro de la idolatría, por su íntima relación con María ya se basaba en la participación de la mujer. Incluso la Compañía de Jesús, que no buscó la correspondiente rama femenina -por cuanto era portadora de la última cultura de raigambre europea, el barroco- tuvo que encontrarla contra su voluntad. Como preveía San Ignacio, la correspondencia de todas maneras nunca podría ser perfecta en una orden femenina. Las fundaciones femeninas que se apoyaron en los ideales educativos de los jesuitas sólo presentaron algunos de sus rasgos.  Así como en el Carmelo se encuentra la silenciosa capacidad de sufrimiento de la mujer, tenemos aquí la callada, pero heroica defensa del mundo cristiano por la mujer. Así es cómo sobre  esta orden tan alejada del ideal de familia conventual se cierne el mysterium caritatis.
Pero se cierne también sobre aquellas polifacéticas y mundanas colaboraciones de trabajo entre hombre y mujer -que existiendo entre hombre y mujer- nunca serán sólo colaboraciones de trabajo, sino que serán también una relación para la totalidad del ser. También esta última relación está en la línea de la primera, aunque tan sólo como  última. Toda relación entre hombre y mujer, aun la más insignificante, que tienda hacia el lado de la totalidad, tiene mayor importancia que las comunidades masculinas y femeninas. Éstas, naturalmente, tienen un sentido determinado para ciertos fines, la mayoría de las veces combativos o auto educativos para la formación de determinadas ideas nuevas, es decir, siempre sólo para campos limitados. Para la cultura carecen de importancia, incluso significan el peligro de la esterilidad por la limitación y unilateralidad. Incluso algunas grandes creaciones de la cultura que hablan en contra de esto en apariencia, no han escapado  por completo a este peligro; esto  ya lo demuestra  la limitación de su efecto en círculos especialmente selectos. El círculo selecto esta aquí en relación inmediata con la totalidad deficiente; fuera del campo de fuerza polar hay algunas obras de categoría, pero no existe la totalidad. Todas las épocas poderosas culturalmente  en sentido elevado se dejaron llevar por las fuerzas de polaridad de la existencia. El periodo alemán de genios se encuentra aquí en la misma línea que la época otónica, el periodo más maravilloso de la mujer en la historia alemana que coincide con la época más grande  de nuestro pueblo.
Por otra parte, naturalmente, ciertas degeneraciones hacen comprensibles algunas limitaciones transitorias, por ejemplo las asociaciones masculinas en épocas no heroicas. Significan la voluntad para una pura y fuerte exposición del propio polo y por ello contienen al mismo tiempo el repudio del hombre afeminado y de la mujer masculinizada. La cultura  naturalmente no se eleva a través de la asociación de hombres, pero sí se crea la distancia a estas manifestaciones que ya no tienen consideración como fuerzas polares de la cultura. Una nueva tarea principal del presente consiste en abrir nuevas posibilidades a la cultura basándose en un nuevo sentido tanto del hombre  como de la mujer. En primer lugar siempre coincidirán con acontecimientos naturales, como el matrimonio, con la amistad y el trabajo en común. Más allá de esto tendrá que verse  también la tarea de una sociedad renovada. Precisamente en este terreno, tan estéril hoy en día, residió la importancia del periodo alemán de los genios. Se trata de encontrar de nuevo la indisoluble relación de la forma y de la formación de la vida. La importancia cultural de la sociedad se halla en el contacto espiritual entre hombre y mujer. En Herder se trata de la expresión de un tal contacto espiritual cuando en el círculo romano se le aparece Angelika Kaufmann como “una gracia honesta y callada, igual a la armonía que daba el tono a toda la naturaleza y sociedad”.
La visión misma de la esencia de lo femenino naturalmente está determinada tanto por la elevación del que mira, como del mirado: sus posibilidades se extienden por todas las esferas de la existencia humana. La Beatriz de Dante y las figuras demoníacas de mujer de Strindblerg, por encima del abismo que las separa, representan, sin embargo, la misma totalidad, sólo que sumidas en la luz o en la oscuridad, en el camino hacia el Paraíso o hacia la condenación del Infierno. Esto quiere decir que el mysterium caritatis entre hombre y mujer puede  degenerar también en mysterium iniquitatis; pero incluso en la degeneración en la línea creadora de la cultura significa siempre fertilidad; sólo que la creación que surge de él tiene carácter destructivo. En este hecho reside la tremenda responsabilidad que resulta de la relación entre hombre y mujer. Sólo se comprende a medias esta responsabilidad cuando se la ve únicamente en la línea de lo moral y de la generación. Lo que vale frente a la nueva esencia viva en sentido biológico, también vale frente a la esencia viva de una nueva obra. Precisamente tenemos aquí un punto capital, en el cual se da la plena responsabilidad de la mujer para la cultura; la imagen que presenta de ella el hombre creador -tanto en su elevación como en su bajeza- es precisamente la imagen que ella le ofrece.
Así pues, como resultado total de estas relaciones en toda la línea, vemos que el planteamiento de la cuestión, con el cual abordábamos el problema de la mujer en el tiempo, solo estaba bien relativamente. Habíamos partido de una cultura masculina en sus diversas formas de manifestación; pero la esencia de la cultura es la esencia de todo lo vivo y por ello ligado a las leyes de la vida, en la cooperación de las fuerzas de polaridad que imperan en el universo. La esencia de la cultura como vida espiritual puede limitarse desde aquí.
Cuando el artista creador mira los grandes ámbitos vivos de la creación de la cultura, cuando considera la filosofía, la poesía, las artes plásticas, incluso la cultura misma en concordancia con el lenguaje de los pueblos de cultura en figuras alegóricas femeninas, se expresa en ello la idea de la cooperación partiendo de lo objetivamente dado, o sea, en la línea femenina, que aquí sale velada al encuentro del hombre desde los ámbitos de creación. Esto quiere decir que el hombre, consciente o inconscientemente, posee en estos campos de la creación la relación para la totalidad de la existencia. Por el contrario, parece muy significativo que en los atrevidos campos de la cultura, en donde el espíritu trabaja con construcciones unilaterales, aparezca el nombre masculino: el materialismo, el socialismo, el futurismo. El hombre, cuando creó estas nomenclaturas, se encontró sólo en éstos dominios y por ello los denominó siguiendo su propio sexo. Quizá con esto pueda determinarse el límite de la cultura creadora en el sentido de la vida. Está claro que la abundancia real se desarrolla ahí donde comprende la totalidad de la existencia, en donde aún se siente y se recibe el mysterium caritatis. Más allá de él no hay aún naturalmente obras asombrosas, pero se aproximan a otra ordenación de las cosas; ya no son con sentido completo creaciones orgánicas surgidas de la totalidad de las fuerzas polares, sino que aquí la gran corriente de la cultura comienza a apresurarse como en una cascada hacia aquellos márgenes en las que ya no son necesarios los misterios; las últimas estribaciones de la cultura terminan en la civilización.
Con ello nos hallamos ante otro aspecto. La presencia del factor femenino ya vimos que significa la presencia  de un oculto auxilio, colaborador, servidor. A la mujer le pertenece el factor del respeto. Determinar el límite de la cultura palpitante por medio de la presencia del mysterium caritatis, quiere decir determinarlo por medio del respeto. El factor del respeto es sólo otro nombre para el motivo del velo. Pero la civilización se hace visible; en lugar del motivo del respeto aparece  el motivo del deseo de dominación. En la civilización no hay cooperación, sino que sólo existe la utilidad de fuerzas encadenadas e inanimadas. Así, pues, el límite de la cultura designado por la ausencia de la existencia femenina coincide, pues, necesariamente con el límite en donde empieza la ausencia de lo religioso.
Lo religioso -para decirlo otra vez- no significa lo divino, su veneración, o sea, en primer lugar sumisión. El mundo actual acostumbra a huir ante ésta como encarnación de lo indigno, lo cual se basa en una mala interpretación. Lo contrario de sumisión no es dignidad, sino altivez; o sea, una exageración de la verdadera dignidad del hombre en la línea de lo que verdaderamente le es indigno. Sumisión es la verdadera dignidad humana ante Dios. Lo religioso como sumisión en el sentido de lo creador significa que lo que partiendo del hombre natural es la acción y la obra de la criatura, partiendo del hombre religioso es la simple cooperación de la criatura. Es aquí donde surge el profundo sentido de la exagerada confesión de  Hölderlin:

“Cuando el Dios que me anima, me amanece en su frente.”

Las cualidades dominadoras y creadoras del hombre son sólo una parte de la realidad creadora; la otra parte es sumisión. La aparición de la otra dimensión de la existencia en el fondo es la aparición de la sumisión de la criatura, es la condición del Dios que amanece al hombre como creador; Dios crea inexorablemente sólo de las dos esferas del  ser. En la cooperación de la mujer como sponsa de su espíritu, el hombre vive su propia fuerza creadora como simple cooperación a la obra de Dios, creador único.
Es en esta relación donde se comprende por completo lo que antes hemos llamado el elemento anónimo en toda gran creación de la cultura. Si el nombre de los grandes arquitectos de nuestras catedrales románicas nos son desconocidos en gran parte, o si ya no nos permiten reconocer la figura que se esconde tras ellos, no se expresa en manera alguna sólo en ausencia de sentido para las tradiciones personales en aquellos tiempos, sino que se expresa sobre todo la conciencia de que toda obra muy grande, también por el lado trascendente, contiene un plus misterioso que va más allá de su creador natural.
Así como aquellas catedrales fueron edificadas únicamente para honrar a Dios, también en la conciencia de sus constructores fueron igualmente edificadas por Dios. Antes que el hombre pudiera edificarlas, Dios ya había erigido su imagen en el hombre. En el anonimato de aquellos grandes arquitectos aparece igualmente el hombre en las huellas de la mujer y ante Dios es anónimo como ella; en este anonimato encuentra él el otro lado de la fuerza creadora. En la sobresaliente magnificencia de aquellas catedrales reconocemos el verdadero y supremo significado del anónimo. Si apareció antes sólo como cooperante, aquí su carácter se desenvuelve también como co-creador. En la magnificencia de aquellas catedrales aparece a la luz del día el misterio de que la creación, que por una parte proclama la fuerza creadora de Dios, por otra parte vela también la fuerza creadora de Dios. Dios es un Dios invisible, muy silencioso y oculto; también permanece anónimo en su creación. Con esto se comprenderá lo que decíamos antes: también lo co-operante es co-creador. La mujer, como cooperadora oculta, representa el anonimato de Dios; lo representa como un lado de lo creador; pero el hombre participa de él, apareciendo en la línea de la mujer. En la obra conjunta de las fuerzas anónimas y de las reconocibles, se encierra la totalidad de lo creador. El enorme  significado del anónimo que nuestra época ya ha reconocido en la línea profana, se fundamenta ahora en la derivación de lo religioso como en lo religioso mismo. Aquí aparece otra vez y ahora en el sentido más profundo, la duplicidad del carácter del mysterium caritatis; se ve claro por qué se cierne tanto sobre la misa de esponsales como sobre la consagración de la virgen. También la sponsa del hombre queda llamada a ser sponsa Christi. El significado del anónimo en la cultura creadora está ligado al significado religioso de la mujer. Esto es lo que León Bloy expresa con estas  palabras: “Plus une femme est sainte, plus elle est femme”. Pero esto es también lo que quiere decir Dante cuando en aquel maravilloso pasaje de su poema mira a Beatriz mientras los ojos de ella permanecen inmóviles dirigidos hacia a Dios. Dante aquí no ve lo divino en la mujer sino que ve a Dios, porque ella mira a Dios. Aquí se reconoce y se expone el significado religioso del amor del hombre y de la mujer en su suprema profundidad; el símbolo del espejo que tanto aparece en la literatura da aquí su más elevada posibilidad; las palabras altamente desconcertantes de Hölderlin aparecen aquí efectivamente cumplidas. La mujer que en la latitud de lo terrenal significa la reunión de toda la creación, en la línea de elevación significa  también la visión hacia el Creador. La totalidad en las criaturas señala más allá hacia la totalidad de lo sobrenatural. Ni lo masculino sólo, como tampoco lo humano sólo, es suficiente. En la obra conjunta de Dios y el hombre es cuando aparece aquella totalidad suprema universal que es la condición para toda obra grande. Lo que vale para la creación de cultura particular, vale también, naturalmente, para la cultura como conjunto. Con ello cae la segunda hipótesis de nuestra introducción: lo religioso no es, como inquiríamos allí, lo débil, sino que, al contrario, es el poder oculto de toda cultura.
De ello se sigue innegablemente que con nada está más íntimamente unida su caída que con su simple vida terrenal; con nada roza tan duramente los límites de lo únicamente civilizador. Lo que la cultura es como religiosa o sin religión, nos lo muestra una comparación llevada a cabo con las creaciones de la cultura del pasado. La gran distancia que hay entre las obras de un Dante, un Cervantes, un Shakespeare o también un Goethe o un Kleist, y la literatura europea de los últimos decenios, tiene su fundamento no en la escasa facultad creadora de los hombres nacidos más tarde, sino en la emancipación de aquellas facultades de la condición de su desarrollo y con ello de la visión de aquel supremo horizonte que por sí solo es suficiente para preservar a la cultura de la impresión de insoportable mezquindad y absoluta insensatez. Las aptitudes pueden aumentarse, pero también pueden agostarse. De la relación de totalidad del contenido resulta inexorablemente también la totalidad de la formación en toda su amplitud y grandeza. La paradoja real de la cultura es, en consecuencia, que precisamente se hunde la cultura que solo se ama a sí misma, la puramente terrenal, mientras que la que señala más allá de sí misma alcanza confirmación supra-temporal, y a la vez obtiene participación en la eternidad, en la que entra como creación determinada religiosamente.