sábado, 4 de agosto de 2012

¿Bernabé, clave de la solución del problema sinóptico?, por el P. Bover (I de IV)

   Nota del Blog: sigue a continuación un trabajo fascinante del P. Bover sobre la cuestión sinóptica, tema difícil si los hay. El autor, que no es santo de nuestra devoción en lo que respecta a las profecías bíblicas, tiene sin embargo, trabajos súmamente interesantes en otros ámbitos de la exégesis bíblica y parece estar dotado de una rara habilidad para ver el trasfondo psicológico de las narraciones bíblicas. 
   La solución expuesta aquí nos parece muy natural y sencilla, y creemos que supera incluso a la del P. Jousse, tan cara a Castellani.
   Hemos decidido dividir este largo estudio en cuatro partes que serán publicadas poco a poco. 

San Bernabé


¿Bernabé, clave de la solución del problema sinóptico?
I Parte
Autor: José María Bover, S.J.
Fuente: Estudios Bíblicos, tomo III, 1944, pag. 55 ss.
  
 Introducción

 Pocos problemas escriturísticos habrán hecho correr más ríos de tinta que la llamada cuestión sinóptica. La historia de esta cuestión, que la crítica racionalista no ha logrado sino enmarañar lastimosamente, ha venido a ser un panteón de hipótesis muertas y sepultadas. El “requiescat Urmarcus” que sin titubear pronunció Swete[i], puede igualmente pronunciarse sobre tantas otras hipótesis no menos fantásticas. La raíz de este ruidoso fracaso está en haber considerado los Evangelios poco menos que como aerolitos caídos del cielo, como la Artemis Efesina[ii], sobre los cuales nada hubiera dicho la primitiva tradición cristiana. A esta tradición, pues, hemos de volver, para ver si entre los datos por ella suministrados hallamos alguno que nos dé la clave para la solución del enojoso problema. No vamos a aventurar nuevas hipótesis, sino a explorar el terreno firme de la historia.
Precisemos el punto concreto que deseamos investigar.
Sabido es que todas las teorías relativas al problema sinóptico se reducen a dos tipos principales: el de la predicación oral y el de la dependencia documental. El creciente descrédito de las diferentes hipótesis documentales ha hecho que la magna controversia se haya como polarizado en un punto principal, que son las irregulares y caprichosas interferencias verbales existentes en los Evangelios Sinópticos: último reducto desde el cual se defiende la necesidad de los documentos, interpuestos entre la predicación oral y los Evangelios escritos. Este es el punto concreto que deseamos dilucidar.
Nótese bien, no vamos a discutir si los redactores de los Evangelios canónicos utilizaron o no fuentes escritas: lo que deseamos investigar es si el uso de semejantes fuentes es necesario para explicar las interferencias verbales de los Sinópticos. Porque bien puede ser que por otras  razones, sea necesario recurrir a las fuentes escritas, en San Lucas, por ejemplo; más puede ser también que el uso de semejantes fuentes sea inepto o innecesario para explicar las referidas interferencias. Los partidarios de las teorías documentales apelan a los documentos interpuestos por creer que sin ellos no se explican las interferencias verbales; pues bien, esto y no otra cosa, es lo que nos proponemos averiguar: si independientemente de los documentos tienen adecuada explicación esas interferencias. Como se ve, no abarcamos en toda su amplitud el problema sinóptico; más nadie negará que, si lográsemos demostrar que con los datos históricos relativos a la predicación oral quedaban explicadas esas interferencias, se habría resuelta sustancialmente el embrollado problema.
Nuestra investigación se ha concentrado en una sola persona, la de Bernabé, cuya situación respecto de la redacción de los Evangelios Sinópticos fue singularmente privilegiada y única entre todos los personajes de la primera generación cristiana. Para apreciar el posible influjo que pudo ejercer Bernabé en la preparación y composición de los Sinópticos, hay que recordar brevemente la triple forma que sucesivamente revistió la predicación oral, que luego se cristalizó en los tres Evangelios Sinópticos.
Las tres formas de la predicación oral han sido denominadas jerosolimitana, antioquena y romana. La jerosolimitana, iniciada, desarrollada y finalmente, fijada por San Pedro, halló su expresión en el Evangelio arameo de San Mateo, quien, como testigo que era de vista, además de someterla a un tratamiento sistemático, la pudo enriquecer con nuevos elementos. La antioquena, traslación de la jerosolimitana a un ambiente gentil, iniciada y desarrollada por Bernabé, halló su forma definitiva en la predicación de San Pablo y en el Evangelio de San Lucas. La romana, nueva traslación de la jerosolimitana, ya helenizada, a otro ambiente distinto, fue obra del mismo San Pedro, y halló su expresión en el Evangelio de San Marcos. Según esto los protagonistas de la jerosolimitana fueron San Pedro y San Mateo; de la antioquena, además de San Bernabé, San Pablo y San Lucas; de la romana, San Pedro y San Marcos. Veamos pues, las relaciones que ligaron a San Bernabé con cada uno de estos protagonistas, para colegir de ellas el influjo que pudo ejercer, no sólo en el Evangelio de San Lucas, sino también en los de San Mateo y San Marcos, en orden a explicar las interferencias verbales de los Sinópticos.
Mas antes de comenzar, se impone una observación. La sucesión cronológica de los tres Sinópticos no responde a las tres etapas de la predicación oral. El segundo Evangelio responde a la tercera etapa, y el tercer Evangelio a la segunda. Además en el primer Evangelio hay que distinguir la redacción aramea de la versión griega. La redacción aramea precedió a la composición de los otros dos sinópticos, la versión griega los siguió. Teniendo en cuenta además que el intervalo entre la publicación del segundo y del tercer Evangelio no pudo ser de muchos años, nos ha parecido que el orden de nuestras investigaciones podría ser este: 1) predicación jerosolimitana y Evangelio arameo de San Mateo; 2) predicación antioquena y Evangelio de San Lucas; 3) predicación romana y Evangelio de San Marcos; 4) versión griega de San Mateo; estudiando la acción que en todo esto pudo corresponder a Bernabé.


I. Predicación jerosolimitana y Evangelio arameo de San Mateo

 En esta primera etapa de la predicación oral y en la redacción aramea del primer Evangelio no podemos descubrir ninguna intervención activa de Bernabé. Es, con todo, de sumo interés para apreciar su influjo posterior conocer sus íntimas relaciones con Pedro y con los demás Apóstoles ya desde los primeros momentos de la predicación evangélica. Dos datos principalmente nos introducirán en este primer conocimiento: 1) el lugar o la casa de Jerusalén donde Pedro inició y continuó su predicación oral; 2) la personalidad de Bernabé.


1. Lugar de la predicación oral.

 Recojamos los datos suministrados por los Hechos Apostólicos sobre el sitio o los sitios de Jerusalén donde San Pedro predicó o pudo predicar. Inmediatamente después de la Ascensión del Señor, los Apóstoles, vueltos a la ciudad, “subieron a la cámara superior, donde tenían su mansión” (1, 13), y donde “perseveraban unánimemente en la oración con las mujeres y con María, la Madre de Jesús, y con sus hermanos” (1, 14). En esta misma casa, después de la elección de Matías, vino el Espíritu Santo el día de Pentecostés (2, 2) y Pedro pronunció su primer sermón (2, 14-40). Después de la curación del cojo de nacimiento, Pedro y Juan, que habían sido detenidos y llevados al sanedrín, una vez soltados “vinieron a los suyos” (4, 23). La ausencia de toda indicación sobre el cambio de domicilio muestra que se habla de la misma casa donde los Apóstoles tenían su mansión. Más tarde, después de ser golpeados y afrentados en el sanedrín, los Apóstoles “cada día en el templo y en casa[iii] no cesaban de enseñar y evangelizar a Cristo Jesús” (5, 42). Por fin, milagrosamente liberado de la prisión por un ángel, Pedro “se dirigió a la casa de María, la madre de Juan, apellidado Marcos, donde estaban muchos reunidos y orando” (12, 12). Este último texto merece ser examinado. En él la casa de María presenta estas interesantes particularidades: 1) era una casa capaz, en que podían reunirse muchos; 2) era casa donde los fieles se reunían para hacer oración y consiguientemente, para oír la palabra de Dios; 3) en ella, naturalmente, vivía San Marcos con su madre; 4) a ella se dirige San Pedro como a su propio domicilio, al salir de la prisión. Como después de la primera detención por el sanhedrín Pedro y Juan “vinieron a los suyos” (4, 23), es decir, a su propio domicilio, de la misma manera ahora Pedro se dirige a la casa de María, como a su habitual domicilio, para avisar que notificasen a Santiago y a los hermanos que se iba “a otro lugar” (12, 17). De estas particularidades se desprenden algunas consecuencias importantes: primera, muy probable por lo menos, que la casa de María era la misma en que vino el Espíritu Santo sobre los Apóstoles[iv]. De hecho en todos los capítulos intermedios de los Hechos no se halla la menor indicación sobre cambio de domicilio. Confirman esta identidad algunos testimonios antiguos[v]. Segunda conclusión, cierta: en la hipótesis de que existiesen en Jerusalén varios sitios de reunión para los fieles, la casa de María era uno de los principales o el principal de todos. Tercera, absolutamente cierta: que, por lo menos la casa de María era uno de los sitios de reunión, donde los cristianos de Jerusalén oraban y oían la predicación de los Apóstoles. Y esto basta ya para nuestro intento.


2. Personalidad de Bernabé

 Se escribe en los Hechos: “José, que fue apellidado Bernabé por los Apóstoles, que se interpreta Hijo de la consolación (o Hijo de la exhortación), levita, ciprio de linaje, como poseyese un campo, habiéndolo vendido, trajo el producto de la venta y lo depositó a los pies de los Apóstoles” (4, 36-37). Más adelante se añade: “era hombre bueno y lleno de Espíritu Santo y de fe” (11, 24). En otros textos, que luego reproduciremos, se pone de  manifiesto el singular aprecio que le tenían los Apóstoles y toda la Iglesia, la gran autoridad que entre ellos gozaba y la extraordinaria confianza que de él hacían. Sobre este fondo conviene hacer resaltar algunos rasgos característicos de Bernabé, que más pueden interesarnos.
Su apellido de Bernabé que luego vino a ser su nombre propio, y que otros interpretan Hijo del profeta o Hijo de la profecía, podría traducirse en lenguaje moderno el hombre de la palabra dulce e insinuante[vi], su trato cortés, su cultura rabínica[vii] y helénica, su palabra fácil, fluida y cálida, todo avalorado y realzado con el carisma de la profecía, hacían de él un insigne profeta, cual le describe San Pablo: “El que profetiza, habla a los hombres de edificación, exhortación, consolación” (I Cor. 12, 3) y le habilitaban para ser un excelente predicador del Evangelio.
¿Había sido Bernabé discípulo del Señor antes de la Pasión? No lo dicen ni los Evangelios ni los Hechos, aunque tampoco afirman lo contrario. Existe con todo una tradición, antigua y autorizada, según la cual Bernabé fue uno de los setenta (o setenta y dos) discípulos de que habla San Lucas (10, 1-24). Así lo atestiguan Clemente de Alejandría (MG, 8, 1059-1060), Eusebio (MG, 20, 117-118) y las Recogniciones clementinas (MG 1, 1210). A estos testimonios, ya conocidos, podemos añadir el del Sinaxario Árabe Jacobita en su redacción copta, publicado por René Basset en la Patrología Oriental, que dice así: “Bernabé… era de la ciudad (sic) de Chipre, de la tribu de Leví. Se llamaba José. El Señor lo escogió entre los setenta, que envió a predicar ante los gentiles, y le llamó Bernabé. Luego el Espíritu de consolación descendió sobre él en el Cenáculo con los discípulos” (Patr. Or., 3, 495). Esta suposición, aunque no necesaria para nuestro objeto, no hay duda que lo favorece notablemente.[viii]
Más nos interesa otro dato que sobre Bernabé nos ha conservado San Pablo. En su epístola a los Colosense (4, 10) habla el Apóstol de "Marcos, el primo de Bernabé”. Que este Marcos, el Evangelista, sea el mismo “Juan apellidado Marcos”, del cual hablan tres veces los Hechos (12, 12; 12, 25 y 15, 37) y que una vez es llamado simplemente “Marcos” (15, 39) y dos veces “Juan” solamente (13, 5 y 13, 13), es hoy comúnmente admitido. En efecto, basta leer sin prevención los Hechos para convencerse de que “Juan”, “Marcos” y “Juan, apellidado Marcos” es un mismo personaje íntimamente relacionado con Bernabé, el mismo además que San Pablo denomina ”Marcos, el primo de Bernabé[ix]. Este parentesco con Marcos era causa de que Bernabé, natural de Chipre, cuando estaba en Jerusalén se hospedase en casa de su madre, María. Ahora bien, esta misma casa, como hemos visto anteriormente, o era el domicilio habitual de Pedro, o por lo menos el sitio o uno de los sitios en que preferentemente predicaba a los fieles allí reunidos. Y con Pedro se reunían los demás Apóstoles, entre ellos San Mateo. Estas circunstancias colocaban a Bernabé en situación excepcionalmente favorable para oír una y muchas veces la primitiva catequesis oral propuesta por San Pedro y a su imitación por los demás Apóstoles, y además para entrar en trato íntimo con San Pedro, el iniciador de la predicación oral, y con San Mateo, el que luego la había de consignar en el primer Evangelio.
Hay más, el nombre “Hijo de la consolación” no se lo dieron los Apóstoles a Bernabé sino después de conocer experimentalmente sus dotes de profeta o predicador sagrado; lo cual supone que no tardaron en utilizar sus buenos servicios en la instrucción catequética de los muchos que se convertían a la fe. La delicada comisión, que como luego veremos, le confiaron más tarde, supone igualmente a Bernabé previamente ejercitado en el ministerio de la palabra y generalmente reconocido como excelente predicador del Evangelio. Otras deducciones o fundadas conjeturas nos permiten los datos recogidos. Bernabé, conocedor, como levita que era, del hebreo y del arameo, hablaba además el griego, su lengua nativa, como natural de Chipre. Si para la instrucción de los judíos de Palestina se bastaban los Apóstoles, en cambio para la de los judíos helenistas necesitaban de hombres como Bernabé, que no abundarían en Jerusalén durante aquellos primeros años. Y si así fue, como es natural, Bernabé, familiarizado con la predicación aramea de los Apóstoles, sería el primero o uno de los primeros que le dieron forma helénica. Este servicio prestado por Bernabé a la helenización del Evangelio pudo muy bien ser más tarde el motivo determinante de enviarle a Antioquía a predicar el Evangelio en griego a los griegos.[x]
Recojamos, como conclusión de todas estas consideraciones, estos tres datos importantísimos: Bernabé, íntimamente relacionado con San Pedro y San Mateo, familiarizado con la primera predicación oral, ejercitado en dar forma helénica al Evangelio arameo.


[i] Cfr. Lagrange, Évangile selon Saint Marc, 1920, pag. XXXVIII.

[ii] Act. 19, 35.

[iii] La expresión κατ' οἶκον, contrapuesta a ἐν τῷ ἱερῷ, no exige el sentido de pluralidad distributiva, aunque tampoco la excluye. Así, dejando a la frase su indeterminación, hay que traducir “en casa”, mas bien que “por las casas”.   

[iv] El P. Prat sostiene y razona sólidamente la identidad, no solamente de la casa de María con la “habitación superior” de Pentecostés, sino también la de esta con el cenáculo de la última cena del Señor. Jésus-Christ, II, 521-526.

[v] Entre otros, los del peregrino Teodosio y del monje Alejandro.

[vi] Parece insinuarse en Act. 14, 12.

[vii] Créese comúnmente que, como Pablo, fue discípulo de Gamaliel. Sobre Bernabé cfr. Acta SS, Jun. 2, 422-423; Jun. 6, 95; MG 2, 685-706; Duchense, Saint Bernabé, en Mélanges de Rossi, Paris-Rome, pag. 46 ; Civiltà Cattolica, 1893 ser. 15, v. 6, 701-709; Anacleta Bolandiana, 12, 458-459; Revue Biblique, 8 (1899), 278-283; U. Chevalier, Repertoire des sources historiques du Moyen age, I, 435-436.

[viii] La misma tradición se consigna dos veces en el Sinaxario Constantinopolitano: “(Barnabas) unus ex Septuaginta est”, “Barnabas… unus est Septuaginta discipulorum” (col. 745 y 782): Acta SS. Propylaeum ad Acta Sanctorum Novembris, por Hipólito Delehaye, Bruselas, 1902. Puede verse también Pseudo-Hipólito, De LXX Apostolis, MG, 10, 955.956; Doroteo de Ciro, De septuaginta Domini discipulis, MG 92, 1061-1062; Simeon Logoteta, Chronicon, MG, 92, 1073-1074.

[ix] Cfr. Lagrange, op. cit. XVII-XX.

[x] Conviene consignar aquí un hecho, a que no se ha prestado la debida atención, y es que Bernabé, con ser judío helenista, no fue elegido entre los primeros siete diáconos (Act. 6, 1-6). Si se compara el elogio que de Esteban hacen los Hechos (“virum plenum fide et Spiritu Sancto”, 6, 5) con el que hacen de Bernabé (“vir bonus el plenus Spiritu Sancto et fide”, 11, 24) el hecho de no haberle elegido diácono como a Esteban, que no puede interpretarse como una injustificada e inverosímil preterición, no parece pueda tener otra explicación razonable sino la categoría que ya por entonces poseía Bernabé, superior a la de los diáconos, es decir, que era uno de los presbíteros de la Iglesia de Jerusalén. De hecho cuando los Apóstoles le envían a Antioquía, no se dice que le impusieran las manos para aquella misión (Act. 11, 22): lo cual supone su carácter de presbítero y aún de obispo.