lunes, 24 de septiembre de 2012

La Santidad como Nota de la Iglesia (II de II)


Nota del Blog: terminamos aquí este hermoso trabajo de Mons. Fenton sobre la nota de santidad. La primera parte puede verse AQUI

Pius P.P. XII

La sociedad de los discípulos de Cristo está dotada, según la enseñanza de Nuestro Señor, de una santidad manifiesta y dinámica como cuerpo. Esta santidad es completamente evidente en la actividad social de la Iglesia Católica, y sólo en ella. La actividad comunitaria básica de la Iglesia es el Sacrificio Eucarístico sobre el cual gira todo su sistema sacramental. El Sacrificio Eucarístico es la expresión efectiva de la oración o petición a Dios por parte de la Iglesia. La oración central de la Iglesia se encuentra en las peticiones de la Misa y de los otros libros litúrgicos. Estas peticiones, a su vez, son las expresiones de la intención o deseos de la Iglesia en este mundo. La enseñanza auténtica y reconocida de la Iglesia, a través de su jerarquía, constituye la interpretación destas peticiones. De aquí que podemos buscar en las peticiones de la Misa y en la enseñanza oficial de la Iglesia, la expresión de la caridad o santidad que, según la afirmación explícita de Cristo, iba a constituir un signo del status desta sociedad como la vera compañía de sus discípulos.
A pesar del hecho de que en la sociedad religiosa presidida por el Obispo de Roma  están en uso muchas liturgias, el rito del Misal Romano puede ser aceptado como el típico de todos ellos en lo que se refiere a la cualidad y dirección de las peticiones e intenciones de la Iglesia. La acabada santidad de las peticiones plasmadas en esta ceremonia se hace evidente en forma inmediata. En el canon de la Misa, la Iglesia pide a Dios que su sacrificio sea aceptable a Él, y que Dios le conceda, con su cabeza visible universal y el obispo de la diócesis por la cual se ofrece el sacrificio, la paz, protección y guía divinas. Le pide que estas bendiciones les sean dadas a todos los fieles del mundo y especialmente a los miembros de la congregación individual reunida para el ofrecimiento del sacrificio. La oración de la Misa describe el acto Eucarístico como algo ofrecido por la redención de las almas de los fieles y por la esperanza de su seguridad y salvación.
La Iglesia es conciente que ofrece el sacrificio junto con los santos en el cielo, en el deseo y esperanza que el pueblo que co-opera en este acto pueda ser el compañero de los elegidos por toda la eternidad. En el acto mismo de la consagración, el sacerdote hace suyas las palabras de Cristo, como Él mismo lo ordenó. Y así, al pedir que las almas de los fieles difuntos gocen el descanso eterno, la Iglesia en la tierra suplica que sus miembros puedan entrar en la Iglesia triunfante y unirse para siempre con Nuestro Señor.
El deseo o intención fundamental de la Iglesia, manifestado en la oración esencial de la Misa, es manifiestamente la intención motivadora de la santidad o caridad misma. La Iglesia busca el fin último de sus hijos, la obtención de la vida eterna y sobrenatural. Los miembros de la Iglesia, al participar del ofrecimiento del sacrificio de la Iglesia,  expresan la mutua caridad de unos a otros en la forma más perfecta y efectiva al desear y trabajar por este beneficio, que es el mayor de todos. Así, la Iglesia manifiesta un deseo eficaz por la gloria sobrenatural de Dios. Se presenta a sí misma como un organismo que sinceramente ama a Dios con un amor sobrenatural de amistad. Y así, desde este punto de vista fundamental, se presenta ante quien la mira, como la única sociedad o institución santa, dotada con la santidad de Cristo mismo.
Se podría objetar, por supuesto, que hay otras sociedades religiosas en las que se ofrece válidamente la Misa Cristiana, y que por lo tanto el testimonio en favor de la Iglesia Católica no tiene valor alguno. Tal objeción, sin embargo, pasa por alto el punto esencial del tema en consideración. La Iglesia es manifiestamente una sociedad santa precisamente porque su actividad como cuerpo está claramente en línea con la intención expresada en la Misa. Las otras organizaciones religiosas, en las cuales se ofrece válida aunque ilícitamente la Misa, no muestran esta armonía con el deseo fundamental de las oraciones Eucarísticas en su actividad como cuerpo.
No debemos perder de vista que lo único que está bajo consideración aquí es la actividad de la Iglesia en cuanto cuerpo. Precisamente es esta actividad oficial y corporativa la que el mundo puede reconocer y comparar con la actividad oficial y corporativa de otros grupos religiosos. Nadie puede pretender tener un conocimiento claro y perfectamente cierto sobre el status espiritual íntimo de un individuo. Pero cualquiera puede fácilmente ver y evaluar las intenciones y actividad de una sociedad, una vez que los documentos auténticos y la historia desa sociedad están a su disposición.
La actividad oficial corporativa de la Iglesia Católica es evidentemente un trabajo de caridad y santidad. En primer lugar la Iglesia es una organización que enseña. En su misión doctrinal, la Iglesia manifiesta a todo aquel que quiera examinar el tema, una doctrina clara y perfecta sobre Dios y sobre la redención de la raza humana. Sin ningún tipo de compromiso se pone en contra de los pecados, incluso aquellos preferidos por el gusto pervertido de una generación o una nación. Incluso sostiene esta posición aunque muchos de sus miembros se sientan ofendidos por esta doctrina. Resiste la tentación de pasar por alto algunas ofensas, con la excusa de que insistir sobre el derecho traería dificultades difíciles de enfrentar.
La Iglesia predica el amor a todos los hombres, y obliga a sus hijos a mirarse unos a otros como hermanos, incluso en tiempos cuando esta doctrina va manifiestamente en contra de las tendencias populares. Como unidad social, actúa evidentemente como el agente de Cristo en la tierra. La actividad corporativa de la Iglesia está en conformidad tanto con su oración como con su doctrina. Su caridad es manifiesta en todo el mundo por medio de la práctica de las obras de misericordia espiritual y corporal.
 Esta santidad social de la Iglesia es aún más sorprendente por el hecho de que, durante todo el tiempo de su estadía terrestre, está compuesta tanto de miembros buenos como malos. El trabajo corporativo de la Iglesia siempre se ve violentamente impedido por las tendencias e incluso las actividades de algunos de sus miembros, a veces por medio de aquellos que detentan la autoridad dentre délla. La Iglesia predica e insiste sobre la caridad, justicia y gratitud incluso cuando en la vida de muchos de sus propios hijos son manifiestos los vicios contrarios. Precisamente es esta manifestación de santidad en una sociedad compuesta parcialmente de hombres malos lo que hace de la Iglesia un milagro del orden social y así un testigo incontrovertible de la autenticidad de su propio mensaje como revelación divina.
La santidad corporativa de la Iglesia Católica se nota aún más cuando comparamos hoy en día la conducta desta sociedad con la de otras religiones en el mundo. Sería blasfemo designar como santa la actividad de una organización o grupos de organizaciones que incondicionalmente sirven las políticas ateas de los gobiernos comunistas. De la misma forma sería ridículo designar como santa o caritativa la conducta corporativa de aquellas sociedades religiosas que han abandonado, en la práctica, toda inquietud en lo que respecta a la enseñanza fiel de la revelación divina, y que han degenerado básicamente en grupos sociales semi-políticos cuya única preocupación es la de una oposición constante y maliciosa para con todo lo Católico.
La nota de santidad, en razón de la cual la Iglesia es reconocible como la vera sociedad de los discípulos de Nuestro Señor, se encuentra pues, por medio de un examen de la actividad corporativa de la Iglesia vista en sí misma y luego considerada a la luz de la actividad corporativa de los grupos religiosos rivales. El argumento a favor de la nota de santidad puede ser tratada efectiva y fielmente sólo a la luz desta consideración y de ninguna otra. Obviamente, si nos restringimos a un examen que se centra en la santidad de los miembros individuales, entramos en un mundo en el cual la demostración científica es completamente ineficaz. En último análisis es imposible afirmar con absoluta certeza si algún individuo, sea o no Católico, es de hecho amigo de Dios aquí y ahora. En efecto, por más que queramos, ni siquiera podemos estar absolutamente seguros de nuestra propia situación espiritual. Sin embargo, la bondad o malicia de una actividad corporativa, es algo que podemos reconocer fácilmente. Y es precisamente esta santidad de la Iglesia Católica es su actividad comunal que debe necesariamente ser usada como base para una prueba efectiva de la nota de santidad.
Este concepto de la santidad de la Iglesia como un argumento evidente en su propio favor es, al mismo tiempo, más difícil y más tradicional que la noción que se centra en la santidad de los miembros individuales dentro de la Iglesia. Es más difícil porque la extensión y perfección mismas de la actividad corporativa de la Iglesia junto con las líneas litúrgicas, doctrinales y caritativas, demanda una descripción meticulosa y detallada a fin de que la demostración sea efectiva. De todas formas, es más tradicional porque esta manera de tratar la santidad de la Iglesia es más conforme con la enseñanza de los eclesiologistas clásicos. Un par de ejemplos servirán para mostrar cómo trataron los escolásticos anteriores la doctrina sobre la santidad de la Iglesia.
Santo Tomás en su Expositio super símbolo apostolorum, se limitó a una breve discusión de los principios de la santidad de la Iglesia. Menciona el hecho de que los fieles son lavados con la sangre del Cordero, ungidos con la unción espiritual que es la gracia del Espíritu Santo, y recipientes de la Santísima Trinidad, que habita en ellos como en un templo[1].
El eclesiologista del siglo catorce Santiago de Viterbo, ofrece un trato mucho más completo desta cualidad de la Iglesia. En su De regimine christiano enseña que la Iglesia es santa porque se preserva inmaculada del pecado por la gracia de los sacramentos, está preservada de la suciedad de la ignorancia y el error por medio de la doctrina sacra, y porque está dedicada al culto y servicio de Dios en forma segura. Siempre habla de la Iglesia como una unidad social más que sobre algunos de sus miembros.[2]
La misma tendencia se observa en la enseñanza del Cardenal Juan de Torquemada. En su Summa de ecclesia, Torquemada, al igual que Santiago de Viterbo antes que él, usó las definiciones de santidad que se encontraban en las obras del Pseudo-Dionisio y San Isidoro de Sevilla. Ambos insistían que la Iglesia Católica se conforma completamente a estas dos definiciones. Torquemada enseña, además, que la Iglesia Católica debe ser reconocida como santa en razón del culto que ofrece a Dios, porque está dotada con todas las virtudes sobrenaturales y dones del Espíritu Santo, porque está regida por las que son obviamente las leyes más santas, a causa de su doctrina, llena de santidad, a causa de sus sacramentos y otros medios de salvación, y finalmente en razón de su relación con la Iglesia triunfante[3]. Toda esta doctrina se refiere directamente a la actividad de la Iglesia como cuerpo más que a la conducta y status de ciertos de sus miembros. Y es interesante notar que, si bien ninguno de los tres autores que acabamos de nombrar usa la expresión “notas de la Iglesia”, todos hablan de la santidad de la Iglesia como una nota, puesto que afirman que la vera Iglesia puede distinguirse de la ecclesia malignantium precisamente por la santidad.
El Catecismo del Concilio de Trento, por otra parte, no se esfuerza en usar la santidad de la Iglesia directamente como nota. Enseña que la Iglesia es santa por el hecho de que es algo consagrado a Dios, porque Nuestro Señor es su cabeza, y porque tiene el vero sacrificio y sacramentos[4]. San Roberto Belarmino apela directamente a la santidad de la doctrina de la Iglesia en su demostración per viam notarum[5].
Por cierto, el P Thils comete un grave error al tratar desta sección particular del De notis ecclesiae de San Roberto. Dice que el príncipe de los eclesiologistas eliminó la santidad de doctrina como prueba de las notas de la Iglesia, y lo explica diciendo que “al refutar la primera nota de los Protestantes, -la posesión de la doctrina pura- el profesor Romano rechazó categóricamente reconocer esto como un criterio de verdad, puesto que, así nos lo dice, puede encontrarse también en iglesias falsas[6]”. Thils se olvidó de agregar el muy interesante comentario de San Roberto, que dice que la doctrina pura se encuentra en todos los grupos disidentes “por lo menos según su propia versión”[7]. Con toda razón San Roberto rechazó el valor probativo de todo argumento tomado de la pureza de la fe como nota de la Iglesia. En efecto, la posesión de la fe en toda su pureza por parte de la Iglesia es algo que la prueba tomada de las notas busca establecer.
La santidad de la doctrina en la Iglesia Católica que existe aquí y ahora es otro tema completamente distinto. Lejos de repudiar o eliminar este argumento, San Roberto apela a él como a la octava nota de la vera Iglesia de Jesucristo.
En sus Controversies, Francisco Silvio habla de seis aspectos de la santidad de la Iglesia. La Iglesia es una sociedad santa porque está consagrada a Dios, porque está limpia y libre de todo delito (obviamente no en cada uno de sus miembros sino sólo en su realidad y actividad corporativa), porque tiene un culto y leyes santas, porque tiene la Fuente de la santidad dentro de sí, porque tiene a Cristo como a su cabeza, y, finalmente, porque persiste firmemente en su relación con Dios[8]. Al probar que esta santidad es una vera nota de la Iglesia, Silvio, al igual que San Roberto antes que él, apela en primer lugar a la manifiesta santidad de doctrina dentro de la Iglesia Católica[9].
La santidad de la Iglesia en su actividad corporativa es pues una doctrina basada en la mejor doctrina tradicional de la eclesiología clásica. Por medio de su uso, es posible construir una adecuada demostración de la autenticidad de la Iglesia per viam notarum. El hecho de que se empleen métodos menos efectivos en ciertos libros contemporáneos no debe hacer que nuestros teólogos rechacen la validez de la prueba como tal, sino que debe motivarlos a reconstruir esta demostración dentro de lineamientos tradicionales y efectivos.



[1] Cf. La Opusula omnia, editado por el P. Mandonet, O.P. (Paris: Lethielleux, 1927), IV, 379 ss.
[2] Cf. Le plus ancien traité de l´eglise : Jacques de Viterbo, De regimine christiano. Études des sources et édition critique par H.-X. Arquillière (Paris : Beauchesne, 1926), pag. 129 ss.
[3] Cf. La Summa de ecclesia (Venecia, 1561), pag. 11 ss.
[4] Cf. Pars I, art. 9, XVII.
[5] Cf. De notis ecclesiae, cap. 11.
[6] Cf. Thils, op. cit. p. 131.
[7] Cf. De notis ecclesiae, cap. 1.
[8] Cf. Controversiae, Lib. III, q. 2, art. 6.
[9] Cf. ibid., art. 7-