domingo, 23 de septiembre de 2012

Palabras de Dios, Reflexiones sobre algunos Textos Sagrados, por Ernest Hello

Ernest Hello

ISRAEL


Et nunc hæc dicit Dominus creans te, Jacob, et formans te, Israël : Noli timere, quia redemi te, et vocavi te nomine tuo : meus es tu. (Isaías, C. XLIII, V. l).

Y ahora he aquí lo que dijo el Señor, creando a Jacob y formando a Israel: No temas, pues te he rescatado y te he llamado por tu nombre, eres mío.


— ¡Oh Israel, te he llamado por tu nombre! Las palabras de Dios son actos. El nombre que lleva en sí la criatura es más substancial que ella misma.
Cuando Él la llama por su nombre, Él la crea, es decir le da testimonio al nombre que ella lleva en él.
Cuando llamó por su nombre a la luz, la luz respondió: Heme aquí.
Cuando llamó por su nombre a Abraham, Abraham dijo: Heme aquí.
El Antiguo Testamento es la palabra de Dios que llama por su nombre a Israel e Israel responde: Heme aquí.
Por esto la Alianza se llama Testamento, es decir testimonio.
El llamado de Dios es el testimonio que le da al nombre que lleva en él la criatura.
Una cosa es llamar y otra cosa es llamar por su nombre.
Llamar es el acto general; llamar por su nombre, es separar de los demás, es individualizar, es poner aparte, y si esto es llevado al extremo, es declarar anatema, es decir reservarse para aquel a quien se llama.
Un hombre puede llamar a otro con varios nombres. Tiene nombre público, tiene nombre íntimo. El nombre íntimo es el testimonio de la mirada íntima. Lo que se entiende por la fiesta onomástica es el día en que su nombre figura en el calendario, día que anuncia con su vuelta un año más de vida y que cita un testimonio tan deseable como lo es la fiesta.
Israel es el preferido. Aquel que le bendice es bendito, el que le maldice está maldito; ¡oh Israel, te he llamado por tu nombre!
Tú has partido niño pródigo. Has devorado tu substancia en las regiones lejanas con cortesanos. Los cortesanos representan los ídolos; mas he aquí que vas a volver a completar el número de los elegidos. Quién sabe si las naciones que se llaman cristianas y que lo son tan poco no representan este hijo descontento de ver llegar a su hermano pródigo, y si el padre no va a matar el ternero gordo el día en que aquel que estaba perdido se reencontró, el día en que aquel que estaba muerto será resucitado. ¡Oh Israel! Él te llama todavía una vez por tu nombre y el ternero gordo rendirá testimonio al retorno del hijo pródigo.
Y vosotros, hijos de Ismael prometidos por el ángel del desierto, por el ángel que mostró la fuente viva a los ojos desolados de Agar, no en vano vuestro padre fué salvado de la sequía como Moisés de las aguas del Nilo. Llegará el día en que aquel que llamaba a los abandonados por su nombre extenderá sobre vosotros la mano y dirá sobre vuestras cabezas el Amén del testimonio, el Amén de la Alianza, el Amén del Testamento. Amén. Amén. Amén.
Los nombres de los hombres, que son los representantes del Testamento, son tan consagrados que forman parte del nombre de Dios. Dios se llama el Dios de Abraham,  de Isaac y de Israel. Y así el nombre de estos hombres, se introduce e instala en el nombre de la Divinidad, que para distinguirse de los ídolos se llama el Dios de Israel.
En esta escena, que resume la historia del mundo, y en la cual el Dios de Israel y Baal son invocados los dos por su nombre para dar testimonio a su nombre invocado Elías, llamando el testimonio, llamando el fuego del cielo que debe devorar el holocausto, Elías habla y dice: Señor Dios de Abraham y de Isaac y de Israel, muéstranos hoy que vos sois el Dios de Israel, etc.; y el fuego devora no sólo el holocausto, sino también la piedra y el agua, la madera y el polvo que estaban alrededor del altar. Israel era el altar de los sacrificios y ese día él pudo decir: El señor me ha llamado por mi nombre.
El nombre de Israel, en la Escritura, está continuamente junto al nombre del Señor. Se podría decir que le sigue como su sombra, casi tan fielmente como el nombre del Pobre, perpetuamente unido al nombre de Dios.
El llamado de las doce tribus de Israel parece ser la fiesta de la noche; los siglos lo celebrarán cuando declinen. La fiesta y el nombre son dos palabras que no se abandonan, y el día de esta fiesta, el mundo, dándose vuelta hacia su cuna, oirá por segunda vez esta palabra de fiesta:
Oh Israel, te he llamado por tu nombre.
Amén. Amén. Amén.
El nombre del Dios de Israel podrá quizás entonces ser de nuevo pronunciado. ¿No se parece a un eco?
Dios que nombra las cosas porque las conoce íntimamente, nombra a Israel: en efecto Jacob ha vencido al ángel. Pero el hombre no sabe, tantea, balbucea, no conoce a Aquel de quien habla Dios, ha nombrado a Israel.
¿Cómo hará Israel para nombrar a Dios? Hará como el niño que repite lo que ha oído sin comprenderlo. Niño, infans: aquel que no sabe hablar. Israel, que ha recibido el nombre del Señor, cuando quiera nombrar al Señor repetirá el nombre que ha recibido y balbuceando en su lengua dirá, sin saber de quién habla: Sois el Dios de Israel.