jueves, 11 de octubre de 2012

La Diócesis y los Pobres de Cristo (I de II)

Nota del Blog: presentamos aquí este hermoso trabajo de Mons. Fenton en el cual explica la relación especial entre la Iglesia y los pobres. El texto en cuestión corresponde al cap. VI de su preciosa obrita "El Concepto del Sacerdocio Diocesano" (1951).
II Parte AQUI


J. C. Fenton

Una de las tareas más importantes de la Iglesia local o diócesis, dentro del reino de Dios en la tierra, es su misión para con los pobres y necesitados. Dios llama a su Iglesia a todos los hombres pero este llamamiento se dirige especialmente a los indigentes y desdichados de este mundo. La Iglesia se debe adaptar a las necesidades y exigencias de todas las razas y clases sociales, pero Dios quiere que sean los pobres y afligidos los que reciban primariamente sus cuidados. Dada la constitución divina de la Iglesia, es forzoso que esta característica propia de la Iglesia universal brille con todo su esplendor en la vida de la iglesia local o diócesis. Que el obispo y el presbiterio deben tener un interés especial por los pobres y desafortunados de este mundo es algo que se deduce claramente de la misma naturaleza de la Ecclesia.
Los desvalidos e indigentes, los afligidos y desafortunados de este mundo fueron siempre objeto de predilección especial por parte de Nuestro Señor Jesucristo. Podríamos decir que la misión del Verbo encarnado en este mundo tenía realmente por objeto especial, y en cierto modo primario, el socorro de esta clase de personas. Ya en el Antiguo Testamento se describe al Mesías como enviado especialmente para favorecer a los pobres y afligidos. Y en este sentido fué tan patente el ministerio público del Salvador en favor de los pobres, que pudo ser ésta una de las razones que convencieron a San Juan Bautista de que las profecías del Antiguo Testamento acerca del Mesías se estaban cumpliendo realmente en Cristo[1]. Nuestro Señor encomendó a sus discípulos el cuidado de los pobres, confirmando este mandato con su propio ejemplo. Los apóstoles no olvidaron esta doctrina ni la misión que se les había confiado, considerándose especialmente obligados a tal socorro y ayuda. Los obispos de la Iglesia tienen el mismo privilegio e idéntica responsabilidad como miembros que son del colegio apostólico. El mensaje divino de la predicación a ellos encomendado debe dirigirse principalmente a los pobres. Los sacerdotes seculares que en su diócesis respectiva integran el presbiterio diocesano, y la misma hermandad sacerdotal esencialmente consagrada a ayudar al obispo, están obligados a llevar a todos los pobres los consuelos del divino mensaje para cumplir fielmente sus deberes. Es innegable que la predicación de Cristo se dirigía principalmente a los pobres y desgraciados. Cuando Nuestro Señor anunció a sus conterráneos de Nazaret su propio carácter mesiánico, les leyó el pasaje en que el profeta Isaías expone la misión especial que Dios había encomendado al Mesías de evangelizar a los pobres y necesitados:

Vino a Nazaret, donde se había criado y, según costumbre, entró el día de sábado en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías, y desenrollándolo dio con el pasaje donde está escrito:
"El Espíritu del Señor está sobre mí, porque Él me ungió; Él me envió a evangelizar a los pobres, a predicar a los cautivos la libertad, a los ciegos la recuperación de la vista, para poner en libertad a los oprimidos, para anunciar el año de gracia del Señor."
Y enrollando el libro se lo devolvió al servidor y se sentó. Los ojos de cuantos había en la sinagoga estaban fijos en Él. Comenzó a decirles: Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír[2].

Así pues, según la profecía de Isaías y la explicación del mismo Cristo, los beneficiarios inmediatos del divino mensaje deben ser los necesitados, los pobres (πτωχοῖς) y afligidos de este mundo. El amor preferente de Cristo para con los pobres y desvalidos no fué algo meramente accesorio, sino que entraba de lleno dentro de su  misión providencial, pues era voluntad de Dios que sus gracias y bendiciones llegasen primeramente a los más necesitados. Por esta razón, el socorro de los pobres es un deber especial de la Iglesia, de los obispos que componen su colegio apostólico, y de los  sacerdotes diocesanos que colaboran, por voluntad divina, con sus respectivos obispos en las diversas diócesis del mundo  entero.
El mismo Jesucristo apeló a su labor espiritual en favor de los pobres, a la par que a sus milagros, con el fin de convencer eficazmente a los discípulos de San Juan Bautista de que era Él en verdad el Mesías prometido en el Antiguo Testamento.

Habiendo oído Juan en la cárcel las obras de Cristo, envió por sus discípulos a decirle: “¿Eres Tú “El que viene” o hemos de esperar a otro?” Y respondiendo Jesús, les dijo: Id y referid a Juan lo que habéis oído y visto. Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y los pobres son evangelizados; y bienaventurado aquel que no se escandalizare de Mí”[3].

Así como Jesucristo durante toda su vida pública trabajó tanto por ayudar espiritual y materialmente a los pobres y necesitados, así también y en este mismo sentido quiere Dios que trabaje el presbiterio; pues, en el fondo, la obra de Cristo debe ser continuada por su Iglesia y, consiguientemente, por el obispo y sus sacerdotes. Los cuatro evangelistas nos dicen que las multitudes acudían a Jesús en busca de remedio espiritual y material para sus necesidades. La mayor parte de los milagros realizados por Cristo para probar hasta la evidencia su Misión divina tuvieron por objeto el remedio de los dolores y enfermedades del pueblo. Además, Nuestro Señor acostumbraba a aliviar con sus limosnas las necesidades de los pobres, como podemos deducir del hecho de que, al salir Judas Iscariote del cenáculo para preparar su infame traición, los demás apóstoles pensaron que iba a comprar algo para la fiesta o para dar limosna a los pobres[4]. También era práctica común de Jesús vender los valiosos regalos que se le hacían y, con la suma obtenida, remediar la indigencia de los pobres, como claramente se colige del comportamiento de Judas y algunos otros discípulos, que se enojaron contra María de Betania al verla ungir con un precioso ungüento los pies del divino Salvador, cuando "pudo venderse en más de trescientos denarios y darlo a los pobres"[5]. Como sabemos, Nuestro Señor tomó ocasión de este incidente para indicar que la compañía de sus discípulos, la sociedad denominada Iglesia, debe tener como ocupación cotidiana y ordinaria el cuidado de los pobres. "Porque los pobres —dijo Jesucristo— siempre los tenéis[6] con vosotros, y cuando queráis podéis hacerles bien; pero a Mí no siempre me tenéis[7]". Con estas palabras quiso indicar Jesús a sus discípulos que su preocupación por los pobres debía durar siempre, aun después de que Él se hubiese ausentado de su vista con su ascensión a  los cielos.
Nuestro Señor nos induce y exhorta a mostrar nuestro amor al pobre, aún en grado heroico, cuando afirma que si queremos ser perfectos debemos vender todas nuestras cosas y posesiones para socorrer a los pobres. Al preguntarle el joven rico qué debía hacer para alcanzar la vida eterna, Jesús le dijo claramente que para entrar en el reino de Dios en la tierra (reino que todavía se encontraba entonces dentro de la colectividad religiosa de Israel), era menester guardar los mandamientos contenidos en la ley divinamente revelada. Y cuando el joven replicó que había observado esos mandamientos desde la juventud, mostrando su deseo de mayor perfección en el servicio de Dios, Nuestro Señor le aconsejó que vendiese todo lo que tenía y lo repartiese entre los pobres; hecha esta renuncia, podría seguir su invitación uniéndose a sus discípulos[8]. Jesús inculca frecuentemente a sus discípulos la renuncia de las riquezas con el fin de aliviar las angustias de los pobres. Conforme a los deseos del Maestro, obraban los discípulos en Jerusalén después de la ascensión de Cristo a los cielos. Nos refieren los Hechos de los Apóstoles que era tal la solicitud de la primitiva comunidad cristiana por sus miembros indigentes que "no había entre ellos indigentes, pues cuantos eran duchos de haciendas o casas las vendían y llevaban el precio de lo vendido y lo depositaban a los pies de los apóstoles, y a cada uno se le repartía según su necesidad"[9]. Las palabras de San Pedro a Ananías manifiestan claramente que esta caridad heroica de los cristianos para con los pobres era voluntaria, no obligatoria. Así, dijo San Pedro a Ananías que la tierra que había vendido hubiera sido propiedad de éste de haber querido retenerla, y que el precio percibido por la venta a él le pertenecería si no hubiera querido entregarlo[10]. Ananías fué condenado y terriblemente castigado, no por haber rehusado entregar todos sus bienes a los pobres, sino por haber querido engañar a los apóstoles, representantes del mismo Dios y encargados de regir la Iglesia.
Nuestro Señor se contentó con aconsejar o recomendar la donación total de nuestros bienes a los pobres, pero en cambio nos prescribe el cuidado de éstos con un severo mandato, ordenando a sus discípulos que empleen parcialmente sus riquezas en socorrer a los menesterosos y ayuden a quienes nada pueden pagar por los beneficios recibidos.
 
Dijo también al que le había invitado: Cuando des un almuerzo o una cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a los parientes, ni a los vecinos ricos, no sea que ellos, a su vez, te inviten y tengas ya tu recompensa. Antes bien cuando hagas una comida, llama a los pobres, a los tullidos, a los cojos y a los ciegos, y tendrás la dicha de que no puedan pagarte, porque recibirás la recompensa en la resurrección de los justos[11].

En su gran solicitud por los pobres, Cristo no dejaba de alabar cualquier generosidad importante en favor suyo. Veamos, por ejemplo, el caso de Zaqueo: "Zaqueo, en pie, dijo al Señor: Señor, doy la mitad de mis bienes a los pobres, y si a alguien he defraudado en algo, le devuelvo el cuádruplo. Díjole Jesús: Hoy ha venido la salud a tu casa, por cuanto éste es también hijo de Abraham[12]". Zaqueo fué llamado hijo de Abraham, más que por su origen racial, por razón de su fe en Cristo, mediante la cual fué incorporado perfectamente al reino de Dios en este mundo y unido a la progenie espiritual de Abraham. La misión de Nuestro Señor para con los pobres de este mundo incluía un tierno y verdadero aprecio de las gracias y bendiciones que Dios les concede. Jesucristo alabó públicamente la aportación que la pobre viuda hizo al templo de Jerusalén, haciendo notar que su pobre ofrenda era en realidad de más valor que las ostentosas limosnas de los ricos. En el sermón de la montaña llega a llamar bienaventurados a los pobres. Es importante notar que la primera de las bienaventuranzas se refiere principalmente a los pobres verdaderos, faltos de bienes materiales. "Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino de Dios[13]", es la primera bienaventuranza según el relato de San Lucas. San Mateo añade las palabras τῷ πνεύματι para indicar que el reino del cielo, la Iglesia de Dios en el Nuevo Testamento, ha de pertenecer a quienes, por su lealtad a Cristo, viven desasidos de las riquezas materiales que hacen a tantos hombres alejarse del Creador y pensar sólo en las criaturas[14]. Sin embargo, es evidente que en dicha proposición se expresa que la Iglesia de Dios está destinada de un modo especial a los pobres y desheredados de este mundo.
El amor y el cuidado de los pobres fueron la nota predominante de la vida pública de Jesucristo, y ya desde el principio la Iglesia fundada por Cristo consideró este asunto de suma importancia. Los discípulos de Nuestro Señor nunca olvidaron las instrucciones que el Maestro les dio, para agregar nuevos miembros a su Iglesia, en una de las parábolas del reino. "Sal aprisa a las plazas y calles de la ciudad, y a los pobres, tullidos, ciegos y cojos tráelos aquí[15]. Los propios discípulos de Jesús eran gentes humildes que bien podían decir al Maestro por boca de San Pedro: "Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido[16]". No es, pues, extraño que entre los primeros cristianos todos se preocuparan por ayudar con liberalidad y entusiasmo a los necesitados, y especialmente a los hermanos en la fe, poniendo a disposición de ellos sus propias riquezas[17]. La misma Iglesia era la que se encargaba de distribuir todos los días alimentos y víveres a las viudas de cada comunidad cristiana[18]. La discípula de Joppe, llamada Tabita o Gacela, trabajaba con todo cariño por los pobres de la Iglesia de aquella ciudad, realizando así una actividad esencial del reino de Dios en el Nuevo Testamento[19]. El centurión Cornelio mereció, con sus oraciones y limosnas, la gracia de ser llamado a ser miembro de la naciente Iglesia[20].
San Pablo insiste en que el cuidado de los pobres de Iglesia universal incumbe al colegio apostólico. Escribiendo a los Gálatas, recuerda que, cuando los apóstoles aprobaron en Jerusalén su ministerio apostólico, le señalaron explícitamente la obligación de cuidar de los pobres.

Santiago, Cefas y Juan, que pasan por ser las columnas [de la Iglesia], reconocieron la gracia a mí dada, y nos dieron a mí y a Bernabé la mano en señal de comunión, para que nosotros nos dirigiésemos a los gentiles y ellos a los circuncisos. Solamente nos pidieron que nos acordásemos de los pobres, cosa que procuré yo cumplir con mucha solicitud.[21]

La tarea de socorrer a los pobres es ante todo una función propia de la caridad divina. Los cristianos tienen que ayudarse mutuamente en sus necesidades por razón del amor fraternal que debe reinar entre los miembros de la misma familia, que es la Iglesia. El obispo es el primer obligado a socorrer a los indigentes, pues él es quien preside este αγαρη, quien gobierna y dirige la sociedad, con caridad divina, como representante que es del mismo Dios. Está, pues, encargado del cuidado de los pobres de su diócesis. Dado el carácter universal del reino de Dios en la tierra, los diversos miembros de las diócesis particulares — y aún más sus gobernantes— deben trabajar solícitamente por ayudar a todos los hermanos que sufren, incluso en otros lugares. Así vemos que San Pablo pedía a las iglesias de Roma[22], de Galacia[23] y de Corinto[24] ayuda económica para aliviar la pobreza de los fieles de Jerusalén. Las de Macedonia, a pesar de su pobreza y de las persecuciones que sufrían por el nombre de Cristo, se anticiparon generosamente a los deseos de San Pablo[25].
La epístola de Santiago insiste en que una diócesis no puede ser fiel y leal a su sublime dignidad y divina vocación si sus miembros muestran preferencia por los ricos y desprecio por los pobres. El apóstol llega hasta negar el  título de εκκλησια a la asamblea local cristiana en que se desprecia a los  pobres y sólo se honra a los ricos. Tales reuniones de cristianos se denominan "sinagoga" (συναγωγη)[26]. Quizá sea esta epístola de Santiago el libro del Nuevo Testamento donde más clara y perfectamente se hace resaltar la dignidad y posición de los pobres en la Iglesia de Cristo.

Escuchad, hermanos míos carísimos: ¿No escogió Dios a los pobres según el mundo para enriquecerlos en la fe y hacerlos herederos del reino que tiene prometido a los que le aman? Y vosotros afrentáis al pobre”.[27]

De aquí infiere Santiago que, si el reino de Dios pertenece especialmente a los pobres de este mundo, la ecclesia satanae la formarán especialmente los ricos.

 ¿No son los ricos los que os oprimen y os arrastran ante los tribunales? ¿No son ellos los que blasfeman el buen nombre invocado sobre nosotros?[28]

Este mismo concepto de la Iglesia —y su relación especial con los pobres—lo expone nítidamente San Pablo en su primera epístola a los Corintios.

Antes eligió Dios la necedad del mundo para confundir a los sabios y eligió Dios la flaqueza del mundo para confundir a los fuertes; y lo plebeyo, el desecho del mundo, lo que no es nada, lo eligió Dios para destruir lo que es, para que nadie pueda gloriarse ante Dios.[29]

En la epístola de Santiago se explica claramente la verdad revelada de que el amor de caridad hacia los pobres de la Iglesia de Dios exige que voluntariamente les ayudemos y socorramos en sus necesidades y sufrimientos.

Si el hermano o la hermana están desnudos y carecen de alimento cotidiano, y alguno de vosotros les dijere: "Id en paz, que podáis calentaros y hartaros", pero no les diereis con qué satisfacer la necesidad de su cuerpo, ¿qué provecho les vendría?[30]



[1] Nota del Blog: es posible que este interrogatorio no haya sido con el efecto de convencer al mismo San Juan Bautista, que por lo demás, bien supo desde siempre quién era Nuestro Señor, sino para convencer a sus mismos discípulos.
[2] Lc 4, 16.21.
[3] Mt 11, 2-6; v. también Lc 7, 18-23.
[4] Cf. Jn 13, 30.
[5] Mc. 14, 5; v. también Mt. 26, 9; Jn 12, 4.
[6] Nota del Blog: algunas versiones traducen mal el verbo “ἔχετε” por “están” perdiendo así fuerza la locución original puesto que no es lo mismo que los pobres meramente estén a que la Iglesia los tenga, como si fueran propiedad suya.
[7] Mc. 14, 7; v. también Mt. 26, 11; Jn 12, 8.
[8] Cfr. Mt. 19, 21; Mc. 10, 21; Lc. 18, 22.
[9] Hech. 4, 34-35.
[10] Cfr. Hech. 5, 4.
[11] Lc. 14, 12-14.
[12] Lc 19, 8-9
[13] Lc 6, 20.
[14] Mt. 5, 3.
[15] Lc. 14, 21.
[16] Mt. 19, 27; v. también Mc. 10, 28; Lc. 18, 28.
[17] Cfr. Hech. IV, 34.
[18] Cfr. Hech. 6, 1-4.
[19] Cfr. Hech.9, 36-42.
[20] Hech. 10, 4.
[21] Gal. 2, 9-10.
[22] Cf. Rom 15, 25-27.
[23] Cf. I Cor 16, 1.
[24] Cf. I Cor 16, 1-4; 2 Cor cc. 8-9.
[25] Cf. 2 Cor 8, 3-4.
[26] Cf. Sant. 2, 2.
Nota del Blog: Nos parece forzada esta interpretación. Cfr. la nota de Straubinger a Heb. 8, 4.
[27] Sant. 2, 5-6.
[28] Sant. 2, 6-7.
[29] I Cor. I, 26-27.
[30] Sant. 2, 15-16.