martes, 1 de enero de 2013

La Iglesia Católica y la Salvación, Cap. IV (II de III)


Así, pues, es perfectamente posible para un hombre morir “fuera” de la vera Iglesia y ser excluído por siempre de la Visión Beatífica sin que se le impute como pecado su ignorancia de la vera Iglesia o religión. Esto es precisamente lo que Pío IX dijo en la Singulari quadam. Como lo muestra el contexto, lo dijo como parte de su explicación del hecho de que el dogma Católico de la necesidad de la Iglesia para la salvación, de ninguna manera envuelve una contradicción con las enseñanzas sobre la soberana misericordia y justicia de Dios.
En esta sección de la Singulari quadam Pío IX avanza hasta urgir a los Obispos de la Iglesia Católica para que usen toda su fuerza a fin de apartar de la mente de los hombres el mortífero error de que la salvación puede encontrarse en cualquier religión. En cierta medida esta es una repetición de la errónea opinión según la cual podemos tener esperanzas de la salvación del hombre que nunca ha entrado en modo alguno en la Iglesia Católica, la primera interpretación errónea de la doctrina católica reprobada en esta parte de la alocución. Aún así, en otro sentido, el error de que la salvación puede encontrarse en cualquier religión, tiene su propia e individual malicia. Está basada en la falsa conclusión de que las religiones falsas, aquellas que no son la Católica, son en alguna medida un acercamiento parcial a la plenitud de verdad que se encuentra en el Catolicismo. Según esta aberración doctrinal, la religión Católica se diferenciaría de las otras, no como la verdad se distingue del error, sino sólo como la plenitud se distingue de participaciones incompletas. Es esta noción, la idea de que las demás religiones contienen lo suficiente de la esencia de esa plenitud de verdad que se encuentra en el Catolicismo que hace déllas vehículos para la salvación eterna, lo que la Singulari quadam ha reprobado.
Uno de los más interesantes elementos en esta sección de la alocución es el hecho de que Pío IX prohíbe a su pueblo inquirir la presencia, carencia o extensión de la ignorancia invencible en los casos individuales. De hecho va tan lejos que enfatiza que está mal ir más allá de la enseñanza de que hay un Dios, una fe, y un bautismo. Al ordenar esto y al hacer esta afirmación, Pío IX tuvo en cuenta una de las condiciones fundamentales del ministerio doctrinal cristiano.
El objeto primario y central del ministerio doctrinal de la Iglesia se encuentra en el cuerpo de verdades reveladas por Dios por medio de Nuestro Señor Jesucristo y entregada a la Iglesia por Sus Apóstoles como doctrina que debe ser aceptada con asentimiento de fe divina. El objeto secundario dese ministerio abarca todas y solas aquellas verdades que la Iglesia debe poder enseñar sin error para desa forma poder enseñar su objeto principal adecuadamente como un cuerpo docente vivo e infalible. La decisión de lo que constituiría en algún caso particular la ignorancia invencible, distinta de la vencible o culpable, sobre la Iglesia Católica no cae dentro del ámbito de ninguno de los dos objetos. Y de hecho, el hombre es completamente incapaz de formar este juicio correctamente en esta vida.
Sin dudas la obligación del que enseña la verdad Católica es la de mostrar el hecho de que Dios es absolutamente misericordioso y justo en Sí mismo y en su trato con todas Sus creaturas. Todo hombre que viene a este mundo es el receptor de la justicia y misericordia de Dios. En la luz de la Visión Beatífica veremos cómo se ejercieron la misericordia y justicia de Dios en cada individuo que se salvó y en cada individuo que se condenó o ha sido privado de la Visión Beatífica por siempre. Es un error tratar de explicar esto en esta vida, puesto que los datos que necesitaríamos para llevar a cabo esa indagación no están en modo alguno disponibles para nos, y al intentar traer a la doctrina Católica enunciados sobre un tema que no podemos conocer, lo único que lograríamos sería confundir y adulterar el cuerpo de verdades que Dios se dignó entregar a la Iglesia.
En la Singulari quadam Pío IX recordó a los miembros de la jerarquía apostólica que, sobre este tema, su preocupación debería ser la de limitar su enseñanza y limitar las preguntas de los Cristianos bajo su cargo al cuerpo de las verdades reveladas. Deben procurar que su pueblo conozcan que, según la enseñanza de Dios mismo, no hay sino un solo Dios en quien y por quien y a través de quien se adquiere la salvación. Deben instruir a su rebaño para que sepan que hay solo una fe, solo un cuerpo de verdades reveladas que constituyen el mensaje público y sobrenatural de Dios para la salvación de los hombres. Y deben predicar y enseñar de forma tal que su pueblo sepa que hay un solo bautismo, un solo sacramento de regeneración que es la entrada en la única Iglesia verdadera, el reino sobrenatural de Dios, el Cuerpo Místico de Cristo, en la cual solamente hay contacto salvífico con el Dios Trino. Esto es parte del divino mensaje que están obligados a enseñar. La invencibilidad de la ignorancia de algún individuo que no es miembro de la Iglesia no está contenida en modo alguno en el mensaje divino que ha sido confiado al collegium apostólico.
La Singulari quadam contiene todavía otra contribución importante a la doctrina Católica sobre la posibilidad de salvación dentro de la Iglesia por parte de aquellos individuos que mueren antes que puedan obtener la membresía en esta sociedad. Se encuentra en estas dos sentencias:

Por lo demás, conforme lo pide la razón de la caridad, hagamos asiduas súplicas para que todas las naciones de la tierra se conviertan a Cristo; trabajemos, según nuestras fuerzas, por la común salvación de los hombres, pues no se ha acortado la mano del Señor [Is. 59, 1] y en modo alguno han de faltar los dones de la gracia celeste a aquellos que con ánimo sincero quieran y pidan ser recreados por esta luz.

Estas afirmaciones contienen lo que puede llamarse la carta o plan del trabajo apostólico para la salvación de los hombres. Pío IX pidió a sus hermanos, los obispos de la Iglesia Católica a que se unan pidiendo “que todas las naciones de la tierra se conviertan a Cristo” y para que empleen sus energías y talentos al máximo “por la común salvación de los hombres”. Así pues el Supremo Pontífice recordó a sus oyentes y a toda la Iglesia que, según el plan de la enseñanza de Nuestro Señor, la salvación se describe como llegando a los hombres por medio de los esfuerzos de Sus seguidores, y particularmente por medio de los trabajos de Su colegio apostólico. Tal es, claro está, el significado de la instrucción final de Nuestro Señor a Sus apóstoles antes de su ascensión a los cielos, como se lee en los Evangelios según San Marcos.

“Y les dijo: Id a todo el mundo y predicad el Evangelio a todas las creaturas. El que creyere y se bautizare se salvará; pero el que no cree se condenará”[1].

Detrás de los errores que Pío IX combatía en su alocución estaba la noción vaga que la salvación era en alguna medida independiente de los esfuerzos de la Iglesia Católica y de su jerarquía. La indiferencia religiosa que se estaba extendiendo por todo el mundo hace un siglo y que afectaba directa o indirectamente algunos Católicos intentó hacer creer que de una u otra forma la salvación era debida al hombre por el mero hecho de ser seres humanos, descendientes de Adán y Eva. Para contrarrestar la viciosa influencia desta indiferencia, Pío IX recordó a los Obispos el hecho que la salvación era algo que debía llegar a los hombres por medio del poder de las propias obras y oraciones destos Obispos. Desta forma coincidía completamente con la enseñanza de San Pablo a los Romanos:

“Así que “todo el que invocare el nombre del Señor será salvo”. Ahora bien, ¿cómo invocarán a Aquel en quien no han creído? Y ¿cómo creerán en Aquel de quien nada han oído? Y ¿cómo oirán, sin que haya quién predique? Y ¿cómo predicarán si no han sido enviados? según está escrito: “¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian cosas buenas!”.

Las personas que son enviadas a predicar el evangelio de salvación son precisamente los miembros de la Iglesia docente, los Obispos de la Iglesia Católica, el colegio apostólico instituido y comisionado por Nuestro Señor mismo. Estos hombres, junto con aquellas personas que son llamadas para ayudarles en esta obra, son aquellos por medio de quienes debe venir el mensaje de salvación y la posibilidad de salvación, según la enseñanza divina, a los hijos de los hombres.
La exhortación de la Singulari quadam evoca la respuesta de San Pablo con respecto a su responsabilidad de llevar la salvación a aquellos por quienes murió Nuestro Señor. El Apóstol de los Gentiles estaba presto a hacer y sufrir tanto puesto que sabía que actuaba como instrumento de Dios en llevar la salvación a los hombres. Se veía a sí mismo, en cierto sentido, como la causa de la salvación de los hombres que se beneficiaban de sus trabajos apostólicos. Sabía que estaba trabajando para ganar para Cristo y para salvar aquellos por quienes trabajaba. San Pablo muestra esto en un magnífico pasaje de la Primera Carta a los Corintios:

“Porque libre de todos, a todos me esclavicé, por ganar un mayor número. Y me hice: para los judíos como judío, por ganar a los judíos; para los que están bajo la Ley, como sometido a la Ley, no estando yo bajo la Ley, por ganar a los que están bajo la Ley; para los que están fuera de la Ley, como si estuviera yo fuera de la Ley – aunque no estoy fuera de la Ley de Dios, sino bajo la Ley de Cristo- por ganar a los que están sin Ley. Con los débiles me hice débil, por ganar a los débiles; me he hecho todo para todos, para de todos modos salvar a algunos. Todo lo hago por el Evangelio para tener parte en él”.[2]

Tal vez la afirmación más elocuente del hecho que la salvación viene del mensaje de Nuestro Señor se encuentra en la epístola de San Pablo a los Romanos. Es predicando este mensaje, y rogando para que los hombres lo acepten con asentimiento de fe divina y vivan en conformidad a sus enseñanzas, que los Obispos de la Iglesia Católica, según la enseñanza de la Singulari quadam, deben trabajar por la común salvación de los hombres. San Pablo escribió:

“A griegos y a bárbaros, a sabios y a ignorantes, soy deudor. Así, pues, cuanto de mí depende, pronto estoy a predicar el Evangelio también a vosotros los que os halláis en Roma. Pues no me avergüenzo del Evangelio; porque es fuerza de Dios para salvación de todo el que cree, del judío primeramente, y también del griego. Porque en él se revela la justicia que es de Dios, mediante fe para fe, según está escrito: “El justo vivirá por la fe”[3].



[1] Mc. 16, 15 f.
[2] I Cor. 9, 19-23.
    [3] Rom. I, 14-17.