jueves, 28 de marzo de 2013

La Salvación por los Judíos. Léon Bloy. Capítulo IX


IX

¡Paciencia! Escuchad esto, vosotros, pobres seres por quienes Jesús quiso sufrir. Si existiera un día algún fanático de mi prosa, acaso el desdichado podría descubrir, con la ayuda del cielo, las siguientes líneas, tan perfectamente ignoradas, creo, como la página que citara más arriba:
"Se ha escrito mucho sobre el dinero. Los políticos, los economistas, los moralistas, los psicólogos, los mistagogos se han extenuado en la empresa. Pero ninguno de ellos, que yo sepa, ha expresado jamás la sensación de misterio que implica esa asombrosa palabra.
"La exégesis bíblica ha señalado la particularidad notable de que en los Libros Sagrados, la palabra Dinero es sinónima y figurativa de la Palabra de Dios. De ahí que los Judíos antiguos depositarios de esta Palabra, a la q terminaron por crucificar cuando se convirtió en Carne del Hombre, hayan retenido posteriormente el simulacro de ella, a fin de cumplir su destino y no errar sin vocación sobre la tierra.
"Es, pues, en virtud de un decreto divino que poseen, no importa cómo, la parte más importante de las riquezas de este mundo. ¡Gran satisfacción para ellos! Pero, ¿qué hacen con ellas?"[1]

¿Qué hacen con el dinero? Os lo diré yo: lo crucifican. Que se me excuse la inusitada expresión, pero creo que no es más extravagante, si bien se mira, que esta otra: "comer dinero", cuya monstruosidad real, si se divulgara, haría morir de espanto al incalculable número de humanos que le emplean.
He dicho exactamente lo que quería decir. Lo crucifican, porque ésa es la manera judía de exterminar lo que es divino.
Los símbolos y las parábolas del Libro Santo subsisten siempre, puesto que la infalible Iglesia no ha borrado las figuras ni ha cancelado las profecías. Sólo la eternidad posee la medida de ellas, y los judíos, sacrificadores del Verbo hecho carne después de haberlo guardado celosamente mientras no resplandecía a sus ojos carnales, se desposaron en secreto con la horrible penitencia de estar para siempre amarrados a su sacrilegio y de continuar haciendo furiosamente con el indestructible Símbolo lo que habían hecho con la carne pasible del verdadero Dios.
¿Crucificar el dinero? ¡Sí! Subirlo al patíbulo, como a un ladrón, exaltarlo, ponerlo arriba, distarlo del Pobre, de quien es precisamente la substancia...
El Verbo, la Carne, el Dinero, el Pobre… Ideas análogas, palabras consubstanciales que designan en común a Nuestro Señor Jesucristo en el lenguaje hablado por el Espíritu Santo.
Porque tan pronto como se toca a una u otra de esas aterradoras Imágenes, acuden todas a la vez presurosas y mugiendo, como torrentes que se precipitan hacia un abismo único y central.
— ¡Soy yo! —grita cada una de ellas.
— ¡Soy yo, el Dinero, el Verbo de Dios, el Salvador del mundo! ¡Soy yo, la Senda, la Verdad, la Vida, el Padre de los futuros siglos…!
— Soy yo, que soy el Verbo, que soy el Dinero, la Resurrección, el Dios fuerte, el buen Vino, el Pan viviente, la Piedra angular!...
— ¡Soy yo, la Carne débil!... ¡La Carne débil, y no obstante, la alegría de los Ángeles, la Pureza de las Vírgenes, el Cordero de los agonizantes y el Buen Pastor de los muertos!...
— ¡Soy yo, siempre yo, el Pobre, el Padre de los Pobres! ¡Yo, el Tesoro de miseria y de ignominia, al mismo tiempo que el Rey de los Patriarcas y la Fuerza de los Mártires! ¡Yo, el Esclavo, el Perseguido, el Humillado, el Leproso, el horrible Mendigo de quien todos los Profetas han hablado... y por encima de todo, el Creador de las vías lácteas y de las nebulosas…!
Pero, ¿quién tendría pensamientos dignos de tales objetos?


[1] Léon Bloy: Christophe Colomb devant les Taureaux.