martes, 2 de abril de 2013

La Salvación por los Judíos. Léon Bloy. Capítulo X


X

Cuando Jesús clamó a su Padre: "Perdónalos, porque no saben lo que hacen", esa plegaria en boca de semejante moribundo, por mucho que se pretenda que no podía ser acogida con favor por la Gracia divina —suposición que implica la más tremenda blasfemia— debió llegar infinitamente más allá de lo que los hombres o los Espíritus de los cielos son capaces de concebir.
Como por su naturaleza las voces divinas resuenan simultáneamente en todos los ámbitos del universo, aquella plegaria debió atravesar la Corteza terrestre y repercutir eficazmente en los sombríos corredores de la tierra, donde yacen los minerales peligrosos guardados cuidadosamente en reserva por los Angeles vencidos.
El impasible Dinero, el execrable y santo Dinero, por medio del cual quiso Dios que a El mismo se lo comprara como una res, fue investido, para horror del género humano, de una supervivencia misteriosa y profundamente simbólica, cuyos custodios debían ser los descendientes de Jacob.

Por el prodigio de una ceguera que sobrepasa toda miseria y descorazona toda piedad, el más pálido de los metales reemplazó, para un pueblo condenado a vivir eternamente, al lívido Dios que había expirado entre dos ladrones.
Pienso, por consiguiente, que sólo la puerilidad sin inocencia de una especulación mercantil puede mover a incriminar obstinadamente a esa muchedumbre melancólica su felonía y su codicia sin límites. Sería preferible, sin duda, que a través de la columna de fétido humo que se alza siempre sobre su frente de guerra, tratáramos de vislumbrar, aunque fuera en un fugaz destello, el espectáculo prodigioso de su castigo interminable.
He dicho hace un instante que se ha aplastado, achicharrado, apisonado inútilmente a los Judíos durante siglos y sobre la superficie de todos los imperios. Están obligados por Dios, invencible y sobrenaturalmente obligados, a cumplir las abominables bajezas que necesitan para acreditar su deshonor de instrumentos de la Redención.
Si se recomenzara hoy la misma carnicería, el fracaso sería el mismo, porque les es absolutamente imposible dejar de ser lo que son y porque necesitan, por lo menos, la llegada de Elías y el desclavamiento de las manos y de los Pies de Cristo para ser perdonados.