domingo, 23 de junio de 2013

Ester y el Misterio del Pueblo Judío, por Mons. Straubinger, cap. III (II de II)

Una observación final facilitará tal vez la comprensión del problema. Es propio de la profecía el que abarque a veces dos perspectivas, y dos modos de cumplirse, una figurada y otra real. Así. p. ej., el vaticinio de Jesucristo en Mat. 24 tiene dos aspectos, siendo el primero (la destrucción de Jerusalén) la figura del segundo (el fin del mundo)[1]. Muchas profecías resultan puros enigmas, si el expositor no se atiene a este principio exegético que le permite ver en el cumplimiento de una profecía la figura de un acontecimiento futuro.
Sin embargo, la interpretación de uno que otro texto no deja de ser oscura, aunque explotemos todos los recursos de la hermenéutica. Quedan envueltas en el misterio precisamente aquellas cosas que más busca la curiosidad humana.
Felizmente poseemos en la carta de San Pablo a los Romanos (11, 26 y 27), la interpretación inequívoca de uno de estos pasajes obscuros que se encuentra en Isaías 59, 19-21 y que reza como sigue:

“Con esto temerán el nombre del Señor los que están al Occidente, y los del Oriente su gloria: cuando venga como un río impetuoso, impelido del Espíritu del Señor, y llegue el Redentor que ha de redimir a Sión y a aquellos hijos de Jacob, que se convierten del pecado, dice el Señor. Y éste es mi pacto con ellos, dice el Señor: el Espíritu mío que está en ti y las palabras mías que puse Yo en tu boca, no se apartarán de tus labios, dice el Señor, ni de la boca de tus hijos, ni de la boca de tus nietos desde ahora  para siempre”.


Para San Pablo las palabras recién citadas forman el fundamento exegético de su argumentación y han de referirse a la salvación final del pueblo judío[2].
Compárese con esto cómo San Pablo en Rom. 9, 27 explica en el mismo sentido otro pasaje del gran Profeta (Is. 10, 20-23):

“Entonces será, cuando los que quedaren de Israel, y los de la casa de Jacob que habrán escapado, no volverán a fiarse en el que los hiere, sino que sinceramente se apoyarán en el Señor, el Santo de Israel. Los residuos de Jacob, los residuos digo, se convertirán al Dios Fuerte. Porque aun cuando tu pueblo, oh Israel, fuese como la arena del mar, los restos de él se convertirán; los restos que se salvaren de la destrucción, rebosarán en justicia. Porque destrucción y disminución hará el Señor Dios de los ejércitos en toda la tierra”.

Jeremías, el segundo de los Profetas mayores, dedica a la renovación de Israel varios capítulos. El 31 culmina en los vers 31-36, citados expresamente por San Pablo en la Epístola a los Hebreos (8, 8 ss y 10, 16):

“He aquí que viene el tiempo, dice el Señor, que Yo haré una nueva alianza con la casa de Israel, y con la casa de Judá; alianza no como aquella que contraje con sus padres el día que los tomé por la mano para sacarlos de la tierra de Egipto: alianza que ellos invalidaron; y ejercí sobre ellos mi dominio, dice el Señor. Mas ésta será la alianza que Yo haré, dice el Señor, con la casa de Israel, después que llegue aquel tiempo: imprimiré mi Ley en sus entrañas, y la grabaré en sus corazones; y Yo seré su Dios y ellos serán el pueblo mío. Y no tendrá ya el hombre que hacer de maestro de su prójimo ni de su hermano, diciendo: Conoce al Señor. Pues todos me conocerán, desde el más  pequeño hasta el más grande, dice el Señor; porque Yo perdonaré su iniquidad y no me acordaré más de su pecado. Esto dice el Señor, que envía el sol para dar luz al día, y ordena el curso de la luna y de los otros astros para esclarecer la noche; el que alborota el mar y braman las olas; el que se llama Señor de los ejércitos. Cuando estas leyes, dice el Señor, establecidas por mi providencia, vinieren a faltar, entonces podrá faltar también el linaje de Israel, y dejar de ser nación perdurable a mi presencia (Jeremías 31, 31-36)”.

Nótese ante todo que el vaticinio se dirige a todo el pueblo judío, a ambas casas, la de Israel y la de Judá, no obstante la ruina total de aquélla y la situación desesperada de ésta, y que su fin es consolar a sus connacionales con la esperanza de la renovación de todas las tribus de Israel. Por lo cual no satisface la interpretación puramente alegórica, que entiende por "la casa de Israel" y la "casa ele Judá" y el "linaje de Israel" solamente la Iglesia. En algún sentido debe referirse también a quienes el profeta dirige la profecía, las doce tribus de Israel, como se ve claramente en Hebr. 10, 16-18.
Entresacamos otro texto de Jeremías:

"Porque he aquí que llegará tiempo, dice el Señor, en que Yo haré volver los cautivos de mi pueblo de Israel y de Judá y harélos regresar, dice el Señor, a la tierra que di a sus padres y la poseerán" (Jer. 30, 3).

El ilustrado escriturista P. Réboli, S. J. en su reciente edición de la Biblia, pone aquí (con el P. Páramo, S. J.) la siguiente nota:
"El Profeta parece que habla principalmente de la libertad completa en que será puesto el pueblo de Israel, cuando todo entero reconocerá al Mesías, y entrará en su Iglesia por la fe; porque tan sólo una pequeña parte de la nación fue la que se convirtió en el tiempo del Mesías. Tal vez por esto se añade en el v. 24, que las cosas que aquí se dicen serán entendidas al fin de los tiempos. Es de notarse, con San Jerónimo, que profetizaban las mismas cosas Jeremías en Jerusalén y Ezequiel en Babilonia. (Véase Ezech, 37 24.)".
Como se ve, la nota del P. Réboli señala, en una feliz síntesis, las siguientes verdades:

a) Las Profecías con las promesas hechas a Israel no se cumplieron en la primera venida de N. S. Jesucristo: "porque tan sólo una pequeña parte de la nación fué la que se convirtió en tiempo del  Mesías".

b) Esas Profecías no se refieren, por lo tanto, a los cristianos, sino que deben aplicarse literalmente, como dice el comentado versículo de Jeremías, al pueblo israelita y a la futura reunión de las doce tribus (Israel y Judá), reunión nunca efectuada hasta el presente[3].

c) Esa reunión, que tendrá lugar "en la tierra de sus padres", como dice el texto de Jeremías, comportará "la libertad completa en que será puesto el pueblo de Israel", y será la conversión total de dicho pueblo "cuando todo entero reconocerá al Mesías y entrará en la Iglesia por la fe", según las profecías de San Pablo que hemos comentado en el presente estudio.
                                  
d) Estos admirables misterios se cumplirán "al fin de los tiempos", como lo hace notar el P. Réboli de acuerdo con el v. 24 de este mismo capítulo 30 de Jeremías.

e) En confirmación de todas estas verdades, "debemos notar, como lo hacía San Jerónimo", que ellas eran enseñadas igualmente "por Jeremías en Jerusalén", según acabamos de verlo y "por Ezequiel en Babilonia", como se ve en Ezech, 37, 24; pasaje que transcribimos más adelante.

Otra nota en que el docto jesuita completa el panorama profético a que nos hemos referido en este estudio, es la que pone al vers. 13 del mismo cap. 39 de Jeremías, en el cual Dios reprocha al pueblo de Israel su rebeldía, diciéndole:

"No hay remedios que te aprovechen."

"Esto es, observa el P. Réboli, la ceguedad y dureza del pueblo judaico en no querer reconocer al Mesías, es de suyo incurable: se necesita un milagro de la gracia, el cual obrará Dios a su tiempo. Ver Rom. cap. 11." Efectivamente será así, como lo hemos visto al estudiar ese capítulo de S. Pablo que cita el P. Réboli: la conversión de Israel es una cosa que Dios obrará, no por los méritos de este pueblo, sino movido exclusivamente por su misericordia. De ahí que S. Pablo lo anuncie como un gran misterio, y llegue a decir, en dicho capítulo, que, con miras a esa futura conversión, "algunos pocos han sido reservados por Dios según la elección de su gracia." Y agrega: "Y si por gracia, claro está que no por obras: de otra suerte la gracia no fuera gracia" (Rom. 11, 5-6). Ver también Deut. 4, 30 s.
De la misma manera consuela el profeta Ezequiel a su pueblo. Se reunirán los israelitas en un solo rebaño y habitarán perpetuamente la tierra santa de sus padres. He aquí la profecía a la cual se refiere la nota del P. Réboli:

“No se contaminarán más (los judíos) con sus ídolos, ni con sus abominaciones, ni con todas sus maldades. Yo los sacaré salvos de todos los lugares donde ellos pecaron, y los purificaré, y serán ellos el pueblo mío, y Yo seré su Dios. Y el siervo mío David será el rey suyo, y uno solo será el pastor de todos ellos: y observarán mis leyes y guardarán mis preceptos y los pondrán por obra. Y morarán sobre la tierra que Yo di a mi siervo Jacob, en la cual moraron vuestros padres; y en la misma morarán ellos y sus hijos, y los hijos de sus hijos eternamente; y David[4], mi siervo, será perpetuamente su príncipe. Y haré con ellos una alianza de paz, que será para ellos una alianza sempiterna; y les daré firme estabilidad, y los multiplicaré, y colocaré en medio de ellos mi santuario para siempre. Y tendré junto a ellos mi tabernáculo, y Yo seré su Dios, y ellos serán el pueblo mío. Y conocerán las naciones, que Yo soy el Señor, el santificador de Israel, cuando estará perpetuamente mi santuario en medio de ellos” (Ez. 37, 23-28)”.

Pasamos por alto otros anuncios de los Profetas mayores, para incluir algunos de los menores:

“Porque los hijos de Israel mucho tiempo estarán sin rey, y sin príncipe, y sin sacrificio, y sin altar, y sin efod (prenda del S. Sacerdote), y sin terafines (oráculos). Y después de esto volverán los hijos de Israel y buscarán al Señor su Dios, y a David su rey (al Mesías hijo de David), y se acercarán con temor al Señor y a sus bienes en el fin de los tiempos” (Oseas 3, 4, 5).

Hay unanimidad entre los exegetas sobre el sentido de esta profecía. Todos la refieren al pueblo de Israel, que algún día mirará y admirará al Redentor, pero esto, según muchos, será, como se expresa Scío, "en la postrimería de los días, al fin del mundo"[5].

“Y sacaré de la esclavitud al pueblo mío de Israel, y edificarán las ciudades abandonadas y las habitarán, y plantarán viñas y beberán el vino de ellas, y formarán huertas y comerán su fruta. Y Yo los estableceré en su país, y nunca jamás volveré a arrancarlos de la tierra que Yo les di, dice el Señor Dios tuyo” (Amós 9, 14-15).

Este último versículo muestra que no se trata de la vuelta del cautiverio babilónico, que fué transitoria, sino de una definitiva y perpetua; profecía que hasta hoy no se cumplió ni literal ni alegóricamente.

“En aquel tiempo Yo reuniré conmigo, dice el Señor, aquella (nación) que cojeaba (Israel), y volveré a recoger aquella que Yo había desechado y abatido; y salvaré los restos de la que cojeaba, y formaré un pueblo robusto en aquella que había sido afligida; y sobre ellos reinará el Señor en el monte Sión desde ahora para siempre jamás” (Miqueas 4, 6 s.).

“Esto dice el Señor de los ejércitos: Yo he vuelto a Sión y moraré en medio de Jerusalén; y Jerusalén será llamada ciudad de la verdad, y el monte del Señor de los ejércitos, monte santo” (Zac. 8, 3).

Y vendrán a Jerusalén muchos pueblos y naciones poderosas a buscar al Señor de los ejércitos y a orar en su presencia. Así dice el Señor de los ejércitos. Esto será cuando diez hombres de cada lengua y de cada nación tomarán a un judío, asiéndole de la franja del vestido y le dirán: iremos contigo porque hemos conocido que con vosotros está Dios” (Zac. 8, 22:23).

“Y derramaré sobre la casa de David y sobre los moradores de Jerusalén espíritu de gracia y de oración, y pondrán su vista en Mí, a quien traspasaron (es decir en Cristo: Cf. Juan 19, 37), y lo  plañirán con llanto, como sobre un unigénito. Y harán duelo sobre Él, como se suele hacer en la muerte de un primogénito” (Zac. 12, 10).

“Y en aquel día brotarán aguas vivas en Jerusalén, la mitad de ellas hacia el mar oriental, y la otra mitad hacia el mar occidental. Serán en verano y en invierno. Y el Señor será el Rey de toda la tierra. En aquel tiempo el Señor será el único; ni habrá más nombre que el suyo. Y la tierra (de Judá) volverá a ser habitada hasta el desierto, desde el collado de Remmón, hasta el mediodía de Jerusalén; y será ensalzada, y será habitada en su sitio, desde la puerta de Benjamín hasta el lugar de la puerta primera, y hasta la puerta de los ángulos; y desde la torre de Hananeel, hasta los lagares del rey. Y será habitada, ni será más entregada al anatema; sino que reposará Jerusalén tranquilamente” (Zac.14, 8-11).

Estas profecías, que no son más que un pequeño florilegio de un jardín riquísimo, bastarían para hacernos vislumbrar el valor trascendental que los Profetas, por inspiración divina, atribuían al "restablecimiento' (Rom. 11, 11) de su pueblo: idea fundamental del Antiguo Testamento e interpretada irrefutablemente por el Apóstol de los gentiles en Rom., cap. 11.
No falta en el cuadro el Profeta que ha de venir para encaminar la obra de la salvación. Es, según el Eclesiástico (48, 10), Elías, “el que está constituído en los decretos de los tiempos para aplacar la ira del Señor; para reconciliar el corazón del padre con el hijo, y restablecer las tribus de Jacob”.
La primera parte de tan consoladora promesa se encuentra también en Malaquías (4, 6), con el agregado: “a fin de que Yo (Dios), en viniendo, no hiera la tierra con anatema.”
El mismo Señor confirma que Elías ha de venir al final y "restituirá todas las cosas" (Mat. 17, 11) aunque ya el Bautista puede considerarse como un nuevo Elías (Mat. 11, 14)[6]. Como acabamos de ver en el Eclesiástico (48, 10), la venida de Elías tendrá también por fin "restablecer las tribus de Jacob", es decir, la realización de las profecías sobre el "restablecimiento" (Rom. 11, 15) de Israel.
Según los SS. Padres, Elías no solamente convertirá a los judíos, sino que también hará florecer en la Iglesia su antigua piedad y nativo esplendor (Páramo)[7].



[1] Nota del Blog: sobre esto ya hemos dicho algo y volveremos a hablar.

[2] Los intérpretes que, como por ej. Simón-Prado, ven en Rom. 11, 27 citado también a Is. 21, 9 han de aplicar igualmente este pasaje a la conversión de Israel, "la viña del vino rico", (v. 2) "Cuando vieren (los judíos) que destruido su templo y los otros que hayan consagrado a los ídolos se erigen por todas partes altares y templos al verdadero Dios; entonces comenzarán ellos a abrir los ojos, y se convertirán a Jesucristo." (Nota de Scío a Is. 27, 9).

[3] Al convertirse toda la nación judía a la fe, entonces se verificará la reunión de todas las tribus en el reino do Jesucristo.- (Nota de Páramo, S. J. a Jer. 30, 9).

[4] El Mesías, que es descendiente de David. Ver Jer. 23, 5 s.; 30, 9; 33, 15 s.; Os. 3, 5, etc.

[5] Esto no impide aplicarla también al regreso del cautiverio babilónico, el cual es imagen de la vuelta definitiva de Israel a Cristo (Calmet, Lepicier).

[6] Estos textos acerca de Elías confirman la idea que las profecías precitadas no se limitan a un sentido tan sólo condicional y a tiempos pasados.

[7] El Apocalipsis (11, 3) menciona a dos Profetas-Testigos de los últimos tiempos. El uno sería Elías, el otro Henoc, según la opinión más común entre los Padres y Doctores que han comentado el pasaje. La exégesis moderna se aleja en parte de esta interpretación y considera que esos testigos son los predicadores del Evangelio (Allo, Buzy, etc.).