viernes, 30 de agosto de 2013

La Iglesia Católica y la Salvación, Cap. VI, II Parte.

VI


LA ENCICLICA MYSTICI CORPORIS CHRISTI

La verdad Católica sobre este punto es comparativamente complicada. Por una parte está el hecho de que el Reino de Dios sobre la tierra en el Nuevo Testamento es la sociedad organizada llamada Iglesia Católica, la organización religiosa dentro de la cual el Obispo de Roma es el supremo jefe visible. Por otra parte, no es menos cierto que alguien puede morir como uno de los individuos que componen la Iglesia Católica y aún así perderse por toda la eternidad y que un no-miembro de la Iglesia puede morir estando “dentro” de la Iglesia de tal forma que alcance la Visión Beatífica.
A fin de explicar este conjunto de verdades divinamente reveladas sobre la Iglesia militante del Nuevo Testamento, los teólogos de la Iglesia Católica tradicionalmente han empleado una distinción entre dos diversas clases de factores que nos unen a Nuestro Señor en Su Cuerpo Místico. Esta distinción apareció por primera vez en los escritos anti-donatistas de San Agustín. Fue elaborado por el primer grupo de teólogos contra-reforma, particularmente por los escritores de Lovaina, Santiago Latomus y Juan Driedo. San Roberto la resumió y popularizó en su obra maestra De ecclesia militante[1]. Desde el tiempo de San Roberto esta distinción ha formado parte integral de la eclesiología tradicional o escolástica. La encíclica Mystici Corporis Christi utilizó esta distinción dándole así la sanción de magisterium eclesiástico.

Por otra parte debiendo ser este Cuerpo social de Cristo, como dijimos arriba, visible por voluntad de su Fundador, es menester que semejante unión (conspiratio) de todos los miembros se manifieste también exteriormente en la profesión de una misma fe, en la comunicación de unos mismos sacramentos, en la participación de un mismo sacrificio y, finalmente, en la observancia esmerada de unas mismas leyes. Y, además, es absolutamente necesario que esté visible a los ojos de todos la Cabeza suprema que guíe eficazmente, para obtener el fin que se pretende, la mutua cooperación de todos: Nos referimos al Vicario de Jesucristo en la tierra. Porque así como el divino Redentor envió al Espíritu Paráclito de verdad para que haciendo sus veces asumiera el gobierno invisible de la Iglesia, así también encargó a Pedro y a sus sucesores que, haciendo sus veces en la tierra, desempeñaran el régimen visible de la sociedad cristiana”.
A estos vínculos jurídicos, que son suficientes en su propia razón (quae iam ratione sui sufficiunt), de forma tal que superan por lejos a todos los otros vínculos de cualquiera sociedad humana, incluso la más elevada, es necesario añadir otro motivo de unidad por razón de aquellas tres virtudes que tan estrechamente nos juntan uno a otro y con Dios, a saber: la fe, la esperanza y la caridad cristianas[2].


La declaración de la Mystici Corporis Christi sobre la natura de la pertenencia a la vera Iglesia de Jesucristo es, a fin de cuentas, una afirmación sobre el hecho de que sólo estos lazos externos o jurídicos son suficientes para que alguien sea parte o miembro desta organización que es de hecho el reino sobrenatural de Dios según la dispensación del Nuevo Testamento. Así de una forma definitiva e intensamente práctica, la encíclica insistió sobre la verdad de que la sociedad visible conocida como Iglesia Católica es en realidad la comunidad llamada el Cuerpo Místico de Jesucristo. Hizo esto precisamente para mostrar que el Cuerpo Místico es una vera sociedad organizada, una asociación visible cuyos miembros pueden ser conocidos por medio de características externamente reconocibles.
Aquellos que están al tanto de la literatura popular sobre eclesiología, anterior a la publicación de la Mystici Corporis Christi no necesitan que se les diga cuán necesaria era esta enseñanza. Durante la primera parte de nuestro siglo se desarrolló una tendencia de parte de algunos escritores Católicos que intentaron una explicación muy simplificada de la necesidad de la Iglesia para la salvación. Según estas personas todo aquel que se salva muere como miembro de la Iglesia Católica.
Insistían en que muchos de los que se salvaban, salían desta vida como miembros de comunidades religiosas no-Católicas o sin afiliación religiosa alguna. Sin embargo, al mismo tiempo afirmaban que estos mismos individuos eran real aunque invisiblemente miembros de la vera Iglesia de Jesucristo.
Así, según su enseñanza, la sociedad visible que el mundo conoce como Iglesia Católica, la sociedad religiosa en comunión con y sujeta al Romano Pontífice, no era completa y exactamente lo mismo que el Cuerpo Místico de Cristo, fuera del cual nadie se salva[3]. Por una implicación directa y necesaria su enseñanza llevaba a la conclusión que el vero Cuerpo Místico de Cristo no era en absoluto una organización o sociedad, puesto que sostenían que esta sociedad podía tener verdaderos y genuinos miembros que no podían ser en modo alguno reconocibles como miembros o partes de la comunidad a cargo del Obispo de Roma.
La sección de la Mystici Corporis Christi que trata de los requisitos para la membresía termina con la advertencia de que “aquellos que están separados (del Cuerpo Místico de Cristo) de diversos modos en fe o régimen no pueden estar viviendo en este Cuerpo y no pueden estar viviendo por su divino Espíritu”.
Vivir del Cuerpo Místico de Cristo por el divino Espíritu es vivir la vida de la gracia santificante. Por lo tanto, la enseñanza desta encíclica es que las personas que están separadas de la Iglesia en fe y gobierno no pueden vivir la vida de la gracia santificante y no pueden poseer la virtud de la caridad. Obviamente esta enseñanza implica que todos aquellos que viven la vida de la gracia santificante y que lo hacen por el amor de caridad están unidos de alguna manera en su fe y gobierno a la vera Iglesia de Nuestro Señor.
La Iglesia siempre ha tenido en cuenta, al enseñar sobre su propia necesidad para la salvación eterna, el hecho de que los no-miembros del Cuerpo Místico de Cristo pueden poseer la vida de la gracia y elicitar el acto de caridad. Sin embargo, al mismo tiempo siempre ha insistido en el hecho de que nadie que esté veramente separado délla en fe y en caridad puede vivir la vida sobrenatural de la gracia. De aquí que los teólogos se han puesto a explica cómo un individuo que no es miembro de la Iglesia puede estar unido a ella de forma tal de poseer la vida de la gracia. Desde el tiempo de Tomás Stapleton y San Roberto Belarmino, la eclesiología escolástica ha explicado esta unión salvífica con la Iglesia de parte de los no-miembros en términos de un deseo o intención sinceros de parte del no-miembro de entrar en esta sociedad y de permanecer en ella. Mostraron que no puede decirse que aquel que busca y ruega por la incorporación al vero reino sobrenatural sobre la tierra, esté veramente separado de esa sociedad en su fe y en su gobierno.
La Iglesia Católica y sus teólogos también han enseñado que un deseo sincero de entrar y permanecer en la Iglesia puede ser efectivo en cuanto a la obtención de la salvación eterna incluso cuando ese deseo es meramente implícito, esto es, que no esté basado en una noción clara y distinta de la Iglesia misma. Enseñanzas anteriores del magisterium como la Singulari quadam y la Quanto conficiamur moerore han tenido en cuenta esta enseñanza, sin mencionar, sin embargo, con claridad ningún deseo implícito. La encíclica Mystici Corporis Christi, al referirse explícitamente a este factor, avanzó así el estudio desta parte de la teología que trata sobre la vera Iglesia de Jesucristo. Contribuyó a esto en una sección en la cual señala la posibilidad de salvación para una persona unida a la Iglesia sólo por medio de un deseo implícito pero sincero y genuino, de entrar en ella y al mismo tiempo, indica la inseguridad espiritual que caracteriza la posición en que se encuentra ese individuo.

“También a aquellos que no pertenecen a la estructura (compage) visible de la Iglesia Católica, ya desde el comienzo de Nuestro Pontificado como bien sabéis, Venerables Hermanos, Nos los hemos confiado a la celestial tutela y providencia, solemnemente afirmando, a ejemplo del Buen Pastor, que nada llevamos más en el corazón que el que tengan vida y la tengan en más abundancia. Esta Nuestra solemne afirmación deseamos repetirla por medio de la presente Carta Encíclica, en la cual hemos cantado las alabanzas del grande y glorioso Cuerpo de Cristo, implorando las oraciones de toda la Iglesia para invitar desde lo más íntimo del corazón a todos y a cada uno de ellos a que, rindiéndose libre y espontáneamente a los internos impulsos de la gracia divina, se esfuercen por salir de ese estado, en el que no pueden estar seguros de su propia salvación eterna; pues, aunque por cierto inconsciente deseo y voto están ordenados al Cuerpo místico del Redentor (etiamsi inscio quodam desiderio ac voto ad mysticum Redemptoris Corpus ordinentur), carecen sin embargo de tantos y tan grandes dones y socorros celestiales, como sólo en la Iglesia Católica es posible gozar”.

Las personas que describe el Santo Padre como que no están “seguras” sobre su salvación eterna son los no-miembros de la Iglesia que no tienen una intención clara o explícita de entrar en esta sociedad. Esto es evidente por el contexto ya que está hablando de “aquellos que no pertenecen a la estructura visible de la Iglesia Católica (qui ad adspectabilem non pertinent Catholicae Ecclesiae compagem)”, y de personas que pueden estar ordenadas o dirigidas a la Iglesia por un cierto deseo y voto inconciente. Las condiciones que establece son pues, tales, que excluyen tanto a los miembros de la Iglesia como a los no-Católicos que conocen claramente a la Iglesia y que desean explícitamente unirse a ella.
A propósito, a esta altura es bueno señalar el carácter desorientador y un tanto impreciso de la expresión “cuerpo visible de la Iglesia Católica”, empleadas en este lugar en muchas traducciones. El término latino traducido aquí como “cuerpo” es la palabra “compages”. De hecho, tiene el sentido de una reunión, una estructura o una composición. Además, en razón de la excéntrica terminología que a veces ha sido empleada en obras religiosas populares sobre la Iglesia como el Cuerpo Místico de Nuestro Señor y que tratan sobre el dogma de la necesidad de la Iglesia para la eterna salvación, fue un tanto desafortunado hacer creer a las personas que la encíclica misma habló de un cuerpo visible de la Iglesia Católica. Siempre existió el peligro de desorientar a las personas, a través de la influencia de tratados no-científicos escritos antes de la publicación de la Mystici Corporis Christi, haciéndoles creer que tal terminología les permitía sostener que existía algo así como un cuerpo invisible de la vera Iglesia de Jesucristo.
El Santo Padre, en su encíclica, resalta el hecho de que desde el comienzo de su pontificado, ha estado pidiendo a Dios por la salvación eterna de los no-Católicos, como así también por la salvación de los miembros de la vera Iglesia. Le pidió a Dios que los proteja a todos y les conceda que tengan vida y la tengan en abundancia. Al actuar desta forma, el Soberano Pontífice actuaba según el mandato de Dios. Él es el Vicario de Cristo en la tierra. Nuestro Señor, de quien es Vicario, dijo, al definir el fin fundamental de Su propia misión: “He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia”[4].
Ahora bien, el texto de la Mystici Corporis Christi deja bien en claro que el Santo Padre sabe y enseña que la vida de la gracia santificante sólo puede ser poseída por aquellos que de alguna manera están “dentro de” o en contacto vital con la Iglesia. Los no-miembros de la Iglesia que no tienen un deseo explícito de unirse o entrar a la Iglesia pueden tener la vida de la gracia, pero sólo si están ordenados o dispuestos hacia la Iglesia por medio de cierto deseo o voto inconciente. Como una consecuencia obvia, pues, la enseñanza del Romano Pontífice implica que los no-miembros de la Iglesia Católica que ni siquiera tienen un deseo o intención implícito de entrar en el Cuerpo Místico de Jesucristo, están en una situación en la cual no pueden poseer la vida sobrenatural de la gracia santificante. Este es, por supuesto, la misma enseñanza dada tan efectivamente por Bonifacio VIII en la Unam Sanctam, cuando declaró que fuera de la Iglesia no hay ni salvación, ni remisión de los pecados.
En la Mystici Corporis Christi Pío XII afirma la vera doctrina Católica al enseñar que los no-miembros que están dentro de la Iglesia, solamente en el sentido de que tienen un deseo implícito o inconciente de entrar en ella como miembro puede poseer la vida sobrenatural de la gracia santificante. Al mismo tiempo, sin embargo, enseña algo muy necesario para algunos de los escritores de nuestra generación cuando señala el hecho de que las personas que están dentro de la Iglesia sólo por un deseo inconciente no pueden estar seguros de su salvación precisamente porque “carecen sin embargo de tantos y tan grandes dones y socorros celestiales, como sólo en la Iglesia Católica es posible gozar”.
Aquí la expresión “en la Iglesia Católica”, obviamente significa “en la membresía de la Iglesia Católica”. Manifiestamente el Santo Padre se refiere a las incomparables ventajas espirituales que el hombre puede gozar (“licet frui”, en las palabras del texto latino de la encíclica) como miembro de la Iglesia Católica que no están ni pueden estar disponibles para aquel que está “dentro” de la Iglesia únicamente en el sentido de tener un deseo implícito de entrar y permanecer en ella. Estas ventajas son de tal natura que dan a quien las posee, una especia de relativa seguridad sobre su eterna salvación. Nadie que no goce de la membresía en la vera Iglesia puede poseer tal seguridad.


[1] Cf. De ecclesia militante, cap. 2.

[2] AAS, XXXV, 227.

[3] Nota del Blog: no es necesario insistir demasiado sobre la actualidad desta afirmación: después de negar la identidad entre la Iglesia Católica y la Iglesia fundada por Jesucristo, el Vaticano II, lógicamente, le abrió las puertas de la salvación a las otras religiones.

[4] Jn. X, 10.