viernes, 13 de septiembre de 2013

La restauración de Israel en los Profetas. II de VI

FuenteEstudios Bíblicos XI (1952), pag. 157 ss.

AutorP. González Ruiz, José M.

II. AMPLITUD Y ALCANCE DE LA GRANDEZA FUTURA
DEL PUEBLO DE ISRAEL.

Todas las profecías referentes a la suerte futura de Israel coinciden en anunciar una situación privilegiada para el pueblo escogido, que

a) se refiere al menos a primera vista, a la colectividad etnográfica de la descendencia de Abrahán,

b) tiene siempre una intención final religioso-mesiánica, aun cuando las profecías estén envasadas en promesas de prosperidad material, y

c) incluye constantemente la destinación de la tierra de Canaán, como el lugar de citas de todas las promesas divinas.

Este hecho nadie lo niega. Basta, para convencerse, una lectura somera de todas las profecías. La divergencia surge cuando se trata de la interpretación.
Como acabamos de decir, partimos de la base de la inspiración. Y por tanto, sólo tenemos en cuenta las soluciones cristianas y judías.

1. Diversas soluciones.

Las diversas soluciones que se han propuesto del difícil enigma de la interpretación de las profecías referentes a la futura grandeza de Israel, se pueden reducir cómodamente a dos grupos: judío el uno y cristiano el otro.

A) La solución judía: Israel tendrá una hegemonía política mundial.

La corriente dominante entre les hebreos ha sido siempre y continúa siéndolo en nuestros días, el suponer que las viejas profecías prometen a Israel un vasto imperio político que aún está por realizar. Como resumen autorizado de la interpretación judía, hacemos a continuación un extracto de la interpretación del Dr. Klausner, profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalén[1].


El Mesías se esfuma ante Israel, y no ocupa más que un puesto secundario y accidental. Un judío, perfectamente adherido a sus creencias ortodoxas, podría excluir de su espíritu la idea del Mesías (p. 10).
Sin el Mesías, el judaísmo está sin duda mutilado, pero subsiste aún (p. 20).
En realidad, es Israel como pueblo el que ocupa el proscenio de la historia. Es él el que, fiel a su Dios, confiado en sus buenas obras, debe ir a la cabeza del progreso y apresurar así el tiempo de la conversión del mundo entero (pp. 21-22).
Se puede admitir un Mesías secundario, hijo de José, que congregará los ejércitos de Israel en  la lucha contra Gog y Magog y que morirá luchando (pp. 8 y 20).
Pero el verdadero Mesías será hijo de David. Aparecerá como un rey victorioso. Por lo demás no sobrepasará la esfera de un simple mortal. Será un justo dotado del espíritu de sabiduría y de temor de Dios, revestido de poder y valor. Filón se lo imagina como el super-hombre del judaísmo. Representa, en el movimiento ascensional de la humanidad, el concepto-límite que el judaísmo propone del puro hombre (p. 11).
Su reino será de este mundo. Encarnará en sí el ideal de la nación judía, su ardiente deseo de sacudir por fin el yugo de la dispersión y de reagruparse en la Tierra de sus padres (p. 12).
En el momento en que se realice este retorno, empezarán los “días del Mesías”. Israel será recogido desde los cuatro ángulos del mundo y  congregado en su patria, en torno a Jerusalén (p. 9).
La lengua hebrea volverá a florecer. El reino de la casa de David será realzado (p. 13).
El Mesías gobernará no solamente a Israel, sino, en cierto sentido, a todos los pueblos (p. 105).
La restauración de Israel arrastrará, en efecto, en pos de sí la del mundo entero. Será el fin de la idolatría y de todos los males que ésta engendra. No se reconocerá en la tierra ni pobreza ni dolores ni guerras. La paz reinará entre los hombres y entre los pueblos (p. 8).
La misma naturaleza exterior será rescatada. El lobo pastará con la oveja; ya no habrá serpientes venenosas ni bestias salvajes; o mejor, dejarán de dañar al hombre. La tierra se recubrirá de mieses y de recolecciones. La edad de oro, que el helenismo colocaba en el atrio de la historia, será finalmente establecida sobre la tierra. (pp. 9 y 13).
Pero el rasgo esencial de todo este cuadro, aquél con el que muchos parecen contentarse por necesidad, y con el cual termina Klausner su obra, es que por fin Israel será librado de la opresión. (“La sola diferencia que separa este mundo de los días del Mesías, es la tiranía de las naciones”, p. 22).
Termina diciendo: “La fe mesiánica es la semilla del progreso, dispensada por el judaísmo y proyectada al mundo entero” (p. 22).

No es necesario acudir a la interpretación neotestamentaria para refutar este concepto judaico sobre el sentido de las profecías referentes a la futura grandeza de Israel. Sin salir del Antiguo Testamento, la interpretación judía causa una decepción inevitable a los lectores de la Biblia. La grandeza de la Escritura queda rebajada a un nivel bajísimo: toda la omnipotencia divina empleada a fondo para realizar un mísero, mezquino y problemático programa de una efímera prosperidad material[2]. ¡Qué sarcásticas resonarán estas pretendidas promesas divinas en los oídos del multimillonario neoyorquino, fantásticamente instalado en la metrópolis del progreso! ¿Cómo convencer a este judío de la excelencia de la Tierra de Promisión sobre la espléndida zona de la Diáspora en la que le ha cabido en suerte vivir?
Además, “¿cómo un ideal tan inmergido en las cosas de este mundo es conciliable con el anuncio ardiente que hacen los profetas de esas maravillosas efusiones de santidad y de pureza que dejan ya vislumbrar toda la espiritualidad evangélica del Reino que “no es de este mundo?”[3].

B) Las soluciones cristianas:

a) Se trata de Profecías condicionadas a la conducta del pueblo (entre los antiguos passim y algunos modernos).

Todas las promesas de felicidad temporal hechas a los judíos estaban expresa o implícitamente condicionadas a la buena conducta de éstos. Las ideas contenidas en el cap. XXX del Deuteronomio se repiten instantemente después en la literatura profética[4].
En los comentarios a los Profetas no se suele exponer ésta como la única y suficiente solución del problema, sino como una aportación colateral unida a otros puntos de vista.
En efecto, la condicionalidad de la profecía se puede llevar hasta ciertos límites, pero ante la insistencia machacona de la promesa de un futuro feliz, descartando a veces explícitamente la posibilidad de una condición subrepticia que todo lo derrumbe, esta explicación no resuelve prácticamente nada.

b) Se trata de expresiones meramente simbólicas, cuyo profundo sentido se agota en la Iglesia (muchos antiguos y Knabenbauer, Dürr, Peters, etc).

Esta ha sido, por así decirlo, la explicación tradicional en la exégesis católica. La profecía es un árbol frondoso, recargado de hojas y de flores, y hay que entrar a saco en esa selva florida y descubrir en su interior el fruto seco y sólido de la única realidad prometida.
Alápide reúne en una fórmula concisa toda esta exégesis, encerrándola en el octavo de sus Canones Prophetis facem praeferentes:

Solent Prophetae felicitatem bonorum spiritualium et gratiam Evangelii Christi comparare cum ubertate terrena legis veteris et priorum temporum, illamque per hanc significare, ut dicant Deum per Christum daturum abundantiam olei et vini, et copiam pecorum et  pascuorum, aurum et argentum, domos et palatia ; per quae non haec ipsa materialia, sed spiritualia bona et charismata intelligunt, idque feciunt, tum quia horurn erant typus, tum quia judaei, quibus loquebantur prophetae, fere alta bona non norant, nec aestimabant”.

Sin embargo, esta exégesis se puede llamar tradicional, solamente en algunos rasgos fundamentales, o sea en la admisión del hecho indudable de que las profecías están empedradas de metáforas, por medio de las cuales se apunta frecuentemente a bienes de orden superior espiritual.
En esto, sí hay un acuerdo absoluto, pero no en la determinación concreta del alcance y amplitud de tal o cual metáfora o expresión simbólica.
En concreto, nos preguntamos: el futuro glorioso prometido al pueblo de Israel, ¿es exclusivamente espiritual? ¿Se refiere al Israel de Dios, y de ninguna manera al Israel racial?
He aquí el problema planteado bajo una forma nueva, que no se propusieron los seguidores de esta exégesis tradicional.
Este principio de interpretación simbolista ha sido recientemente recomendado por Dürr[5], N. Peters[6], y parcialmente con mucha reserva por Touzard[7].
Ciertamente, las descripciones, a veces tan exuberantes, del bienestar material y de la gloria nacional de que gozarán un día los israelitas, no hay que tomarlas en un sentido estrictamente literal. Pero, aunque los profetas emplean locuciones metafóricas, como cuando por ejemplo, describen la santidad admirable y la longevidad de los elegidos, la fertilidad prodigiosa de la tierra el predominio de Israel en el mundo, etc.; en definitiva, lo que quieren prometer son solamente bienes de orden material, pues los bienes espirituales son predichos por ellos mismos, casi siempre simultáneamente y en términos no menos claros[8].

c) En las profecías se habla ciertamente de una grandeza temporal de Israel, pero se trata de rasgos secundarios que nunca se cumplieron ni se cumplirán (Dennefeld, Lagrange, Touzard, Fisher y la mayoría de los más recientes exégetas católicos).

Hoy, en la exégesis moderna tanto de católicos como de  protestantes conservadores, se tiende a una solución ecléctica, que se puede reducir a estos dos puntos:

1) En  las  profecías se promete ciertamente una felicidad de orden temporal.

“El mesianismo —escribe Dennefeld[9]—, ha llevado siempre consigo tantas aspiraciones hacia la gloria de Israel como hacia la gloria de Yahvéh. El establecimiento del Reino de Dios se concibe casi siempre como idéntico al establecimiento del reino de los judíos. El Mesías se vislumbra en primer lugar como un rey poderoso que restablecerá el poder de su pueblo. Los videntes prometen no sólo bendiciones espirituales, sino también bienes materiales. Anuncian, para la plenitud de los tiempos, todo lo que el hombre puede soñar con respecto al bienestar terrestre, y no hablan jamás explícitamente de la salvación y del bienestar ultraterrestre. Siempre enfocan la era mesiánica como el estado definitivo de la humanidad; solamente en los dos últimos apocalipsis, ambos compuestos en la era cristiana, el tiempo mesiánico se considera como intermediario entre la vida actual de la humanidad y la vida trascendente. Para explicar este contraste no basta naturalmente decir que las promesas habían sido dadas a condición de que Israel permaneciera fiel a su Dios. Sin duda, los judíos, por su endurecimiento, perdieron sus favores y el derecho de ver realizada la esperanza de un bienestar terrestre. Sin embargo, los profetas habían anunciado la llegada de la salvación material de una manera tan cierta como la de la salvación espiritual”.

2) Estas profecías referentes al orden temporal, en su calidad de envases caducos de las promesas de orden moral y religioso, no se han cumplido ni se cumplirán jamás a la letra. 

“Pero entonces —continúa Dennefeld-, ¿cómo comprender esos oráculos de contenido material y terrestre en vista del carácter exclusivamente espiritual del Nuevo Testamento? No hay más que un solo medio: concebirlos como elementos secundarios del mesianismo que, como el mismo judaísmo, llegarían un día a convertirse en caducos. Durante mucho tiempo fueron indispensables, como envoltura de la expectativa de la salvación espiritual: solamente por ellos pudo Dios hacer accesible esta sublime perspectiva al espíritu carnal y temporal de los judíos. Ellos rodeaban, como una cáscara, a esta nuez preciosa: mientras que ésta no estuvo madura, la cáscara le estaba inseparablemente unida; pero debería desprenderse en el momento en que las revelaciones del Nuevo Testamento sobre la otra vida hicieran considerar como mezquina toda aspiración material y nacional”.

De la misma manera opinan Lagrange, Touzard, J. Fischer y otros.
Como vemos, la tesitura del problema ofrece síntomas de gravedad. La exégesis contemporánea ha tenido que llegar a verdaderas zonas de compromiso.
En definitiva, ambas posturas, cristiana y judía, se encuentran en un campo común, para partir desde aquí en direcciones opuestas. Ambos sostienen que en las profecías se le promete a Israel una cierta grandeza temporal.
La solución cristiana ve en estas promesas de grandeza temporal solamente el envoltorio de otras promesas de bienes espirituales, pero en realidad tales grandezas nunca sobrevendrán a Israel; en este punto no se han cumplido ni se cumplirán las profecías.
Los judíos, por el contrario, parten de la misma premisa o sea el hecho de la profecía sobre la futura grandeza de Israel, y llegan a la conclusión de que en ellas se anuncia la existencia de un imperio político mundial para su pueblo.
¿Cuál de las das posturas es más lógica? Creemos sinceramente, libres de prejuicio, que la postura judía, a pesar de su absoluta discutibilidad, está vinculada con más lógica a las premisas establecidas.

Continuabitur



[1] Klausner, J.: Der jüdische Messias und der christlicher Messias, trad. del hebreo al alemán.
Nota del Blog: Nos parece exagerado decir que la opinión del Dr. Klausner es representativa de los judíos. ¿Hasta qué punto los judíos ortodoxos, ya que de los liberales no tiene sentido hablar, comparten la idea de que la persona del Mesías queda relegada a un segundo plano hasta llegar a prescindir de él, o que Israel es separable de su Mesías, o que debe confiar en sus buenas obras y no en Dios, etc?

[2] Nota del Blog: Aún con los puntos enumerados por Klausner, no es cierto decir que todo se reduce a una prosperidad material. Decir que el Mesías terminará la idolatría y todos los males que esta engendra, que no habrá más guerras, etc. no nos parece que sean bienes puramente materiales. Además, que el reinado del Mesías traerá también estos bienes materiales creo que no podría ponerse en duda.

[3] Journet, Ch.: Destinées d'Israel, Paris, 1945; p. 88.

[4] “The predictions of the prophets were conditional. They were made to enforce the appeal for righteousness in the present. They foretold the consecuences of sin on the one hand, and of righteousness on the other. Judgments might be averted by repentance. Blessings might be forfeited by disobedience. This principle is clearly laid down in Jer. XVIII, 7-10 and is of universal application. The “if” is implied even when it is not expressed. Thus Jonah's prediction that Nineveh woud be destroyed in forty days was not fullfilled, yet Jonah was not a false prophet, because the threat was only made on the supposition that Nineveh remained impenitent”. Dummelow, J.R.: A commentary on the Holy Bible. New York, 1920; p. LXIV.

[5] Ursprung und Ausbau der Heilandserwartung, 1925; p. 74.

[6] Weltfriede und Propheten, 1917; p. 46 s.

[7] Dict. apol. t. II, col. 1641.

[8] Dennefeld. Le messianisme, en Dic. Théol. Cathol., X, 1567 s.

[9] Ibid.