jueves, 14 de noviembre de 2013

La Iglesia Católica y la Salvación, Cap. VI, III Parte.

La encíclica habla de los no-miembros que tienen un vero y sincero deseo, aunque meramente implícito, de entrar en la Iglesia, diciendo que están en una situación “en el que no pueden estar seguros de su propia salvación eterna” (in quo de sempiterna cuiusque salute escurrí esse non possunt). Muchas de las traducciones publicadas de la Mystici Corporis Christi emplean la expresión “en el cual no pueden estar ciertos de su salvación”[1]. Esta terminología es tanto inexacta como seriamente engañosa. En nuestra lengua “seguro” (sure) es uno de los sinónimos de la palabra “cierto” (certain). Definitivamente, el Santo Padre, al negar que los que están dentro de la Iglesia sólo por un deseo implícito[2] están “securi” de su propia salvación, no quiso decir que los miembros de la vera Iglesia puedan estar ciertos de estar predestinados por Dios a la gloria del cielo.
De hecho, el Concilio de Trento, en su famoso Decreto sobre la Justificación, nos advirtió solemnemente sobre este tema:

“Nadie, tampoco, mientras vive en esta mortalidad, debe hasta tal punto presumir del oculto misterio de la divina predestinación, que asiente como cierto hallarse indudablemente en el número de los predestinados, como si fuera verdad que el justificado o no puede pecar más o, si pecare, debe prometerse arrepentimiento cierto. En efecto, a no ser por revelación especial, no puede saberse a quiénes haya Dios elegido para sí[3].

Una cosa es la certeza de la salvación. La Iglesia, a través del Concilio de Trento, nos ha dicho que ésta sólo se puede tener por medio de una revelación especial hecha por Dios mismo. Pero otra cosa es la seguridad en la línea de la salvación eterna. Este es un favor del que pueden gozar los hombres como miembros de la Iglesia, y sólo desta forma. Tal es la enseñanza de Pío XII en la Mystici Corporis Christi.
Tal seguridad, por su propia natura, está disponible sólo para aquellos hombres que están en posición de gozar y utilizar los diversos auxilios para la obtención de la vida eterna que Dios ofrece a los hombres en Su reino sobrenatural o ecclesia. De hecho, la mayor parte de la Mystici Corporis Christi está dedicada a la enumeración y descripción destos factores que dan seguridad en el camino de la salvación al hombre que tiene el privilegio de ser miembro de la vera Iglesia de Jesucristo. A la luz de la enseñanza desta encíclica, las ventajas que están disponibles sólo para los miembros de la Iglesia Católica, y que son tales como para ofrecer al hombre una genuina seguridad de su propia salvación, pueden resumirse en término de los lazos externos de unidad con Nuestro Señor en su ecclesia. Los factores del llamado “lazo externo” son, de hecho, las cualidades por las cuales únicamente el hombre pasa a ser miembro de la Iglesia Católica.

Como hemos visto la Mystici Corporis Christi nos enseña que “Pero entre los miembros de la Iglesia, sólo se han de contar de hecho los que recibieron las aguas regeneradoras del Bautismo y profesan la verdadera fe y ni se han separado ellos mismos miserablemente de la contextura del cuerpo, ni han sido apartados de él por la legítima autoridad a causa de gravísimas culpas. Esto está en completo acuerdo con la enseñanza de San Roberto Belarmino, que define la Iglesia Militante del Nuevo Testamento como “la asamblea de hombres unidos en la profesión de la misma fe cristiana y en la comunión de los mismos sacramentos, bajo el gobierno de los legítimos pastores, y en particular del Vicario de Cristo en la tierra, el Romano Pontífice”[4]. Según la enseñanza del gran doctor de la Iglesia, expresada por la encíclica de Pío XII, los componentes deste lazo externo de unión por los cuales el hombre es miembro de la Iglesia, son: la profesión Católica de la fe; la comunión o comunicación de los sacramentos, y la sujeción al gobierno de los legítimos pastores, y básicamente al Obispo de Roma. Las ventajas, pues, por los cuales los miembros de la vera Iglesia pueden estar seguros de su salvación, se deben encontrar bajo estos tres ítems.
La primera ventaja y las más fundamental destas ventajas es la profesión Católica de la fe divina. El miembro de la Iglesia Católica forma parte de una sociedad dentro de la cual se guarda y propone infaliblemente el mensaje que Nuestro Señor enseñó y predicó como revelación divina sobrenatural. Este mensaje es el cuerpo de verdades que los hombres deben aceptar con asentimiento de fe divina. Es el cuerpo de la revelación pública. Es la enseñanza que Dios ha dado a los hombres para guiarlos y dirigirlos hacia la posesión eterna de la Visión Beatífica.
El miembro de la Iglesia Católica está en una posición de recibir esta enseñanza divina de una manera adecuada y precisa. La Iglesia a la cual pertenece siempre ha predicado este mensaje infaliblemente y lo continuará predicando y exponiendo infaliblemente hasta la consumación del siglo. De hecho, la Iglesia es el instrumento de Cristo Doctor, que vive y enseña en la Iglesia, que es su Cuerpo Místico. Uno de los pasajes más lindos y luminosos de la Mystici Corporis Christi trae a colación esta verdad muy claramente. Pues, después de asegurarnos que “Cristo ilumina a toda su Iglesia, lo cual se prueba con casi innumerables textos de la Sagrada Escritura y de los Santos Padres”, la encíclica nos dice:

“Y aún hoy día es para nosotros, que moramos en este destierro, autor de nuestra fe, como será un día su consumador en la patria. Él es el que infunde en los fieles la luz de la fe; Él quien enriquece con los dones sobrenaturales de ciencia, inteligencia y sabiduría a los Pastores y Doctores, y principalmente a su Vicario en la tierra, para que conserven fielmente el tesoro de la fe, lo defiendan con valentía y lo expliquen y corroboren piadosa y diligentemente; Él es, por fin, el que, aunque invisible, preside e ilumina los Concilios de la Iglesia”.

Por supuesto que puede objetarse que la Iglesia no afirma que todos y cada uno de sus pronunciamientos doctrinales autoritativos es presentado precisamente como una proposición infalible. La teología católica tiene en cuenta el hecho de que algunas de las decisiones doctrinales de la enseñanza ordinaria de la Iglesia no son designadas como infalibles, aunque ciertamente demandan de parte de los fieles un vero e interno asentimiento ¿El hecho de que existan en el cuerpo de los actos doctrinales de la Iglesia Católica declaraciones que, aunque son completamente autoritativas, no están cubiertas por una garantía de infalibilidad doctrinal, resta valor de alguna manera a las ventajas que le corresponden al miembro de la Iglesia Católica desde el punto de vista de la precisión de la presentación de la doctrina revelada?
La respuesta es que no. Toda la enseñanza de la Iglesia de Dios está cubierta por lo que los teólogos, después de Franzelin, llaman la garantía de la “seguridad infalible”, distinta de la “verdad infalible”[5]. El objeto primario de la responsabilidad y autoridad de la Iglesia en el campo doctrinal es la presentación precisa y la defensa efectiva de la enseñanza que los Apóstoles entregaron a la Iglesia como divinamente revelada. Tal es el significado expresado en el Concilio Vaticano en la declaración de la función de la Iglesia con respecto a la fe divina.

“Mas porque “sin la fe... es imposible agradar a Dios” y llegar al consorcio de los hijos de Dios; de ahí que nadie obtuvo jamás la justificación sin ella, y nadie alcanzará la salvación eterna, si no perseverara en ella hasta el fin. Ahora bien, para que pudiéramos cumplir el deber de abrazar la fe verdadera y perseverar constantemente en ella, instituyó Dios la Iglesia por medio de su Hijo unigénito y la proveyó de notas claras de su institución, a fin de que pudiera ser reconocida por todos como guardiana y maestra de la palabra revelada”[6].

Así, según el mismo Concilio Vaticano, una de las razones fundamentales de la existencia de la verdadera Iglesia de Dios en este mundo es la de tener la posibilidad de aceptar la fe divina y de perseverar en nuestra creencia. Para llevar a cabo su misión doctrinal la Iglesia trabaja de dos maneras diversas. Primero, promulga declaraciones y definiciones que los fieles deben acatar sea con una fe divina y católica, sea por lo que algunas veces es llamado simplemente fe eclesiástica. En segundo lugar promulga decisiones doctrinales que son autoritativas, esto es, deben ser recibidas por los fieles por medio de un acto de asentimiento religioso verdadero e interno, pero que la Iglesia misma no propone como infalible. La primera clase de actos, es decir, aquellos que sólo pueden ser rechazados a costa de herejía o error doctrinal, tienen la infalibilidad de verdad. La segunda clase de declaraciones o decisiones, que sólo pueden ser rechazados a costa de un pecado de imprudencia contra la fe o de desobediencia doctrinal a la Iglesia, tienen la garantía de la infalibilidad de seguridad. Son promulgados por la Iglesia, no como declaraciones verdaderas para ser aceptadas por sí mismas, sino como medidas de seguridad para la protección y seguridad de la fe divina. Nuestro Señor, la Cabeza del Cuerpo Místico, vela para que estas decisiones cumplan el fin para el cual fueron dadas. Realmente protegen la pureza y seguridad de la fe.
Así, en el campo de la profesión de la vera fe cristiana, el miembro de la Iglesia Católica ventaja indescriptiblemente importante de pertenecer a una sociedad dentro de la cual el mensaje revelado por Dios es preservado, enseñado y defendido de forma tal que la pureza e integridad de la fe está siempre protegida. Aquel que no es miembro de la vera Iglesia, sino que está dentro de ella solamente por la fuerza de un deseo o intención implícito de entrar en ella, carece de esta ventaja. No posee norma alguna de creencia inmediata visible y confiable.
Si tal individuo es miembro de una organización religiosa herética está también en forma parecida en una tremenda desventaja. La organización a la que pertenece es la que presenta, como objeto de su propia creencia, un cuerpo de doctrina completamente diverso del que Dios reveló a la humanidad a través de Su divino Hijo. Obviamente es cierto que el mensaje doctrinal de la organización religiosa no Católica contiene algunas afirmaciones que de hecho forman parte de la enseñanza revelada por Dios. Es posible que un hombre haga un acto de fe divina al aceptar esas enseñanzas como ciertas, basado en la autoridad de Dios que las ha revelado. Pero la pureza e integridad de esta creencia está siempre amenazada por la presencia, en el cuerpo doctrinal de la institución del cual es miembro, de afirmaciones en desacuerdo con el contenido de la revelación pública divina. Y supuesta la fundamental necesidad de la fe para vivir la vida sobrenatural y para la obtención de la salvación eterna, es fácil ver que el que no es miembro de la Iglesia Católica está en una tremenda desventaja comparado con el Católico.



[1] Nota del traductor: aquí la terminología se vuelve un tanto compleja y es preciso aclarar los términos. En latín la palabra usada por Pío XII es “securi”. En inglés Fenton dice que hay que traducirlo como “sure” y que traducirla por “certain”, como algunos hicieron, es un error. En español vamos a mantener el término “seguro” para traducir “sure”, y “cierto” para traducir “certain”.
[2] El original dice “explícito”.
[3] DZ. 805.
[4] S. Roberto, loc. cit.
[5] Cfr. Franzelin, De divina traditione et Scriptura (Rome, 1875), pag. 127 ss.
[6] Dz. 1793.