martes, 21 de enero de 2014

Dom A. Gréa. La Iglesia, su Divina Constitución, Tercera Parte La Iglesia Universal. Cap. I, III Parte.

Error del sistema episcopal.

San Pedro es, pues, el vicario de Jesucristo en todo el rigor del término, es decir, no forma con Él sino una sola cabeza de la jerarquía y de la Iglesia.
Por esto nuestro Señor, al instituir por debajo de Sí mismo el orden del episcopado, no instituyo un orden pontifical especial del que debieran estar revestidos san Pedro y sus sucesores.
Hay, a no dudarlo, un orden del pontificado supremo superior al orden episcopal, pero este orden es el orden mismo de Jesucristo y no pertenece sino a Él solo. Él solo, por su ordenación eterna, es la fuente sagrada y permanente del episcopado. Su vicario se toma de entre los obispos y ejerce la autoridad de este pontífice único, cabeza de los obispos, autoridad que no está comprendida ni incluida en los poderes del episcopado, pero sí en el orden supremo de Jesucristo, cabeza del episcopado, como el vicario del obispo, tomado de entre los sacerdotes, ejerce sobre ellos la autoridad de su cabeza, que es el obispo.
En vano quiere, pues, el sistema episcopal hacerse un arma contra la prerrogativa de san Pedro y de su episcopado. «No es,  -dicen, sino un puro obispo, el primero si se quiere, entre sus hermanos[1] pero todo su poder está radicalmente contenido en el orden del episcopado, y en el fondo no tiene nada por encima de ese bien común que pertenece a todo el colegio, aunque no esté administrado por todos. Todo poder está, por tanto, a no dudarlo, en el fondo de la sustancia, encerrado en el episcopado, puesto que hasta el de san Pedro mismo está contenido en él. Desde luego hizo falta una ordenación en el ejercicio de este poder soberano del episcopado, y precisamente por ello fue establecido san Pedro como primero. Pero esta institución no va más acá de esta reglamentación necesaria ni se eleva más alto. Si, por tanto, se le llama cabeza de la Iglesia, es en un sentido particular e impropio, quodammodo: porque si fuera cabeza de los obispos en el mismo sentido y con tanta verdad como el obispo es cabeza de sus sacerdotes, convendría que hubiera en la institución divina de la jerarquía un orden de pontificado superior al de los obispos y del que estaría revestido, como el obispo mismo está elevado por encima de los sacerdotes por su ordenación.»
Pero precisamente en esto se declara propiamente la esencia misma y la excelencia del principado de san Pedro, principado que no es sino el vicariato del pontífice supremo, Jesucristo.
Es cierto, como hemos dicho, que en la cumbre de la jerarquía hay un orden pontifical incomparablemente más elevado por encima del de los obispos de lo que lo está éste por encima del sacerdocio. Pero este pontificado es el de Jesucristo, y el honor del pontificado consiste sobre todo en depender inmediatamente del pontificado eterno del Hijo de Dios. Los obispos no deben tener otra cabeza; y Jesucristo, respetando, por decirlo así, en esto la grandeza del orden episcopal, o más bien, siendo el esposo divino de la Iglesia por su sacerdocio supremo y universal, y queriendo pertenecerle y regirla inmediatamente, no quiso situar un sacerdocio intermedio entre el colegio episcopal y Él mismo, sino que siendo Él solo e inmediatamente la cabeza y el esposo, tuvo a bien manifestarse a este colegio por un vicario, que siendo su puro órgano es uno con Él mismo y no puede ser considerado separadamente de él.
Y si por el misterio de esta institución se muestra la grandeza del episcopado, en esto también se revela la sublimidad de la prerrogativa de san Pedro. Es incomparablemente más para san Pedro ser el vicario de Jesucristo y no tener nada sino en Él y por Él, que formar en la jerarquía como un grado particular debajo de Él. Si san Pedro fuera por su orden sacerdotal más que un obispo, ocuparía en la jerarquía un grado distinto, que se le atribuiría propiamente. Por tal grado sería superior a los obispos e inferior a Jesucristo. Así rebajaría al episcopado y no menos lo alejaría de este primer Pontífice; y por el hecho mismo rebajaría también su propia autoridad, que no sería ya la misma de Jesucristo, sino un poder de grado inferior.
Como vicario de Jesucristo no tendrá, por tanto, nada que le sea propio; pero también todo su poder se confundirá con el de Jesucristo mismo. Será el poder de Jesucristo solo, ejercido y manifestado en Él.
En esto consistirá la esencia de su prerrogativa. En esto aparecerá enteramente divina y se elevará por encima de todos los poderes que se nombran en la tierra y de todos los grados de las jerarquías.



[1] San Pedro, considerado como obispo, es con toda seguridad el primero de los obispos en un mismo grado del episcopado; peco es también, por encima de los obispos, cabeza de los Obispos y del episcopado como vicario de Jesucristo.  Es a la vez el primero de los obispos entre sus colegas y el primer miembro de su colegio; y es, por encima de este colegio, el príncipe de los obispos, cabeza y principio de toda dignidad pontifical en la persona de Jesucristo, al que representa. Se ha querido abusar de su calidad de primer obispo para oscurecer lo que es como cabeza de los obispos. Es importante hacer esta distinción.