jueves, 13 de febrero de 2014

Dom A. Gréa. La Iglesia, su Divina Constitución, Tercera Parte La Iglesia Universal. Cap. V (II de III)

Patriarcados.

Las dos principales instituciones destinadas, como acabamos de anunciar, a distribuir en las diversas partes de la Iglesia la acción del cabeza de los obispos y a establecer un orden en el colegio episcopal, son la de los patriarcas y la de los metropolitanos.
La más alta de las representaciones locales de san Pedro en el mundo es el patriarcado.
San Pedro instituyó los patriarcas y les comunicó de su plenitud parte de su autoridad sobre las Iglesias de su circunscripción, haciéndolos semejantes a él mismo, ya que le representan sin tener sobre los obispos jurisdicción alguna que no les venga de él.
Las sedes patriarcales establecidas por san Pedro mismo fueron tres: la de Roma, la de Alejandría y la de Antioquía.
San Pedro se había reservado Occidente y, sin perjuicio de su soberanía sobre la  Iglesia universal, había ligado a su sede —sin crear patriarca particular por debajo de él mismo— las regiones de la Europa latina y bárbara, el África latina y la península griega - llamada más tarde Iliria.
Había establecido las otras dos sedes a la cabeza de Oriente y del continente libio, respectivamente.
San Gregorio explica el orden y la naturaleza de esta grande y misteriosa institución. Sienta como su principio el primado soberano de Pedro, pues, «aunque hay varios apóstoles no hay, sin embargo, más que la Sede del príncipe de los apóstoles que, debido a su principado, prevalezca sobre todos por su autoridad.»
Por tanto, el establecimiento de los patriarcas no es sino una derivación de dicho principado: es una misma autoridad distribuida por él mismo. «Es, dice, la sede del mismo en tres lugares; él fue quien elevó por encima de las otras a la sede de Roma en que él reposa; él fue quien glorificó la sede de Alejandría, adonde envió al evangelista, su discípulo; él fue quien estableció la sede de Antioquía, de donde debía alejarse al cabo de siete años. No es, pues, sino una misma sede y la sede del mismo apóstol»[1].
Por lo demás, fue necesaria una institución positiva del Príncipe de los apóstoles; porque, dice san León, «san Pedro fundó otras muchas Iglesias por sí mismo o por sus discípulos», y este hecho histórico, de su origen apostólico no les da ningún derecho particular; pero «distinguió tres de ellas» con una designación especial para elevarlas a este grado de poder.
Estas sedes — no nos cansaremos de repetirlo - no son, en el espíritu y en la esencia de su institución, sino los órganos por los que san Pedro comunica con las Iglesias más lejanas, y por los que llegan hasta él los asuntos de estas Iglesias[2]. Así esta institución no recibe su origen ni su fuerza del episcopado, y estos patriarcas no representan a los obispos de una región, ni reciben autoridad, en un grado u otro, del colegio de sus hermanos, sino que les viene del principado de san Pedro, y ellos son, frente a los obispos de su circunscripción, los representantes de san Pedro, sus órganos y sus ministros[3].

Por lo demás, la situación geográfica de las sedes patriarcales habla ya muy alto de la naturaleza de esta institución.
No fueron situadas en el centro de las regiones a cuya cabeza están los obispos que las ocupan, como la cátedra del príncipe de les apóstoles está situada en Roma, en el centro del mundo, sino que fueron establecidas en la frontera extrema de estas regiones y en las riberas del Mediterráneo, como en los puntos más apropiados para facilitar el intercambio de las comunicaciones que deben recibir del Sumo Pontífice o transmitirle, a su vez, de parte de las Iglesias, pidiendo y recibiendo sin cesar sus decisiones, sus órdenes y sus directrices.
Así, desde los primeros tiempos, las Iglesias de Francia, de Asia Menor y del Ponto, que no tenían ninguna ventaja en pasar por Antioquía para ir a Roma, comunicaron directamente con esta sede soberana por medio de los tres metropolitanos principales, llamados más tarde los exarcas de Éfeso, de Heraclea y de Cesarea.
Con el tiempo se amplió el número de los patriarcas con los de Jerusalén[4], y de Constantinopla. Incluso se invirtió el orden de sus precedencias; y Constantinopla, al- cabo de varios siglos de tentativas infructuosas, recibió legítimamente de Inocencio III y del concilio de Letrán el primer rango poseído hasta entonces por Alejandría[5]. En tiempos modernos hubo un título patriarcal de las Indias. El obispo de Aquilea, simple metropolitano, recibió también el honor de este nombre, honor comunicado a la sede de Grado y transferido luego a Venecia. Pero no tuvo todas las prerrogativas del patriarcado, y así se le clasifica entre los patriarcados menores y de institución más reciente[6].
La reconciliación de los herejes y de los cismáticos de Oriente contribuyó a aumentar proporcionalmente el número de los patriarcas; en efecto, la Santa Sede, para facilitar y mantener la unión, consintió en dejar esta dignidad a los cabezas de las Iglesias re-conciliadas.
A veces se hizo esto sin aumentar el número de los nombres antiguos, aceptando más bien que varios obispos llevaran el mismo título en pueblos de lengua y de rito diferentes. Así hubo patriarcas de Constantinopla, de Alejandría, de Antioquía y de Jerusalén lengua latina, al mismo tiempo que patriarcas de Constantinopla, de Alejandría, de Antioquía y de Jerusalén de lengua griega, un patriarca de Alejandría de lengua copta y un patriarca de Antioquía de rito maronita.
Luego se recibió también en el seno de la Iglesia a un patriarca de los etíopes o abisinios, a un patriarca de los armenios, a un patriarca de los caldeos y finalmente a un patriarca de los sirios.
Habría mucho que decir sobre los orígenes diversos de estos últimos patriarcados. Tendremos ocasión de volver a hablar de algunos de ellos cuando tratemos de las grandes legaciones patriarcales que dieron origen a estas dignidades y a las primacías de Occidente.
Por el momento detengámonos a considerar principalmente la distribución primitiva que había hecho san Pedro del mundo y las tres grandes divisiones que había trazado; de éstas, en efecto, fueron saliendo poco a poco las otras.



[1] San Gregorio Magno, Carta 40, a Eulogio, patriarca de Alejandría; II 1, 899. Cf. Hincmaro de Reims: “Las sedes de las Iglesias (apostólicas), es decir, de Roma, de Alejandría y de Antioquía… aunque separadas por la distancia, no son sino una sola sede del gran (apóstol) Pedro, cabeza de los apóstoles», en Opera, t. 2, ed. Migne, p. 431.

[2] San León, Carta 14, a Anastasio de Tesalónica, 2; PL 54, 676.

[3] Concilio 11 de Lyón (1274); Labbe 11, 966, Mansi 24,  71: “La plenitud del poder reside en esta (Iglesia romana), que invita a otras Iglesias a compartir su solicitud; esta misma iglesia romana ha honrado con diversos privilegios a muchas de estas Iglesias, y sobre todo a las Iglesias patriarcales.»

[4] El obispo de Jerusalén tenía, desde los orígenes, un rango de honor sin Jurisdicción; véase más adelante.

[5] Concilio IV de Letrán (1215), can. 5: “Renovando los antiguos privilegios de las sedes patriarcales, decidimos que después de la Iglesia romana, que es la madre y maestra de todos los fieles, la Iglesia de Constantinopla ocupe el primer puesto, la Iglesia de Alejandría el segundo, la Iglesia de Antioquía el tercero, y la Iglesia de Jerusalén el cuarto»; cf. Hefele 5, 1333.

[6] Cf. H. Leclerq, art. Aquilée, en DACL, t. I (1907), col. 2654-2656; Richard, art. Aquilée (Patriarcat d'), en DHGE, t. 3 (1924), col. 112-1142.