viernes, 28 de noviembre de 2014

La Profecía de las 70 Semanas de Daniel y los Destinos del Pueblo Judío, por Caballero Sánchez. Capítulo I

CAPITULO PRIMERO

El Contexto: La Profecía de los 70 años de Jeremías
y la Palabra de Dios para librar a su Pueblo Cautivo en Babilonia.

El  P. Lagrange explica el contexto de la Profecía daniélica del modo siguiente: "La Profecía de las Setenta Semanas es una instrucción transmitida a Daniel por el ángel Gabriel en respuesta al ardiente llamamiento del profeta a la Misericordia de Dios en favor de Israel y de Jerusalén. Importa, pues, en primer lugar, notar con cuidado cuál era el tema de la meditación de Daniel. Ella tenía por objeto la profecía de los 70 años de Jeremías.- En Jer., XXV, 11 ss, esos 70 años se terminan con el castigo de los Babilonios, y en XXIX, 10, con el regreso de los cautivos. Ahora bien, esa profecía se la considera cumplida en II Par. XXXVI, 22 ss., y en I Esd., I, 1, cuando Ciro manda que se construya un templo al Dios del cielo en Jerusalén[1].- Insistamos sobre Jerem., XXIX, 10 donde se dice: "Ejecutaré respectó de vosotros mi buena palabra para tornaros a este lugar." Todos concuerdan en que la oración de Daniel pide la perfecta realización de ese oráculo que debía cumplirse «sobre las ruinas de Jerusalén» (IX, 2) y, por lo tanto, debía llevar a su gloriosa restauración.»

A esa explicación del P. Lagrange hay que poner dos reparos para dar con el sentido natural del texto.

1) El primero se refiere al tiempo de la profecía que está señalado en el texto sin dejar margen a tergiversación ninguna: «En el año primero de Darío, hijo de Asuero, de la raza de los Medos, quien fue hecho rey sobre el reino de los Caldeos...» (IX, 1). Ese año, según Daniel, V, 30-31, es el que siguió a la toma de Babilonia por los Medo-Persas a raíz de la muerte de Baltasar hijo de Nabonides.
Sea quien fuere ese Darío Medo (a quien nosotros, a pesar de Herodoto, pero con la Biblia, Jenofonte y Josefo, identificamos con Ciajares II, hijo de Astiages - el Asuero de Esther- y tío de Ciro), la fecha de la Profecía de las 70 Semanas no es dudosa. Es el año 538-537, el de la elevación de Darío Medo, depuesto Nabonides, sobre los Caldeos: nuevo florón añadido a la corona que compartía con Ciro sobre la Media y la Persia.

Que en ese año la meditación de Daniel versara sobre la profecía de los 70 años dichos a Jeremías, nada más natural, si se considera la fecha de esta última que el mismo Jeremías señala (XXV, 1): «En el año cuarto de Joakim, hijo de Josías..., el cual es el año primero de Nabucodonosor, rey de Babilonia...» Téngase un poco de paciencia para verificar esta fecha y se verá que el cómputo bíblico de Nabucodonosor asociado al trono arranca de 607, año cuarto de Joakim. ¡Con qué anhelo y con cuánto matemático esmero computaría Daniel en 538-537 el cumplimiento de aquellos 70 años anunciados por Yahvé a Jeremías!: "Yo Daniel estudié en los libros el número de los años del que habló el Señor a Jeremías Profeta… 70 años" (IX,  2)[2].
Y si son tan precisos matemáticamente esos 70 años que computa Daniel ¿cómo será posible que el Ángel le hable de 70 Semanas independientes de toda Matemática, por no decir contrarias a ella...?
Esta sola observación cronológica, que omiten generalmente los Exégetas y el P. Lagrange con ellos, obliga a todo espíritu sincero a mirar las 70 Semanas como un número intangible al cual nada puede añadirse, y del cual nada debe quitarse.

2) Nuestro  segundo reparo se refiere al tema mismo de la meditación do Daniel que el  P. Lagrange analiza insuficientemente y de una manera tendenciosa.
Ese tema se halla indicado en IX, 2. Dice la Vulgata «Yo, Daniel, entendí en los Libros el número de años sobre el cual la palabra del Señor fué dirigida al profeta Jeremías para que se cumplieran los 70 años de la desolación de Jerusalén.». Esta frase parece insinuar que los 70 años miden la duración de Jerusalén destruida. Así lo entiende el P. Lagrange cuando escribe: «El oráculo de los 70 años debía cumplirse sobre las ruinas de Jerusalén, dando lugar a su restauración gloriosa.»
Pero la versión de los Setenta ya no expresa exactamente lo mismo. En ella, los 70 años pueden no atribuirse a Jerusalén destruída, sino considerarse como aposición al «número de años» susodicho, colocada al término de la frase para llamar más la atención: «Yo, Daniel, comprendí el número de años que la palabra del Señor dijo a Jeremías el profeta, en orden al cumplimiento de la desolación de Jerusalén: 70 años». No cabe duda que, según este texto, la profecía de los 70 años tenga relación con el término de la desolación de Jerusalén, pero ¿qué relación es ésa...?
El texto masorético es algo distinto del griego: «Yo, Daniel, estudié bien en los Libros el número de los años de que habló Yahvé a Jeremías el profeta, para ser hecho completo en vista de la desolación de Jerusalén: 70 años»: El sentido natural de este texto parece ser: a) que, Daniel estudia cuidadosamente y entiende que está completo el número de los 70 años profetizados en Jeremías; y b) que el cumplimiento de esos 70 años tiene gran importancia en favor de Jerusalén desolada[3].
Efectivamente, esto es lo que se lee en Jeremías.
En Jer., XXV, 11 ss., es evidente que los 70 años se terminan con el castigo de los Babilonios, teniendo como punto de partida el acceso al trono de Nabucodonosor el Grande, cuyo primer acto es la invasión de Occidente: «He aquí enviaré yo a Nabucodonosor mi siervo contra esta tierra y contra todas estas naciones en derredor… Y servirán estas gentes al rey de Babilonia setenta años. Y sucederá que cuando fueren cumplidos los 70 años, vendré sobre el rey de Babilonia... y sobre el trono de los Caldeos, y pondréla en desierto para siempre» (Jer., XXV, 9-12).
Pero no es exacto lo que añade el P. Lagrange: «en Jer. XXIX, 10, los 70 años se terminan con el regreso de los cautivos.» Este pasaje importante, con diferencias apenas sensibles en las distintas versiones, dice así: «Tan luego como se hayan cumplido para Babilonia los 70 años, miraré por vosotros y excitaré sobre vosotros mi palabra, la buena, para tornaros este lugar.» Como se ve claramente, este texto habla de dos cosas: a) del cumplimiento de años del poderío de Babilonia, y b) de un decreto misericordioso de Dios que en los principios de la época subsiguiente resonará sobre los cautivos judíos para hacerlo regresar a Jerusalén.
El P. Lagrange no advierte esa diferencia y confunde el Oráculo de los 70 años relativos a Babilonia con el de la Palabra libertadora de los Judíos prometida para después. Y así nos da el Padre una traducción mala y tendenciosa de Jer., XXIX, 10b: «Yo ejecutaré tocante a vosotros mi  buena palabra para tornaros a este lugar», como que se tratara de alguna palabra ya dicha y no de una nueva que resonará después de los 70 años como dice el texto.

Estos dos oráculos de Yahvé, septuagenario dominio de Babilonia y decreto libertador de los Judíos, fueron exactamente cumplidos cada uno a su tiempo: el primero: «cuando vino el reino de los Persas para que se cumpliese la palabra de Yahvé dicha por Jeremías, dejando que la tierra gozara sus sábados porque reposó todo el tiempo de su asolamiento, hasta que los 70 años fueron cumplidos (sobre Babilonia)» (II Paral., XXXVI, 20-21); el segundo, en los principios de la época siguiente, cuando «al primer año de Ciro, rey de los Persas, para que se cumpliese la palabra de Yahvé dicha por Jeremías, Yahvé excitó el espíritu de Ciro, el cual hizo pasar pregón por todo su reino, y también por escrito», ordenando la edificación le la Casa de Yahvé en Jerusalén (II Par., XXXVI, 22-23; I Esd., I, 1-4).
Adviértase aquí de paso, advertencia que más tarde nos ha de servir, cómo, según el texto, la buena Palabra anunciada en Jeremías y «suscitada por Dios a favor de los Judíos» se concretiza con evidencia en el Decreto real de Ciro, ministro en este caso de la divina Providencia.

Se han cumplido los 70 años de la prepotencia caldea con exactitud matemática. Una nueva era se levanta. Y, sin embargo, todavía dura la devastación de Jerusalén. ¡Es posible que Dios haya olvidado su promesa! No; pero exige sentimientos de contrición reparadora en el alma de su pueblo. Y he aquí a Daniel, príncipe y cabeza de la transmigración, quien eleva hacia Dios ese grito de contrición perfecta: humíllase en ejercicios de penitencia, eleva una plegaria suplicante, confiesa los pecados de su pueblo, adora los justos castigos del Dios airado y apela a la infinita misericordia para que pronto resplandezca la Faz del Señor sobre su Ciudad santa desierta y su escogido Pueblo disperso... «No pongas dilación, por amor de Tí mismo, Dios mío» (IX, 19).
¡Oración de un justo! Todavía la pronuncian el corazón y los labios de Daniel, cuando aparece Gabriel; el arcángel de los mensajes mesiánicos, trayendo la gran noticia a aquel santo amado de Dios, la noticia que responde al íntimo deseo de su alma suplicante, la revelación de los tiempos de Jerusalén y del pueblo judío en orden a los inmensos destinos mesiánicos que sobre ellos brillan.






[1] En contra de la falsedad de tan extendida afirmación es lectura obligada el Fenómeno VII de Lacunza: "Babilonia y sus cautivos". Ver el Indice Escriturístico bajo el tópico "Profetas Generales" las VI partes en que dividimos dicho capítulo, como así también, en el mismo lugar, nuestro estudio sobre las LXX Semanas, (bajo "Daniel IX"), especialmente la II Parte.

[2] Sobre el tema del cómputo de los 70 años del cautiverio de Nabucodonosor ver, una vez más, lo que dijimos en la II Parte de nuestro estudio de las LXX Semanas.

[3] Y bien, nosotros creemos, en el artículo supra citado, que Daniel simplemente malinterpretó a Jeremías y que el Ángel lo corrigió. Nos parece la respuesta más lógica y natural, atendido no ya el texto de Jeremías, que sobrepasa por completo el cautiverio de Nabucodonosor, sino incluso al mismo cap. IX de Daniel.