sábado, 30 de agosto de 2014

Dom A. Gréa. La Iglesia, su Divina Constitución, Cuarta Parte. Las operaciones Jerárquicas en la Iglesia Particular. Cap. X (II Parte)

Hasta la invasión de los bárbaros.

En los tiempos primitivos ofrece la Iglesia particular el espectáculo de una mayor simplicidad.
Está en la naturaleza de las cosas que las relaciones de las personas y las necesidades del gobierno se multipliquen y se compliquen con el paso del tiempo y el desarrollo de las instituciones.
Pero ¡qué bello espectáculo nos ofrece una Iglesia de los primeros siglos en los lazos de la sagrada jerarquía, que mantiene reunidas todas sus partes, y de la caridad que la anima!
A su cabeza aparecen el obispo y los presbíteros; debajo, el pueblo de los fieles; más allá, los diferentes órdenes de catecúmenos. La Iglesia se va formando poco a poco, a la manera de los astros. Los catecúmenos, acercándose cada vez más por el progreso de su conversión al núcleo del pueblo fiel, se iluminan y se caldean a los  resplandores de este foco y acaban por quedar absorbidos por él, haciéndolo así más vasto y más intenso.
Toda la vida sobrenatural irradia y se agita por un movimiento fecundo en el seno de la Iglesia bajo la acción del sacerdocio que hay en ella.
Todos sus miembros están unidos con este sacerdocio y entre sí por la comunicación de esta vida. Beben de la misma fuente las aguas refrigerantes de la verdad, y su obispo es su único predicador. Reciben de él, de su mano o por el ministerio de sus sacerdotes, el bautismo y el alimento de la vida. Se inclinan bajo su gobierno pastoral y reciben de él directrices, consejos y correcciones.
El domingo se puede ver a toda esta Iglesia congregada alrededor de un mismo altar. Los sacerdotes de su presbiterio rodean este altar, y el misterio de la jerarquía sacerdotal se manifiesta por la acción principal del obispo y por la asistencia del senado sacerdotal que celebra con él.
Los diáconos van del altar al pueblo, y la multitud fiel llena con sus filas los espacios de la basílica[1].
Es el espectáculo cuyo tipo sagrado celebra san Juan en su Apocalipsis: un trono pontificio (Ap. IV, 2), veinticuatro ancianos sentados en derredor (Ap. IV, 4), un altar erigido en medio (Ap. V, 6), la voz de los mártires que resuena bajo el altar (Ap. VI, 9) siete antorchas ardientes, que son los siete espíritus o los diáconos prestos a descender a dondequiera que sean enviados (Ap. IV, 5; V, 4); finalmente, ante los ojos de ese pontífice y de ese senado, la multitud y el pueblo de los elegidos cantando su cántico al son de las arpas de oro (Ap. IV, 6; XIV, 2; XV, 2-3).

martes, 26 de agosto de 2014

Algunas Notas a Apocalipsis I, 4-6 (II de V)

4. Juan a las siete Iglesias que están en el Asia: gracia a vosotras y paz de parte de “el que es y el que era y el que viene”, y de parte de los siete espíritus que están delante de su trono, 

V) y de parte de los siete espíritus que están delante de su trono,

Comentario:

Los Siete Espíritus son los mismos que aparecen en III, 1; IV, 5, V, 6 y VIII, 2.

Las opiniones de los autores están divididas, pues hay quienes los aplican a los siete Arcángeles de la tradición judía y quienes al Espíritu Santo.

Sin embargo somos de la opinión que los siete espíritus son los siete Arcángeles de la tradición judía. Además de los argumentos que traen los autores y que daremos más abajo, creemos que hay otro tomado del uso de la palabra en el Apocalipsis, ya que el sustantivo es usado en plural siempre para designar a los ángeles, sean éstos buenos o malos, mientras que el singular está reservado al Espíritu Santo.

En Plural[1]:

XVI, 13-14: “Y ví de la boca del Dragón y de la boca de la Bestia y de la boca del Falso Profeta (salir) tres espíritus inmundos como ranas. Son espíritus de demonios que obran signos (prodigiosos) y van a los reyes de todo el orbe a fin de congregarlos para la guerra del gran día del Dios Todopoderoso”.

XXII, 6: “Y me dijo: “Estas palabras son fieles y veras, y el Señor, el Dios de los espíritus de los profetas, envió su ángel para mostrar a sus siervos lo que debe suceder pronto”.

En Singular[2]:

II, 7: “Quien tiene oído oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias… etc”.

Mismo giro en II, 11.17.29; III, 6. 13.22.

XIV, 13: “Y oí una voz del cielo que decía: “Escribe: ¡Bienaventurados los muertos que mueren en el Señor desde ahora! Sí, dice el Espíritu, que descansen de sus trabajos, pues sus obras siguen con ellos”.

XIX, 10: “Y caí a sus pies para postrarme ante él, y me dice: “Guárdate de hacerlo. Yo soy consiervo tuyo y de tus hermanos, los que tienen el testimonio de Jesús. Póstrate ante Dios. Pues el testimonio de Jesús es el Espíritu de profecía”.

XXII, 17: “Y el Espíritu y la Novia dicen “Ven”, y el que oye, diga “Ven” y el que tenga sed, venga, el que quiera, tome agua de vida gratis”.

domingo, 24 de agosto de 2014

Dom A. Gréa. La Iglesia, su Divina Constitución, Cuarta Parte. Las operaciones Jerárquicas en la Iglesia Particular. Cap. X (I Parte)

XI

HISTORIA DE LAS IGLESIAS PARTICULARES

Después de haber expuesto brevemente en este tratado la constitución de las Iglesias particulares, vamos a seguir rápidamente su historia en el transcurso de los siglos.
Mostraremos al lector cómo bajo las formas variables y los cambios producidos con el tiempo, los principios divinos de la jerarquía, conservados misteriosamente por la divina Providencia, han atravesado las revoluciones de las sociedades humanas, y cómo el Espíritu Santo, animando todo el cuerpo de la Iglesia, no ha cesado de inspirar a los Soberanos Pontífices y a los concilios un cuidado celoso y una vigilante solicitud por su mantenimiento integral. Hasta el concilio de Trento, que fue en el seno de la Iglesia universal la gran manifestación legislativa y disciplinaria, y en espera de que se reemprendan felizmente las tareas del concilio Vaticano[1], tal fue y tal seguirá siendo la ley fundamental de la historia del derecho canónico.
La Iglesia, que quiere amoldarse a las cambiantes necesidades del género humano y aplicarle en todos los tiempos los remedios saludables de la redención, sabrá sin duda diversificar, por decirlo así, hasta el infinito las formas de su acción y la disposición de sus órganos; pero en esta misma diversidad se respetará siempre el fondo de las instituciones, y los cambios que sobrevengan se detendrán en la superficie, dejando intacta la obra divina e inmutable que constituye su sustancia.
En la parte segunda hemos expuesto cómo el ejercicio legítimo de todos los poderes confiados a la jerarquía podía ser modificado indefinidamente al arbitrio del legislador o del superior, sin que la jerarquía misma se viera menoscabada.
Los diversos ministros de la Iglesia pueden ser despojados, en todo o en parte, del ejercicio actual de su jurisdicción mediante interdicciones y reservas, actos legítimos del superior, como también pueden ser revestidos por él de mandatos y de delegaciones que extiendan su acción y amplíen su poder.

viernes, 22 de agosto de 2014

La Iglesia Católica y la Salvación, II Parte. Introducción.

II Parte

El Historial Teológico e Histórico del Dogma

Hasta ahora hemos considerado lo que han dicho varios documentos del magisterium sobre la necesidad de la Iglesia para la salvación. Hemos visto que la enseñanza según la cual no hay salvación fuera de la Iglesia es un dogma, una verdad revelada por Dios y presentada como tal por la ecclesia docens. También hemos visto que la Santa Sede rechaza y prohíbe toda explicación de este dogma que represente como una fórmula vacía la afirmación de que no hay salvación fuera de la Iglesia.
La carta del Santo Oficio Suprema haec sacra, afirmando explícitamente y en detalle las verdades que han sido enseñadas de una manera más general en otros documentos autorizados del magisterium eclesiástico, nos ha asegurado que la Iglesia es necesaria para la salvación eterna de dos diferentes maneras: con necesidad de precepto y con necesidad de medio. Por institución positiva de Dios, la sociedad religiosa visible sobre la cual gobierna el Romano Pontífice como Vicario de Cristo en la tierra es un medio necesario para la obtención de la Visión Beatífica, en el sentido de que una persona debe estar "dentro" de ella al momento de su muerte, sea como miembro o como alguien que explícita o implícitamente desea ser miembro, a fin de poder salvarse.
Además, la Suprema haec sacra nos ha mostrado que nadie puede estar "dentro" de la Iglesia, incluso por un deseo o intención implícito de forma tal de obtener la vida de la gracia en ella, a menos que tenga verdadera fe sobrenatural y que ame a Dios y a su prójimo con afección genuina y sobrenatural de la caridad divina.
Sin dudas la función de la sagrada Teología es la de establecer y analizar las enseñanzas del magisterium sobre el tema que se propone investigar. Para ser claros, sin embargo, esta no es toda la misión de la teología. Como Pío XII nos recuerda en su encíclica Humani generis, "Pío IX enseñando que la función más noble de la teología es mostrarnos cómo se contiene en las fuentes de la revelación una doctrina definida por la Iglesia, agregaba estas palabras, y con mucha razón: "en aquel sentido en que han sido definidas por la Iglesia…"[1].
Intentar algo parecido a un trabajo completo de esta nobilísima obra de la teología con referencia a la doctrina Católica sobre la necesidad de la Iglesia para la salvación requeriría una producción literaria de gran tamaño. Tal intento queda completamente afuera de la finalidad de este pequeño libro. Pero, incluso en un volumen tan pequeño como éste, es necesario investigar, aunque sea brevemente, lo que la Sagrada Escritura tiene para decir sobre la naturaleza de la salvación y sobre la constitución de la verdadera Iglesia de Jesucristo según la dispensación del Nuevo Testamento. Y a la luz de esa enseñanza, podremos ver con una claridad inalcanzable de otra manera, el significado verdadero y fundamental del dogma sobre la necesidad de la Iglesia para la salvación.
Además, para tener una presentación útil del historial teológico de nuestra materia, debemos tener en cuenta algunos de los accidentes en la historia de la teología Católica que afectaron al tratado de la Iglesia como un todo y la enseñanza de la necesidad de la Iglesia en particular. Lo que podemos llamar el tratado escolástico de la Iglesia se desarrolló más tarde que la mayoría de las otras grandes secciones de la teología dogmática. Y a diferencia de la mayoría de las otras secciones de la teología el tractatus de Ecclesia estuvo influenciado en su estructura y en su contenido mismo por la controversia contra los primeros heresiarcas protestantes. Fue debido en gran medida a estos accidentes históricos que surgieron y se desarrollaron ciertas explicaciones muy conocidas, influyentes y fundamentalmente insuficientes de la necesidad de la Iglesia para la salvación.
En esta segunda parte intentaré mostrar un poco de este historial teológico de nuestra tesis.



[1] AER, CXXIII, 5 (Nov., 1950), 390.

miércoles, 20 de agosto de 2014

Dom A. Gréa. La Iglesia, su Divina Constitución, Cuarta Parte. Las operaciones Jerárquicas en la Iglesia Particular. Cap. X (II de II)

Mandatarios y delegadas.

Si el obispo es la fuente de la que los clérigos titulares en las Iglesias particulares derivan su existencia jerárquica y la suma de poder que les es atribuida, con la estabilidad del título, a manera de posesión y de hábito, con mayor razón podrá siempre el obispo, en la medida en que su derecho primordial no haya sido restringido por la legislación de la Iglesia universal, ejercer él mismo o por mandatarios toda su autoridad o parte de ella.
Puede, por tanto, cuando le agrade, nombrar vicarios, o delegar como le convenga alguna parte del poder eclesiástico.
Por la misma razón puede también en las Iglesias que están bajo su dependencia autorizar el ministerio de clérigos extraños a tales Iglesias. Éstos recibirán de su delegación la facultad de predicar en ellas, el permiso de ejercer legítimamente el ministerio sagrado y de administrar los sacramentos y, si lo cree oportuno, la autoridad misma del gobierno como administradores delegados por él.
Entre los clérigos extraños a las Iglesias al servicio de las cuales los emplean los obispos por simple delegación, hay que contar a los clérigos llamados vagos, es decir, a los clérigos ordenados sin título de beneficio o que han sido desligados legítimamente de este título.
Los clérigos vagos son, en la sustancia del derecho, clérigos extranjeros en todas las Iglesias, extraños a todas ellas, puesto que no pertenecen al canon de ninguna de ellas.
La Iglesia exige, con su legislación constante, que los clérigos sean incardinados por título en las Iglesias; puede, sin embargo, apreciando las conveniencias del ministerio o las necesidades del apostolado, dispensar de sus leyes y autorizar la existencia de clérigos vagos.
Así es como las grandes órdenes religiosas, que no pertenecen a ninguna Iglesia particular, están formadas muy legítimamente y muy útilmente de clérigos vagos, y por ello mismo dan al mundo apóstoles que no están vinculados a ninguna Iglesia, a fin de que puedan más libremente acudir en ayuda de todas las partes del rebaño de Jesucristo.
En la alta antigüedad los clérigos vagos, ordenados por una derogación, muy rara en aquellos tiempos, de la disciplina general de la Iglesia, conservaban toda su libertad y se dirigían a su arbitrio a dondequiera que los obispos tenían a bien recibir sus servicios y emplear su actividad.
San Jerónimo nos informa de que, ordenado por el obispo de Antioquía bajo la condición de no pertenecer a aquella Iglesia, había conservado su libertad en cuanto a la elección de su residencia  y del género de santa ocupación que quisiera abrazar[1].

lunes, 18 de agosto de 2014

Castellani y el Apocalipsis, XI: Las tres Ranas

XI

Las tres Ranas

Estos versículos del capítulo XVI son, si no los más difíciles, a lo menos unos de los más extraños de todo el Apocalipsis.

Para colmo de males "ranas" es un término único no solo en el Apocalipsis sino en todo el Nuevo Testamento, con lo cual no podemos buscar ayuda alguna en los lugares paralelos.

Sin embargo, por el contexto es fácil saber de quién se trata y a qué tiempos se refiere. Ahora analizaremos la identidad de estas ranas y dejaremos para más adelante un somero estudio del Armagedón.

Veamos lo que dice Castellani (pág. 201):

"Y ví de la boca del Dragón
Y de la boca de la Fiera
Y la boca del Pseudoprofeta
Tres espíritus sucios
A modo de Ranas
- Son espíritus demoníacos
Que hacen prodigios -
Y proceden hacia los Reyes
De toda la tierra
Para rejuntarlos
Para la Granguerra
Del día del Dios Omnipotente-."

En cuanto al texto, notemos solamente la mala traducción del adjetivo "gran" que lo coloca como modificando a guerra cuando en realidad modifica a día, tanto porque está inmediatamente después de esta palabra cuanto por el hecho de que guerra es acusativo masculino, mientras que día y gran son femeninos en genitivo.

Pasemos al comentario (negritas, como siempre, nuestras):

"Las Tres Ranas del  Apokalypsis han hecho sudar el quilo y romperse el mate a los intérpretes; mas los Santos Padres, casi todos, han visto en ellas herejías: las últimas y novísimas. Son el liberalismo, el comunismo y el aloguismo o modernismo.
El texto no dice "tres demonios", como tampoco congruye con el salir dos dellos de boca de hombres: el texto dice "espíritus", palabra que designa también un movimiento, una  ideología o una teología, en todas las lenguas.
Los Doctores nombraron las herejías que tenían ellos ante los ojos, que naturalmente creían las peores posibles; San Agustín: los arrianos, pelagianos y donatistas; Belarmino: Lutero, Zwinglio y Calvino; y así  otros. Yo hago lo mismo. Y puedo equivocarme como  ellos. Pero me parece esta vez va de veras".

Hasta aquí el Padre que luego pasa a desarrollar cada una de ellas.

sábado, 16 de agosto de 2014

Dom A. Gréa. La Iglesia, su Divina Constitución, Cuarta Parte. Las operaciones Jerárquicas en la Iglesia Particular. Cap. X (I de II)


X

LA MISIÓN EN LA IGLESIA PARTICULAR

El obispo, fuente y principio.

La sagrada noción de la primacía en el seno de la Iglesia particular nos muestra, en el obispo, la fuente y el principio de todas las actividades que hay en ella.
El obispo es enviado a esta Iglesia. El que le recibe, recibe a Jesucristo, y es recibir al obispo recibir a los que Él se ha asociado y los ha enviado a su vez.
Así pues, la misión que viene de Jesucristo desciende por él a los presbíteros y a los ministros inferiores. A él, pues, corresponde comunicarles todo poder y toda jurisdicción sobre su pueblo, como le corresponde imponerles las manos. Es también una vieja máxima de derecho, como es una consecuencia natural de los principios de la jerarquía, que la colación del oficio o del beneficio sigue, por una especie de fiel imitación, idéntico curso que la colación del mismo orden sagrado.
Por tanto, como el Soberano Pontífice es la fuente de todo poder eclesiástico en el episcopado y en la Iglesia universal, así, por la naturaleza de la jerarquía, los obispos son la fuente y el principio de los poderes que aparecen en el gobierno de la Iglesia particular.
Sin embargo, en la aplicación de estas máximas hay gran diferencia entre la Iglesia universal y la Iglesia particular: la acción del Pontífice Supremo, siendo absolutamente soberana, no está ligada por las leyes sino en cuanto ella misma quiere ligarse, mientras que la actividad de los obispos, por el contrario, puede estar y está efectivamente sometida en su ejercicio a todas las restricciones de la legislación superior de la Iglesia universal.
Esta legislación ha establecido o autorizado en el transcurso de las edades diversas condiciones, a las que debe someterse y plegarse la autoridad de los obispos en la comunicación de la jurisdicción eclesiástica.
Estas condiciones han sido unas veces la intervención previa de patrones o presentadores; otras, el concurso de los capítulos y de los cuerpos eclesiásticos.
A veces estas leyes han confirmado incluso la prerrogativa que se habían atribuido los capítulos u otras personas eclesiásticas, de conferir por sí mismos los oficios de la Iglesia por una comunicación tácita de la autoridad episcopal, venida a ser poco a poco un derecho adquirido, hecho luego irrevocable por la costumbre.
De ahí la diversidad de las fuentes aparentes de la jurisdicción en una misma Iglesia; pero si vamos al fondo de las cosas, veremos que los que la confieren, cuando no son el obispo mismo, obran radicalmente en nombre del obispo y por un poder derivado originariamente de él.
Las derogaciones del derecho jerárquico no pueden llegar hasta la sustancia misma de este derecho y, miradas las cosas en su fondo sustancial, no hay nunca en la Iglesia más que una fuente de jurisdicción, un principio de autoridad y un centro al que todo  se debe referir.
No es nuestra intención exponer aquí todas las formas seguidas en la colación de los oficios eclesiásticos y todas las derivaciones de este poder primordial del episcopado que se han producido con el tiempo.
Esta materia forma una parte considerable de los tratados de derecho canónico.
Al derecho de conferir la autoridad eclesiástica en el seno de la Iglesia particular corresponde el de despojar de la misma al sujeto en virtud de un justo juicio.
Así pues, como corresponde al Soberano Pontífice deponer a los obispos, al obispo le corresponde en su Iglesia deponer a los clérigos inferiores.
Pero principalmente en esta materia la Iglesia, como madre misericordiosa, ha puesto, con sus leyes, límites y garantías al ejercicio de este tremendo derecho.
En la antigüedad exigía la presencia de seis obispos y como la sentencia de un concilio para deponer a un sacerdote[1] y de tres obispos para deponer a un diácono.
El derecho moderno da a los acusados otras garantías en un procedimiento lleno de prudencia en la constitución de un tribunal episcopal rodeado de sabias precauciones. Es preciso que la autoridad episcopal, siempre paternal, temple en la corrección misma de los culpables la justicia con la misericordia, procurando la curación de un miembro enfermo más que un castigo riguroso y ejemplar.
Lo que decimos aquí de la autoridad episcopal como fuente única de la jurisdicción en el seno de la Iglesia particular, debe entenderse sin perjuicio de otra fuente superior a ésta, situada en la Iglesia universal. Nos referimos a la autoridad del Soberano Pontífice: ésta alcanza inmediatamente a cada parte del cuerpo entero de la Iglesia y puede, a su arbitrio, conferir en cada Iglesia particular todos los oficios y todos los ministerios, como puede también siempre y sin restricción pronunciar en ella juicios, ejercer la justicia y dictar sentencias.
En su lugar hablaremos de las manifestaciones de este poder de los Soberanos Pontífices en las Iglesias particulares.


[1] Graciano, Decreto, parte 2, causa 15, cuestión 7, can. 3.4; PL 187, 985-986. Cf. Concilio I de Cartago (349), can. 11, Labbe 2, 717, Mansi 3, 148; Concilio II de Cartago (390), can. 10, Labbe 2, 1162, Mansi 3, 872, Hefele 2, 78; Concilio III de Cartago (397), can. 8, Labbe 2, 1162, Mansi 3, 881.

jueves, 14 de agosto de 2014

La Iglesia Católica y la Salvación, Cap. VIII. La Encíclica Humani Generis (III de III)

3) Algunos autores Católicos intentaron explicar el dogma de la necesidad de la Iglesia para la obtención de la salvación eterna diciendo que la Iglesia es solamente el medio ordinario, y que es posible, en casos extraordinarios, que un hombre obtenga la Visión Beatífica fuera de la Iglesia. Al mismo tiempo afirmaban resueltamente, como  Newman, que es un dogma que fuera de la Iglesia no hay salvación. Claramente, según esta explicación, el dogma no sería más que una fórmula vacía, algo que las mismas personas que lo aceptan como dogma se espera que lo traten a los fines prácticos, como falso. En última instancia, por supuesto, esta explicación coincide con la que dio Newman en su Carta al Duque de Norfolk.

4) En todo sentido, la más importante y más ampliamente usada de todas las explicaciones imprecisas de la necesidad de la Iglesia para la salvación era la que se centraba en la distinción entre el "cuerpo" y el "alma" de la Iglesia Católica. Aquel que intentaba explicar el dogma de esta manera, generalmente designaba la Iglesia visible como el "cuerpo" de la Iglesia y aplicaba el término "alma de la Iglesia" a la gracia y a las virtudes sobrenaturales o a una imaginaria "Iglesia invisible". Antes de la aparición de la Mystici Corporis existían varios libros y artículos que afirmaban que, si bien el "alma" de la Iglesia no estaba separada de alguna forma del "cuerpo", en realidad era más extenso que éste.
Las explicaciones de la necesidad de la Iglesia hechas en términos de esta distinción eran por lo menos insuficientes y confusas y las más de las veces mezclado con serios errores. Cuando la expresión "alma de la Iglesia" se aplicaba a la gracia santificante y al organismo de las virtudes sobrenaturales que la acompañan, la explicación era confusa en cuanto destacaba el hecho que el hombre debe estar en estado de gracia y tener fe y caridad para obtener la salvación eterna, pero tendía a obscurecer la verdad que el hombre debe estar de alguna manera "dentro" de la vera y visible Iglesia Católica en el momento de su muerte a fin de poder alcanzar la Visión Beatífica.

martes, 12 de agosto de 2014

Dom A. Gréa. La Iglesia, su Divina Constitución, Cuarta Parte. Las operaciones Jerárquicas en la Iglesia Particular. Cap. IX (II de II)

Orden canónico y orden  monástico.

Este carácter jerárquico de los monasterios, por cuanto los hace entrar en la gran familia de las Iglesias, nos lleva a hablar de la célebre distinción que entonces se hacía en el seno de la jerarquía misma entre las dos disciplinas que allí se observaban.
Mientras que en el orden jerárquico, las Iglesias episcopales y los títulos de las ciudades, las Iglesias rurales y las parroquias menores guardan entre sí el rango que se les ha asignado, estas mismas Iglesias, desde el punto de vista de las observancias, podían pertenecer, como se decía, al orden monástico o al orden canónico.
Esta distinción es de gran importancia, porque al mostrar la vida religiosa introducida en la jerarquía, basta para establecer que a los ojos de la tradición esta vida es esencialmente compatible con la constitución del clero titular de las Iglesias. Por lo demás, esta distinción apareció desde los orígenes, pues está concebida en germen en la fórmula del concilio de Laodicea, que distingue dos clases de consagraciones a Dios, la clerical y la ascética[1], fórmula de la que las célebres designaciones de orden canónico y orden monástico, tantas veces proclamadas en los concilios y en las capitulares del siglo de Carlomagno, no son sino la traducción aplicada al pleno desarrollo de estos elementos primitivos[2].
Tal distinción domina toda la historia de las Iglesias particulares en la edad media y es mantenida todavía por el concilio de Trento cuando distingue entre los beneficios monásticos y los puramente eclesiásticos o canónicos[3].

sábado, 9 de agosto de 2014

Algunas Notas a Apocalipsis I, 4-6 (I de V)

4. Juan a las siete Iglesias que están en el Asia: gracia a vosotras y paz de parte de “el que es y el que era y el que viene”, y de parte de los siete espíritus que están delante de su trono,

I) Juan a las siete iglesias

Comentario:

Se indican aquí los destinatarios del Apocalipsis: las siete iglesias del Asia que serán nombradas en el v. 11 y que, como se dirá luego, representan siete eras diversas de la Iglesia desde la época de San Juan hasta la Parusía.


II) que están en el Asia

Comentario:

Así como con el nombre de cada una de las Iglesias se podrá conocer con cierta probabilidad a qué época se refiere, lo mismo parecería significar la palabra “Asia”.

Verschraege[1]: “La palabra Asia significa Cenagoso (lutosa), Tumultuoso (turbida), y esto siempre puede decirse de la Iglesia Militante, tanto a causa de las continuas tribulaciones que sufre, como así también a causa de los numerosos pecados de sus miembros”.

III) Gracia a vosotras y paz

Comentario:

J. Chaine (citado por Gelin): “Desde hace tiempo se ha observado que la fórmula de saludo ayuda a conocer la mentalidad de un pueblo, el ideal que desea; los árabes, expuestos a la razia y a las aventuras del desierto, desea la paz; el judío, cuyos ancestros eran nómades, la desean también. El griego, a quien sonríe la natura, desea la gracia. Los autores del NT que desean a sus destinatarios la paz y la alegría parecen pues, haber unido las costumbres griegas y orientales”.
Lo mismo notan Caballero Sánchez y otros autores.

jueves, 7 de agosto de 2014

Dom A. Gréa. La Iglesia, su Divina Constitución, Cuarta Parte. Las operaciones Jerárquicas en la Iglesia Particular. Cap. IX (I de II)

IX

IGLESIAS MONÁSTICAS

Constitución de las Iglesias monásticas.

Las Iglesias, astros del nuevo cielo, cuya admirable y ordenada disposición hemos descrito, son los focos ardientes de la vida sobrenatural.
Ahora bien, esta vida se desarrolla por los ardores de la caridad en las almas, con el doble socorro de los preceptos y de los consejos evangélicos. Y como la práctica de los consejos le da mayor intensidad, desde los orígenes hubo en el pueblo fiel un núcleo de vida cristiana en cierto modo más sustancioso, formado por almas que por una vocación especial y más alta, abrazando por estado la práctica de los consejos evangélicos, renuncian ya en esta vida a toda posesión en las cosas de este mundo y se unen a Jesucristo mediante un desasimiento más perfecto.
La vida religiosa apareció ya en los orígenes de la Iglesia. Lo afirmamos sin temor siguiendo toda la tradición, pues según la enseñanza de los doctores, la Iglesia comenzó precisamente por este género de vida en las personas mismas de los apóstoles y de sus primeros discípulos[1].
Pero sin entrar por ahora en la historia de los desarrollos que experimentó sucesivamente el estado religioso, de las misiones extraordinarias que Dios le confió y de las diversas formas que revistió, de momento nos limitarnos a considerarla en sus relaciones con la vida de las Iglesias particulares.
En efecto, ¿quién no ve que este don excelente, que esta gracia superior de la vida religiosa hecha a la Iglesia católica, debe extenderse por todas sus partes, y que las Iglesias particulares, todas las cuales son, en el misterio de su unidad, una esposa de Jesucristo, deben recibir este preciso ornamento y engalanarse con esta perla delicada de la caridad perfecta?
En los primeros tiempos, los cristianos que abrazaban la profesión religiosa, vivían en el seno de las Iglesias, bajo la dirección de los obispos, sin formar cuerpo distinto y sin tener entre ellos otro vínculo que el del gobierno eclesiástico, que les era común con el resto de los fieles.
Sin duda hubo ya entonces religiosos reunidos en pequeñas comunidades en cuanto lo permitían las circunstancias. La naturaleza de las cosas y hasta ciertos textos de la antigüedad nos autorizan a pensarlo. Sin embargo, aquellos ensayos y aquellos débiles comienzos no revestían todavía el carácter de institución pública.
Pero cuando se dio la paz a la Iglesia, la vida religiosa, usando de la libertad nuevamente adquirida, tomó enseguida el vuelo mediante la constitución de los monasterios.
Los religiosos, hasta entonces mezclados con el resto del pueblo cristiano, se reunieron y formaron comunidades regulares, abrigadas por moradas comunes, al mismo tiempo que otros, penetrando en los desiertos y movidos por el Espíritu a abrazar la vida solitaria, componían allí, bajo la dirección de los patriarcas de la soledad, vastas aglomeraciones de ermitas y de celdas[2].
Desde los orígenes debieron los obispos dar sacerdotes y pastores a aquel pueblo de ascetas, de monjes y de ermitaños.
Y así en las diócesis, al lado de las parroquias comunes, se estableció la parroquia de los perfectos, el monasterio, y además del título de las Iglesias del pueblo de la diócesis se formó el título del monasterio, título mencionado por el concilio de Calcedonia después de los títulos de la Iglesia episcopal y de la aldea o de la parroquia sin obispo[3].

martes, 5 de agosto de 2014

La conversión de San Pablo, por E. Hello.

Nota del Blog: Tomado de "Fisonomía de Santos".

La conversión de San Pablo, G. Dore

LA CONVERSION DE SAN PABLO

En general, la Iglesia celebra la fiesta de un santo el día del aniversario de su muerte, que es el aniversario de su nacimiento en la Iglesia. De San Juan Bautista celebra, sin embargo, el nacimiento real, porque San Juan nació santificado. Pero raras veces conmemora un episodio de la vida de los Santos; porque también es muy raro que un episodio sea tan decisivo que merezca una consagración anual y solemne.
La Iglesia celebra la conversión de San Pablo, porque este suceso presenta caracteres especiales. La conversión de San Pablo es súbita, total, definitiva, magnífica.
Rápida como el rayo e inmortal como la alegría de los elegidos tiene el encanto de la duración.
El alma humana siente la necesidad, el amor, la pasión de los cambios bruscos. La instantaneidad es uno de nuestros deseos más profundos.
Imaginemos un hombre que obtenga poco a poco, lentamente, unas después de otras, todas las cualidades, todas las virtudes, todas las gracias espirituales y temporales que ha deseado; este hombre no ha obtenido lo que más deseaba: la rapidez.
Y es que uno de los más grandes deseos del hombre que pide es el deseo de ver la mano que da; y la rapidez deja ver esa mano.
El hombre que desea una gracia cualquiera, desea esta gracia por ella misma, y desea al mismo tiempo sentir el acto del don y ver la mano que da. La lentitud oculta esta mano y este acto; la rapidez los descubre. Y el principal deseo del hombre que desea no es conseguir el don, sino recibirlo de manos del rayo.
San Pablo, consagrado en medio de su furor, derribado de a caballo, cegado por la luz y admirado para siempre; San Pablo cambiado en otro hombre, y cambiado en un momento, responde a uno de los más profundos clamores de nuestra alma. Es cambiado en un instante, y cambiado para siempre; y esta última es otra de las cualidades que nosotros queremos ver en un cambio. Deseamos que sea instantáneo, y que sea inmortal; queremos que el súbito estallido del rayo continúe perenne; y todavía queremos más: con la rapidez de la causa queremos la plenitud del efecto; y que el cambio de la persona o de la cosa cambiada sea tan completo como rápido, tan duradero como súbito.
En San Pablo, que ofrece estos caracteres, admiramos el proceder que Dios usó con él; le agradecemos el que no nos haga languidecer en cosas a medias. Por esto el camino de Damasco ha quedado en la memoria de los hombres, no sólo como un lugar histórico, sino también como una locución proverbial: y esto indica mucho. Encontrar su camino de Damasco quiere decir ser herido, avisado, aterrado, convertido. Y cuando un hecho se apodera del lenguaje humano en forma de proverbio, es porque responde a alguna de los más íntimos deseos humanos.

domingo, 3 de agosto de 2014

Dom A. Gréa. La Iglesia, su Divina Constitución, Cuarta Parte. Las operaciones Jerárquicas en la Iglesia Particular. Cap. VIII (III de III)

Jerarquía de las Iglesias.

La sede episcopal da a la Iglesia que la posee la preeminencia sobre todas las Iglesias de la diócesis.
En esta sede y por la posesión de esta sede recibe el obispo la herencia de sus predecesores y su autoridad sobre toda la diócesis.
Desde esta sede y desde el seno de esta Iglesia principal preside el gobierno de todas las demás.
Su presbiterio le asiste en su gobierno con el consejo y la acción. Los oficiales de este presbiterio son sus principales ministros, y el archidiácono de la Iglesia principal, al que se llama el ojo del obispo dentro de esta Iglesia, es todavía el ojo del obispo para vigilar a la diócesis entera.
Cuando está vacante esta sede, el presbiterio de esta primera Iglesia, guardián natural de la cátedra episcopal, ejerce por sí solo los derechos de la misma con respecto a los presbíteros y a los cuerpos de clero, a los sacerdotes y al pueblo de todas las Iglesias inferiores.
Así esta preeminencia del presbiterio de la Iglesia episcopal se ha visto afirmada por la práctica de todos los tiempos. En todas partes ha tenido la precedencia.
Por causa de esta precedencia, el concilio de Neocesarea prohíbe a los sacerdotes del campo y de la diócesis celebrar en el altar de la ciudad episcopal en presencia de los sacerdotes de la Iglesia de la ciudad[1], y como se ve por este ejemplo, la antigüedad practicaba estas reglas de respeto y conocía estos privilegios, que son expresión de las disposiciones jerárquicas.
Por la misma razón, en la asamblea de los sacerdotes de Alejandría, los sacerdotes de las Iglesias diocesanas no suscribían sino después de los sacerdotes y de los diáconos de aquella ilustre Iglesia.
Apoyados en estos venerables ejemplos veremos sin asombro hasta en los tiempos modernos en muchas Iglesias, como antes hemos referido, a los canónigos de las catedrales, y hasta a los titulares de las Iglesias suburbanas, asociados con los canónigos en esta acción como los presbíteros cardenales de los títulos de la ciudad, rodear al obispo a la cabeza de la asamblea sinodal y distinguirse por encima de todo el clero diocesano en esa unión que tienen con la cátedra episcopal.
Por lo demás, recordemos todavía que las Iglesias de las diócesis habían sido las más de las veces establecidas en sus  orígenes por las predicaciones de los sacerdotes de la Iglesia episcopal, y que ésta poseía frente a todas las otras, tanto de hecho como de derecho, la calidad de Iglesia madre y que todas las otras se consideraban como sus hijas.
Así, la autoridad de los sacerdotes de la Iglesia episcopal, sostenida por estos recuerdos y por estas tradiciones de origen, llegó a veces en los primeros siglos a rebasar sus justos límites, y el concilio de Ancira creyó deber reprimir sus intervenciones excesivas en las Iglesias diocesanas[2].

viernes, 1 de agosto de 2014

El Discurso Parusíaco XIV: Respuesta de Jesucristo, IX. La Gran Tribulación y la Angustia de Jacob

El Discurso Parusíaco XIV: Respuesta de Jesucristo, IX.

La Gran Tribulación y la Angustia de Jacob


Mateo XXIV

21 Porque habrá entonces grande tribulación, cual no la hubo desde el principio del mundo hasta ahora ni la habrá más.

Marcos XIII

19 Porque habrá en aquellos días tribulación tal, cual no la hubo desde el principio de la creación que hizo Dios, hasta el presente, ni la habrá.


Aquí Jesús nos da la razón por la cual sus discípulos deberán huir inmediatamente y no es otra más que el comienzo de la “gran tribulación (θλῖψις[1]) que jamás ha habido ni la habrá”[2] y en el versículo siguiente explicará una de las consecuencias de semejante tribulación.

Sin embargo es preciso no confundir dos sucesos que, a pesar de ciertas similitudes, difieren tanto en el tiempo como en otras circunstancias:

Por un lado la tribulación o angustia de Jacob que coincide con la huída de la Mujer al desierto, y por el otro la gran tribulación o persecución del Anticristo.

Esta confusión se ve a menudo en los comentadores.

Sobre la tribulación de Jacob, el AT habla passim:

Daniel XII, 1: “En aquel tiempo se alzará Miguel, el gran príncipe y defensor de los hijos de tu pueblo; y vendrá tiempo de angustia cual nunca ha habido desde que existen naciones hasta este tiempo[3].

Jeremías XXX, 7: “¡Ay! Porque grande es aquel día, no hay otro que le sea igual. Es el tiempo de angustia para Jacob; más será librado de ella”.

A lo que podría agregarse:

Génesis XXXV, 1-3: “Dijo Dios a Jacob: “levántate suba a Betel, donde habitarás, y construye allí un altar al Dios que se te apareció cuando ibas huyendo de Esaú, tu hermano. Dijo pues Jacob a su familia y a todos los que con él estaban: “apartad los dioses extraños que hay en medio de vosotros; purificaos y mudad vuestros vestidos. Nos levantaremos para subir a Betel, donde construiré un altar al Dios que me oyó en el día de mi angustia y me asistió en el camino por donde he andado”.[4]

Tobías XIII, 19: “Alma mía, bendice al Señor; pues Él, el Señor Dios nuestro, ha librado a Jerusalén, su ciudad, de todas sus tribulaciones”.