lunes, 29 de septiembre de 2014

División de las Siete Iglesias del Apocalipsis

Sabido es que el Apocalipsis está estructurado en base al número siete. Aquí solamente nos proponemos mostrar un septenario dentro de otro septenario, a saber, indicar cómo las mismas cartas están, a su vez, divididas en siete partes cada una.
No daremos aquí la exégesis de las siete Iglesias sino tan solo mostraremos su división septenaria, absteniéndonos de mayores comentarios al respecto.


I) Éfeso

1) Destinatario.

1. Al Ángel de la Iglesia en Éfeso escribe.


2) Título de Cristo.

1. El que tiene las siete estrellas en su diestra, el que camina en medio de los siete candelabros, los dorados


3) Alabanzas.

2. Sé las obras de ti y el trabajo y la perseverancia de tí, y que no puedes soportar a los malos y que has probado a los que se dicen apóstoles y no lo son, y los has hallado mentirosos.
3. Y tienes perseverancia y padeciste por mi Nombre y no has desfallecido.
6. Pero esto tienes: que odias las obras de los Nicolaítas, que yo también odio.


4) Reprehensiones.

4. Pero tengo contra ti que tu amor, el primero, has dejado.


5) Exhortaciones-Amenazas

5. Recuerda, pues, de dónde has caído y arrepiéntete y haz las primeras obras; si no, vengo a ti, y moveré tu candelabro de su lugar, a menos que te arrepientas.


6) Conclusión.

7. El que tiene oído oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias


7) Promesa.

7. Al vencedor le daré a comer del Leño de la vida que está en el Paraíso de Dios”.


sábado, 27 de septiembre de 2014

Dom A. Gréa. La Iglesia, su Divina Constitución, Cuarta Parte. Las operaciones Jerárquicas en la Iglesia Particular. Cap. X (VII Parte)

   Nota del Blog: ¡Páginas bellísimas e insuperables dignas de una seria meditación!

Pero si las riquezas de la Iglesia son, en sus manos, un inmenso beneficio para el mundo en tanto que ella las administra por sí misma y como su tesoro común, ¿no son causa de debilitamiento de la acción sacerdotal tan pronto como se convierten en riquezas individuales del sacerdote? Si el sacerdocio es una carrera para el que lo abraza,  se ve mermada su autoridad, completamente espiritual. El progreso de la institución de los beneficios ¿no parece infligirle en cierta manera este envilecimiento?
La paternidad no puede ser una carrera, y en ella no se conocen ascensos.
Si el sacerdote, en su ministerio, mientras procura la salvación de los hombres, persigue al mismo tiempo una carrera humana, por muy honorable que ésta sea, no es ya en el mismo grado padre de las almas, sino que en un orden elevado viene a ser un administrador justamente retribuido. Los pueblos podrán estimarlo y respetarlo todavía, pero ya no verán en él exclusivamente al hombre de Dios, que les pertenece y al que ellos pertenecen por un pacto inviolable y por las relaciones naturales, sustanciales y profundas de toda la vida nueva y del misterio divino y social del hombre regenerado.
Las consecuencias de este nuevo estado de cosas no tardan en manifestarse al exterior en síntomas significativos.
Así como se aflojan los lazos venerables que en cada Iglesia unían al pueblo con su sacerdocio, y al relajarse así la antigua unidad de la Iglesia particular y disminuir de esta manera su actividad íntima, se desinteresan los fieles cada vez más de lo que afecta a la vida pública de la misma, en breve espacio de tiempo vemos desaparecer toda participación del pueblo en las elecciones eclesiásticas; vemos cesar enteramente la penitencia pública, que resulta impracticable y sin objeto una vez que el espíritu de comunidad se ha extinguido en el seno de cada Iglesia y el pueblo mismo, en cierto modo, se ha disgregado.
Pero entre todos los efectos de esta revolución, el que seguramente fue más directamente sensible a las multitudes y del que más abusó el espíritu del mal en las reacciones heréticas que produjo en aquella época, fue el golpe que con ello se dio a la antigua administración del patrimonio eclesiástico.
Ya hemos dicho que en otro tiempo el bien de la Iglesia era bien de toda la corporación cristiana. El obispo, como un padre de familia, distribuía los beneficios. Era, en toda la fuerza del término, patrimonio de Cristo y de los pobres[1]; los clérigos eran alimentados con él bajo este título glorioso; con él se construían o se reparaban las basílicas y los edificios de la Iglesia, puesto que son propiamente las casas de Cristo y de los pobres.
Pero con la organización de los beneficios la propiedad eclesiástica se acercó en la forma a la propiedad feudal; y como los beneficios seculares forman el lote de la milicia secular, los beneficios eclesiásticos son, a los ojos de todos, los bienes del clero, y así, en la apreciación del vulgo, pierden su antiguo carácter de patrimonio común de todos.
Sabemos que no ha cambiado el fondo de las cosas, y así los beneficiarios son severamente amonestados, por los cánones de la Iglesia y por la sentencia de los teólogos, de la obligación que tienen de consagrar a los pobres todo lo superfluo. No son, se les repite constantemente, sino los administradores del bien de los pobres, y el patrimonio de éstos no ha cambiado de carácter ni de dueño por haberse repartido entre gran número de colonos[2].
Sin embargo, hay que reconocer que el legítimo empleo de estos bienes al servicio de los pobres, en lugar de tener la garantía pública que le daba su constitución en una sola masa, no tiene ya otro garante que la conciencia individual; y cuando da limosna el clérigo, a los ojos de los pueblos aparece como individualmente caritativo y filántropo. Pero los pueblos mismos han perdido de vista la antigua propiedad que les pertenecía y les pertenece.
Así pues, en adelante será posible excitar las envidias de las multitudes con respecto a las riquezas eclesiásticas. Y cuando los príncipes seculares se apoderen de ellas por la violencia, la usurpación parecerá menos odiosa y no afectará ya en el mismo grado a las multitudes que han perdido ya la costumbre de mirarlos como su propio patrimonio.

lunes, 22 de septiembre de 2014

Algunas Notas a Apocalipsis I, 4-6 (V de V)

5c-6. Al que nos ama y nos libró de nuestros pecados con su sangre y nos hizo reino, sacerdotes para el Dios y Padre suyo; a Él sea la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén.

Comentario:

Esta doxología se encuentra luego como ampliada en el Cap. V en boca de los 4 Vivientes y los 24 Ancianos.

Cap. I.

5c Al que nos ama y nos libró de nuestros pecados con su sangre,
6) y nos hizo reino, sacerdotes para el Dios y Padre suyo; a Él sea la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén.

Cap. V.

9. Y cantan un cántico nuevo diciendo: “Digno eres de recibir el libro y de abrir sus sellos porque fuiste muerto y compraste para Dios con tu sangre (hombres) de toda tribu y lengua y pueblo y nación.
10. Y los has hecho para nuestro Dios reino y sacerdotes y reinan sobre la tierra”.
11. Y vi y oí voz de muchos ángeles alrededor del trono y de los Vivientes y de los Ancianos y era su número miríadas de miríadas y millares de millares.
12. que decían a gran voz: “Digno es el Cordero, el muerto, de recibir el poder y riqueza y sabiduría y fuerza y honor y gloria y bendición”.

Como se puede apreciar, la coincidencia se da incluso en el orden.

Allo: “Doxología a Cristo. Cfr. Apoc. V, 12-13; las otras cinco (en total son siete en el libro), se dirigen a Dios Padre, pero el Cordero, la mayoría de las veces, le está asociado”.


I) Al que nos ama y nos libró de nuestros pecados con su sangre

sábado, 20 de septiembre de 2014

Dom A. Gréa. La Iglesia, su Divina Constitución, Cuarta Parte. Las operaciones Jerárquicas en la Iglesia Particular. Cap. X (VI Parte)

Nota del Blog: estas son unas de nuestras páginas favoritas del libro.

Régimen beneficiario (siglos XIV-XV).

En el siglo XIII parece hallarse en su apogeo la sociedad cristiana; y la Europa entera, en el admirable desarrollo de una civilización inspirada por el hálito poderoso de la idea cristiana, está pronta a cubrir el mundo con la inmensa expansión de las fuerzas benéficas que lleva en su seno.
Las Cruzadas fueron un primer esfuerzo. El apostolado de las órdenes religiosas  aparece también entonces. Por todas partes se abren nuevos caminos que serán recorridos por la luz y la vida para la salud del género humano.
Pero entre estas esperanzas y su realización tropezará la Iglesia con nuevas y dolorosas pruebas.
El siglo XIII se termina en el momento en que la gran idea de la política cristiana recibe el primer golpe de la rebelión de Felipe el Hermoso.
La voz del vicario de Jesucristo no tarda en debilitarse de resultas de un largo destierro y de un cisma doloroso.
La política de los príncipes se va emancipando cada vez más de la maternal dirección de la Iglesia. Al mismo tiempo, y como consecuencia necesaria, comienza para Europa un largo período de crueles guerras. La voz de la Iglesia, que trata de apaciguar estos sangrientos tumultos y de hacer que las armas de los cristianos se vuelvan contra la barbarie musulmana, de nuevo amenazadora, no halla ya eco y la Europa parece encaminarse hacia sombríos destinos.
Pero el contragolpe de esta crisis de la cristiandad se hizo sentir en el interior mismo del cuerpo eclesiástico dando por resultado el debilitamiento de la autoridad pontificia y las calamidades causadas por las guerras.
Tenemos que reconocer también que una revolución considerable y bastante rápida se produjo en el seno de las Iglesias particulares bajo la doble acción de los usos feudales y de la costumbre. Nos referimos a la disciplina beneficiaria.
En los siglos precedentes los bienes de las Iglesias y de los monasterios habían formado masas comunes, administradas por los Obispos y por los abades.
Pero en aquella época y ya en el transcurso del siglo XII una costumbre invasora, al fijar las distribuciones o prebendas, acabó por repartir entre todos los clérigos el patrimonio hasta entonces indiviso de la Iglesia. Y como la sociedad feudal tomó numerosos préstamos de la sociedad eclesiástica, ésta a su vez, arrastrada por la corriente de las costumbres y de las instituciones del tiempo, recibe de la sociedad la forma y la idea del beneficio.
Como el caballero recibe en la repartición de la tierra feudal la justa remuneración del servicio militar, así también el clérigo halla en la repartición de la tierra eclesiástica la remuneración de la milicia espiritual. Como el feudo representa el derecho del caballero a vivir del bien de su señor, así también la tierra del beneficio eclesiástico representa el derecho del clérigo a sentarse a la mesa (mensa) de la Iglesia.

jueves, 18 de septiembre de 2014

Algunas Notas a Apocalipsis I, 4-6 (IV de V)

III) el Primogénito de los muertos y el Príncipe de los reyes de la tierra

Notas Lingüísticas:

Zerwick: πρωτότοκος τῶν νεκρῶν (Primogénito de los muertos): Entre los que resucitan es el primero no sólo en tiempo sino también en dignidad

Zerwick: πρωτότοκος καὶ ἄρχων (Primogénito y Príncipe): expresa el dominio universal”.


Comentario:

A diferencia del título anterior, este parece referirse únicamente al Milenio y más concretamente a los dos grandes grupos que allí habrá: por un lado los Santos en la Jerusalén Celeste y por el otro los Viadores en la Jerusalén Terrestre y en el resto de la tierra.

1) Primogénito de los muertos ( πρωτότοκος τῶν νεκρῶν): como bien lo indican los autores, esta primogenitura es no sólo de tiempo sino principalmente de dignidad. Jesucristo ha sido el primero en resucitar para no volver ya a morir.

La expresión griega “ὁ πρωτότοκος τῶν νεκρῶν” parece estar como calcada sobre una expresión técnica de suma importancia en el Nuevo Testamento: “τῆς ἀναστάσεως τῆς ἐκ νεκρῶν” es decir: “la resurrección, la de entre los muertos”.

Dejemos hablar aquí a Van Rixtel[1] que con su habitual claridad nos dice:

“Como prueba concluyente de esta doctrina de Jesús los milenaristas citan el siguiente pasaje, en el cual el Señor trata “ex professo” contra los saduceos, de la resurrección: “Los que sean dignos de alcanzar aquel siglo y la resurrección de entre los muertos, no se casan, ni son dados en casamiento; porque no pueden ya más morir, pues son iguales a los ángeles, y son hijos de Dios al ser hijos de la resurrección. Y en cuanto a que los muertos han de resucitar, aún Moisés lo dio a entender en el pasaje de la zarza, cuando llama al Señor: Dios de Abrahán y Dios de Isaac y Dios de Jacob. Dios no es Dios de muertos, sino de vivos; porque para El todos viven” (Luc. XX, 29-40).

Este pasaje va dirigido contra los saduceos que negaron la resurrección, aun la de los justos, porque negaron la inmortalidad del alma.

De ello se desprende:

martes, 16 de septiembre de 2014

Dom A. Gréa. La Iglesia, su Divina Constitución, Cuarta Parte. Las operaciones Jerárquicas en la Iglesia Particular. Cap. X (V Parte)

Régimen feudal (siglos XII-XIII).

Después del año 1000 la Iglesia, después de pasar en la pureza su disciplina y en el fervor de los primeros cristianos a través de la antigua sociedad romana, y después de acoger en la época siguiente a la sociedad bárbara y convertirse, con sus beneficios, en su educadora, se halla en contacto con la sociedad feudal.
Entonces aparece con todo su esplendor la gran noción de cristiandad.
La Iglesia dirige, por sus cumbres, a aquel inmenso cuerpo social compuesto de las naciones y de los reinos de Europa.
Pero al mismo tiempo todas las partes del cuerpo feudal se encuentran con la jerarquía eclesiástica. Ésta, mediante la propiedad de la tierra, penetra en este cuerpo, al mismo tiempo que el orden de las relaciones creadas por el feudalismo la penetra a su vez.
Esta compenetración de lo espiritual y de lo temporal, de  una y otra sociedad, tiene ventajas que no se pueden negar. La religión eleva y santifica más y más todas las instituciones políticas del Estado, de la provincia y de la sociedad civil. Interviene en el contrato feudal, pone freno a los excesos de la fuerza; hace que en todas partes predomine la idea moral del derecho — hasta por encima del derecho mismo — las ideas de misericordia y de humanidad.
Ella consagra a los reyes y les recuerda que son los protectores de los débiles; interviene en todos los juramentos; arma a todos los caballeros. El poder terreno recibe de ella en todas partes una regla que modera sus excesos, al mismo tiempo que un brillo superior y divino, que le garantiza el respeto más que la fuerza y las armas materiales.
Pero tal estado de cosas tiene también sus peligros: si la jerarquía de los poderes temporales se ennoblece al contacto con la Iglesia, la Iglesia puede sufrir rebajamientos debido a este mismo contacto, y si se hacen demasiado estrechos los vínculos que la ligan a toda la institución feudal, puede participar hasta cierto punto de la caducidad misma de esta institución que, como todas las cosas humanas, ha de conocer, en su día, decadencia y ruinas.

domingo, 14 de septiembre de 2014

La Iglesia Católica y la Salvación, II Parte. Cap. I, El Concepto de la Salvación (I de II)

I

El Concepto de la Salvación

El concepto de la salvación eterna aparece a través de todo el Nuevo Testamento. Es una de las nociones fundamentales en la doctrina que Nuestro Señor predicó como mensaje divino que había recibido de Su Padre. Se describió a Sí mismo como viniendo a salvar lo que estaba perdido. "Pues el Hijo del hombre ha venido a salvar lo que estaba perdido"[1]. Cristo es Nuestro Salvador. Su obra es preeminentemente la de nuestra salvación.
Ahora bien, el término "salvar", empleado en la teología y en las traducciones españolas del Nuevo Testamento como el equivalente del latín "salvare" y del griego "sozein" designa el proceso por el cual una persona es removida de una situación en la cual está destinada a la ruina o muerte y es transferida a una en la cual puede vivir y prosperar. Básicamente, ese es el significado expresado por la expresión "salvar a alguien", empleado ordinariamente. Así, cuando hace algunos años leíamos frecuentemente en los periódicos sobre las hazañas del entonces joven primer oficial del barco a vapor America (luego llamado Comodoro Harry Manning) al salvar las vidas de la tripulación de varios botes pesqueros que se habían inundado por tormentas del Atlántico, todos entendimos que este hombre y los marineros a su cargo sacaron las víctimas de los botes destrozados a los que estaban adheridos y los llevaron a la seguridad del trasatlántico del que estaba a cargo.
Los hombres fueron salvados en el sentido de que fueron llevados desde posiciones en las cuales inevitablemente se hubieran ahogado muy pronto a la seguridad del transbordador, y eventualmente a las costas de sus propios países. Nunca podría decirse que los hombres que sean transferidos en el mar de una embarcación a otra han sido "salvados".
La salvación de los hombres, descrita en la revelación pública, es salvación en el sentido estricto o propio del término. Es un proceso por el cual los hombres son removidos de una condición o estado que supondría para ellos la muerte eterna si permanecieran dentro de ella, a una condición en la cual pueden gozar de la vida y felicidad eterna.

viernes, 12 de septiembre de 2014

Dom A. Gréa. La Iglesia, su Divina Constitución, Cuarta Parte. Las operaciones Jerárquicas en la Iglesia Particular. Cap. X (IV Parte)

Del siglo V al XI.

A la época de las invasiones y a los siglos que las siguen hasta más allá del año 1000 pertenece la completa victoria de la fe cristiana.
Bajo el peso de la invasión y de los terrores que la acompañan se borran y desaparecen los últimos restos del paganismo filosófico y letrado. La antigua sociedad corre a buscar abrigo a la sombra del episcopado. La sociedad civil se confunde con la Iglesia y consiguientemente el elemento laico se personifica en los magistrados y los honorati del municipio en el seno de la Iglesia misma, al mismo tiempo que el obispo, de resultas de las necesidades sociales, se convierte en el primer magistrado de la ciudad. En esta compenetración de los dos elementos de la Iglesia y de la sociedad civil se ve nacer una primera forma tutelar y esencialmente benéfica del poder temporal de la Iglesia. Los obispos son en todas partes los padres de los pueblos, y éstos ponen bajo su tutela sus bienes y su libertad.
La Iglesia romana, por encima de todas las demás, les da ejemplo de esas solicitudes caritativas[1], y el poder temporal de los Papas comienza con san León deteniendo a Atila y a Genserico y se desarrolla poco a poco a medida que las necesidades de los pueblos lo van reclamando cada vez más. San Gregorio Magno llena su correspondencia con las solicitudes que le causan los peligros del tiempo, y con las órdenes que da para la seguridad de Roma y de las otras ciudades de Italia[2]. Pipino y Carlomagno no hacen sino consagrar finalmente derechos fundados en estas obras benéficas. A esta época corresponde también en nuestro Occidente la completa evangelización de los campos y el establecimiento de parroquias rurales en todos los lugares.
Los oratorios primitivos y los lugares de estación de los sacerdotes y de los ministros que los recorrían son reemplazados por títulos estables, a la vez que aquellos mismos campos se van cubriendo de poblaciones crecientes y fijadas al suelo.
Pero esta organización eclesiástica de los campos no podemos separarla de la gran obra de esta época.
Esta gran obra fue, con la conversión de los bárbaros, la formación de las naciones civilizadas modernas. Y aquí tres objetos principales reclaman nuestra atención.
En primer lugar hubo que sostener el primer choque de la invasión y preservar de la  destrucción los tesoros de la cultura intelectual e industrial que formaban el patrimonio de la antigua sociedad.
La Iglesia cubrió con su manto a aquella sociedad desamparada y extendiendo su mano detuvo la oleada de violencias bárbaras capaces de aniquilarlo todo.
Esta primera tarea fue principalmente obra del episcopado.
Los obispos, a ejemplo del Soberano Pontífice san León, que detenía a los hunos y a los vándalos y salvaba a la población de Roma abriéndole el asilo inviolable de las basílicas, emprendieron valientemente la defensa de los intereses sociales.

martes, 9 de septiembre de 2014

Castellani y el Apocalipsis, XII: La Primera Copa

XII

La Primera Copa

En esta oportunidad vamos a analizar un pasaje con interesantes consecuencias en la interpretación del Padre.

Sabido es que Castellani sigue la teoría de la recapitulación, sin embargo, no pretenderemos con este artículo contradecirla ut sic, sino tan solo mostrar la mala aplicación que el Padre hace de ella.

Veamos.

El Padre traduce y comenta, énfasis nuestros (pag. 191 y sig.):

"Y escuché en el Templo
Una voz grande
Diciendo a los siete ángeles:
-"Andad ya y volcad
Las Siete Redomas
De la ira de Dios sobre la tierra-
Y salió el primero
Y volcó su Redoma en la tierra-
Y apareció una úlcera
Mala y obscena
En los hombres que llevan
La marka de la Fiera
Y se arrodillaron a su imagen."

Destas siete misteriosas y desconcertantes Redomas, excepto la Primera y la Sexta, no encuentro apoyo en los Santos Padres para entender las "Plagas", o castigo de los últimos tiempos. Lo cual se explica: ellos estaban demasiado lejos de su realización.
Esta Primera Plaga, sí: los Santos Padres la interpretan literalmente, como la plaga sexta de Moisés -Éxodo, IX, 8- que según los rabinos judíos fueron almorranas ("ulcerae et vessicae turgentes"). La Vulgata traduce "una llaga fiera y pésima"; el texto griego dice "mala y fea" ("ponerón"); "ferum et foedum" tradujeron los Padres latinos; los cuales dicen será una úlcera en las partes genitales. Es la sífilis; la cual aparece como enfermedad endémica en el siglo XVI; gran novedad para las gentes del llamado "Renacimiento", que  comenzaron a achacársela a los vecinos unos a otros: "mal francés", "buba de las indias", "mal ruso", "mal persa". Sabido es que ataca "a los que no tienen el signo de Dios sobre la frente", casi sin excepciones; ataca a los que siguen el signo de la Bestia.
Si va a venir otra más última -es decir, peor-  todavía, yo no lo sé. Esta me parece bastante".

Con respecto a la versión notemos simplemente la traducción un tanto tendenciosa al verter πονηρὸν como "obscena" cuando parece que la versión correcta es "maligna" o "dolorosa", según otros.

En cualquier caso la exégesis es simplemente mala. Muy mala.

domingo, 7 de septiembre de 2014

Dom A. Gréa. La Iglesia, su Divina Constitución, Cuarta Parte. Las operaciones Jerárquicas en la Iglesia Particular. Cap. X (III Parte)

Además de aquellas limosnas regidas por las leyes o las costumbres cristianas, ¡cuántas más eran ofrecidas espontáneamente por la generosidad de los fieles!
Y como todas aquellas larguezas confluían en un mismo tesoro; como la Iglesia era su única dispensadora; como los pueblos sabían que sus caridades, al pasar por las manos de la misma, revestían un carácter sagrado y se convertían en un sacrificio agradable a Dios, no podemos formarnos una idea exacta de los recursos de que disponía la Iglesia en todo momento.
Pero si a estos ingresos de las ofrendas añadimos los bienes raíces ofrecidos por don o por testamento a los obispos o adquiridos con los óbolos de la Iglesia, todavía nos será más difícil evaluar la potencia benéfica de las Iglesias cristianas[1].
Fue preciso crear en el seno de las mismas, ecónomos o administradores especiales[2].
Los beneficios de las Iglesias no conocieron ya límites. La de Alejandría equipaba flotas y enviaba convoyes de trigo a las Iglesias lejanas castigadas por el hambre[3]. Otras Iglesias reparaban las murallas de las ciudades y con lo superfluo las embellecían con fuentes y construcciones útiles[4].
Por lo demás — ¡cosa admirable! — nada era más popular que las grandes riquezas de las Iglesias. Eran ciertamente riquezas de todos; se gastaban para todos y nadie podía sentir recelos. San Agustín nos informa de que el pueblo murmuraba cuando el obispo se negaba a acrecentarlas y dice que a veces había que resistir a los excesos de celo[5].
Todavía es interesante seguir en otro aspecto la vida de la comunidad en el seno de la Iglesia particular.
Las comunidades religiosas poseen, en el poder paternal que las rige, un tribunal que reprime los desórdenes y corrige las costumbres. Este tribunal corresponde a lo que se suele llamar el capítulo de culpas: el culpable mismo se acusa en presencia de sus hermanos, a fin de que el cuerpo entero se asocie por la caridad a la satisfacción dada por la falta y a la curación de uno de sus miembros.
La Iglesia tenía su gran capítulo de culpas en la penitencia pública.
Esta gran institución, impracticable e inexplicable fuera de una sociedad cristiana fuertemente ligada  por la caridad y por todos los actos de la vida religiosa, hacía que toda la Iglesia contribuyera a la curación de sus miembros enfermos. «Si un miembro  sufre, decía san Pablo, todos los miembros sufren con él» (I Cor. XII, 26), y los escritos de los Padres, cuando tratan de esta materia, están llenos de expresiones análogas.
Así una Iglesia de los primeros siglos era una asociación de oraciones, una asociación de caridad, una comunidad fervorosa que tenía su tribunal y sus ejercicios de misericordia.

viernes, 5 de septiembre de 2014

Algunas Notas a Apocalipsis I, 4-6 (III de V)

5ab. Y de Jesucristo, el Testigo, el Fiel, el Primogénito de los muertos y el Príncipe de los reyes de la tierra. 

I) Y de Jesucristo,

Comentario:

Después de nombrar al Padre y a los siete Arcángeles, San Juan pasa a Jesucristo, dándonos dos de sus atributos, los cuales parecen estar relacionados directamente con la Parusía y el Milenio.

Veamos.

II) el Testigo, el Fiel.

Comentario:

Nuestro Señor es llamado aquí el Testigo, el Fiel, sin dudas refiriéndose al v. 1 donde se dice que Dios Padre le dio una Revelación para que la transmitiera a sus siervos. Al señalarse a Jesús con esos dos atributos se indicaría pues que ha de cumplir fielmente con el mandato que recibió de Su Padre.
El objeto de la profecía, como quedó dicho, es “la palabra de Dios” y “el testimonio de Jesucristo”, es decir los Mártires del Quinto Sello y del Anticristo respectivamente, lo cual coincide con la septuagésima semana, o sea con “lo que debe suceder pronto”.

Siendo esto así, no debe sorprender que el único versículo que llame a Jesús testigo está tomado de del título de Nuestro Señor a la Iglesia de Laodicea:

III, 14: “Estas cosas dice el Amén, el testigo, el fiel y veraz”.

Y en Isaías, en un pasaje referido indudablemente al Milenio, Dios Padre dice del Mesías:

LV, 4: “Mira, Yo le he constituído como testigo para los pueblos, como caudillo y maestro de las naciones”.

Siempre con el mismo carácter Parusíaco, San Juan hace referencia a la fidelidad de Jesús en:

III, 14: “Estas cosas dice el Amén, el testigo, el fiel y veraz".

XIX, 11: “Y vi el cielo abierto y he aquí un caballo blanco y el sedente sobre él era llamado Fiel y Veraz, y juzga con justicia y hace la guerra”.

XXI, 5: “Y dijo el que estaba sentado en el trono: “He aquí, Yo hago todo nuevo”. Y dice: “Escribe que estas palabras son fieles y veras”.

XXII, 6: “Y me dijo: “Estas palabras son fieles y veras, y el Señor, el Dios de los espíritus de los profetas, envió su ángel para mostrar a sus siervos lo que debe suceder pronto”.

Donde vemos que el adjetivo es usado en la Iglesia bajo los tiempos del Anticristo, en la destrucción de las dos Bestias durante la batalla del Armagedón, en la descripción del Milenio, y en la Septuagésima Semana.

Allo: “Jesús es llamado “el Testigo fiel”; el IV Evangelio dirá que ha venido “para dar testimonio de la Verdad”, y para contarnos lo que ha visto en el seno del Padre; en nuestro libro, va a testimoniar los designios de Dios sobre el futuro”.

Gelin: “El título de Testigo Fiel aquí y en III, 14, muy propio de Juan (Jn. XVIII, 37), está relacionado con lo dicho en I, 1”.

Charles: “μάρτυς (testigo), aplicado a Cristo, aparece solamente aquí y en III, 14 en el NT. (…) La frase ὁ μάρτυς ὁ πιστός (el Testigo, el Fiel), tomada con las palabras que siguen ὁ πρωτότοκος… τῶν βασιλέων τῆς γῆς (el Primogénito… de los reyes de la tierra), nos provee una fuerte evidencia de que nuestro autor tenía en mente el Salmo LXXXIX; pues la primera frase se encuentra en el v. 38 donde se dice que la luna es “ὁ μάρτυς ἐν οὐρανῷ πιστός” (testigo fiel en el cielo) y la segunda en el v. 28: “κἀγὼ πρωτότοκον θήσομαι αὐτόν ὑψηλὸν παρὰ τοῖς βασιλεῦσιν τῆς γῆς (y Yo lo haré Primogénito, el más excelso entre los reyes de la tierra)”.

Es resumen, Jesucristo es el Testigo, el Fiel de “lo que debe suceder pronto”, o sea de la septuagésima semana de Daniel y lo que tras ella sigue.

lunes, 1 de septiembre de 2014

Retractatio III: Los 24 Ancianos

III

Los 24 Ancianos

Cuando propusimos una nueva división de la jerarquía angélica nos basamos en un trabajo de Ramos García que nos pareció (y nos sigue pareciendo) muy interesante. El autor, para probar la identidad de las Dominaciones con los 24 Ancianos, se basaba en un pasaje del capítulo VII del Apocalipsis, idea que nos había parecido muy buena y concluyente hasta el punto de llegar a afirmar:

"Que las Dominaciones (κυριότητες) se identifican con los 24 Ancianos, tal como se ve por la respuesta de San Juan a uno de ellos cuando le dice: “Señor (Κύριέ) mío, tú lo sabes…” (VII, 14), nos parece un hallazgo fantástico de Ramos García que corta por el medio la famosa discusión sobre la identidad humana o angélica de los mismos."

Ver AQUI.

Posteriormente leímos un artículo[1] del P. Albinus Škrinjar S.J. que mostró la falsedad de esta afirmación. El Padre dice (negritas nuestras):

"Esta última conclusión[2] no se contradice por el otro nombre que el vidente da a uno de los señores al llamarlo Dominus (Κύριέ), aunque en efecto, tanto en los libros sagrados como en la literatura apocalíptica este es un título de un ángel, el intérprete de la visión…".

Y luego continúa defendiendo que el título Κύριέ no se dice sólo de los ángeles sino también de los humanos.
Sea de esto lo que sea, lo cierto es que el autor trae en pie de página las citas bíblicas que aplican el mismo título no ya a las Dominaciones sino a otra clase de ángeles, como es el caso de San Gabriel.

Daniel X, 15-21: "Mientras me dirigía estas palabras, incliné mi rostro hacia el suelo y guardé silencio. Y he aquí que uno que parecía hijo de hombre me tocó los labios; entonces abrí mi boca y hablé, y dije al que estaba delante de mí: "Señor mío, al ver esta visión me sobrecogieron angustias y perdí la fuerza. "¿Cómo, pues, podrá el siervo de este mi señor hablar con este señor mio? Pues al presente no tengo fuerza alguna y hasta el aliento me falta." Entonces aquel que tenía semejanza de hombre volvió a tocarme y me dio fuerza, diciendo: "No temas, oh varón muy amado! ¡La paz sea contigo! ¡Animo, animo!" Y mientras me estaba hablando, recobré las fuerzas, y dije: "Habla, señor mío, pues me has dado fuerzas. Y dijo: "¿Sabes por qué he venido a ti? Ahora volveré para luchar con el príncipe de Persia; pues al salir yo, he aquí que vino el príncipe de Grecia. Pero te anunciaré lo que está escrito en la Escritura de la verdad; y no hay nadie que me ayude contra ellos, sino Miguel vuestro príncipe."

Daniel XII, 8: "Yo oí pero no comprendí. Dije, pues: "Señor mío: ¿cuál será el fin de estas cosas?".

Ver también Zac. I, 9; IV, 5.13; VI, 4.

Siendo esto así, ¿cómo queda la división de la jerarquía angélica?

Creemos que en lo sustancial no hay razones para modificar nada, si bien una de las pruebas que se daban no era correcta. Decimos que no hay razones para cambiar nada porque nos parece que la división en tres grandes grupos: Tronos-Carro de Dios; Dominaciones-Consejeros y Arcángeles-Enviados con sus respectivos grupos subordinados de Potestades y Virtudes, permanece en pie, como mera posibilidad, hasta tanto no se demuestre su falsedad por algún medio.

Vale!





[1] Vigintiquattuor Seniores, Verbum Domini, 16 (1936), pag. 333-338 y 362-368.

Lamentablemente la erudición del autor es digna de una mejor causa. Escribir más de diez páginas para probar la naturaleza humana de los Ancianos, y luego terminar diciendo, en el último párrafo, que representan a "la Iglesia ideal" (sea lo que eso signifique) y que "son personas ideales, no reales", parece francamente una broma de mal gusto.

[2] El autor se refiere a su propia interpretación donde afirma que el término "Señores" debía tomarse de los señores del sacerdocio o señores de la familia tal como vemos tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Pero en todo momento el autor se olvida que el Templo y la división consiguiente de 24 clases sacerdotales, senadores, etc. está tomada de lo que sucede en el cielo.