martes, 30 de diciembre de 2014

La Viña Abandonada, por León Bloy


La Vigne abandonnée, por Henry de Groux


                                                    LA VIÑA ABANDONADA

ELOI, ELOI, LAMMA SABACTHANI?

En otros tiempos,  cuando  estas palabras hebreas eran leídas en el evangeliario lleno de estampas, durante el oficio del segundo día de la Semana dolorosa, el pueblo se desplomaba sobre las losas del templo.
Sentíase, entonces, una pena infinita, porque todos los hombres eran niños, y cuanto más fuertes eran, más parecían niños pequeñitos.
Sentíase, entonces, verdaderamente, un dolor de muerte al ver que Jesús era abandonado, en su Cruz y en su Postración, por su adorable Padre.
¡La Postración de Dios, las angustias de Dios!... Era eso,  sobre, todo, lo que destrozaba el corazón…


* * *

Henos aquí, ahora, lejos de esos tiempos rudimentarios. Desde que se dejó de llorar de amor, ¡qué razonables y qué sabios nos hemos hecho bajo este firmamento explicado!
El pálido pincel de las proyecciones eléctricas pone en evidencia, de hoy en más, con precisión, la ignorancia del Salvador de las Almas.
Su lívido rayo aclara este Sol extinguido, que ya no da luz, y cuyo lugar mismo está tan profundamente olvidado que aquellos que lloran habían renunciado a buscarlo.
He ahí al pobre Dios, que no puede ser abandonado, que no puede morir jamás, y que muere, decididamente, por el oprobio científico, sin haber sido auxiliado.
Las bestias inmundas pueden aproximarse. Serán menos afrentosas que esa pálida fosforescencia que las incita.

domingo, 28 de diciembre de 2014

La Profecía de las 70 Semanas de Daniel y los Destinos del Pueblo Judío, por Caballero Sánchez. Capítulo VIII

CAPITULO OCTAVO

LOS DOS UNGIDOS: JESUCRISTO, EL UNGIDO-PRÍNCIPE,
E ISRAEL, EL UNGIDO EVACUADO.

V. 25: «Desde la salida de una palabra, hasta un Ungido-Príncipe hay siete semanas y sesenta y dos semanas... V. 26: Y después de 62 semanas un Ungido será evacuado...»

¿Quién es el Ungido-Príncipe que cierra las primeras 69 semanas de Daniel?

Saúl, David y los Reyes judíos, fueron «príncipes ungidos». Zorobabel y Josué y los Sumos Pontífices de Israel fueron también, en cierto modo, «príncipes ungidos». Hasta, por excepción, en caso particular, algún Rey no judío, como Ciro, pudo ser «ungido» de Yahvé para cumplir alguna misión providencial en orden al pueblo mesiánico...

Pero, según las Escrituras, el Ungido-Príncipe por antonomasia, el supremo analogado de todos los ungidos-príncipes, el Mesías-Rey por excelencia, aquel que por derecho propio debe ocupar la cumbre de la línea divisoria de los tiempos judíos; aquel, por consiguiente, que a priori debe constar como eje principal en una visión cronológica sobre Jerusalén en marcha hacia la plenitud mesiánica, es uno solo: Cristo-Rey.
El que proclama su Unción y Realeza a la faz del mundo el último día de su vida, que es también el último de la Semana 69[1].
El que preguntado por el Sumo Pontífice Caifás: «¿Eres tú el Cristo (e. e. el Ungido), el Hijo de Dios bendito?», responde, con serena e inmutable palabra: «Tú lo has dicho, yo soy».
El que Pilatos muestra al pueblo diciendo: «¿Queréis que suelte al Rey de los Judíos, a Jesús llamado Cristo (e, e. ungido)?».
El que crucificado entre dos ladrones ostenta a la faz de la tierra, en las tres lenguas civilizadas, su nombre y la causa de su condenación: «Jesús Nazareno, Rey de los Judíos.»
El que agonizante sufre las burlas de magistrados, sacerdotes y escribas judíos, que le dicen: «Que el Cristo-Rey (Ungido-Príncipe) de Israel descienda ahora de la Cruz para que veamos y creamos».

No hay duda. La 69° semana daniélica se clausura con la proclamación solemne en Jerusalén y Judá de la mesiánica realeza de Jesús de Nazareth, hijo de David. Con la oblación sangrienta del Cristo-Rey crucificado hacia las tres de la tarde del viernes santo en la hora del sacrificio vespertino, expiró la 69° semana de nuestra profecía. Era, como después lo veremos, el 23 de marzo del año 31 a los 483 años de la Misión de Nehemías.

viernes, 26 de diciembre de 2014

Malas traducciones de la Vulgata en el Apocalipsis, II Parte

Capítulo V

4)

Vulgata:

vv. 9-10: "et cantabant canticum novum, dicentes: Dignus es, Domine, accipere librum, et aperire signacula ejus: quoniam occisus es, et redemisti nos Deo in sanguine tuo ex omni tribu, et lingua, et populo, et natione, et fecisti nos Deo nostro regnum, et sacerdotes: et regnabimus super terram".


Traducción correcta:

vv. 9-10: "Y cantan un cántico nuevo diciendo: “Digno eres de recibir el libro y de abrir sus sellos porque fuiste muerto y compraste para Dios con tu sangre (hombres) de toda tribu y lengua y pueblo y nación. Y los has hecho para nuestro Dios reino y sacerdotes y reinan sobre la tierra”.


Observaciones:


Los que cantan son los 4 Vivientes y los 24 Ancianos, es decir, se trata de ángeles, de lo cual se sigue que no pueden hablar ni de la Redención ni del sacerdocio en primera persona.

miércoles, 24 de diciembre de 2014

La Profecía de las 70 Semanas de Daniel y los Destinos del Pueblo Judío, por Caballero Sánchez. Capítulo VII (II de II)

2) Pero, para probar que aquí se trata del término de las siete primeras semanas, y, por lo tanto, de un Mesías típico, el P. Lagrange presenta otro argumento más serio, sacado, como debe serlo, del mismo texto que nos ocupa.

«El plan general de la profecía —dice— no es dudoso: siete semanas, sesenta y dos semanas, una semana: tres períodos distintos que tienen cada uno su término propio, quedando naturalmente para último término el fin de la 70° semana anterior a la grande época subsiguiente descrita en el v. 24[1]. Ahora bien, esa evidente división la constatamos perfectamente realizada según los términos mismos del texto hebreo, tales como los hemos traducido. Crampon y Knabenbauer prefieren corregirlo, siguiendo a la verdad a Teodoción y a la Vulgata, pero con detrimento del sentido; porque, si se compactan los dos primeros períodos diciendo: «hasta un Ungido-Príncipe hay siete y sesenta y dos semanas», se pierde el derecho de asignar un carácter especial a cada período; ni siquiera le queda término al primero; ni menos puede ser colocada en él la reconstrucción de la ciudad, como lo quiere Knabenbauer. Terminándose, pues, el primer período con el Ungido-Príncipe, de quien Esdras y los Paralipómenos nos han dicho que autorizó la construcción del Templo, debe, naturalmente, la construcción de la ciudad abrir el siguiente período de las 62 semanas» (ibíd. 184).

La mayor de ese argumento merece ser puesta en más alto relieve, guardadas las debidas proporciones.
Cierto es que el plan general de la profecía se nos presenta matemáticamente tripartito: 7 semanas, 62 semanas, 1 semana. Luego cada parte tiene por necesidad su término matemático con el expirar de la 7°, de la 69° y de la 70° semana.
Pero, dentro del plan y de los términos matemáticos, caben diferencias históricas. El término matemático de la 70° semana toca, aunque no lo quiera el P. Lagrange, en el orden histórico, con la inauguración de la plenitud mesiánica sobre el pueblo judío (v. 24). El término matemático de la 69° semana toca, también en el orden histórico, con aquel notabilísimo acontecimiento de la extirpación de un Ungido, del que luego trataremos (v. 26)[2]. Pues bien, dados esos antecedentes, ¿será necesario que el término matemático de la 7° semana esté, como los dos otros, señalado por algún hecho histórico notable, por, v. g., la Persona del Ungido-príncipe en el momento culminante de su actuación?
Tal es el problema con toda claridad.

lunes, 22 de diciembre de 2014

Castellani y el Apocalipsis, XV: Conclusión

XV

Conclusión

Llegamos al final de nuestra serie de artículos dedicados a analizar el Apocalipsis de Castellani y la verdad que lo mejor, para nuestro fin, será comenzar por el final y luego decir dos palabras al respecto.

La conclusión, lapidaria, es:

El Apocalipsis de Castellani sirve de poco y nada en nuestros días y urge volver a Lacunza.

Hemos dedicado algo más de diez artículos a algunos de los tópicos que nos parecían más representativos de nuestras diferencias, pues casi diríamos que si hubiéramos querido mostrarlas todas, hubiéramos tenido que haber citado casi cada página de su libro, para lo cual nos hubiera sido necesario no ya una serie de posts, sino un Blog al respecto.

Hemos analizado malas traducciones, confusiones, oscuridades, y principalmente nos hemos procurado detener en los dos aspectos que creemos son los más importantes: por un lado el método erróneo de la recapitulación y sobre todo, un alejamiento casi total de los principios trazados por Lacunza.

Habiendo dicho esto, casi que ya vemos venir la objeción de nuestro amable lector:

- “Pero si esto es así, ¿qué tenemos que hacer con Castellani…. tirarlo a la basura?”.

- De ninguna manera, respondemos. Nuestro fin principal en toda esta serie de artículos es que nuestros lectores relean a Castellani con otros ojos, que en definitiva fue lo que nos pasó a nosotros, sobre todo después de leer a Lacunza.

Creemos que la lectura de Castellani, y esto no es en modo alguno una ironía, es imprescindible en nuestros tiempos… al igual que el estudio de la obra de Allo, por dar un solo ejemplo.

La obra de Castellani, además de ser moderna, con todo lo que ello implica en la exégesis de un libro profético, tiene la ventaja de ser una buena introducción a las principales teorías exegéticas y el subsiguiente análisis de las mismas, además de hacernos conocer la opinión de no pocos autores.

Por si fuera poco, a Castellani le debemos la difusión en nuestras tierras de la obra, insuperable y única, del P. Lacunza. Por este solo hecho merece desde ya nuestro agradecimiento.

Ya para ir terminando, solo nos resta aclarar algunas cosas para evitar y deshacer todo tipo de equívoco: todo lo que hemos dicho en esta serie de posts no va dirigido sino a la exégesis que Castellani hizo de un libro de las Escrituras y nada tiene que ver con el resto de su obra ni mucho menos sobre su persona, que admiramos en no pocos aspectos.

Si no estuviéramos convencidos de la necesidad y urgencia de volver sobre la traza de Lacunza, y en menor medida, de Straubinger y Van Rixtel, y sobre todo teniendo en cuenta la gran influencia de Castellani, no nos hubiéramos ni molestado en escribir todo esto.


Vale!

sábado, 20 de diciembre de 2014

La Profecía de las 70 Semanas de Daniel y los Destinos del Pueblo Judío, por Caballero Sánchez. Capítulo VII (I de II)

CAPITULO SÉPTIMO

LAS SIETE PRIMERAS SEMANAS, PERÍODO DE LA RESTAURACIÓN DE JERUSALÉN, DEBEN CONTARSE COMPACTADAS CON LAS SESENTA Y DOS SIGUIENTES HASTA EL UNGIDO-PRÍNCIPE.

V. 25 b: «… Desde la salida de una palabra… hasta un Ungido-Príncipe hay siete semanas y sesenta y dos semanas. Tornaráse a edificar plaza y muro y ésto en la angustia de los tiempos».

En la traducción que de esta segunda parte del versículo presentan Lagrange y los Críticos modernos, encontramos nuevamente matices poco naturales y tendenciosos. Sólo el deseo que abrigan de hacer terminar aproximadamente las 70 Semanas en el tiempo de los Macabeos puede explicar éstos y los anteriores desvíos.

Traducen así: «Desde la salida de una palabra... hasta un Ungido-Príncipe hay siete semanas; y durante sesenta y dos semanas se volverá a edificar plaza y muro; y ésto en la angustia de los tiempos» (Cfr. Lagrange, art. cit., p. 183). De modo que las siete primeras semanas, que comienzan, en opinión de Lagrange, con el oráculo de Jeremías, terminan ideológicamente con Ciro, Ungido de Yahvé; y el período siguiente de 62 semanas nos lleva, no matemática, sino también ideológicamente, hasta los tiempos de Antíoco Epífanes.

Examinemos los dos argumentos que trae el P. Lagrange para probar su tesis, pasando por alto la manía que él tiene de imputar apriorismos a Knabenbauer, quien generalmente busca con paciencia razones objetivas en qué fundar sus opiniones.

1) El primer argumento, Lagrange lo saca de Isaías, XLV, 1, donde se da a Ciro el título de Ungido de Yahvé. Razona así:

«¿Quién es el Ungido-Príncipe de nuestro versículo 25? Knabenbauer, tomando el partido «a priori» de aplicarlo todo a Jesucristo, considerado en su Persona o más a menudo como Cabeza de la Iglesia, amontona aquí varias profecías mesiánicas. Tan sólo se olvida de la profecía de Isaías sobre Ciro, el Libertador llamado Ungido de Yahvé (Is., XLV, 1). Ahora bien, los Paralipómenos y Esdras atestiguan que fué Ciro quien cumplió la profecía de Jeremías. Luego, nuestro Ungido-Príncipe no puede ser otro que Ciro. Knabenbauer da aquí un ejemplo muy característico de su apriorismo: «praeterea cum in v. 24 bona messiana promittantur in hebdomada septuagesima, sensus esse nequit usque ad Messiam esse septem hebdomadas» (Siendo prometidos los bienes mesiánicos para la 70° Semana, no puede ser que hasta el Mesías sólo se cuenten siete). Debería concluir simplemente  que el «mesías» del v. 25 es tan sólo imagen del futuro verdadero Mesías, como que Ciro lleva ese nombre tan sólo prestado de los usos israelíticos. Los bienes mesiánicos del tiempo posterior a las 70 semanas no pueden convenir al término de las siete primeras: muy cierto. Luego, por eso precisamente, el Ungido-Jefe no es Jesucristo» (art. cit, p. 184).

jueves, 18 de diciembre de 2014

La Iglesia Católica y la Salvación, II Parte. Cap. II: La Salvación y el Concepto Fundamental de la Iglesia (III Parte)

Las Cuatro Dimensiones

Si hemos de resumir la enseñanza sobre la Iglesia contenida en la divina revelación, podemos hacerlo con bastante eficacia si consideramos el concepto de la ecclesia según las cuatro dimensiones:

Primero, la Iglesia dice relación con el Dios Trino, a la sagrada humanidad de Cristo, a Nuestra Señora y a los santos. Podemos llamarla dimensión ascendente.

Segundo, la Iglesia militante del Nuevo Testamento no puede ser descrita propia o adecuadamente si no se la refiere al reino de Dios, la ecclesia del Antiguo Testamento. Esta es la dimensión histórica del concepto de la vera Iglesia.

Tercero, la Iglesia militante del Nuevo Testamento no puede ser concebida o descripta adecuadamente si no se la refiere a la Iglesia Triunfante. Esta es la dimensión para-histórica.

Cuarto, la Iglesia no puede ser adecuadamente concebida y descripta si no se la refiere al reino de Satán, la unidad social que es invariablemente opuesta a ella y dentro de la cual están incluidos todos aquellos que no están incorporados a la Iglesia. Este es el trasfondo de la Iglesia[1].

No puede haber un examen adecuado de la enseñanza divinamente revelada sobre la natura de la vera Iglesia a menos que se tengan en cuenta explícitamente estas cuatro dimensiones. Nuestro conocimiento del reino sobrenatural de Dios sobre la tierra sería bastante imperfecto y sujeto a seria confusión si no tomáramos en cuenta estas cuatro diversas clases de relaciones.

martes, 16 de diciembre de 2014

La Profecía de las 70 Semanas de Daniel y los Destinos del Pueblo Judío, por Caballero Sánchez. Capítulo VI

CAPITULO SEXTO

LA FECHA DE LA MISIÓN DE NEHEMÍAS, PUNTO INICIAL DE LAS 70 SEMANAS DEBE SER COLOCADA EN NISAN DE 453 ANTES DE JESUCRISTO

XX año de Artajerjes I Longimano: problema cronológico cuya solución debiera ser fácil a la luz de la historia, pero que no se ha estudiado todavía con suficiente esmero.
¡Cosa singular! Los últimos años de Jerjes y los primeros de Artajerjes se hallan envueltos en densas tinieblas y el que quiere sincronizar los hechos de la historia griega con los años que el Canon de Tolomeo asigna a Artajerjes acomete una tarea imposible. «La historia antigua —dice L. Bigot (Dict. de Théol. cath. art. Esther, col. 863) — se vuelve del todo silenciosa desde el año séptimo del reinado de Jerjes (479). Justino, Diódoro, Tucídides se interesan tan sólo por las regiones occidentales del imperio persa, no por la Persia misma. Nada llegó hasta nosotros de las obras de Carón de Lampsaca ni de Antíoco de Siracusa, que escribieron la historia de aquellos tiempos. De Ctesias sólo poseemos fragmentos esqueléticos. Herodoto no trae más que insignificantes anécdotas sobre los últimos años de Jerjes. Los Anales de la corte persa, que utilizó Ctesias, han desaparecido: todo lo quemaron Alejandro y Ardeschyr I Babegan.»

De tales lagunas y de tales tinieblas, ¿a quiénes culpar, sino a aquellos a quienes estorba la realización matemática de la portentosa Profecía de las 70 Semanas?

Bien consideradas las cosas, creemos:

1) Que el cómputo alejandrino conocido con el nombre de Canon de Tolomeo, no es irreprochable respecto de los años de Artajerjes, si se lo compara con los datos de los antiguos historiadores;

2) Que al lado de aquel cómputo, existió otro para los años de Artajerjes, cómputo más antiguo y realista, único usado por la Santa Biblia.

1) Jerjes vivió completamente desprestigiado durante los últimos años de su reinado, merced al inmenso descalabro sufrido en Grecia (guerras médicas) y al tren de vida voluptuosa en que se sumergió.
Murió Jerjes, refieren las antiguas crónicas, asesinado por el ambicioso capitán de la guardia real, Artabano. En el relato de Justino, Artabano no pudo empuñar el cetro, pues cayó bajo el puñal de Artajerjes, a quien aquél pretendiera victimar también, poco después de haber muerto al rey. Pero, otros afirman que reinó nueve meses después de su crimen.

domingo, 14 de diciembre de 2014

Malas traducciones de la Vulgata en el Apocalipsis, I Parte

   Nota del Blog: En esta nueva sección procuraremos mostrar aquellos pasajes donde la Vulgata difiere del original griego, en los casos en los cuales la diferencia tenga alguna importancia, aunque mínima.


Capítulo I

   1)

   Vulgata:

   v. 2: “Qui testimonium perhibuit verbo Dei, et testimonium Jesu Christi”.

   Traducción correcta:

v. 2: “El cual testificó “la palabra de Dios” y “el Testimonio de Jesucristo”.

Observaciones:

La Vulgata tradujo “verbo de Dios” en dativo porque lo aplica a Jesucristo, pero el original griego está en acusativo, queriendo indicar que se trata como de un término técnico.
A pesar de las protestas de Alápide creemos que la Vulgata le cambia el sentido, influyendo así en la exégesis.

Ver AQUI nuestra interpretación de ambos significados.


2)

Vulgata:

v. 3: “Beatus qui legit, et audit verba prophetiæ hujus, et servat ea, quæ in ea scripta sunt”.

Traducción correcta:

v. 3: “Bienaventurado el que lee y los que oyen las palabras de la profecía y guardan las cosas escritas en ella”.

Observaciones:

La división en dos grupos “el que lee” por un lado y “los que oyen y guardan” por el otro, parece indicar una lectura pública cultual, tal como lo indican varios autores.

Ver AQUI lo que dijimos al respecto.


3)

Vulgata:

v. 8: “Ego sum alpha et omega, principium et finis, dicit Dominus Deus: qui est, et qui erat, et qui venturus est, omnipotens”.

Traducción correcta:

v. 8: “Yo soy el Alfa y la Omega”, dice Yahvé, el Dios, “el que es y el que era y el que viene”, “el Todopoderoso”.

Observaciones:

Sin dudas este agregado está traído de XXI, 6 y XXII, 13, donde a “el Alfa y la Omega” se le agrega “el principio y el fin”.

viernes, 12 de diciembre de 2014

La Profecía de las 70 Semanas de Daniel y los Destinos del Pueblo Judío, por Caballero Sánchez. Capítulo V (II de II)

2) Si el Decreto del Rey no contiene nada que signifique permiso de reconstruir a Jerusalén, ¿no hallaremos indicios de esa licencia en la oración gratulatoria de Esdras?
Knabenbauer cree hallar en ella esos indicios porque no traduce exactamente el texto que invoca.
Dice el pasaje aludido: «Inclinó Dios sobre nosotros su misericordia delante de los reyes de Persia para que nos dieran vida a fin de alzar la Casa de nuestro Dios y de rehacer sus ruinas para que nos dieran vallado en Judá y en Jerusalén» (I Esdras, IX, 9).
El sentido es obvio. Por gracia de Dios, los Judíos han obtenido, hasta ahora, de los reyes persas (plural: hebreo y griego), Ciro, Darío, Artajerjes, la facultad de reedificar el arruinado Templo y de entrar nuevamente en posesión de su suelo natal: Judá y Jerusalén.
Knabenbauer entiende «rehacer sus ruinas», de las ruinas de la ciudad, no de las del Templo, «porque el Templo estuvo terminado antes de Artajerjes en el año VI de Darío»; pero, Esdras habla no sólo de las gracias obtenidas por medio de Artajerjes, al cual por otra parte no se debió el alzamiento del Templo, sino de las gracias recibidas desde la terminación de la servidumbre, por medio de los reyes persas, a saber: la reedificación del Templo arruinado y el lugar cercado donde los repatriados viven al abrigo de enemigas incursiones. Este cerco o vallado no significa tampoco, como lo desea Knabenbauer y lo sostiene, para otros fines, Van Hoonacker, las murallas de Jerusalén, sino tan sólo el muro campestre o tapia que separa las recuperadas propiedades de los Judíos y las defiende contra los apetitos de las Gentes vecinas. Isaías emplea la misma palabra gader al hablar del muro protector de la viña (Is., V, 5)[1].
Luego la oración gratulatoria de Esdras no ofrece fundamento alguno para sostener que había él recibido de Artajerjes el permiso de reconstruir la ciudad santa[2].

miércoles, 10 de diciembre de 2014

La Profecía de las 70 Semanas de Daniel y los Destinos del Pueblo Judío, por Caballero Sánchez. Capítulo V (I de II)

CAPITULO QUINTO

LA LICENCIA DADA A NEHEMIAS POR ARTAJERJES LONGIMANO, EL AÑO XX DE SU REINADO, NO LA MISIÓN ENCOMENDADA A ESDRAS EL AÑO VII DEL MISMO REY, FUÉ EL PUNTO DE PARTIDA DE LAS 70 SEMANAS

V. 25: «Sepas, pues, y entiendas que, desde la salida de una palabra para restaurar y edificar a Jerusalén hasta un Ungido-Príncipe, hay siete Semanas, etc...».

El texto, en su laconismo, no puede ser más claro. Las 70 Semanas empezarán a contarse desde la salida de una palabra bastante autorizada y poderosa ante el cielo y la tierra, divina y regia por lo tanto, para que, en virtud de ella, Jerusalén resucite como capital de la nación judía.
¿Cuál es esa palabra divina expresada históricamente en una orden real para resurrección de Jerusalén?

En toda la vida de Israel no hubo más que una: la licencia concedida por Artajerjes I Longimano, el año XX de su reinado, al príncipe judío Nehemías, copero del palacio. Esta fué la gloria de Nehemías. Para ella Dios lo predestinó.
Para hablar esta palabra de misericordia por medio de Artajerjes, Dios conmovió el corazón de Nehemías; le hizo llorar, ayunar, enlutarse y prorrumpir en ardiente súplica ante el rey. Oportunas preparaciones. Pues, el mismo Artajerjes[1], años antes, cuando los palestinenses pusieron pleito ante él contra la reconstrucción de Jerusalén tentada por los judíos, dio la razón a los primeros ordenando la cesación de aquella obra: «dad orden que no sea esa ciudad edificada hasta que por mí sea dado mandamiento» (I Esd., IV, 21). Artajerjes se reserva la concesión de esa gracia en hora más oportuna. En realidad, no había sonado todavía aquella hora primera de las 70 Semanas en el reloj de la divina Providencia.

Pero en Nisán del año XX de Artajerjes se cumplió el plazo. He aquí cómo Nehemías refiere el hecho:

Fué en el mes de Nisán, en el año XX del rey Artajerjes. «Estando ya el vino delante del rey, lo tomé y se lo di. Y como yo estaba triste, no habiéndolo estado hasta entonces en presencia del rey, díjome: «¿Por qué está triste tu rostro? Pues, no estás enfermo... De seguro tienes quebranto de corazón.» Entonces, sobrecogido de mucho temor, dije al rey: «¡Viva el rey para siempre! ¿Cómo no estaría triste mi rostro, cuando la ciudad donde moran los sepulcros de mis padres está desierta y sus puertas consumidas por el fuego?» Y me dijo el rey: «¿Qué cosa pides?» Entonces oré al Dios de los cielos y contesté: «Si al rey place y si tu siervo es acepto a tus ojos, envíame a Judá, a la ciudad de los sepulcros de mis padres, y la reedificaré.» Entonces el rey me dijo, y también la reina, que se hallaba sentada junto a él: «¿Hasta cuándo será tu viaje y cuándo volverás...?» Y plugo al rey enviarme después que yo le señalé tiempo. Además, dije al rey: «Si al rey place; dénseme cartas para los gobernadores de la otra  parte del río que me franqueen el paso hasta llegar a Judá: y carta para Asaph, guardabosque del rey que me dé madera para enmaderar los portales del palacio de la casa y para los muros de la ciudad y la casa donde  viviré...». Y otorgóme todo el rey según la benéfica mano de Yahvé sobre mí. Y vine luego a los gobernadores de la otra parte del río y les di las cartas reales. Y el rey envió conmigo capitanes del ejército y gente de a caballo» (Neh., II, 1-9).

lunes, 8 de diciembre de 2014

La Profecía de las 70 Semanas de Daniel y los Destinos del Pueblo Judío, por Caballero Sánchez. Capítulo IV

CAPITULO CUARTO

LA PROFECÍA DE LA LIBERACIÓN DEL CAUTIVERIO HECHA A JEREMÍAS NO ES EL PUNTO DE PARTIDA DE LAS 70 SEMANAS

V. 25a: «Sepas, pues, y entiendas que desde la salida de una palabra para restaurar y edificar a Jerusalén, hasta un ungido Príncipe hay siete semanas...»

En la traducción de este versículo el P. Lagrange introduce una idea tendenciosa. Trátase de la palabra haschib, que las versiones han vertido imperfectamente, la Vulgata por iterum y el griego por ἀποκριθῆναι. Knabenbauer dice muy bien que este verbo, hiph'il de schoub, contiene otra cosa que la simple idea de iteración, y traduce: ad restituendam (sc. urbem). El P. Lagrange aplaude la observación pero critica la traducción: «Cuando Knabenbauer traduce «ad restituendam» entendiéndolo de la ciudad, él también pasa por alto el sentido propio de la palabra haschib...» (loc. cit., 183), que es hacer regresar, y, por consiguiente, dice el P., entraña la idea del regreso de Babilonia. Luego, concluye el P. Lagrange, el sentido natural del texto es éste: «Desde el oráculo que habló del regreso de los cautivos y de la reconstrucción de Jerusalén...».
Parécenos improcedente esa crítica. Porque, si bien es cierto que el sentido fundamental de haschib es hacer volver, también lo es que ese sentido fundamental no se pierde, sino que recibe matices diversos según los complementos. Cuando ese verbo tiene por complemento «los desterrados», como en Jeremías, XXIX, 10, natural es que signifique «hacer volver los cautivos a su patria». Cuando tiene por complemento, como en otras partes, «un alma desfallecida» o «una conciencia dormida», natural es que signifique entonces «hacerla volver en sí, refocilarla, despertarla»... Pero, aquí, el complemento ¿por qué no sería el mismo que el del verbo siguiente, como aparece a primera vista? ¿Sería quizá un inconveniente el que se repita dos veces la misma idea? Esto no tiene nada de particularmente extraño en el estilo bíblico; y además, los dos términos no encubren exactamente la misma idea: «hacer volver» en sí a Jerusalén postrada, significa: restituirla a su ser anterior de ciudad capital del pueblo de Dios, mientras que el verbo siguiente «extruere» llama de un modo especial la atención sobre las construcciones materiales. Luego, imaginar que la palabra haschib implica la vuelta del destierro es interpretación forzada que no se sigue del sentido natural del texto.
No puede ser éste el verdadero motivo por el cual el P. Lagrange rechaza la acertada traducción de Knabenbauer. Efectivamente hay otro más grave.

sábado, 6 de diciembre de 2014

La Profecía de las 70 Semanas de Daniel y los Destinos del Pueblo Judío, por Caballero Sánchez. Capítulo III

CAPITULO TERCERO

NO HAY INTERVALO ENTRE LAS 70 SEMANAS
Y LA GLORIOSA ERA MESIANICA QUE LAS SIGUE

«Setenta Semanas han sido recortadas sobre tu pueblo y tu ciudad santa para que sea consumida la prevaricación, etc....»

El problema de si debe o no debe admitirse un tiempo indefinido entre las 70 Semanas y la Era gloriosa que ilumina el horizonte de ellas pertenece de lleno a la exégesis del v. 24. Relegarlo a modo de conclusión general al fin del estudio de toda la profecía, como lo hace el P. Lagrange, es exponerse a que consideraciones extrañas perturben la pura percepción del sentido natural del texto.
Acerca de esta importante cuestión, el P. Lagrange adopta la opinión que admite un intervalo indefinido entre el término de las 70 Semanas y el principio de la era mesiánica.

He aquí sus palabras: «Para los que creen que el v. 24 tiene por objeto directo la restauración macabea, figura de los tiempos mesiánicos, esta cuestión es ociosa; pues el intervalo entre la figura y lo figurado puede ser lo que se quiera. Pero si Daniel, como es la verdad, indica aquí la obra de Jesucristo, ¿no será menester que el cálculo de los tiempos nos lleve matemáticamente a la Persona del Salvador? Tócase aquí la cuestión de la perspectiva profética. El que lee a Isaías podría imaginar que el Emmanuel viene de seguida o durante la crisis asiria a lo más tardar. La explicación auténtica de San Mateo prueba que el horizonte profético se desarrolla en lontananza, sin que mida el profeta el intervalo que existe entre su época y el objeto de su visión. Sabido es que la duración para los profetas es las más de las veces un enigma que los hechos solamente pueden resolver. Ningún católico pone reparo en intercalar una duración inmensa entre los últimos versículos del capítulo XI de Daniel y el principio del capítulo XII que anuncia la resurrección de los muertos...».

Por consiguiente, «primer punto asegurado ya para nosotros: entre las 70 Semanas y la unción de una cosa santísima nada impide colocar una duración ilimitada» (Ibíd., 197).
Precaución necesaria para poder aplicar los acontecimientos de la 70 semana al tiempo de Antíoco Epífanes, sin perjuicio de que los bienes anunciados para después de ella sean estrictamente mesiánicos y realizados por Jesucristo.

jueves, 4 de diciembre de 2014

Reseña a "La profecía de las setenta semanas de Daniel y los destinos del pueblo judío" de Caballero Sánchez (II de II)

   Nota del Blog: Traemos ahora la crítica escrita en la Revista Bíblica de España, V (1946), pag. 237-239.


PABLO CABALLERO SANCHEZ, C. M.: La profecía de las 70 semanas de Daniel y los destinos del pueblo judío. Madrid. Editorial Luz, 1940. 214 x 101, 117 páginas, 15 pesetas.

El P. Caballero no es desconocido para los antiguos lectores de ESTUDIOS BIBLICOS, ya que en la primera serie de nuestra revista colaboró asiduamente desde Quito. Las parábolas del Evangelio, la Epístola a los Romanos y el Libro de Daniel fueron repetidas veces objeto de sus estudios. Hoy viene a ofrecernos en un tomo, ligeramente retocados, los artículos que allí publicó sobre la interpretación de las setenta semanas de Daniel.
Puede decirse que todos los capítulos presentan un doble aspecto, negativo y positivo. Porque comienza por refutar las interpretaciones dadas por otros autores, y señaladamente por los PP. Lagrange y Knabenbauer, para pasar en seguida a establecer la exégesis que él cree más acertada.
La idea nuclear de esta exégesis, que viene a penetrar todas las páginas del libro, es que las setenta semanas de Daniel no terminan con la venida de Jesús, y la fundación de la Iglesia, sino que separando las sesenta y nueve primeras de la última, alcanzan a través de ésta los tiempos escatológicos. Por eso fácilmente podríamos dividir la obra en dos partes: los nueve primeros capítulos en que habla de las sesenta y nueve semanas y los otros ocho en que se ocupa de la semana septuagésima.
Resulta francamente simpática en la primera parte la reacción del P. Caballero contra la tendencia actual a restar toda precisión cronológica a la profecía de Daniel. Un profeta como un historiador podrá dar números redondos, pero si habla con mayor precisión, difícilmente podrá negarse un valor cronológico a sus palabras.
El P. C. opina que el punto de partida de las setenta semanas es la licencia dada a Nehemías por Artajerjes Longimano el año XX de su reinado, hecho que él fija en el mes de Nisán del año 453 a. C. Las siete primeras semanas están dedicadas a la reconstrucción de la ciudad «en la angustia de los tiempos» reconstrucción civil y religiosa del pueblo, y terminan el año 404 a. C. con la muerte de Nehemías. Las otras sesenta y dos semanas nos llevan hasta el «Ungido-Príncipe», o sea Jesucristo, que muere exactamente el 23 de marzo del año 31. Muy distinto de Jesús sería el Ungido que por esta misma fecha había de ser evacuado. Es el pueblo judío, que en la actualidad se ve privado de los bienes mesiánicos. Pero un día se convertirá a la Iglesia y entonces comenzará la semana septuagésima. Habrá un pueblo, arrebatado de furor antijudaico, que asolará la ciudad de Jerusalén y suprimirá en ella la oblación de la Eucaristía, sustituyéndola por «abominación de la desolación», que no será otra cosa que un culto sacrílego fomentado entonces desde Roma, porque la Iglesia gentílica habrá apostatado y el jefe del pueblo invasor hará consagrar y se rodeará de prestigio y honores divino. Mas Dios barrerá como una inundación al ejército invasor.
Es indudable que la interpretación de esta profecía exige un esfuerzo grande de imaginación, y el P. C. lo ha realizado. Lo difícil es llegar mediante este fuerzo a una solución que pueden todos aceptar como definitiva en los múltiples puntos oscuros o indiscutibles. Estamos seguros de que el mismo P. C. no cree haberlo conseguido, aunque sí ha aportado su esfuerzo, y un esfuerzo muy considerable, al estudio de esta célebre profecía.
No hemos de ocultar nuestra extrañeza al leer (pág. 97) que en la semana septuagésima «la Iglesia de Jerusalén rediviva» será «el verdadero Eje religioso mundo». Y en la página anterior, que la abominación de la desolación consiste en que se implante en Palestina «el Culto y el sacerdocio promovidos desde Roma por el Pontífice traidor y usurpador. Desaparecida oficialmente de la vida social la Iglesia de Jerusalén, con sus pretensiones a la hegemonía religiosa del mundo, no queda más que la entonces apóstata Iglesia gentílica». Esto parece suponer que llegará un momento en que la Iglesia romana habrá claudicado. Nos parece una afirmación demasiado fuerte. Porque el Obispo de Rema será siempre el sucesor de Pedro, y el sucesor de Pedro no puede, como tal, apostatar[1].
Finalmente, el P. C., tras una breve alusión al quiliasmo, formula su esperanza de que en un porvenir cercano han de librarse batallas exegético-teológicas sobre el punto del Advenimiento del Reino de Dios, que serán coronadas, renacido Israel en el seno de su Madre, la Iglesia, con una definición dogmática[2].

J. Enciso






[1] Nota del Blog: Ríos de tinta se han escrito sobre este tema y no es el fin del Blog el discutirlos. Tal vez habría que hacer un par de distinciones o aclaraciones para defender lo que dice el P. Caballero Sánchez. No que estemos de acuerdo con su exégesis, sino que lo decimos para intentar una defensa a esta objeción.

[2] Nota del Blog: Notemos una vez más que el autor de esta reseña, el reconocido Padre Enciso, no condena en absoluto el Milenio sino que trae esta afirmación del P. Caballero Sánchez como una simple opinión.
Si el Milenio fuera un error, fácil le hubiera sido al P. Enciso mostrar el documento pontificio o conciliar con la condena, pero es obvio que no existe.
Los errores teológicos no pueden ser definidos por medio de una declaración dogmática…

martes, 2 de diciembre de 2014

La Profecía de las 70 Semanas de Daniel y los Destinos del Pueblo Judío, por Caballero Sánchez. Capítulo II

CAPITULO SEGUNDO

LA PLENITUD MESIÁNICA DE JERUSALÉN E ISRAEL, TRANSCURRIDAS SOBRE ELLOS SETENTA SEMANAS DE AÑOS (v. 24).

Setenta semanas han sido recortadas sobre tu pueblo y tu ciudad santa para que sea consumida la prevaricación y sellados los pecados y cancelada la deuda e introducida la justicia eterna y sellada la visión y el profeta y ungido lo santo de lo santo.

Al explicar la naturaleza de los bienes prometidos en este versículo, el P. Lagrange reacciona poderosamente contra la Crítica moderna que quisiera vaciarlos de su sentido mesiánico, o al menos reducirlos al plano inferior de simples tipos figurativos de la futura economía cristiana.
El Diccionario de Teología católica sostiene ese menguado sentido: «La definición de los bienes mesiánicos en la exégesis tradicional, por su fisonomía fluctuante, deja abierta la puerta a otras hipótesis... La interpretación tradicional de los bienes mesiánicos anunciados en el v. 24 ha tomado, manifiesta pero inconscientemente, en sentido figurado expresiones que en su sentido propio se aplican al pueblo judío y a la ciudad santa, conforme a la situación en que se hallaban cuando fué comunicado el oráculo. El pecado, la transgresión, la iniquidad son aquí directamente cosas de los judíos castigados por Dios y cautivos. La justicia eterna hace resaltar en lenguaje espiritual pero todavía concreto el simbolismo de la fecundidad de la tierra y de la perfecta felicidad terrestre de que hablaron a menudo los Profetas, simbolismo que muchos judíos seguramente no penetraron. El sello de la visión y del profeta podrían muy bien referirse a una o varias visiones particulares de Daniel que el profeta necesita comprender mejor, así como a la palabra profética dirigida a Jeremías sobre los 70 años de la esclavitud y correlativa al oráculo de las 70 Semanas, visión y palabra cuyo sentido había de permanecer sellado, es decir oculto, por 490 años. La unción del santo de los santos corresponde no menos directamente a la queja formulada por Daniel en su oración respecto de Jerusalén sumida en oprobio y del santuario devastado: tiene que referirse a la nueva consagración del altar de los holocaustos arruinado...» (Art. Daniel, col. 82-84).

El P. Lagrange protesta enérgicamente contra ese modo de ver. Cree, con grandísima razón, que el sentido propio y natural del texto es mucho más alto y directamente mesiánico: al horizonte de las 70 Semanas aparece el Reino de Dios realizador por Jesucristo.