sábado, 31 de enero de 2015

La Profecía de las 70 Semanas de Daniel y los Destinos del Pueblo Judío, por Caballero Sánchez. Capítulo XIII

CAPITULO DECIMOTERCIO

LA GUERRA ESCATOLÓGICA Y LOS ASOLAMIENTOS SUBSIGUIENTES

V. 26c: "… y hasta el fin, guerra decretada con desolaciones".

Antes de la «inundación» catastrófica en que Dios se presenta como Goël definitivo de su atribulado Job, regístranse acontecimientos de naturaleza extraordinaria y espantosa. La destrucción de Jerusalén y del Santuario[1] ya mencionada, es, sin duda, un episodio, episodio culminante por cierto, de un hecho de más vastas proporciones: guerra escatológica, con sus consiguientes horrores. En tres palabras de peso enorme, como todas las de la Profecía, lo consigna Daniel: «Y hasta el fin, guerra decretada con desolaciones».


La traducción del texto es algo difícil.

El hebreo, según Knabenbauer, dice: «et usque ad finem, bellum, decretae vastationes»: «hasta el fin, guerra, asolamientos decretados».

El griego es más alambicado: καὶ ἕως τέλους πολέμου συντετμημένου τάξει ἀφανισμοῖς: "et usque ad finem belli consciti ordine vastationibus», frase truncada cuyo sentido no es claro.

La traducción que adopta el P. Lagrange como más conforme, dice él, al hebreo y a las antiguas versiones y mejor fundada en la puntuación masorética, es la siguiente: «y hasta el fin de la guerra, decreto de cosas horríficas».
Preferimos la traducción de Montgomery, citada en nota por el mismo Padre (p. 186), y que se apoya en la versión de Aquila y Símaco: «y hasta el fin, guerra decretada, con asolamientos». Esta traducción parece armonizar los elementos algo disparatados del hebreo y del griego. Del hebreo, donde, como es natural, «el fin» no se refiere a la guerra sino al fin de la 70° semana[2] identificado con el fin que acaba de ser predicho, esto es, con la inundación consumidora del Adversario. Del griego, donde, como es también natural, lo «decretado» tiene por objeto directo la guerra con sus circunstancias y consecuencias devastadoras.

jueves, 29 de enero de 2015

Algunas Notas a Apocalipsis I, 10-11 (I de II)

10. Fui en espíritu en el día del Señor, y oí detrás de mí una gran voz como de trompeta,


I) Fui en espíritu en el día del Señor

1) Fui

Sobre esta traducción ver más abajo lo que dice Caballero Sánchez.


2) En espíritu

Notas Lingüísticas:

Zerwick: “ἐν πνεύματι: significa la condición ante la cual alguien está en modo especial bajo el influjo del Espíritu, y de aquí la condición extática”.

Comentario:

Esta palabra es usada en el Apocalipsis:

A) Plural:

a) Con artículo: I, 4; III, 1; IV, 5; V, 6 siempre para los siete Arcángeles.

b) Sin artículo: XVI, 13.14; XVIII, 2 (plural de categoría) para designar demonios.


B) Singular:

a) Con artículo: II, 7.11.17.29; III, 6.13.22; XIV, 13; XX, 17 para designar al Espíritu Santo.

b) Sin artículo: I, 10; IV, 2; XI, 11; XIII, 15; XVII, 3; XXI, 10 para designar vida, alma, espíritu.

Nos están quedando dos casos:

martes, 27 de enero de 2015

La Profecía de las 70 Semanas de Daniel y los Destinos del Pueblo Judío, por Caballero Sánchez. Capítulo XII

CAPITULO DUODECIMO

EL CATACLISMO QUE BARRE DE LA TIERRA AL PUEBLO DEL ANTICRISTO

V. 26: «... y el pueblo de un jefe... Y su fin en la inundación.»

Algunos intérpretes, por ejemplo Knabenbauer, quieren entender su fin del fin de la ciudad y del templo judío. «Et finis ejus (sc. rei de qua agitur, civitatis Templique...), Res judaica et civilis et religiosa, utraque ruinis perpetuis prostrata jacebit» (p. 258). El Judaísmo político y religioso es arruinado para siempre.

Pero, si ese fuera el sentido, Daniel, que no ha pensado como Knabenbauer en sintetizar en una sola  «res judaica» las dos antes enumeradas «ciudad y Templo», habría escrito indudablemente: «et finis eorum», el fin de ellos, en plural. El uso del singular, «el fin de él», manifiesta que se trata del fin del pueblo de un jefe que vendrá...

Aquí tiene razón el P. Lagrange contra Knabenbauer.

Como Knabenbauer tiene siquiera el mérito de buscar razones en apoyo de sus afirmaciones, encuentra para el caso presente el argumento siguiente, que ya toca a la interpretación del texto: «La inundación es imagen de expedición militar o ejército invasor, según se ve más abajo (XI, 10, 22, 26). Pero en esta expedición, aquel jefe destruirá la ciudad y saldrá vencedor. Luego sumamente improbable es que en su propia victoria encuentre su aniquilamiento» (p. 258).

Este argumentó es sumamente deleznable. ¿Qué dificultad hay en que «el pueblo de aquel jefe» (no «el jefe» ut sic), habiendo victoriosamente «aventado» y «zarandeado» la Ciudad santa y el Templo, material y moralmente considerados, sea él también posteriormente aplastado por otros pueblos y otros jefes y por cataclismos que la naturaleza al servicio de Dios desate contra él? Pues eso es lo que reza el texto, que de ningún modo nos obliga a restringir «la inundación» a la ola destructora de Jerusalén.

domingo, 25 de enero de 2015

El Simbolismo de La Levadura, un Estudio Exegético Sobre Mat. XIII, 33, por Mons. Straubinger (II de II)




IV

Volviendo a nuestro punto de partida, pasamos a investigar cuál era el simbolismo antiguo de la levadura tal como lo conocían los hebreos en tiempos de Cristo y cómo lo entendían los oyentes de la parábola. La cuestión se reduce a la pregunta: ¿Tomaban los contemporáneos del Señor la levadura solamente como simbolismo, como figura de un efecto bueno? En el primer caso, la parábola de la levadura pintaría, como la de la cizaña, los peligros que asechan al Reino de Dios: la astucia de los enemigos que se infiltran en el mismo e intentan depravarlo espiritualmente. En el segundo caso, la parábola pertenece a la clase de las que describen un aspecto glorioso del Reino.

Para averiguar el simbolismo de la levadura en tiempos de Cristo tenemos dos fuentes: la misma Biblia y la literatura talmúdica. Esta última no está a nuestro alcance, pero leemos en Vigouroux, Dictionnaire Biblique, tomo IV, columna 198, que los doctores judíos solían comparar la levadura con la mala doctrina. El artículo es firmado por H. Lesétre, el cual remite al lector a Buxtorf, Lexicon talmudicum, edit. Fischer, p. 1145.

En la Biblia se refieren al valor simbólico de la levadura, fuera de Mat. XIII, 33 y el lugar paralelo de Luc. XIII, 21, los siguientes pasajes: Mat. XVI, 6 ss.; Mc. VIII, 15; Luc. XII, 1; I Cor. V, 6-8; Gál. V, 9 y todos los pasajes del Antiguo Testamento que prohíben el uso de la levadura en los sacrificios y ciertas ocasiones festivas.

En Mat. XVII, 6 ss. y sus lugares paralelos (Mc. VIII, 15; Luc. XII, 1) dice Jesús a los discípulos: "Mirad y guardaos de la levadura de los fariseos y saduceos”. Y cuando los Apóstoles pensaban que el Señor se refería a los panes que habían olvidado traer, Jesús les dió a entender que hablaba en sentido simbólico, y el Evangelista termina la narración de este episodio con las palabras de Cristo: "¿Cómo no entendéis que no de los panes os quería hablar al deciros: Guardaos de la levadura de los fariseos y saduceos? Y entonces comprendieron que no había querido decir que se guardasen de la levadura de los panes, sino de la doctrina de los fariseos y saduceos" (Mat. XVI, 12).

miércoles, 14 de enero de 2015

La Profecía de las 70 Semanas de Daniel y los Destinos del Pueblo Judío, por Caballero Sánchez. Capítulo XI

CAPITULO UNDECIMO

DURANTE LA 70° SEMANA EL PUEBLO ANTIMESIÁNICO DESTRUYE LA CIUDAD DE JERUSALÉN Y SU SANTUARIO

V. 26 b: «Y el pueblo de un Jefe que ha de venir destruirá la Ciudad y el Santuario.»

Este inciso, dice con razón el P. Lagrange, nos ofrece un sumario cuyos detalles serán explicados en el versículo 27 (186).
Entramos, por lo tanto, de lleno en la 70° semana[1]. Para que comience ese tiempo judío Israel ha debido convertirse a la fe de Jesucristo; sobre su frente ha bajado, bautismo de redención y de vida, la sangre que un día contra sí reclamó. La voz del Profeta ha penetrado hasta el fondo de su corazón reblandecido por la gracia. Es ahora el Benjamín de la Iglesia, el que ocupa el puesto de preferencia en el seno de ella, amamantándose con hambre atrasada a las fuentes del amor. Son los siete años de la Infancia del Emmanuel...
Para comprender el contenido y los acontecimientos de la Jerusalén escatológica es preciso tener en cuenta las otras visiones proféticas del Antiguo como del Nuevo Testamento y muy en particular las del Apocalipsis. Sin embargo, para no extralimitarnos, contentémonos con lo que aquí nos propone Daniel: «Y el pueblo de un jefe que vendrá destruirá la ciudad y el santuario».

El sentido del texto masorético es claro y sencillo. Yerran los que quieren identificar a este Jefe con el Ungido-Príncipe del v. 25. A priori repugna al carácter esencial de un Ungido (Mesías) el ser destructor de Jerusalén y del Santuario.
Para evitar esa contradicción insoportable se han buscado otras traducciones del texto. Dice muy bien el P. Lagrange: «Con pretexto de que este Jefe debe ser el mismo que el del v. 25, háse propuesto esta lectura: "y la ciudad y el santuario serán destruidos, así como el Jefe, y éste vendrá a su fin.» Pero, precisamente, trátase de otro jefe, que es enemigo de Dios y no su Ungido, de un Jefe que vendrá. La única dificultad está en que su fin sea desde ahora anunciado; pero es este un sumario cuyos detalles serán explicados en el v. 27…».
Además, esa nueva lectura del hebreo sería contraria a las antiguas versiones que hablan con toda evidencia de un enemigo de Israel que invadirá la Palestina para destruir la Ciudad Santa y el santuario.

Yerran también los que no quieren colocar a este Adversario de Jerusalén dentro de la 70° semana.
Admitir como Knabenbauer la opinión del V. Beda y otros, de que este inciso no pertenece a la historia de las 70 semanas, sino a modo de lejana consecuencia, es situarse fuera de la perspectiva de esta profecía que alumbra la vida del pueblo judío medida por las semanas dentro de las cuales la presenta recortada.
El error primordial sobre la naturaleza y la situación cronológica de la última semana arrastra consigo éste y otros muchos errores.

lunes, 12 de enero de 2015

El Simbolismo de La Levadura, un Estudio Exegético Sobre Mat. XIII, 33, por Mons. Straubinger (I de II)

   Nota del Blog: el siguiente artículo está tomado de la Revista de Teología, Año II (1952), num. 6, pag. 11-21. y recibió una respuesta del P. F. Locher en la num. 8, pag. 55-66; réplica extremadamente pobre que, hasta donde sabemos, no mereció un nuevo artículo por parte del docto Monseñor alemán. Para lo único que podría servir la respuesta del P. Locher es para profundizar un poco más algunos aspectos de la parábola, pero en cuanto refutación deja muchísimo que desear y casi nos parece una pérdida de tiempo el publicarla.

   Van Rixtel, por su parte, en su hermosa obrita "El Testimonio de nuestra Esperanza", cap. XV, art. 2 párrafo B (pag. 562-564), le dedica un lindo comentario a esta importante parábola, en todo conforme con el de Mons. Straubinger.

II Parte



EL SIMBOLISMO DE LA LEVADURA
[UN ESTUDIO EXEGETICO SOBRE MAT. XIII, 33]


I

Todos los escrituristas, y especialmente los traductores de la Biblia, saben por experiencia que la terminología bíblica no siempre coincide con la moderna y que por eso una palabra hebrea o aramea, y mucho más un giro o modismo oriental, en su traducción verbal puede aparecer con un sentido distinto del que le daban los autores sagrados.

Sabido es, por ejemplo, que el término sapientia, tan frecuentemente usado en el Antiguo Testamento, no corresponde a lo que hoy día entendemos por sabiduría, como tampoco la necedad de los Libros Sapienciales se deja identificar con el significado profano que tiene en nuestro diccionario.
Semejante diferencia notamos en las palabras justo y justicia, que rebasan nuestro concepto de justicia y corresponden más bien al concepto cristiano de santidad. El término bíblico día del Señor es siempre el día del juicio, y no el Sábado o Domingo; lo cual es de mucha importancia para la interpretación de Apoc. I, 10[1]. En Mat. IV, 17, el Señor inicia su predicación pública exhortando a las multitudes a hacer penitencia (poenitentiam agite) lo que, por lo menos en castellano, no equivale al griego (metanoeite) que quiere decir: arrepentíos, pues penitencia tiene hoy más bien el sentido de ejercicios penosos para mortificar el cuerpo.

Basten estos pocos ejemplos para mostrar las dificultades con que choca la exégesis frente a las palabras modernas que han perdido su primitivo sentido y no corresponden más al sentido que tienen en la Biblia.
El mismo fenómeno aparece en los simbolismos bíblicos. ¡Cuántas veces compara el Salmista a Yahveh con una roca (cf. Sal. XVII, 3) para caracterizar la inconmovible fuerza de Dios y el seguro amparo de que gozan aquellos que en El confían! ¡Y cuán a menudo encontramos, en el Antiguo Testamento la copa como símbolo de la ira de Dios, o la figura del cuerno, que señala el poder de Dios o de una persona y la protección de sus clientes!
En el Nuevo Testamento es el Benedictus de Zacarías el que trae el antiguo concepto de cornu salutis (Luc. I, 69). Sin embargo, el hombre moderno difícilmente entiende tal simbolismo. Tampoco le es familiar el giro escudriñar los riñones, tan corriente en la Biblia, o ese otro: quitarle a uno el báculo de Pan.

sábado, 10 de enero de 2015

La Profecía de las 70 Semanas de Daniel y los Destinos del Pueblo Judío, por Caballero Sánchez. Capítulo X (II de II)

Trátase de conocer ¿qué inmediación hay entre la semana 69° y la 70°?

Cuestión ociosa, se responde. Del número 69 al 70 no hay intersticio alguno; concluido el 69 comienza el 70. Luego la extirpación del Ungido consiguiente a la 69° semana abre consigo la 70...
Y, sin embargo, ese razonamiento es muy superficial.
Los números de la Biblia no son una categoría abstracta que prescinde de lo numerado. En esta profecía sobre todo, las 70 semanas son recortadas por Dios sobre Jerusalén a Israel en orden a la plenitud mesiánica. Es este tiempo esencialmente judío y de preparaciones divinas. Es movimiento progresivo de Israel hacia el reino de Dios. Ahora bien, ¿qué ha sucedido con la extirpación del Ungido Israel, a raíz del deicidio del Calvario?
Ha sucedido, sencillamente, que Israel, como Pueblo ungido execrado queda arrojado fuera de la corriente de las aguas vivas. Ha sucedido que Israel se ha convertido en un campo de huesos áridos sobre el cual no sopla todavía el espíritu de vida. Privado del impulso misericordioso que Dios le imprimía, Israel ha quedado, como la mujer de Loth, petrificado, sin adelantar un paso más en el camino de la salvación mesiánica.
El tiempo mesiánico que sigue, no es ya tiempo de Israel, es tiempo de los Gentiles[1].  Las aguas vivas de la misericordia, el Espíritu de vida se han derramado sobre las Gentes extrañas a la nación judía. Y mientras ésta permanece estancada y yerta y sepultada entre los muertos, aquéllas, llamadas e injertas por Dios sobre el buen olivo a pesar de su naturaleza silvestre, corren en la divina presencia hacia la salud y el reino...

miércoles, 7 de enero de 2015

La Iglesia Católica y la Salvación, II Parte. Cap. II: La Salvación y el Concepto Fundamental de la Iglesia (IV Parte)

La Salvación y la Pertenencia a la Iglesia

Los documentos autoritativos de la Iglesia docente citados en la primera parte de este libro, particularmente la carta Suprema haec sacra del Santo Oficio, dejó muy en claro que, según el mensaje revelado de Dios, no es necesario ser miembro de la Iglesia al momento de la muerte para obtener la Visión Beatífica. Sabemos que bajo ciertas circunstancias un hombre puede salvarse si, al momento de su muerte, no es de hecho miembro de la Iglesia sino sólo alguien que desea estar dentro de ella. Sabemos también que este deseo o intención de entrar a la Iglesia puede ser efectiva para la obtención de la salvación eterna incluso cuando es solamente implícito.
La Suprema haec sacra explica esta verdad en términos del hecho de que la Iglesia Católica, al igual que el sacramento del bautismo, es necesaria para la obtención de la Visión Beatífica, no por una necesidad intrínseca sino solo por elección o institución divina. Ahora bien, cuando consideramos el concepto adecuado de la vera ecclesia de Nuestro Señor en términos de su necesidad para la salvación, debemos examinar esta parte de la doctrina Católica sobre ella.
Se dice que algo es necesario para la salvación con necesidad intrínseca cuando esta cosa es un elemento esencial en la vida de la gracia santificante a la cual pertenece la misma Visión Beatífica. Así, la caridad divina es intrínsecamente necesaria para la salvación. El afecto de caridad es el amor de amistad hacia Dios conocido sobrenaturalmente, en la Trinidad de Sus Personas. Así, el amor de caridad es esencialmente una parte de la vida de la Visión Beatífica tanto en el cielo como aquí en este mundo. Donde no existe tal amor, no existe la vida de la Visión Beatífica, la vida de la gracia santificante.

lunes, 5 de enero de 2015

La Profecía de las 70 Semanas de Daniel y los Destinos del Pueblo Judío, por Caballero Sánchez. Capítulo X (I de II)

CAPITULO DECIMO

CESACIÓN DEL TIEMPO MESIÁNICO JUDÍO CON EL ABANDONO DEL UNGIDO EVACUADO. FUTURA INAUGURACIÓN DE LA 70° SEMANA CON LA CONVERSIÓN FUTURA DEL PUEBLO JUDÍO...

V. 26: «Y después de las sesenta y dos semanas un Ungido será evacuado y no hay para él...».

Hemos llegado a uno de los puntos en apariencia más difíciles de toda la profecía.
Trátase de las dos palabritas, enigmáticas a primera vista, que siguen al «Ungido evacuado»: et non ei.

Muchas explicaciones han sido propuestas que no dejan satisfecho el espíritu.
Todos convienen en que San Jerónimo estampó en la Vulgata su propia, y para la mayor parte de los comentadores, inadecuada interpretación, al traducir la expresión hebrea con esta perífrasis: «et non erit ejus populus qui eum negaturus est» = «al Ungido extirpado (a Cristo Muerto) no le queda su pueblo, pues éste lo ha de negar».

Knabenbauer, habiendo entendido, como San Jerónimo, de Cristo crucificado el miembro anterior, hace esfuerzos meritorios para suplir la elipsis con alguna idea adecuada en relación con el contexto, y dice: «et non erit ei exterminatio», es decir, que para Cristo exterminado, la muerte no es muerte, sino vida, si bien esa muerte recae sobre los judíos para exterminio de ellos. Opinión que sólo encierra una contradicción verbal, no de fondo, como imagina el P. Lagrange, y que sería aceptable si el Ungido extirpado fuese realmente Jesús crucificado.

A su vez, el P. Lagrange propone que se supla el sentido con esta palabra: culpa: «Et sans qu'il ait eu de faute»: «un Ungido será extirpado y (lo será) sin haber tenido él culpa» (art. cit., 185). Hipótesis que también sería aceptable si el Ungido extirpado hubiese sido Onías o cualquier otro príncipe inocente.

Pero, aun en esas hipótesis desafortunadas de que el Ungido evacuado fuese Jesucristo u Onías, los intérpretes habrían podido, sin romperse la cabeza, pedir a Daniel mismo un suplemento explicativo muy sencillo y natural. Al hablar del fin del perseguidor de los judíos en XI, 45 termina Daniel con estas palabras: ve' ein 'ótzer ló: et non auxiliator ei. Esa misma idea cabe perfectamente aquí si se trata de una indefensa víctima llevada como corderillo al matadero. Y, en el caso de que el Ungido extirpado fuese Jesucristo, la expresión: et non ei, trae de suyo al paladar de la memoria aquel grito de angustia: Deus meus, Deus meus ut quid dereliquisti me…"; esto es: el non ei Deus.

Y efectivamente, esa misma idea, tomada de Daniel y de Jesucristo, que siente en su espíritu la derelicción del Pueblo suyo y herencia propia debe ser aquí sobreentendida, pero al verdadero Ungido evacuado, esto es, a Israel destronado y degradado, extirpado de la raíz santa que le comunicaba la savia divina...

¡Cuántas veces, en la Sagrada Escritura, al hablar de la derelicción en que queda sumido Israel castigado por Dios, añádense expresiones como estas: et non est ei adjutor...  auxiliator... consolator... robur..., expresiones todas que significan que la faz de Dios se ha retirado de sobre su Pueblo, que la misericordia de Dios no se derrama ya sobre Israel, que por justa venganza del Altísimo, Dios no es ya Dios de Israel e Israel no es ya pueblo de Dios: «Voca nomen ejus Lo' ammi, quia vos non populus meus et ego non ero vester» (Os., I, 9). Abandonado de Dios, Israel podrá clamar al cielo, el cielo es sordo: «La casa de Israel y la casa de Judá invalidaron mi pacto... Por tanto: he aquí yo traigo sobre ellos mal del que no podrán salir y clamarán a mí y no los oiré» (Jer., XI, 10 b-11). Gemirá desesperado: «se alejó de nosotros el juicio y no se nos acercó justicia»; esperamos luz, y he aquí tinieblas; resplandores, y andamos en obscuridad. Palpamos la pared como ciegos... Estamos en oscuros lugares como muertos... Aullamos como osos todos nosotros y gemimos lastimeramente como palomas. Esperamos juicio y no lo hay,  salud y alejóse de nosotros...» (Jer., LIX, 9-11). Con vivísimos acentos pinta también el Salmista esa situación de Israel abandonado: v. g., Ps., LXXXVII: «Mi alma está harta de males y mi vida cercana al sepulcro. Soy contado con los que descienden al hoyo. Soy como hombre sin fuerza, libre entre los muertos; como los matados que yacen en el sepulcro, que no te acuerdas más de ellos y que son cortados de tu mano. Hasme puesto en el hoyo profundo, en tinieblas, en honduras. Sobre mí se ha recostado tu ira y me has afligido con todas tus ondas. Has alejado de mí mis conocidos; hasme puesto por abominación a ellos; encerrado estoy y no puedo salir...».
En resumen, Dios ha escondido su Rostro de Israel arrancado del olivo. Israel no vive ya en presencia de Dios: et non est ei Deus[1].

Pero, implicada en ese abandono de Dios, otra enseñanza importantísima está palpitando en el texto de Daniel. Enseñanza cronológica que los exégetas desconocen, aunque las antiguas opiniones de los Santos Padres hubieran podido orientarlos hacia ella.




[1] La conclusión no se impone; por nuestra parte creemos que este Ungido es Jesucristo. Notar que el autor aplica a la muerte de Nuestro Señor el pasaje anterior "hasta un Ungido-Príncipe", cuando lo lógico hubiera sido ver ahí lo sucedido el domingo de Ramos, cinco días antes. Las razones ya las dimos AQUI y no vamos a volver sobre las mismas; por lo tanto, si ese versículo se le aplica a Cristo Rey, entonces este lo debe ser a su muerte, o por lo menos es lo más natural que así sea, puesto que es difícil que en esta formidable profecía no exista una mención de la muerte redentora del Cristo Rey.

sábado, 3 de enero de 2015

Malas traducciones de la Vulgata en el Apocalipsis, III Parte


Capítulo VI

5)

Vulgata:

v. 8: "Et data est illi potestas super quatuor partes terræ, interficere gladio, fame, et morte, et bestiis terræ".


Traducción correcta:

v. 8: Y se les dio autoridad sobre la cuarta parte de la tierra para matar con espada y con hambre y con peste y por medio de las bestias de la tierra.

Observaciones:

La autoridad no se le da al cuarto jinete sino al segundo (espada), tercero (hambre) y cuarto (peste) y se les da sobre un cuarto de la tierra y no sobre las cuatro partes.


Sobre este tema ya habíamos hablado algo AQUI y AQUI.

jueves, 1 de enero de 2015

La Profecía de las 70 Semanas de Daniel y los Destinos del Pueblo Judío, por Caballero Sánchez. Capítulo IX

CAPITULO NOVENO

LA 69 SEMANA DANIÉLICA TERMINA CON LA MUERTE DE JESUCRISTO A 23 DE MARZO DEL AÑO 31

«Desde la salida de una palabra... hasta un Ungido-Príncipe, hay siete semanas y sesenta y dos semanas...»

Fijado en Nisán de 453, año XX de Artajerjes, el punto inicial de los tiempos profetizados por Daniel, la trayectoria de las 69 Semanas nos lleva necesariamente a Nisán del año 31 de nuestra era, al día en que Jesús de Nazareth, en la cumbre de su vida, es proclamado solemnemente «Ungido-Príncipe», Cristo y Rey de los Judíos.
Esa es, efectivamente, la única fecha que debe ser aceptada de todas cuantas se han propuesto sobre la cronología de la Pasión.

Tres caminos nos conducen como por la mano al 23 de marzo del año 31 como fecha de la Muerte de Jesucristo.

El primero, el de la armonía evangélica, sigue las etapas de la vida pública del Salvador, desde el célebre año XV de Tiberio hasta la última Pascua, Pascua de la Crucifixión.

Tenemos por cosa segura:

a) Que el año XV de Tiberio suena en boca de San Lucas, que habla para el mundo greco-romano, como en las historias antiguas do Josefo, Tácito, Suetonio, Dión, Tertuliano, etc., y corresponde, por lo mismo, sin tergiversación alguna, al que corre de fines de agosto 28 a fines de agosto 29 de nuestra Era.

b) Que en ese mismo año XV de Tiberio, después del rápido, pero resonante ministerio de Juan el Precursor, Jesús se manifiesta al pueblo judío, y que, por lo tanto, debe ser fijada la Epifanía del Bautismo del Señor a 6 de enero del año 29.

c) Que la duración de la vida pública de Jesús está contenida en el intervalo de las tres Pascuas señaladas por San Juan al cual debe añadirse el tiempo que transcurrió desde el Bautismo hasta la primera Pascua.