miércoles, 14 de enero de 2015

La Profecía de las 70 Semanas de Daniel y los Destinos del Pueblo Judío, por Caballero Sánchez. Capítulo XI

CAPITULO UNDECIMO

DURANTE LA 70° SEMANA EL PUEBLO ANTIMESIÁNICO DESTRUYE LA CIUDAD DE JERUSALÉN Y SU SANTUARIO

V. 26 b: «Y el pueblo de un Jefe que ha de venir destruirá la Ciudad y el Santuario.»

Este inciso, dice con razón el P. Lagrange, nos ofrece un sumario cuyos detalles serán explicados en el versículo 27 (186).
Entramos, por lo tanto, de lleno en la 70° semana[1]. Para que comience ese tiempo judío Israel ha debido convertirse a la fe de Jesucristo; sobre su frente ha bajado, bautismo de redención y de vida, la sangre que un día contra sí reclamó. La voz del Profeta ha penetrado hasta el fondo de su corazón reblandecido por la gracia. Es ahora el Benjamín de la Iglesia, el que ocupa el puesto de preferencia en el seno de ella, amamantándose con hambre atrasada a las fuentes del amor. Son los siete años de la Infancia del Emmanuel...
Para comprender el contenido y los acontecimientos de la Jerusalén escatológica es preciso tener en cuenta las otras visiones proféticas del Antiguo como del Nuevo Testamento y muy en particular las del Apocalipsis. Sin embargo, para no extralimitarnos, contentémonos con lo que aquí nos propone Daniel: «Y el pueblo de un jefe que vendrá destruirá la ciudad y el santuario».

El sentido del texto masorético es claro y sencillo. Yerran los que quieren identificar a este Jefe con el Ungido-Príncipe del v. 25. A priori repugna al carácter esencial de un Ungido (Mesías) el ser destructor de Jerusalén y del Santuario.
Para evitar esa contradicción insoportable se han buscado otras traducciones del texto. Dice muy bien el P. Lagrange: «Con pretexto de que este Jefe debe ser el mismo que el del v. 25, háse propuesto esta lectura: "y la ciudad y el santuario serán destruidos, así como el Jefe, y éste vendrá a su fin.» Pero, precisamente, trátase de otro jefe, que es enemigo de Dios y no su Ungido, de un Jefe que vendrá. La única dificultad está en que su fin sea desde ahora anunciado; pero es este un sumario cuyos detalles serán explicados en el v. 27…».
Además, esa nueva lectura del hebreo sería contraria a las antiguas versiones que hablan con toda evidencia de un enemigo de Israel que invadirá la Palestina para destruir la Ciudad Santa y el santuario.

Yerran también los que no quieren colocar a este Adversario de Jerusalén dentro de la 70° semana.
Admitir como Knabenbauer la opinión del V. Beda y otros, de que este inciso no pertenece a la historia de las 70 semanas, sino a modo de lejana consecuencia, es situarse fuera de la perspectiva de esta profecía que alumbra la vida del pueblo judío medida por las semanas dentro de las cuales la presenta recortada.
El error primordial sobre la naturaleza y la situación cronológica de la última semana arrastra consigo éste y otros muchos errores.


Nótese cuidadosamente la expresión «el pueblo de un Jefe que vendrá».
No se dice al inverso: «el Jefe de un pueblo...» El acento está sobre «el pueblo». Él es el invasor. Parece un pueblo racialmente organizado con aspiración e intención antimesiánica. No bastarían huestes mercenarias o ejércitos heterogéneos de ocasión para dar a la expresión textual su sentido preciso. La destrucción de la Ciudad del Santuario obedece como a un impulso de la voluntad nacional, en contra del pueblo de Dios[2].

Hay que llamar también la atención sobre la palabra schahath, que no significa un daño cualquiera, sino una eversión completa de la ciudad y del santuario reducidos a escombros o a cenizas. Διαφθερεῖ y «dissipabit» de las versiones la traducen bien. Todo queda hundido, corrompido, dislocado, pulverizado como humo que dispersa el viento. Tal es la obra realizada por el pueblo de un jefe que se lanza contra Jerusalén.

Necesítase una enorme dosis de buena voluntad para imaginar que esta Profecía, tal como suena, ya en esta primera indicación, destinada a ser completada poco después, se realizó en tiempo de los Macabeos con la ocupación de Jerusalén y del Templo por Antíoco Epífanes y sus ejércitos sirios.
Grandes fueron los estragos materiales y morales, las matanzas, las ruinas acumuladas por los esbirros de Antíoco en aquellos años de sangrienta persecución contra el pueblo fiel a Yahvé. Pero la invasión fué debida a la despótica voluntad racial de un pueblo levantado contra la sede y el santuario del mesianismo judío… Ni la obra del perseguidor consistió en la destrucción de Jerusalén y del Templo, que siguieron en pie, sino en su profanación y saqueo, pálida e incompleta imagen de lo que anuncia Daniel: «el pueblo de un Jefe que vendrá destruirá la ciudad y el santuario»[3].

Inconsistente, como la del P. Lagrange, es la teoría de Knabenbauer. Esta profecía no tuvo su histórica realización con la invasión romana del año 70, suceso, que, por otra parte, no pertenece al cuadro de las semanas daniélicas. Los ejércitos romanos eran una mezcla heterogénea de gentes diversas que no corresponde a la expresión: "el Pueblo de un jefe…"[4].
Además, aquélla no fué directamente, por parte de Tito y de sus legiones, una guerra de carácter esencialmente religioso. Su fin era ahogar las tentativas judías de independencia política, no extinguir el culto judío de Yahvé[5]. Y tanto, que el incendio del Templo se debió a la desobediencia de un soldado y no a la voluntad del jefe ni del pueblo invasor.

Los sirios de Antíoco y los romanos de Tito no realizaron más que algunos rasgos figurativos de los hechos anunciados para la 70° semana. Daniel enfoca propia y directamente el pueblo del Anticristo, que se arroja a impulsos de una pasión ferozmente antimesiánica contra la Jerusalén cristiana de la última semana[6] de prueba y preparación.
La expresión «de un Jefe que vendrá» deja adivinar la futura Parusía del Anticristo en oposición a la del Señor «que viene».
Para ese entonces, para ese juicio escatológico de Jerusalén, en la que todavía estarán mezclados trigo y cizaña, parecen haber sido dichas las advertencias del Salvador en su discurso sobre la ruina final de la Ciudad Santa. Pues el horizonte del Señor es el de Daniel, a quien cita[7]. Gran tribulación. Azote de Dios para el judío impío, prueba final para el escogido en orden al reino mesiánico. Del nuevo Templo no quedarán «piedra sobre piedra», ni las del muro de los Lamentos. «Cuando viereis cercada de ejércitos a Jerusalén, entonces sabed que es llegado el asolamiento de ella...»; «hasta que se hayan cumplido los tiempos de las gentes…», en trabazón con la 70° semana de los judíos, tres años y medio.






[1] Aquí está nuestra principal diferencia con el autor. El v. 26 no da comienzo (ni siquiera lo presupone) a la 70° Semana. Las pruebas que da son forzadas y están lejos de convencer. La última Semana Daniélica, tan desarrollada luego en el Discurso Parusíaco (Mt-Mc) y en el Apocalipsis, recién comienza con el v. 27: "Y hará firme la alianza con muchos durante una semana…", la cual la vemos dividida en dos partes iguales. Este v. 26 es el que hemos dado en llamar intervalo y es el que estamos viviendo tras el rechazo de Israel a su Cristo Rey.

[2] Todo esto está muy lindo pero presenta varios problemas, uno de ellos es que Jesucristo afirma que la destrucción del Templo del año 70 que Él profetiza en Lc. XXI, 20-22 ya estaba anunciada, cuando dice: "Más cuando veáis a Jerusalén cercada por ejércitos, sabed entonces que su desolación está cerca. Entonces, los que estén en la Judea, huyan a las montañas; y los que estén en medio de ella, salgan fuera; y los que estén en los campos, no vuelvan a entrar; porque días de venganza son éstos, de cumplimiento de todo lo que está escrito".

Que nos muestre, pues, el autor, en qué parte del Antiguo Testamento estaba profetizada la destrucción de Jerusalén y el Templo si no es en esta célebre profecía de Daniel.

[3] Lo mismo dígase, pues, del Anticristo, el cual de ninguna manera destruye la Ciudad ni siquiera el Templo sino que meramente toma posesión de ambos, profanando este último como se vé en el v. 27. Las pruebas del autor brillan aquí por su ausencia.

Por el contrario, en Dn. XI, 45 se da a entender que el Anticristo reinará, morará, en Jerusalén cuando dice: "Y plantará los pabellones reales entre los mares contra el glorioso y santo monte".

Sobre lo cual Straubinger comenta: "Entre los mares: entre el Mar Mediterráneo y el Mar Muerto, o sea, en Judea. El glorioso y santo monte: el monte Sión".

[4] A la historia ha pasado, casi como un lugar común, la afirmación: "los romanos tomaron y destruyeron la Ciudad y del Templo el año 70". ¿Se quiere mayor prueba que ésta?

[5] ¿Dónde afirma el texto de la profecía que esta toma y destrucción obedecen a un fin estrictamente religioso?

[6] Por lo tanto, según ésto el Anticristo reinaría 7 años, contrariamente a lo que nos dicen el mismo Daniel y San Juan.

[7] Perfectamente de acuerdo en que Nuestro Señor cita a Daniel en sus profecías de Lc. XXI y Mt XXIV-Mc XIII, pero el autor es aquí impreciso y vago en extremo. Es casi un lugar común que los cristianos huyeron de la Judea a Pela basados en la profecía de Lc XXI, con lo cual ya sabemos, por la historia, a qué época y sucesos se refería la profecía lucana.

Notemos, una vez más, lo que siempre decimos: una mala exégesis de las 70 Semanas de Daniel, repercute por fuerza, tarde o temprano, en el llamado Discurso Parusíaco y en el Apocalipsis.