sábado, 9 de mayo de 2015

La Perspectiva Escatológica, por Ramos García (X de XIV)

5. LA SOLUCIÓN ESCATOLÓGICA

Casi todos los grandes vaticinios mesianos, por no decir todos, tienen por sujeto a Israel y por objeto final su liberación y restauración definitiva en el nuevo pacto. Luego, so pena de ser falsos, al menos parcialmente, se han de cumplir concretamente en él. Si no se han cumplido, o no se han cumplido de lleno hasta el presente, hay que esperar que se cumplan algún día, como prevé San Pablo en el capítulo XI de la epístola a los Romanos, y ahí es todo[1].

Con eso los vaticinios no se achican, reduciendo las promesas al círculo del pueblo de Israel, pues no excluyen las demás naciones, antes positivamente se incluyen en la participación de los bienes mesianos, con un acrecimiento de bienestar social en todos; "pues si su repudio es reconciliación del mundo, ¿qué será su readmisión sino vida de entre muertos?" (Rom. XI, 15).
Por eso los dichos vaticinios no dejan de ser mesianos, pues al cumplirse finalmente en Israel, "porque los dones y la vocación de Dios son irrevocables" (Rom. XI, 29), no dejan de cumplirse en Cristo y en su Iglesia, antes entonces se cumplirán en ésta con toda su plenitud, cuando se incorpore a ella Israel, que es el primero y principal destinatario de ellos[2].

Incorporado Israel a la Iglesia, automáticamente ocupará en ella el lugar de preferencia. Es un convidado de primera calidad, que retardó su entrada en el festín, pero una vez entrado en él, se le dará el puesto que le corresponde y que nadie podría disputarle[3].
Este es el punto culminante, que por regla general, el ojo del profeta sorprende el cinerama de la nueva economía, y desde ese punto de vista contempla el panorama de la salud mesiana, es decir, no desde su establecimiento en el mundo, sino desde la entrada de Israel en ella. Entre tanto se le espera. Esa es la actitud del Señor (Os. III; cf. Hebr. X, 13), y ésa ha de ser también la de sus fieles.


El Espíritu Santo, con delicadeza suma, de ese retardo de Israel reveló muy poco a los profetas. En cambio les prodigó visiones y revelaciones sobre su puesto central en el festín, de manera que a la sazón no es él que aparece incorporado a los demás comensales sino ellos a él (cf. Miq. V, 3; Zac. VIII, 23, etc.)[4]. Y es así que en los profetas de Israel la perspectiva mesiana es Sionocéntrica, en el sentido que Jerusalén, no es tanto el punto de origen de la nueva economía cuanto el centro estable y permanente de atracción e irradiación universales.
Se trata de una situación privilegiada y duradera de ese pueblo, vuelto a su país y a su Mesías, después de su secular peregrinaje y abandono.


6. LA TEORÍA ANTIOQUENA

Con la solución escatológica, que es la nuestra, se da la mano la llamada teoría antioquena, para entender lo cual hay que hacer una excursión a la hermenéutica.

Es corriente en hermenéutica que el Espíritu Santo anuncia en la Escritura los futuros eventos, no sólo por palabras directas (sentido literal) sino también por medio de las cosas, personas, instituciones, acontecimientos, etc., de que trata, y que toma como signos, tipos, figuras, símbolos, presagios de otros mayores por venir, siempre en el orden de la salud mesiana (sentido real).
Esa significación de una cosa por otra depende de la libre voluntad de Dios, y así no podemos certificarnos de ella, si no es por una revelación directa literal, contenida en el texto mismo, o en otro diferente. En este segundo caso tenemos el sentido literal por un lado y el real por otro. Hecha, en cambio, la revelación por el texto mismo, se da propiamente un solo sentido, y ese literal, pero con dos objetos, no dispares, sino en la misma línea; de modo que con una misma letra se signifique el primero, y a través de él el segundo y principal.

Tenemos así todos los elementos de la llamada teoría antioquena, o contemplación de los grandes acontecimientos futuros del reino mesiano, vistos a través de otros de mucho menor importancia en la historia de Israel, y expresados unos y otros por una misma letra, que comenzando por referirse directamente al acontecimiento próximo, o tal vez ya presente, se va elevando poco a poco, hasta casi perderle de vista, y fijarse cada vez con más precisión en el objeto remoto. La relación entre ambos objetos es la de presagiante y presagiado, o cosa semejante, siendo siempre lo menos lo que presagia lo más. El criterio para descubrir la presencia del presagiado a través del presagiante, es la exageración misma, con que se describe a éste, y que es una hipérbole sui generis. Y como unas y otras indicaciones, las referentes al presagiante y al presagiado, se hacen en un mismo texto, con una misma letra, de ahí que ambos objetos sean literales, o lo que es lo mismo, tenemos no dos sentidos literales, sino un sentido literal con dos objetos.
Los exégetas antioquenos apreciaron ya este fenómeno literario, particularmente en algunos salmos, que según la numeración de nuestra Vulgata son el XV ("Conserva me Domine"), el XLIV ("Eructavit cor meum"), el LXXI ("Deus judicium tuum regi da") y el LXXXVIII (“Misericordias Domini in aeternum cantabo"), donde se habla directamente de David o Salomón, pero con tal exageración en ciertos pasos, que la letra no tiene ya cabal sentido, si no es en el Mesías, a quien ahí presagian entrambos personajes.

El mismo fenómeno literario se advierte por todo el Protoisaías, en las repetidas descripciones que hace de la incursión y destrucción del ejército asirio en Palestina, en tiempo del piadoso rey Exequias, de un color escatológico tan subido, que sin esa proyección ulterior de la invasión y liberación histórica, sería el caso de exclamar con el poeta: "Parturiunt montes, nascetur ridiculus mus". Mas, ¿quién se atreverá a poner esa tacha en el príncipe de los profetas, el grande y clarividente Isaías?
Pero en ninguna parte se ve tan claro y repetido ese fenómeno, como en el Deuteroisaías, donde casi por todo él se describe anticipadamente la liberación y restauración de Israel, con un alcance y trascendencia francamente escatológicos en el futuro reino mesiano, aunque tomando siempre como punto de partida el célebre cautiverio babilónico, con la vuelta del pueblo a su país y su restablecimiento en él, pero con frase tan ponderativa que para decirlo con expresión vulgar, parece como si el profeta lo contemplara todo con cristales de aumento[5].
Y es que toda aquella mínima realidad histórica era el presagio de otra realidad, incomparablemente mayor, en el cautiverio secular de aquel pueblo, todo él de signo babilónico, porque sería Babilonia-Roma la que lo había de consumar (cf. Lc. XXI, 20-24 y par.), y sólo cuando a la vuelta de todo Israel de ese secular cautiverio, en busca de su tierra y de su natural Señor, el prometido Mesías, se incorpore definitivamente a la Iglesia "al fin de los días" (Os. III), será cuando se cumpla en toda su espléndida magnificencia la restauración prevista y predicada por el gran profeta de Israel, que "vió con su grande espíritu los últimos tiempos" (Eccli. XLVIII, 27).
A Isaías y su contemporáneo Miqueas siguen en este punto importantísimo, que es el eje de las profecías, todos los profetas posteriores, los cuales vinculan a la caída de Babilonia y vuelta de su cautividad, no cualquier restauración, sino la restauración definitiva de aquel pueblo, que no abandonará ya más a su tierra ni a su Dios. Y esta perspectiva se perpetúa en el Apocalipsis de San Juan, donde el triunfo de la Iglesia, y en ella el del Israel (cf. Ap. VII; XXI, 12 ss.), viene igualmente vinculado a la caída de la infame Babilonia (Ap. XVII-XVIII), cuyo simbolismo trascendente ya se explicó en la primera parte.




[1] Ver la nota anterior.

[2] Tema un tanto complejo, pero la verdad que todo esto no nos termina de convencer, pues entre otras cosas habría que probar antes que nada que Israel entrará en la Iglesia cuando se convierta, que habrá Iglesia Católica en la tierra durante el Milenio, etc.

Además, el hecho de que las promesas de los Profetas se extiendan hasta las naciones no quiere decir que se extienda al Cuerpo Místico de Cristo, es más, la distinción que traen los Profetas (y el mismo Apocalipsis) entre Israel y los gentiles al describir el Milenio, parece ser un signo de que no están hablando de la Iglesia Católica.

No ignoramos que todo esto presenta sus dificultades, pero solamente lo indicamos para que se tengan en cuenta otros aspectos a la hora de estudiar estos complejos temas.

[3] No hay dudas, aunque les pese a algunos, que el rol de Israel, una vez convertido, va a ser clave y primordial, el tema es desde qué lugar.

[4] Y entonces, ¿en qué quedamos?

[5] Por aquí comenzamos a ver que la posición del autor es un tanto endeble. Nos explicamos mejor:

Aceptamos gustosos la distinción entre sentido literal (lo que dice la letra del texto) y típico (personas o sucesos que prefiguran otra futura), pero negamos que la letra de una profecía tenga dos ópticas: una inmediata (tipo) y otra lejana (antitipo). Por caso, en el ejemplo que da el autor hay que tener en cuenta lo que dice Lacunza en su Fenómeno V, aspecto III, párrafo V:

“… sólo quisiera hacer advertir o hacer reparar una cosa, que me parece clarísima en Isaías, sin la cual no alcanzo cómo pueda entenderse esta profecía de un modo seguido y natural. Lo que deseo hacer reparar es que desde el cap. XLIX (cuando menos hasta el LXVI que es el último) se nota clara y distintamente que todo es una conversación o una especie de diálogo, en que se ven hablar tres personas, esto es: Dios, el Mesías y Sión. Y todo cuanto hablan parece que es sobre un mismo asunto, o interés, sin salir de él, ni divertir la atención a otra cosa.
La primera persona que habla es Dios; y es bien fácil observar que siempre que habla (que es pocas veces y pocas palabras) o habla con el Mesías o habla con Sión. La segunda es el Mesías mismo; Él es el que abre la conversación y hace en toda ella como el papel principal… la tercera persona que habla es la misma Sión, con quien se habla, en la cual se ve una grande y prodigiosa variedad de afectos, todos buenos, todos santos, todos conducentes para la salud o que ya la suponen…”.

Esos últimos capítulos hablan, exclusivamente, de los últimos tiempos y si bien es cierto que el Deuteroisaías comienza en el cap. XL, no es muy difícil extender lo que dice Lacunza a esos nueve capítulos restantes.

Sobre el tan afamado tema del cautiverio de Babilonia nos remitimos al Fenómeno VII de Lacunza Babilonia y sus Cautivos