lunes, 14 de septiembre de 2015

Origen de la creencia vulgar en las pretendidas profecías sobre la no restauración política de Israel. Salvador Iglesias (II de IX)

Origen de la creencia vulgar en las pretendidas
profecías sobre la no restauración política de Israel

No intentamos directamente probar la inexistencia de dichas profecías, sino, supuesto que no existen, investigar cómo ha podido formarse esa creencia tan universalmente extendida. De rechazo, no obstante, la explicación que ensayaremos sobre el origen de la creencia confirmará plenamente, según creemos, la inexistencia dé tales profecías.
Sobre ninguna de las dos cuestiones —la que damos por supuesta y la que vamos a investigar- hay bibliografía notable. A los doctos, como era de suponer, no ha creado problema la restauración política de Israel que, si choca con la creencia popular, no entraña realmente ningún mentís a las profecías. Al pueblo ha apasionado más; y para serenar esas tempestades de conciencia algunos exegetas han descendido a las columnas de los diarios, semanarios y revistas populares, explicando, en plan de divulgación, el sentido de los supuestos vaticinios[1]. Pero nadie que sepamos ha tratado de investigar el origen de esta creencia. Realmente la solución de este problema debe de interesar profundamente a los teólogos que ven comprometido en nuestro caso el lugar teológico del unánime sentir de los fieles. No basta decir y aun probar que no hay tales profecías; es necesario inquirir el origen del unánime sentir popular y mostrar que no concurren en él las condiciones requeridas para constituir el mencionado lugar teológico.
Dado el intento que perseguimos con nuestro estudio, examinaremos en primer lugar los textos bíblicos en los que acaso esta creencia haya podido fundarse y la interpretación patrística de los mismas. Por la grande influencia que tuvo sin duda en el nacimiento de la persuasión común el fracaso de Juliano el Apóstata, consideraremos a continuación este frustrado intento y la reacción que produjo en les escritores eclesiásticos contemporáneos y posteriores, para terminar ensayando una reconstrucción de los orígenes y desarrollo de la mencionada creencia.

I.- TEXTOS BÍBLICOS EN LOS QUE ESTA CREENCIA HA PODIDO FUNDARSE

Si en la enumeración de estos textos nos guiara un criterio puramente personal, pocos traeríamos a colación. De seguro hubiéramos eliminado, si no absolutamente, por lo menos en su mayoría, los textos, en apariencia demasiados claros, de los profetas del A. T. ya que miraban inmediatamente a las calamidades del pueblo de Israel en su tiempo, y no aparece claro que hicieran referencia a la situación de los judíos después de la venida del Mesías.
No obstante, hemos examinado pacientemente todos aquellos lugares de uno y otro Testamento que aparecen aducidos por los Santos Padres y Comentaristas al tratar de nuestro asunto. No siempre es tarea fácil precisar si los toman en sentido literal o si se trata de simples acomodaciones[2].

A) Profecías del A. T.


Pasamos por alto la enumeración interminable de estos textos y lo que los Padres afirman en sus comentarios sobre los mismos. Nos fijaremos solamente «speciminis causa» en el más representativo de todos ellos que es:

Dan. IX, 26.- Sabido es la discrepancia de los Padres en la interpretación de esta oscura profecía. Para unos la «abominación de la desolación» es el Anticristo[3], para otros la estatua del César que puso Pilatos en el Templo, o la que en su lugar colocó Adriano[4] para otros cualquiera de estas tres cosas indistintamente[5]. Mucho influye también la diferencia de textos. Unos leían la versión de los LXX, otros la de Teodoción, y los latinos la Vulgata, que no sigue exactamente ninguna de las dos versiones, aunque inclina más a los LXX.

De los seis Padres griegos que escribieron ex professo comentarios a Daniel, dos lo hicieron fragmentariamente y no tocan nuestros versículos: Hesiquio y Cirilo Alejandrino. Ammonio comenta brevísimamente los versículos 21, 24, 26 y 27, pero nada dice a nuestro respecto[6]. Hipólito interpreta la última semana del fin del mundo, cambiando así radicalmente el sentido que corrientemente se da a nuestro versículo:

Cum enim sexaginta duae adimpletae fuerint hebdomades et Christus adfuerit et Evangelium in omni loco fuerit praedicatum, consummatis temporibus, una hebdomada relinquetur extrema in qua aderit Elias et Enoch, et in dimidio ipsius apparebit abominatio desolationis, nempe Antichristus, desolationem mundum annuncians. Cum vero ille advenerit auferetur sacrificium et libamen quod modo ubique locorum a gentibus offertur Deo[7].

San Juan Crisóstomo y Teodoreto son más explícitos. El primero, muy breve, da un texto distinto del de Hipólito: parece decir —el lugar es oscuro— que el profeta habla de la dispersión del año 70 y que no se le señala fin como se había señalado a las cautividades anteriores; ningún judío, en tiempos de San Juan Crisóstomo se atreve a volver a Jerusalén:

»Et abominatio desolationis id est quæ ab Adriano facta est. Hæc apertius Zacharias, qui etiam res commodas prædicit propter eos qui remanserant. Fortassis et in Egypto totidem annos fecit; et non labefactati sunt; nunc autem non amplius exspectes ista. Vide et alia. Judæus in urbem non remigrat ut antea. Quis autem omnino de reditu loquutus est? Nemo»[8].

Teodoreto no puede hablar más claramente de la perpetuidad de esta última ruina judía y de la imposibilidad de una nueva restauración. Insiste en el principio enunciado por San Juan Crisóstomo:

«Nam ante hoc tempus infinita ausi facinora poenas dederunt, et luerunt supplicia pro iis quae patrarant; sed rursus, impetrata venia, clementia digni habiti sunt; post insaniam vero qua contra Dominum concitati crucis facinus ausi fuere unquam assecuti sunt ut in pristinum statum restituerentur sicut ipsae res clamant. Verum cum amplius quadringenti quadraginta effluxerint anni, dispersi per orbem terrarum, ex aliis in alia loca migrantes vagantur»[9].

Obsérvese cómo apela a los acontecimientos históricos. A continuación proclama abiertamente su convencimiento sobre la imposibilidad de la restauración tanto política como religiosa:

«Docens quoque futurum ut numquam revocentur aut mutationem ullam consequantur: Et in finem, inquit, belli determinati desolationibus. Funditus enim delebentur, inquit, bello illo veluti quodam diluvio oppressi, et in perpetuum his malis succumbent neque unquam revocabuntur[10]».

«... postquam vaticinatus fuerat fore ut cultui illi qui secundum legem adhibebatur, finis imponeretur, adjecit: Et super templum abominatio desolationis. Et ne existimarent judaei, sacrum tempum pristinum decorem et gloriam rursus recuperatum esse, apposite subjecit: Et usque ad consummationem temporis consummatio dabitur super desolationem. Usque ad finen enim saeculi, inquit, consummatio desolationis manebit, nulla facta mutatione»[11].

De la misma opinión es Basilio de Seleucía, que en su sermón 38 Contra judaeos de Salvatoris adventu demonstratio comenta asimismo nuestro texto:

«Ac ne frustra rerum suarum unquam redintegrandarum spes ulla judaeis fieret reliqua, adjecit angelus: Dum delebuntur usque ad consummationem»[12].

«Quando enim Jeremías praedixit priorem aetate Nabuchodonosoris captivitatem, tempus quoque reditionis illis manifestavit: quando completi fuerint septuaginta anni Babylonis. Archangelus autem Gabriel ne temere essent in expectationem, nullam illis spem reliquam facit dum dicit: Usque ad consummationem temporum et finem per-severabit desolatilo»[13].

Entre los latinos S. Zenón y S. Paterio —de los que sólo se conservan fragmentos— no tocan nuestros versículos[14].

San Jerónimo, como es sabido, se contenta con recoger las varias interpretaciones dadas por los anteriores, indicando claramente que falta unanimidad y por lo tanto, tradición dogmática:

«Scio de hac quaestione ab eruditissimis viris disputatum, et unumquemque pro captu ingenii sui dixisse quod senserat. Quia igitur periculosum est de Magistrorum Ecclesiae judicare sententiis, et alterum praeferri alteri, dicam quid unusquisque senserit, lectoris arbitrio dererinquens, cujus expositionem sequi debeat»[15].

Y expone a continuación las explicaciones de Julio Africano, dos de Eusebio, la de Hipólito, la de Apolillar de Laodicea, Clemente Alejandrino, OrígenesEt videndum est an ea possimus adventui Domini coaptare»), Tertuliano y finalmente la de los judíos.

Pedro Archidiácono copia literalmente a San Jerónimo.

 El Abad Ruperto da una interpretación histórica —la corriente, sin insistir en la perpetuidad de la ruina-[16] y otra alegórica:

“… captivitatem illam unius populi judaici fuisse imaginem alterius magnae captivitatis, quae uno peccante Adam universo generi humano accidit, et illos septuaginta captivitatis annos tempus omne significasse, quo populus Dei peregrinatur in hoc saeculo[17].





[1] Véanse, por ejemplo, el artículo, de Avelino D. Valdepares, ¿Las profecías bíblicas excluyen el restablecimiento de un Estado judío en Palestina? publicado en «El Correo Catalán» de 13 de agosto de 1950, y la polémica entre Jesús Enciso Viana y Jesús Sáinz Mazpule sostenida, respectivamente, en «Ecclesia» 8 (1948) I, 121 s., 151 s., 261 s. y en «Mundo» números 401, 407 y 410 correspondientes al 11 de enero, 22 de febrero y 1 de marzo de 1948.

[2] Pueden verse, entre otros, las largas listas de textos aducidos por Gregorio Tafarense en su Disputatio cum Herbano Judaeo (MG 86; I, 621-784), y por San Isidoro De Sevilla en el libro II de su tratado De fide catholica contra Judaeos, especialmente en los caps. 9-13 (ML 83, 514-520).

[3] Hipólito (MG.10, 655); Cirilo De Jerusalén (MG. 33, 879s)...

[4]  San Juan Crisóstomo (MG. 48, 899; 56, 240...); Teofilacto (MG. 410)...

[5]  San Jerónimo (ML. 26, 184); San Beda (ML. 92, 102); Drutimaro (ML. 106, 1456); Anselmo Laud. (ML. 162, 1451)...

[6] MG. 85, 1376 s.

[7] MG. 10, 655.

[8] MG. 56, 240s. Es éste un principio solemne que antes había enunciado San Hipólito y que luego se repite constantemente en la tradición patrística: Teodoreto (MG. 81, 1471s), Basilio de Seleucia (MG. 85, 415 s.), Anastasio Sinaíta, (MG. 89, 1238), Jorge Hainarlabi (MG. 10, 451), Jorge Cedreno (MG. 121, 447), Eutimio Zigabeno (MG. 130, 286)...

[9] MG. 81, 1471.

[10] MG. 81, 1481.

[11] MG. 81, 1486.

[12] MG. 85, 413s.

[13] MG. 85, 416s.

[14] Véanse, respectivamente, ML. 11, 522-528, y ML. 79, 997-1002.

[15]  ML. 25, 542.

[16] ML. 167, 1517s.

[17] ML, 167, 1519.