martes, 22 de septiembre de 2015

Origen de la creencia vulgar en las pretendidas profecías sobre la no restauración política de Israel. Salvador Iglesias (III de IX)

Origen de la creencia vulgar en las pretendidas
profecías sobre la no restauración política de Israel

¿Puede hablarse de interpretación tradicional con valor dogmático que vea en este pasaje una profecía clara de la imposibilidad de toda restauración judía? Juzgue el lector. Veamos si ofrecen mayor luz los textos del N. T. que aducen los Santos Padres y los comentarios que de ellos hacen.

B) Predicciones de Cristo.

La venida de Cristo y el plan del Padre de conceder la potestad de ser hijos de Dios a los que creyeran en Él, sin distinción entre judío y gentil, derribando el tabique que separaba a los dos pueblos y haciendo de los dos uno, cambió radicalmente la especial providencia de Dios sobre el pueblo hebreo, considerado como estirpe racial y como unidad política.

Ya la predicación del Bautista encierra el primer anuncio de la exclusión o reprobación del pueblo judío como tal:

«Y no os forjéis ilusiones diciendo: Tenemos a Abraham por padre. Porque yo os digo que Dios puede hacer de estas piedras hijos de Abraham. Ya está puesta el hacha a la raíz de los árboles y todo árbol que no dé fruto será cortado y arrojado al fuego». (Mt. III, 9s; Lc. III, 8s.).

En el mismo sentido resuenan como un eco las palabras del mismo Cristo:

«Toda planta que no ha plantado mi Padre Celestial será arrancada.» (Mt. XV, 13).

Y señalando juntamente con el anuncio de la reprobación la causa de ella, aquellas otras que le arrancó la fe del Centurión gentil:

«En verdad os digo que en nadie de Israel he hallado tanta fe. Os digo, pues, que del Oriente y del Occidente vendrán y se sentarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos mientras que los hijos del reino serán arrojadas a las tinieblas exteriores.» (Mt. VIII, 10-12).

Con toda claridad, aunque bajo los velos transparentes de la parábola, anuncia el Señor en la de los viñadores (Mt. XXI; Mc. XII; Lc. XX) la ruina de la teocracia judía y en la de los invitados a las bodas (Mt. XXII, 7-9; Lc. XIV, 24) la destrucción de su Ciudad.
Expresamente y sin parábolas predice la ruina del Templo (Mt. XXIV, 1 s; Mc. XIII, 2; Lc. XXI, 5 s) y la destrucción de Jerusalén (Lc. XIX, 41-44; XXI, 24).

No se trata de ninguna maldición. Cristo no hace sino predecir a los judíos los horribles castigos que su incredulidad les acarreará. Y se lo predice con lágrimas en los ojos (Lc. XIX, 41-44), lamentando el fracaso de sus intentos salvadores. «¡Cuántas veces quise reunir a tus hijos a la manera que la gallina reúne a sus polluelos bajo las alas, y no quisiste!» (Mt. XXIII, 37; Lc. XIII, 34) y sintiendo la futura desgracia de su pueblo, más que sus propios dolores (Lc. XXIII, 27-31). Los mismos judíos, al oír la parábola de los viñadores (Mt. XXI, 41; Mc. XII, 9; Lc. XX, 16) adivinan y reconocen justa la conducta del amo; y ellos mismos en el Pretorio de Pilatos cargan sobre sí y sobre su descendencia la sangre del hijo del dueño, a quien asesinan (Mt. XXVII, 25).

El contenido de estas predicciones de Cristo respecto a la reprobación de su pueblo es en resumen éste:

1) Se predicen las causas de esta reprobación:

a) En la parábola de los viñadores, es la falta de fruto debido y su conducta asesina con los profetas y sobre todo con Cristo.

b) En la de las bodas, la repulsa a la divina invitación y el maltrato que dieron a los emisarios.

c) En el llanto sobre Jerusalén, el desconocimiento del tiempo de su visitación.

d) En la invectiva de Cristo contra los fariseos (Mt. XXIII completo), sus múltiples vicios, pero sobre todo los malos tratos a los seguidores de Cristo.

e) En las palabras que dijo camino del Calvario a las piadosas mujeres, los pecados del pueblo en general.


2) Se anuncia en qué ha de consistir esa reprobación:

a) Los judíos — hijos del reino— serán excluidos de la Iglesia y en su lugar formarán parte de ella los gentiles (Centurión: Mt. VIII, 11 s.; Cfr. Lc. XIII, 28 s.; viñadores Mt. XXI, 41-44; Mc. XII, 9-11; Lc. XX, 16-18; bodas Mt. XXII, 8-10; Cena Lc. XIV, 24).

b) La ciudad de Jerusalén será destruida. Ya en la parábola de los viñadores lo había indicado veladamente al decir que el amo «vendrá y perderá a los colonos» (Mc. XII, 9; Lc. XX, 16)[1], y al corroborar la cita del Salmo CXVII, 22s., sobre la piedra angular que es Cristo, con estas palabras: «El que cayere sobre esta piedra se romperá y aquel sobre quien ella cayere, será aplastado[2]» (Mt. XXI, 44; Lc. XX, 18). Más claramente en la parábola de las bodas, introduciendo elementos a todas luces alegóricos, había dicho que «el rey cuando lo oyó, se indignó, y enviando sus ejércitos destruyó a aquellas homicidas y quemó su ciudad». (Mt. XXII, 7).

Esta indicación general sobre la ruina material del pueblo judío se desdobla luego en predicciones explícitas y directas de distintas calamidades:

- La destrucción de la ciudad se predice con todo detalle: asedio, asalto, demolición de los edificios hasta no dejar piedra sobre piedra, muerte de sus habitantes a cuchillo, cautividad y deportación de muchos de ellos a todas las naciones de gentiles y dominio de éstos sobre Jerusalén hasta que se cumplan los tiempos de las naciones:

«Días vendrán sobre ti, y te rodearán de trincheras tus enemigos y te cercarán y te estrecharán sor todas partes, y te abatirán al suelo a ti y a los hijos que tienes dentro y no dejarán en ti piedra sobre piedra por no haber conocido el tiempo de tu visitación». (Lc. XIX, 43s.).

«Cuando viereis a Jerusalén cercada por ejércitos, entended que se aproxima su desolación. Entonces los que estén en Judea huyan a los montes, los que estén en medio de la ciudad retírense, quienes en los campos no entren en ella porque días de venganza serán éstos para que se cumpla todo lo que está escrito… Caerán al filo de la espada y serán llevados cautivos entre todas las naciones y Jerusalén será hollada por los gentiles hasta que se cumpla los tiempos de las naciones.» (Lc. XXI, 20-24)[3].

- Como parte destacadísima de la Ciudad Santa, se predice en especial la destrucción completa del Templo:

«Y se le acercaron sus discípulos y le mostraban las construcciones del Templo. El les dijo: ¿Veis todo esto? En verdad os digo que no quedará aquí piedra sobre piedra: todo será destruido». (Mt. XXIV, 1s. Mc. XIII, 2; Lc. XXI, 6).

- Consiguientemente se anuncia también la cesación de la actual providencia de Dios hacia su pueblo:

«Vuestra casa quedará desierta» (Mt. XXIII, 38; Lc. XIII, 35).

- De las anteriores predicciones parece desprenderse — aunque no se anuncia explícitamente— la desaparición de Israel como unidad política y su destino de raza errante. Jesús terminaba la invectiva contra los escribas y fariseos con estas tremendas palabras:

“He aquí que yo os envío profetas, sabios y escribas, y a unos los mataréis y  crucificaréis, a otros los azotaréis de ciudad en ciudad, para que caiga sobre vosotros toda la sangre inocente desde la sangre del justo Abel hasta la sangre de Zacarías, hijo de Baraquías, a quien matasteis entre el templo y el altar. En verdad os digo que todo esto vendrá sobre esta generación”. (Mt. XXIII, 34-36; Lc. XI, 49-51).

El doctor Oñate Ojeda propone una interpretación curiosa de este pasaje, según la cual Jesús habría predicho en esta ocasión la ruina del estado judío y el destino errante de la raza:

Venir sobre uno la sangre de…” es igual a sufrir el castigo correspondiente a la sangre (crimen) de… Ahora bien, los asesinatos de Abel y Zacarías son dos tipos de derramamiento injusto de sangre inocente, cuyo castigo se narra en la Sagrada Escritura (Gen IV, 12 = “Andarás prófugo y errante sobre la tierra” y  II Par XXIV, 23-25 = La venida del ejército de Siria a devastar a Judá y Jerusalén). Parecido castigo será el de los judíos… A los cuarenta años, Jerusalén y su Templo, centro de la Teocracia, eran destruídos y los judíos desparramados entre las naciones[4].

Independientemente del sentido dudoso de este texto, en las profecías de Cristo sobre la ruina de Jerusalén claramente se contiene que la nación hebrea como tal en aquella coyuntura dejaría de existir.




[1] Mt. XXI, 40, dice que fueron los mismos judíos quienes a la pregunta del Maestro: «Cuando viniere el Señor de la viña, ¿qué hará con estos colonos?», contestaron: «Hará perecer de mala manera a los malvados».

[2] Nota del Blog: a decir verdad, como lo nota Lacunza, la segunda parte se refiere a la segunda Venida, y coincide con la piedra de Dan. II, 34-35.45.

[3] Nota del Blog: sobre el cumplimiento desta profecía puede verse lo que ya dijimos AQUI.

[4] Oñate Ojeda Juan Ángel: “El Reino de Dios", ¿tema central del discurso escatológico?” (Madrid 1946) pág. 88. nota 38.