miércoles, 25 de mayo de 2016

El que ha de Volver, por M. Chasles. Primera Parte: Volverá (XV de XVI)

XV

CON MI CARNE VERE A DIOS

Job XIX, 26

La historia del mundo llega a su apogeo con la vuelta del Señor.

Todo lo incomprensible de nuestra vida terrestre se explicará, el enigma del problema del mal será descifrado:

"Sembrado corruptible, es resucitado incorruptible; sembrado en ignominia, resucita en gloria; sembrado en debilidad, resucita en poder; sembrado cuerpo natural, resucita cuerpo espiritual; pues si hay cuerpo natural, lo hay también espiritual" (I Cor. XV, 42-44).

Job en su profunda crisis moral y física no sabía apoyar su esperanza en otra cosa que en la certeza de volver a encontrar "su esqueleto revestido de piel".

"Después, en mi piel, revestido de este (mi cuerpo) VERÉ A DIOS (DE NUEVO) DESDE MI CARNE. YO MISMO LE VERÉ; LE VERÁN MIS PROPIOS OJOS, Y NO OTRO; por eso se consumen en mí mis entrañas” (Job XIX, 26-27).

Tal era también la esperanza de Marta. Volvería a ver a Lázaro: "Yo sé que él resucitará el último día" (Jn. XI, 24). Luego, "nuestros huesos humillados" "rotos" (como dicen los Salmos) se levantarán; y "llegaré a ver tu rostro; me saciaré al despertarme, con tu gloria" (Sal. XVII, 15).

La lectura de la Biblia nos ofrece una magnífica perspectiva en lo que concierne a la resurrección de los cuerpos y a la venida de Nuestro Señor. Podemos figurarnos, por este medio, nuestra espléndida herencia y comprender cómo el cuerpo, este compa-ñero de nuestros sufrimientos, de nuestras enfermedades, de nuestra muerte… será él también maravillosamente glorificado.

Tal es el estímulo que el apóstol dirige a los filipenses:


“La ciudadanía nuestra es en los cielos, de donde también, como Salvador, estamos aguardando al Señor Jesucristo; el cual vendrá a transformar el cuerpo de la humillación nuestra conforme al cuerpo de la gloria Suya, en virtud del poder de Aquel que es capaz para someterle a Él mismo todas las cosas” (Fil. III, 20-21).

Resucitaremos, pues, y esta esperanza cierta tiene su punto de apoyo en la Resurrección del Señor Jesús; nuestro cuerpo será hecho "semejante al cuerpo de su gloria".

La resurrección de Cristo fué la llave de bóveda de la predicación apostólica, pues si el Cristo no ha resucitado todo se desmorona; la obra de la Redención ha abortado en el Calvario.

San Pablo exclama: "Porque si los muertos no resucitan, tampoco ha resucitado Cristo; y si Cristo no resucitó, vana es vuestra fe; aun estáis en vuestros pecados. Por consiguiente, también los que ya murieron en Cristo, se perdieron. Si solamente para esta vida tenemos esperanza en Cristo, somos los más miserables de todos los hombres. Más ahora Cristo ha resucitado de entre los muertos, primicia de los que durmieron (I Cor. XV, 16-20).

A la alegre esperanza de ver a Dios en nuestra carne con "nuestros ojos" se agrega la de encontrar al conjunto de los fieles glorificados y transformados: "¡Un ejército grande, sumamente grande!".

Estas palabras son de Ezequiel, en una página profética de una maravillosa grandeza, que permite evocar la resurrección de aquellos que murieron en la fe de Cristo. Esta visión del profeta Ezequiel se refiere en verdad al restablecimiento de Israel en los últimos tiempos, del cual decía San Pablo que sería "una vida de entre los muertos" (Rom. XI, 15). De todos modos, la belleza de la visión y su sentido descriptivo están en estrecha relación con nuestro estudio.

Ezequiel ve primero una pradera cubierta de huesos completamente desecados y Dios le dice: "Entonces me dijo: “Profetiza sobre estos huesos, y diles: ¡Huesos secos, oíd la palabra de Yahvé! Así dice Yahvé a estos huesos: He aquí que os infundiré espíritu y viviréis. Os recubriré de nervios, haré crecer carne sobre vosotros, os revestiré de piel y os infundiré espíritu para que viváis; y conoceréis que Yo soy Yahvé. Profeticé como se me había mandado; y mientras yo profetizaba he aquí que hubo un ruido tumultuoso, y se juntaron los huesos, cada hueso con su hueso (correspondiente). Y miré y he aquí que crecieron sobre ellos nervios y carnes y por encima los cubrió piel; pero no había en ellos espíritu. Entonces me dijo: “Profetiza al espíritu, profetiza, hijo de hombre, y di al aliento: Así dice Yahvé, el Señor: Ven, oh espíritu de los cuatro vientos, y sopla sobre estos muertos, y vivirán.” Profeticé como Él me había mandado; y entró en ellos el espíritu, y vivieron y se pusieron en pie, (formando) un ejército sumamente grande” (Ez. XXXVII, 4-10).


Esta página impregnada de emoción y profundamente evocadora, hace eco a un texto de Isaías que canta nuestra gloriosa esperanza: "Despertad y exultad, vosotros que moráis en el polvo; porque rocío de luz es tu rocío, y la tierra devolverá los muertos” (Is. XXVI, 19).