miércoles, 6 de julio de 2016

El que ha de Volver, por M. Chasles. Segunda Parte: Reinará (V de X)

V

COMO TAMO DE TRIGO QUE LLEVA
EL VIENTO EN LAS ERAS DE VERANO

Dan. II, 35

Cuando Cristo vuelva a reinar, a "levantar nuevamente la tienda de David…" (Oseas citado en Hech. XV, 16), a "reparar las brechas y a restaurar los caminos" (Is. LVIII, 12), se manifestará bajo un doble aspecto. Traerá la paz definitiva a la tierra, pero para restablecer este reino de paz, aplastará el poder de sus enemigos.

"PORQUE ES NECESARIO QUE ÉL REINE “HASTA QUE PONGA A TODOS LOS ENEMIGOS BAJO SUS PIES… DESPUÉS CUANDO HAYA DERRIBADO TODO PRINCIPADO Y TODA POTESTAD Y TODA VIRTUD(I Cor. XV, 25 y 24).

El Apóstol Pablo da una importancia extrema a este triunfo de Cristo sobre sus enemigos. Si se consideran atentamente estas luchas finales de Cristo contra los poderosos, los reyes, las naciones y Satanás, se puede constatar lo incomprendidas que son para tantos lectores de la Biblia.

Las profecías relativas a estos tiempos y las descripciones de estos combates están sobre todo referidas en los Salmos, en los Profetas y en el Apocalipsis.

Por no comprender su verdadero alcance, acusamos a Dios de ser un Dios vengativo, cruel, que cede a sentimientos de humana violencia.

Estos textos, que son impresionantes amenazas, descripciones de terribles matanzas, no pueden explicarse sino a la luz de la perfecta justicia que se establecerá bajo el reinado de Cristo. El tiempo de la gracia habrá pasado.


Si Cristo debe establecer un reino de paz, vendrá primero a destruir las falsas autoridades y a fundar su reino sobre la justicia. "Reinará un rey con justicia" (Is. XXXII, 1).

Nos detendremos un poco en describir esos "tiempos de la cólera", y en los próximos capítulos trataremos de medir la profundidad de la "cólera del Cordero" (Apoc. VI, 16).

Estos textos, cargados de misterios para nuestras almas tan débiles, vendrán a esclarecernos cuando los comprendamos mejor, otras páginas bíblicas, y aun facilitarán para nosotros la inteligencia de toda la Biblia.


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En la Escritura la expresión "LOS REYES DE LA TIERRA", designa a los más grandes enemigos del reino de Cristo. Jesús, "el príncipe de la paz" quiere su destrucción; y la dulce Virgen, después de Ana, madre de Samuel, predice su ruina: "Desplegó el poder de su brazo y bajó del trono a los poderosos" (Lc. I, 52; I Rey. II, 1-11).

Estos poderosos parecen encarnar la oposición del mundo a Dios, único Rey y a Jesús, "Príncipe de los reyes de la tierra" (Apoc. I, 5) porque "han puesto su esperanza en la vara de su mando y en su gloria"[1].

"Dios es terrible", cantaba el Salmista, "para los reyes de la tierra" (Sal. LXXVI, 13). ¡Qué fin les espera, a ellos, a todos aquellos que se hacen "reyezuelos", es decir, rebeldes a la dominación de Dios que es soberana y sin límites!

Nos levantamos contra su reino de gracia cada vez que ponemos condiciones a sus órdenes, ya sea que estas se nos manifiesten por los acontecimientos, ya sea que se nos den en lo más secreto del alma por la conciencia que nos habla. ¿Qué pasará entonces el día del reino de gloria?


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Encontramos una primera respuesta muy precisa en la interpretación dada por el profeta Daniel a un sueño de Nabucodonosor, rey de Babilonia.

Nabucodonosor había visto en sueños una gran estatua cuya cabeza era de oro, el pecho y los brazos de plata, el vientre y los muslos de bronce, las piernas de hierro y los pies en parte de hierro y en parte de barro. El rey la estaba mirando, "SE DESGAJÓ UNA PIEDRA —NO DESPRENDIDA POR MANO DE HOMBRE— e hirió la imagen en los pies, que eran de hierro y de barro, y los destrozó". La estatua se desplomó y la piedra que la golpeó "se hizo una gran montaña y llenó toda la tierra".

Daniel llevado delante del rey le explicó la significación simbólica de esta estatua: "Tú, oh rey, eres rey de reyes, (los reyes babilonios llevaban este título y aquí Nabucodonosor representa en cierto modo a Adán antes de la caída) a quien el Dios del cielo ha dado el imperio, el poder, la fuerza y la gloria. Dondequiera que habiten los hijos de los hombres, las bestias del campo y las aves del cielo. Él los ha puesto en tu mano, y a ti te ha hecho señor de todos ellos. Tú eres la cabeza de oro"[2].

“Después de ti se levantará otro reino inferior a ti” (porque es hecho de plata)[3]; y otro tercer reino de bronce, que dominará sobre toda la tierra[4]".

Luego habrá un cuarto reino fuerte como el hierro. Del mismo modo que el hierro rodo lo destroza y rompe, y como el hierro todo lo desmenuza, así él desmenuzará y quebrantará todas estas cosas[5].

En cuanto a los pies y a sus dedos[6], Daniel explica que la mezcla de hierro y barro junto con darles fuerza les da también fragilidad. El cuarto reino será, pues, en parte fuerte y en parte frágil. Estará dividido y muchos reyes se establecerán en lugar de la autoridad única que presidía.

Y el profeta añade: "EN LOS DÍAS DE AQUELLOS REYES (que corresponden a los dedos) el Dios del cielo suscitará un reino que nunca jamás será destruido, y que no pasará a otro pueblo; quebrantará y destruirá todos aquellos reinos, en tanto que él mismo subsistirá para siempre, conforme viste que de la montaña se desprendió una piedra —no por mano alguna—, que desmenuzó el hierro, el bronce, el barro, la plata y el oro (Dan. II, 44-45) serán arrebatados como el tamo de las eras de verano: “y levantólos el viento, y nunca más se les halló lugar" (Dan. II, 25).

La "piedra" es evidentemente Cristo. Pero no es posible, como dicen muchos exégetas católicos que sea Cristo en el tiempo de su primera venida. El imperio romano estaba entonces en toda su fuerza; cinco siglos transcurrieron después de la muerte de Jesús antes que fuese arruinado y substituído por los reinos bárbaros en Occidente. No es pues el nacimiento de Cristo lo que causó el derrumbe del imperio romano.

En cuanto al poder de los reinos que le han sucedido, no ha sido destruído aun. ¿Han sido acaso arrebatados como "el tamo de trigo que se eleva en la era?" Actualmente, ¿es Cristo acaso el único Rey? Evidentemente que no. "Al presente, empero, no vemos todavía sujetas a Él todas las cosas" (Heb. II, 8).

Parece seguro que los dedos de los pies de la estatua — mezcla de hierro y arcilla — representan todos los estados nacidos de Roma, dictaduras y repúblicas, reinos debilitados, pero subsistentes todavía, más inclinados a arruinar el reino de Dios que a ofrecerle sumisión.

Nuestros estados occidentales, ¿no son nacidos de Roma? Aún siendo Repúblicas, la ley romana las rige. Roma prolongará su acción en los "dedos de los pies" hasta el día en que la "piedra" que es Cristo a su vuelta para el reino de gloria, golpeará al coloso triturando los dedos de sus pies.

Entonces será derrumbado.

Si la estatua maravillosa de oro, plata, bronce, hierro y barro existe siempre, no es más que una estatua de ceniza, guardada al abrigo del aire. EL DIA EN QUE CRISTO APARECERA, TODOS LOS REINOS Y TODAS LAS DICTADURAS PASADAS Y PRESENTES SERAN DESTRUIDAS EN UN ABRIR Y CERRAR DE OJOS; los brillantes metales no serán más que un tamo sin consistencia que arrebata un viento de verano.

El sueño de Nabucodonosor y su interpretación nos muestran la destrucción, a la vuelta de Cristo, de la reyecía, tomada en su acepción más general.

Toda autoridad será recogida por Cristo. Sí, toda autoridad. En él se concentrarán todos los poderes celestes y terrestres. Todas las autoridades de la tierra, que han sido ejercidas desde Adán hasta el fin, autoridades imperfectas, menguadas, a menudo, culpables, injustas y violentas; todas estas autoridades débiles o falseadas, usurpadas o degeneradas serán restablecidas según la justicia de Cristo, cuyo trono se asentará sobre la "justicia y equidad" (Sal. LXXXIX, 15).

Serán restauradas estas autoridades en cada uno de los redimidos, de los vencedores porque, al lado del Rey de los reyes, cada elegido será rey. Restablecimiento incomparable del poder de Adán y de todos los poderes conferidos por Dios a los hombres en el curso de los siglos.

Jesús será realmente el "PRINCIPE DE LOS REYES DE LA TIERRA".






[1] "Le Livre d'Hénoch". Trad. Francois Martin, Letouzey, 1906. Este libro apócrifo merece, sin embargo, seria consideración puesto que el Apóstol Judas Tadeo no teme citarlo.

[2] Reino babilónico.

[3] Reino de los medos y persas.

[4]  Imperio de Alejandro.

[5]  El imperio romano con toda su fuerza, después su división: oriente y occidente, que corresponde a las piernas.

[6] Reinos que han sucedido al romano.

Nota del Blog: es una pena que la autora no hubiera leído a Lacunza, pues la exégesis que da, si bien es la comúnmente aceptada por los autores, fue refutada definitivamente por el genial exégeta chileno.