sábado, 27 de agosto de 2016

Apocalipsis XIX y la Parusía (VI de VI)

C) Por si fuera poco, la construcción en el v. 8 es bastante extraña, pues tenemos que notar que el énfasis no está puesto en la “parusía”, sino en la “manifestación”.

Zorell, al analizar esta palabra dice[1]:

Ἐπιφανείᾳ:

1) Es aquella cualidad por la cual la cosa es ilustre, célebre y conspicua; esplendor, majestad: τῇ ἐπιφανείᾳ τῆς παρουσίας αὐτοῦ “con el esplendor (Vulgata con la ilustración) de su venida”, II Tes. II, 8.

2) Como nombre de la acción del verbo precedente: aparición, salida repentina… b) venida de alguien, principalmente la manifestación (…) de Dios que ayuda a los hombres (II Mac. III, 24; XII, 22, etc.); de la venida de un príncipe a la ciudad o al pueblo (…) en el NT sobre la primera (II Tim. I, 10) o segunda (I Tim. VI, 14; II Tim. IV, 1.8; Tito II, 13) venida de Cristo”.

Si bien es cierto que San Pablo usa el término manifestación para hablar casi siempre de la Segunda Venida y de hecho los términos manifestación y parusía se encuentran juntos en el discurso Parusíaco en Mt. XXIV, 27:

“Pues como el relámpago sale del oriente y aparece hasta occidente, así será la Parusía del Hijo del hombre”.

tampoco se puede pasar por alto la similitud que este versículo presenta con algunos pasajes del Antiguo Testamento:


II Mac. III, 23-25: “Heliodoro no pensaba en otra cosa que en ejecutar su designio; y para ello se había presentado ya él mismo con sus guardias a la puerta del erario. Mas el espíritu del Dios todopoderoso se hizo allí manifiesto (ἐπιφάνειαν) con señales bien patentes, en tal conformidad, que derribados en tierra por una virtud divina cuantos habían osado obedecer a Heliodoro, quedaron como yertos y despavoridos. Porque se les apareció montado en un caballo un personaje de fulminante aspecto, y magníficamente vestido, cuyas armas parecían de oro, el cual acometiendo con ímpetu a Heliodoro le pateó con los pies delanteros del caballo”.

II Mac. V, 1-4: “Pero, alrededor de este tiempo, la segunda expedición de Antíoco a Egipto previno. Y aconteció, por toda la ciudad, casi por cuarenta días, aparecer al través del aire corredores jinetes, doradas estolas teniendo, y de lanzas, a modo de cohortes, armados; y escuadras de bridones ordenadas, y arremetidas hechas y carreras de acá y allá, y de broqueles movimientos y multitud de astas, y de cuchillas alzadas, y de dardos lanzamientos y de áureos ornatos refulgencias, y toda suerte de corazas. Por lo cual todos rogaban que en bien la manifestación (ἐπιφάνειαν) se convirtiese”.

II Mac. XII, 17-23: “Partieron de allí, y después de andados setecientos cincuenta estadios, llegaron a Caraca, donde habitaban los judíos llamados tubianeos. Mas tampoco pudieron venir allí a las manos con Timoteo, quien se había vuelto sin poder hacer nada, dejando en cierto lugar una guarnición muy fuerte. Pero Dositeo y Sosípatro que mandaban las tropas en compañía del Macabeo, pasaron a cuchillo a diez mil hombres que Timoteo había dejado en aquella plaza. Entretanto el Macabeo, tomando consigo seis mil hombres, y distribuyéndolos en batallones, marchó contra Timoteo, que traía ciento veinte mil hombres de a pie, y dos mil quinientos de a caballo. Luego que éste supo la llegada de Judas, envió delante las mujeres, los niños y el resto del bagaje a una fortaleza llamada Carnión, que era inexpugnable, y de difícil entrada, a causa de los desfiladeros que era necesario pasar. Mas al dejarse ver el primer batallón de Judas, se apoderó el terror de los enemigos, a causa de la manifestación (ἐπιφανείας) de Dios, que todo lo ve, y se pusieron en fuga uno tras de otro, de manera que el mayor daño lo recibían de su propia gente, y quedaban heridos por sus propias espadas. Judas los cargaba de recio, castigando a aquellos profanos; habiendo dejado tendidos a treinta mil de ellos”.

II Mac. XIX, 12-16: “Así es que al punto envió el rey a la Judea por general a Nicanor, comandante de los elefantes, con orden de que capturase vivo a Judas, dispersase sus tropas, y pusiese a Alcimo en posesión del Sumo Sacerdocio del gran Templo. Entonces los gentiles que habían huido de Judea por temor de Judas, vinieron a bandadas a juntarse con Nicanor, mirando como prosperidad propia las miserias y calamidades de los judíos. Luego que éstos supieron la llegada de Nicanor, y la reunión de los gentiles con él; esparciendo polvo sobre sus cabezas, dirigieron sus plegarias a Aquel que se había formado un pueblo suyo para conservarle eternamente, y, que con manifestación (ἐπιφανείας) acoge a su herencia. E inmediatamente, por orden del comandante, partieron de allí, y fueron a acampar junto al castillo de Desau”.

II Mac. XV, 25-29: “Entretanto, venía Nicanor marchando con su ejército al son de trompetas y de canciones. Mas Judas y su gente, habiendo invocado a Dios por medio de sus oraciones, acometieron al enemigo; y orando al Señor en lo interior de sus corazones, al mismo tiempo que, espada en mano, cargaban sobre sus enemigos, mataron no menos de treinta y cinco mil, sintiéndose sumamente llenos de gozo por la manifestación de Dios. Concluído el combate, al tiempo que alegres se volvían ya, supieron que Nicanor con sus armas yacía tendido en el suelo. Por lo que alzándose al instante una gritería y estrépito, bendecían al Señor Todopoderoso en su nativo idioma”.

Sobre este último pasaje Straubinger comenta:

“El griego usa (…) la palabra epifanía que parece aludir a una aparición milagrosa vista por todo el ejército”.

Si San Pablo hubiera querido hablar no de la segunda Venida sino de una aparición de Nuestro Señor que viene a fin de guerrear contra su principal enemigo, y también ¿por qué no? para defender a los 144.000 sellados del capítulo XIV del Apocalipsis (ver AQUI una hipótesis), entonces, siguiendo el uso del Antiguo Testamento, parecería que ningún otro término era más apropiado que el de manifestación.

D) Por último, y como ya lo dijimos, hay autores que expresamente niegan que San Pablo hable aquí de la segunda Venida de Nuestro Señor.

Alápide, por caso, comenta el v. 8 diciendo:

Cristo matará al Anticristo con el espíritu de su boca, es decir, con su mandato, su orden, su palabra, su sentencia, como si lo soplara y matara con un soplo mortífero. Pablo alude o más bien cita a Isaías XI, 4: “Herirá (Cristo) a la tierra (los pecadores de la tierra) con la vara de su boca, y con el aliento de sus labios matará al impío”, donde en lugar de vara el hebreo dice cetro. Llama cetro de su boca al imperio, orden y sentencia predominante, potentísima y eficacísima con el cual Cristo matará al Anticristo y a todos los impíos”.

Y más adelante:

“Advierte aquí: el Anticristo será muerto antes del día del juicio, pues después de su muerte se darán a los hombres por lo menos 45 días para la penitencia, como consta en Dn. XII, 12…”.

Y por último, hacia el final del v. 7, después de citar los 45 días de Dn. XII, 12 agrega:

“(…) para que puedan hacer penitencia los que cayeron bajo el Anticristo, y entonces la Iglesia será restaurada y reflorecerá. Se dará un poco más de tiempo y espacio, y por lo tanto el día del juicio no seguirá inmediatamente después de los 45 días, e incluso Ezequiel (XXXIX, 9.14-15) parece decir que habrá todavía 7 años antes del fin del mundo (…)”.

Hasta aquí Alápide.

No hace falta aclarar que no estamos de acuerdo con las razones que invoca, pero es obvio que lo importante acá no son las mismas sino las afirmaciones categóricas que niegan expresamente que San Pablo esté describiendo la segunda Venida.

A este autor podrían agregarse también todos aquellos que ven a San Miguel en la batalla del Harmagedón.

El lector tal vez podrá encontrar un par de objeciones más pero nos parece que con lo dicho se podrán contestar sin mayores dificultades y no es necesario alargar este pequeño ensayo más de la cuenta.

Para terminar, será bueno citar estas esclarecedoras palabras del P. Rigaux O.F.M. en su completísimo comentario a las epístolas a los Tesalonicenses[2]:

“La segunda parte de esta frase con ritmo se explica por la primera: el Señor Jesús lo matará por el soplo de su boca y lo aniquilará por la “sola” manifestación de su parusía. El Señor no tendrá más que aparecer. No habrá combate ni resistencia de aquel que parecía tan fuerte y poderoso. El Apocalipsis del Señor combate el apocalipsis del impío con su sola presencia. Implícitamente, Pablo afirma que la destrucción del anticristo es la primer obra de la parusía de Cristo”.

Como conclusión creemos, pues, y por las razones expuestas, que:

Es necesario distinguir la batalla donde se destruye al Anticristo, de la segunda Venida de Nuestro Señor en Gloria y Majestad.




[1] Lexicon Graecum Novi Testamenti, Lethielleux, segunda edición, 1931, col. 502-503.

[2] Les Épitres aux Thessaloniciens, Gabalda, 1956, pag. 204.