sábado, 24 de septiembre de 2016

La Venida del Señor en la Liturgia, por J. Pinsk (IV de X)

5. Por el hecho de esta conexión se abren infinitas perspectivas sobre el sentido de la Oblación y de la Sagrada Cena (precisamente el Ofertorio y la Comunión nos proporcionan estos textos), en la liturgia de Adviento. Desgraciadamente no puedo detenerme en este punto.

Algo, sin embargo, debe ser aclarado aquí: es la participación del universo entero en el advenimiento del Señor. Esta bienaventurada venida no concierne solamente a la humanidad, todo el conjunto de la creación aspira a ella, como dice San Pablo: "con la esperanza de ser librada de la servidumbre de la corrupción y para tomar parte también de la libertad gloriosa de los hijos de Dios" (Rom. VIII, 21). Lo que se dice en el Apocalipsis de "cielos nuevos y tierra nueva" y cuya aparición está ligada también a la venida del Señor, el Adviento lo presenta con imágenes de una belleza sorprendente.

“En aquel día las montañas destilarán mansedumbre y los collados derramarán leche y miel. Que los cielos se regocijen y que la tierra exulte. Montañas, haced resonar vuestras alabanzas… Montañas de Israel, extended vuestros ramos, floreced y producid frutos. Que las montañas hagan estallar la alegría y los collados la justicia porque el Señor, luz del mundo, viene con poder. Las montañas y collados cantarán ante Dios alabanzas y los árboles del bosque batirán las palmas, porque el Señor vendrá como Dominador para reinar eternamente. Los campos solitarios de Israel han producido un germen de agradable olor: porque he aquí que nuestro Dios vendrá con poder y su esplendor estará con El. Se revelará la gloria del Señor y toda carne verá la salvación de nuestro Dios. La tierra desierta y sin caminos se regocijará y la soledad exultará y florecerá como la azucena. Germinando, germinará y se regocijará llena de alegría cantando alabanzas. La gloria del Líbano le ha sido dada, la belleza del Carmelo y de Sarón; ellos mismos verán la gloria del Señor y la majestad de nuestro Dios… Aguas han manado en el desierto y torrentes en la soledad y la tierra que era árida será como un pantano y la que era seca será como un surtidor de agua. En las guaridas en que habitaban entre los dragones crecerá el verdor de la caña y el junco. Y allí habrá un sendero y una vía, ella será, llamada vía santa".


6. Si se piensa en la gloria y esplendor en que se ha de realizar la venida del Señor, en las bendiciones y riquezas, en la plenitud y en el triunfo que trae con ella, se comprende la inmensa aspiración que se desarrolla a través de toda la liturgia de Adviento. A mi parecer, no hay ningún otro tiempo del año litúrgico que sea hasta tal punto "dinámico". Esta prisa impaciente se manifiesta visiblemente ya, en el hecho de que cuesta esperar largamente hasta el día del cumplimiento. Con un tono relativamente tranquilo empiezan los maitines del primer Domingo de Adviento: "Al Rey que ha de venir, venid adorémosle". A través de toda la semana circula cierta inquietud como una incapacidad de esperar por más tiempo: "No tardéis Señor… ". "Venid, Señor, no tardéis más"…

En este momento se hace necesario mitigar la ansiedad de la espera:

"He aquí que aparecerá el Señor y no engañará, si demora, esperadlo pues vendrá y no tardará. Si tarda, espérale, porque viniendo vendrá. El Señor vendrá y no tardará".

En la última semana antes de Navidad[1], esta impaciencia llega hasta contar los días, tal como acostumbran los niños antes de los grandes acontecimientos. El 21 de Diciembre se reza: "No temáis, en cuatro días más os llegará el Señor"; y con alegría llena de gratitud, en la víspera de la vigilia de Navidad: "Ved ahora todo lo que el Señor había dicho de María, se ha cumplido". En cuanto a la liturgia de la vigilia podemos comprobar que opone continuamente "hoy" y "mañana".

"Sabréis hoy mismo que el Señor vendrá para salvaros y mañana contemplaréis su gloria. Santificaos hoy y estad preparados porque mañana veréis la majestad de Dios en medio de vosotros… Mañana saldréis y el Señor estará con vosotros. Mañana el Señor bajará y quitará de vosotros toda enfermedad. Mañana será borrada la iniquidad de la tierra, y el Salvador del mundo reinará sobre nosotros. "Mañana será para vosotros la salvación" dice el Señor de los ejércitos.

Podemos preguntarnos seriamente si este deseo ardiente corresponde a una realidad o si es sólo un procedimiento literario del sentimiento religioso: la creación más o menos artificial de un ambiente. Este sería el caso si toda la celebración del Adviento y su relación con la fiesta de Navidad fuera de orden puramente psicológico; si para celebrar el Adviento tuviéramos que "trasplantarnos" a la época anterior a Cristo y tomar sobre nosotros los suspiros de la humanidad aún no rescatada; en otros términos, si tuviéramos que actuar "como si" el Salvador no hubiese nacido todavía, por imposible e insensato quo parezca excluir, en cualquier forma que sea, este hecho del pensamiento y de la vida cristiana. Si se hace constituir la esencia del Adviento en una pura preparación al pesebre, entonces, naturalmente, toda espera se hace imposible, pues hace tiempo ya que se ha verificado el objeto de esta espera. Todo lo que quedaría en este caso no es más que un ambiente irreal, de "como si", ajeno a la realidad. En cambio, si se concibe el Adviento como lo concibe la Iglesia, se trata entonces de un acontecimiento futuro, de la segunda venida del Señor; entonces nuestra espera se hace real puesto que se refiere a un bien futuro. Y será tanto más viva y sincera cuanto mejor penetremos el sentido de este advenimiento glorioso de Cristo. No obstante, y para dar la idea completa, hay que señalar otra razón que hace que esta súplica ardiente de la Iglesia durante el Adviento adquiera toda su significación, y es que tanto el Adviento mismo como las fiestas que le siguen, Navidad y Epifanía, presentan el hecho de la venida de Cristo no sólo como objeto para el pensamiento y la imaginación, sino que, además, nos lo ofrecen contenido en ellas como una realidad viviente. De otra manera, las fórmulas tan expresivas y concretas que ligan la venida de Cristo a estos días, sobre todo aquella oposición tan clara que nos llama la atención en la vigilia de Navidad, no serían más que frases vacías y casi insoportables. No puedo admitir que durante cuatro semanas la Iglesia prepare a sus sacerdotes y fieles del modo más intenso a la venida de Cristo, haciéndolos aún contar los días, teniéndolos en la víspera de Navidad en la tensión más fuerte con la oposición del "hoy" y del "mañana", si a fin de cuentas todo esto no condujera a otra cosa que a un cambio de actitud psicológica de nuestra parte, a una fingida situación de retroceso en el tiempo. En todo caso, es preciso tomar en serio a la Iglesia, sobre todo en su oración.

Ciertamente que el nacimiento del Niño no puede repetirse en su proceso físico, pero es por este nacimiento que se inicia la venida del Señor, es decir el advenimiento cuya coronación es la Parusía. Es todo el conjunto de este advenimiento lo que celebra la Iglesia en su liturgia de Adviento, de Navidad y de Epifanía. Lo que ella proclama en palabras, sea pasado o futuro, nos lo hace presente y eficaz por medio del lazo dinámico que existe entre la palabra y el Sacramento; aunque nos reconstruya y nos presente el cuadro bajo una forma diferente del hecho histórico propiamente dicho. Según esto, en la última Cena, antes de su Pasión, Jesucristo hizo que el Hecho inminente de su muerte en la Cruz fuera algo verdaderamente presente para sus apóstoles no sólo en el pensamiento sino también en la realidad, sin que para ello fuera necesario que el hecho exterior de la muerte se llevara a cabo en forma visible, y menos aún se puede pensar que este conocimiento de los apóstoles, previo o anterior al hecho físico mismo, hiciera superflua su consumación. Se ve aquí cómo un mismo acontecimiento puede alcanzarnos bajo formas sensibles diversas.




[1] Nota del Blog: tanto aquí como unos renglones más abajo el texto dice “Pascua”, pero es obvio el error.