viernes, 23 de diciembre de 2016

Reseña de Ramos García al Comentario a Daniel de San Hipólito


Nota del Blog: la siguiente reseña, obra del reconocido exégeta español, puede leerse en Estudios Bíblicos, vol. VIII, 1949, pag. 276 ss.

Nótese que la misma es posterior en cinco años al famoso segundo decreto sobre el Milenarismo, y que aún así, Ramos García lo sigue defendiendo.

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HIPPOLYTE: Commentaire sur Daniel. Introduction de Gustave BARDY, Texte établi et traduit par Maurice LEFÉVRE. Editions du Cerf, 29. Bd de la Tiur Maubourg. París, 1947. Formato 13 x 20 cm. Páginas 239.

Desaparecida de hace siglos la obra en griego del mártir S. Hipólito, íbasela re-construyendo penosamente con los varios fragmentos y citas que de ella se encontraban. Recientemente se encontró una versión completa en paleoslavo, de la que hizo Bonwetsch su versión alemana, y ahora Lefévre la presente traducción francesa, que sigue, no obstante, al griego hasta donde puede.

Con esto se llena un vacío en la exégesis bíblica de la antigüedad cristiana que ha de contribuir no poco a realzar la simpática figura de su autor, casi desconocido hasta hace poco.

Escribe Hipólito en un ambiente de controversia entre los que vivían inquietos en la expectación del próximo fin del mundo, muy viva a principios del siglo II merced a la predicación montanista, y los que bien o mal avenidos con el cotidiano vivir, no querían oír hablar de semejantes temas. Equilibrado, como buen romano, esfuérzase por iluminar y pacificar los espíritus, respondiendo según su saber bíblico, harto maduro, a las cuestiones apremiantes de los fieles, siguiendo la línea trazada poco antes en su otra obra Sobre Cristo y el Anticristo. Pero su principal preocupación en ésta es la de fortificar a los fieles en la persecución de Septimio Severo, exhortándolos a soportar el martirio, si Dios los llamare a tanta gloria, para lo cual se presta admirablemente el libro de Daniel, como historia y como profecía.

Pese a la Crónica, que es otra de sus obras, Hipólito no se distingue por su ciencia histórica, que transciende poco los datos de la Biblia, pero tiene en cambio muy en su mente claro y distinto el esquema profético de las cosas novísimas, y que es el mismo de la doctrina milenaria dominante en la Iglesia antigua, hasta San Agustín (su primer modo), quien lo sustituyó luego por el sistema corriente (su segundo modo), que es el systema receptum de los teólogos posteriores.


Saben todos en qué consiste el systema receptum: Anticristo (= ¿Gog y Magog?), resurrección universal (en un mismo tiempo), juicio final (¿de índole social o individual? ¿Con asesores o sin ellos?), vida eterna, feliz o desgraciada.

El esquema milenario es más rico y detallado: Anticristo (= Bestia apocalíptica), parusía, resurrección primera, (la de los mejores, y ante todo de los mártires), juicio universal o de vivos (de índole social, con los santos resucitados por asesores), reinado messiano subceleste (Dn. VII, 27) de Cristo con los santos asesores; Gog y Magog, y en una lejanía indefinida e indefinible, la resurrección general de los restantes (ceteri), buenos y malos (Ap. XX, 5.12-14), juicio final o de muertos (de índole individual y sin asesores); vida o muerte eterna. Y así se  entiende adecuadamente, según ellos, la fórmula dogmática Qui judicaturus est vivos et mortuos per adventum ipsius et regnum ejus (II Tim. IV, 1).

Este esquema milenario de Novissimis era común a herejes y ortodoxos. Sólo Nepos de Arsinoe y alguno que otro después de él, entienden de otra manera la distinción de las dos resurrecciones, reservando la primera a todos y solos los buenos, y limitando la segunda a los pecadores, con lo que destrozan el esquema milenario tradicional y se desvían, sin pensar, de la ortodoxia. Extraño que el  P. Fl. Alcañiz, S. J. (Ecclesia patristica et Millenarismus, pág. 134) no advierta este gravísimo desvío, del que Dionisio de Alejandría acusa con razón a Nepos como al qui primam justorum resurrectionem et secundam impiorum confinxit[1] (lb., pág. 132). La misma acusación lanza Gennadio contra el soñador (Enchirpatr., 2222).

Asimismo, tanto herejes como ortodoxos admitían, al parecer, que ese reinado subceleste de Cristo con los santos sería visible a ojo mortal, lo que dió origen a tantas y tan variadas fantasías, y con ellos al desprestigio de todo el sistema. Esto motivó el cambio de postura de S. Agustín respecto a él; no así el de San Jerónimo, que siguió siendo milenarista en el fondo, como aquel que vé en la resurrección primera y entronizamiento de los santos el cumplimiento del céntuplo evangélico (digna repromissio). Sólo le repugna el extremo relativo a las mujeres, en que algunos incurrían (ut qui unam pro Domino dimiserit centum recipiat in futuro)[2].

En ninguna de tales fantasías cayó felizmente Hipólito, y en este sentido tiene razón Bardy, cuando afirma en la Introducción (pág. 33), que el autor del Comentario sobre Daniel estuvo exento de los errores milenarios (ne laisse rien transparaitre de semblables croyances); pero no la tiene en pretender (ib.) liberarlo enteramente de la nota de milenarista. Como discípulo fiel de S. Ireneo, milenarista al cien por cien, S. Hipólito halla y discurre en este punto con el esquema milenario en la cabeza, al que alude repetidas veces en su Comentario, con expresiones parecidas a las de su maestro, como cuando menciona la resurrección primera (de los mártires), y el juicio universal (de las naciones), y el futuro reinado de Cristo con los santos (en la tierra), y la vid de que beberán los escogidos en el reino, etc., etc.

Ni obsta, como pretende Bardy, el que para Hipólito sea eterno el tal reinado, pues ¿qué buen milenarista pensó nunca otra cosa? El futuro reinado de los santos en la tierra no sería más que la primera etapa del reinado efectivo de Cristo entre los hombres, y que comenzado en este suelo, se ha de prolongar por toda la eternidad en el cielo con la humana sociedad de los bienaventurados, lo cual lo mismo que la angélica será ciertamente jerárquica, y los jerarcas de esta humana sociedad celeste lo han de ser por su excelente santidad estos primeros resucitados por su orden: primitiae Christus; deinde ii qui sunt Christi in adventu ejus (así el gr.); deinde finis… (I Cor. XV, 23 s.).

El sabio autor de los Philosophumena, en este su Comentario de Daniel, hace principalmente obra de moralista, pero el sustrato dogmático de toda su obra moralizadora es, a no dudarlo, el esquema milenario.

JOSÉ RAMOS GARCÍA, C. M. J.






[1] Traducción del Blog: “Que inventó la primera resurrección de los justos y la segunda de los impíos”.

[2] Un par de pensamientos sueltos, casi en voz alta:

a) Según Van Rixtel, El Testimonio, cap. VIII, no todos compartían lo del reino visible a ojo mortal, aunque lo cierto es que había una cierta tendencia al respecto.

b) ¡Sorprende sobremanera ver a San Jerónimo incluído entre los milenaristas!

c) La herejía de que los santos han de recibir “cien mujeres por haber renunciado o dejado a una” suena muy parecido al mahometismo, y acá se podría ver un ejemplo más de su dependencia para con el Antiguo y Nuevo Testamento.