martes, 13 de junio de 2017

El que ha de Volver, por M. Chasles. Apéndice III, La Vuelta y el Reino de Cristo en la Liturgia (I de IV)

III

LA VUELTA Y EL REINO DE CRISTO EN LA LITURGIA

La liturgia romana ha tenido el mayor empeño en actualizar el misterio de Cristo, con el fin de permitir a los fieles el vivir día a día la acción redentora del Salvador.

El año litúrgico, que es como un compendio de la vida de Jesús, se divide en dos ciclos: ciclo de Navidad y ciclo de Pascua. Coloca bajo nuestra vista y a nuestro corazón los grandes acontecimientos de esta vida, con el objeto de que podamos concretizarlos.

La existencia de Jesús — como hombre — ha tenido un comienzo: es su venida a la tierra y su nacimiento en Belén. Pero esta primera venida tendrá su continuación magnífica en su vuelta gloriosa al fin de los tiempos.

No es extraño pues, que la liturgia haya pensado acercar estos dos sucesos del Señor, el uno humilde, el segundo magnífico, y puesto que el segundo es nuestra esperanza suprema la Iglesia romana hace de él el Omega de su liturgia.

En el primer Domingo del año litúrgico — 1° Domingo de Adviento, — leemos el Evangelio de San Lucas que expone los signos precursores de la vuelta de Cristo; y en el último Domingo del año — 24° después de Pentecostés — leemos el mismo anuncio en el Evangelio de San Mateo.

El año litúrgico en su comienzo y en su fin quiere llamar la atención del cristiano sobre el suceso por el cual debe suspirar continuamente, que es la base de su esperanza y que San Pablo sintetiza así: "¡Tanto en su aparición como en su reino!".


ADVIENTO


La liturgia de Adviento pone a luz las dos venidas de Jesucristo. Podríamos creer que la Iglesia sólo piensa en su nacimiento, y por el contrario, evoca sobre todo su vuelta y su reino futuro.

Desde las primeras vísperas del 1° Domingo hasta la 3° antífona se nos dice el modo cómo vendrá Jesús: "Y vendrá Yahvé, mi Dios, y con Él todos los santos" (Zac. XIV, 5).

El invitatorio de Maitines llama al Niño Dios "el rey que debe venir" y el famoso responsorio "Aspiciens a longe" nos dice "que mirando a lo lejos se ve venir el poder de Dios sobre una nube que cubrirá toda la tierra. Salid a su encuentro". Entonces se canta el versículo: "Elevaos puertas y entrará el Rey de la Gloria" (Sal. XXIV).

El responsorio siguiente (el 2°) nos recuerda el admirable texto de Daniel (VII, 13-14) "Uno parecido a un hijo de hombre, el cual llegó al Anciano de días… Y le fue dado… el reino… Su señorío es un señorío eterno que nunca será destruido”.

Más adelante, en el 5° responsorio, cantamos: "vivamos sobria, justa y piadosamente en este siglo actual, aguardando la dichosa esperanza y la aparición de la gloria del gran Dios(Tito II, 12).

Los himnos de Vísperas, Maitines y Laudes dicen también que El vendrá por segunda vez.

El segundo Domingo de Adviento agrupa tantos textos sobre la vuelta de Cristo que sin excepción todos los responsorios del oficio de la noche y las antífonas de Laudes cantan su aparición gloriosa. Podemos considerar algunas frases de estos textos proféticos, pensando en el próximo nacimiento del Niño Jesús en sentido acomodaticio, pero todos tomados a la letra son textos escatológicos.

Se canta entre ellos un versículo que se repite a menudo sacado de Habacuc (II, 3): "Llegará a su fin y no fallará; si tarda, espérala. Vendrá con toda seguridad, sin falta alguna”. Sin duda que cuando se compuso la liturgia del Adviento encontraban los cristianos que Jesús tardaba demasiado y se les quiso exhortar a la paciencia: SI TARDA, ESPERADLE; PUES VINIENDO, VENDRA![1].

El tercer Domingo de Adviento desarrolla la misma idea, une las dos venidas y anuncia el reino futuro. La antífona del "Benedictus" nos hace cantar: "Reinará sobre el trono de David y su reino no tendrá fin" (cfr. Is. IX, 6).

Podríamos citar aún las antífonas de los últimos días de Adviento; siempre el mismo deseo de dar luz sobre la vuelta y el reino de Jesús. Las generaciones que nos precedieron comprendían que si la evocación del nacimiento de Jesús era útil a la santificación personal, ¡más fecunda era para el alma, la vida en la esperanza del gran misterio futuro, aquel que el Espíritu Santo nos enseña si sabernos escucharlo! (Jn. XVI, 13).


TIEMPO DE NAVIDAD

La liturgia de Navidad es la continuación de la liturgia de Adviento. Insiste sobre la gloria de la realeza de Cristo. Desde la primera antífona lo saluda con el título de "Rex Pacificus". "El Rey pacífico ha sido glorificado, aquél cuya faz desea toda la tierra" (Cf. I Rey. X, 23).

Los textos celebran al "Rey de Reyes, al Príncipe de la Paz, al Esposo que sale de la Cámara Nupcial". Todos los salmos de Maitines de Navidad son escogidos para que veamos en el Niño de Belén al Rey de Gloria que en los últimos días dominará a sus enemigos y los destruirá como vasos de alfarero.

Los Salmos II, XVIII, XLIV, XLVII, LXXI, LXXXIV, LXXXVIII, XCV, XCVII forman una apoteosis admirable y cantan al “más excelso entre los reyes de la tierra" (Sal. LXXXIX, 28).

Las misas de Navidad nos permiten penetrar en el Misterio Futuro conservándonos muy cerca del corazón ardiente del Niño recién nacido.

La epístola a Tito (II, 11-15) nos exhorta a esperar "La bienaventurada esperanza". Los trozos cantados de la misa de la aurora glorifican al “Príncipe de la paz, al Señor que reina revestido de gloria. Su trono está establecido por toda la eternidad. Alégrate hija de Sión, que ya llega tu Rey".

En la Misa del día, la Epístola a los Hebreos proclama la fuerza del reino: "¡Tu trono, oh Dios, por el siglo del siglo; y cetro de rectitud el cetro de tu reino ". El ofertorio nos recuerda que "Justicia y rectitud son las bases de tu trono" (Sal. LXXXIX, 15).

Bastaría pues que viviéramos la liturgia del Adviento y de Navidad para comprender la importancia del gran misterio escondido, el misterio del fin de los tiempos.

Hace algunos años en 1909 en Mazara del Vello (Italia), se fundó una comunidad de religiosas cuyo fin principal fué esperar la vuelta de Cristo. Estas "veladoras" pensaron que lo mejor que podían hacer era rezar diariamente el oficio de Adviento. Llevaban en el dedo un anillo de oro grabado con las palabras del Apocalipsis "Ven, Señor Jesús" y sobre el pecho y la frente — como nuevas filacterias - escrita la misma frase, el llamado de la Esposa al Esposo.

Esta orden no tuvo éxito, cesó de existir. ¿No es un indicio del gran olvido en que ha caído entre los cristianos el pensamiento de la vuelta de nuestro amado Salvador?




[1] La traducción literal del hebreo es "Si tarda esperadle porque vendrá seguramente; y se cumplirá con toda seguridad".