martes, 11 de julio de 2017

El Katéjon, II Tes. II, 6-7 (X de XV)

Dicho esto, podemos ahora recordar las citas que dimos más arriba al hablar del katéjon.

Zorell:

κατ-έχω: Parecería que la mejor es la sentencia de los Padres, según la cual el imperio Romano es τὸ κατέχον, y el Emperador ὁ κατέχων (…), para otros como Reischl, Crampon, Griesbach, τὸ κατέχον es la apostasía, ὁ κατέχων el hombre de pecado (v. 3), lo que retarda el día y venida del Señor”.

Crampon:

Lo que retiene, versículo 6, es pues el conjunto de las condiciones previas a la venida de Cristo, es decir, la apostasía y la aparición del anticristo.  El que lo retiene: es el anticristo que debe, antes de la venida de Cristo, salir del medio de la humanidad entrenada por el espíritu anticristiano”.

Con lo cual, tenemos que si el Katéjon masculino y neutro es el mismo y se trataría de la apostasía y del hombre de pecado, entonces ¿no podremos identificar ambos nombres? En otras palabras, ¿por qué no ver en la apostasía uno de los tantos nombres que recibe el Anticristo en las SSEE?

Es cierto que esta ha sido la opinión de algunos Padres, tales como el Crisóstomo, Teodoreto y Eutimio, pero no parecería ser de mucho valor pues si hemos de creer a Beda Rigaux hablando del comentario de San Juan Crisóstomo:

“Estas homilías son inferiores… a las otras sobre las cartas paulinas. Se encuentra al orador y al moralista en detrimento del exégeta”.

Sin embargo es curiosa la traducción que nos da el mismo San Agustín del texto de San Pablo[1]:

“… porque antes vendrá aquel rebelde (refuga), y se manifestará aquel hombre hijo de pecado…, etc.”.

Identificando claramente ambos términos.

Pero pasemos mejor a los argumentos sacados del mismo Texto.


1) En primer lugar hay que tener muy presente el uso del artículo, pues esto nos indica una entidad ya conocida por los Tesalonicenses, tal como lo afirman claramente los autores citados más arriba.

Pero esta entidad les era conocida por la predicación oral, enseñanza que aquí no hace más que repetir en los vv. 3-4, como ya dijimos.

A esto hay que agregarle lo dicho anteriormente: si el katéjon masculino y neutro es uno y el mismo, y el masculino no puede ser otro más que el Anticristo, entonces el katéjon neutro debe ser por, necesidad, el Anticristo y no dos entidades diversas.

2) A lo dicho hasta aquí podemos sumarle otro argumento, pasado por alto incluso por los defensores de esta exégesis.

Es en extremo interesante el verbo usado por San Pablo al hablar de la apostasía pues notemos bien que no dice que meramente “sucederá”, “tendrá lugar” o algo parecido denotando impersonalidad, sino que, muy por el contrario, nos es presentada como personificada: la apostasía viene.

San Pablo usa este verbo en las epístolas a los Tesalonicenses en varias oportunidades: en I Tes. II, 18; III, 6; II Tes. I, 10 se habla de la venida de Pablo, Timoteo y Jesús en su segunda Venida, respectivamente.

Nos quedan solamente dos lugares más:

a) I Tes. V, 2:

“Vosotros mismos sabéis perfectamente que, como ladrón de noche, así viene el día del Señor”.

Pero esto no es más que un eco de lo que dice más claramente en II Tes. I, 10:

Cuando Él venga en aquel día a ser glorificado en sus santos y ofrecerse a la admiración de todos los que creyeron”.

Con lo cual se vé muy fácilmente que la expresión venir el día del Señor es una figura del discurso que equivale a viene el Señor en aquel (o su) día.

b) I Tes. I, 9-10:

“Y cómo os convertisteis a Dios, de los ídolos, a servir al Dios viviente y verdadero; y a aguardar al Hijo suyo de los cielos; al que resucitó de los muertos; a Jesús, al que nos salva de la ira, la que viene”.

Aquí podemos observar el mismo fenómeno que en el pasaje anterior.

Beda Rigaux, in loco, comenta:

ὀργὴ, la cólera, tomada absolutamente como en I Tes. II, 16; Rom. III, 5; V, 9; IX, 22; XIII, 5: es la cólera divina (Rom. I, 18; Col. III, 6; Ef. V, 6) que equivale al juicio (κρίσις en Pablo, II Tes. I, 5) de los sinópticos (…) A la cólera responde sea la ruina: Rom. IX, 22, o la salvación: I Tes. V, 9, en el día de la cólera (Rom. II, 5). Es una concepción judía del día del Señor, que es un día de cólera: Is. II, 10-22; Sof. I, 15; un día de la cólera del Señor, Sof. I, 18; II, 3; Ez. VII, 19”.

En otras palabras, esta ira venidera no es más que la ira de Dios que en su día viene a juzgar a sus enemigos, o dicho de otra manera, “la ira que viene” es Dios que viene a juzgar en su ira.

La explicación de esta ira la vemos fácilmente expuesta en el Apocalipsis, donde es citada únicamente en los versículos siguientes:

I.- La primera serie de textos describen el Juicio de las Naciones en consonancia con los pasajes del A.T. alegados por Rigaux:

Apoc. VI, 12-17: “Y vi cuando abrió el sello, el sexto y un gran terremoto se produjo y el sol se puso negro como un saco de crin y la luna entera se puso como sangre. Y las estrellas del cielo cayeron a la tierra, como la higuera arroja sus brevas, sacudida por un fuerte viento. Y el cielo fue retirado como un rollo que se envuelve y todo monte e isla fueron movidos de sus lugares. Y los reyes de la tierra y los magnates y los quiliarcas y los ricos y los fuertes y todo siervo y libre se escondieron en las cuevas y entre los peñascos de los montes. Y dicen a los montes y a los peñascos: “Caed sobre nosotros y escondednos del rostro del Sedente en el trono y de la ira del Cordero; porque ha llegado el día, el grande, de la ira de ellos y ¿quién puede estar de pie?”.

Apoc. XI, 15-18: “Y el séptimo ángel tocó la trompeta y se hicieron grandes voces en el cielo que decían: “Se hizo el reino del mundo de Nuestro Señor y de su Cristo y reinará por los siglos de los siglos”. Y los veinticuatro Ancianos, los que delante de Dios se sientan en sus tronos, cayeron sobre sus rostros y se postraron ante Dios, diciendo: “Te agradecemos, Yahvé, el Dios, el Todopoderoso, el que eres y el que eras, por cuanto has tomado tu poder, el grande, y has empezado a reinar. Y las naciones habíanse airado y vino la ira tuya y el tiempo para que los muertos sean juzgados y para dar la recompensa a tus siervos, a los profetas y a los santos y a los que temen tu Nombre, a los pequeños y a los grandes y para destruir a los que destruyen la tierra”.

Apoc. XIV, 9-11: “Y otro, un tercer ángel, los siguió diciendo con gran voz: “Si alguno adora a la Bestia y a su imagen y recibe una marca en su frente o en su mano, también éste beberá del vino del furor de Dios, del mezclado puro en el cáliz de su ira y será atormentado con fuego y azufre delante de los ángeles santos y delante del Cordero. Y el humo de su tormento sube por siglos de los siglos y no tienen descanso día y noche los que adoran a la Bestia y a su imagen y si alguno recibe la marca de su nombre”.

Apoc. XIX, 11-21: “Y vi el cielo abierto y he aquí un caballo blanco y el sedente sobre él llamado “Fiel y Verdadero” y con justicia juzga y guerrea. Y sus ojos, llama de fuego y sobre su cabeza, diademas muchas; teniendo un nombre escrito que nadie sabe sino Él mismo. Y vestido con un vestido teñidos en sangre, y se llama su Nombre “la Palabra de Dios”. Y los ejércitos, los (que están) en el cielo, le seguían en caballos blancos, vestidos de lino fino blanco, puro. Y de su boca sale una espada aguda, para con ella herir a las naciones. Y Él las destruirá con cetro de hierro y Él pisa el lagar del vino del furor de la ira de Dios, el Todopoderoso. Y tiene sobre el vestido y sobre su muslo un nombre escrito: Rey de reyes y Señor de Señores. Y vi un ángel estando de pie en el sol y clamó con voz grande, diciendo a todas las aves, las que vuelan por medio del cielo: “Venid, congregaos al banquete, el grande, de Dios, a comer carnes de reyes y carnes de quiliarcas y carnes de fuertes y carnes de caballos y de los sedentes sobre ellos, y carnes de todos: tanto libres y siervos y pequeños y grandes”. Y vi a la Bestia y a los reyes de la tierra y a sus ejércitos congregados, hacer la guerra contra el sedente sobre el caballo y contra su ejército. Y fue presa la Bestia y con ella el Falso Profeta, el que había hecho los signos delante de ella, con los cuales había engañado a los que habían recibido la marca de la Bestia y a los que se postran ante su imagen. Vivos fueron arrojados los dos al lago, el del fuego, el que arde con azufre. Y los restantes fueron muertos con la espada del sedente sobre el caballo, con la que salía de su boca y todas las aves se hartaron de sus carnes”.

II.- Mientras que en el capítulo XVI, vemos la destrucción de Babilonia:

Apoc. XVI, 19: “Y se hizo la ciudad, la grande, tres partes y las ciudades de las naciones cayeron y Babilonia la grande fue recordada delante de Dios, para darle el cáliz del vino del furor de su ira”.


A todo lo dicho hasta aquí creemos que es muy importante agregar el comentario que Rouiller hace de este pasaje cuando explica:

Estos versículos 3b-4 evocan el misterio de iniquidad en marcha. Los comentadores no siempre son sensibles a los procedimientos estilísticos utilizados, lo que los lleva a separar términos que no deben serlo (apostasía e impío, por ejemplo). De esta manera, hay que notar cuidadosamente los paralelismos:

- Primero los dos verbos: “no viene” y “se revelare” puestos en paralelismo sintético[2].

- A continuación, la “apostasía” puesto en paralelismo con tres parejas de dos elementos cada uno:

* “Hombre de impiedad” e “hijo de perdición”, como primera pareja sintética.

* “El que se opone” y “el que se levanta”, como segunda pareja sintética.

* “Hasta el punto de sentarse” y de “proclamarse Dios”, como tercera pareja sintética.

Esta magnífica evocación en prótasis no espera conclusión alguna”.

Y luego:

“Se revelare: El término fue muy utilizado en los medios apocalípticos, a menudo unido a un secreto sobre el fin de los tiempos, secreto ofrecido a los iniciados. Su sabor escatológico devino cada vez más evidente. Aquí (vv. 3.6.8), lo entendemos como el punto de culminación de la apostasía, su puesta a juicio a la luz del Señor. La apostasía viene, concretizada en el hombre de impiedad. El tiempo de la Iglesia es también el suyo. La ambigüedad mentirosa de esta venida será desenmascarada, revelada”.




[1] La Ciudad de Dios, Libro XX, cap. XIX.

[2] En el v. 1 explica el significado de este término, diciendo:

Hay paralelismo sintético cuando el segundo miembro retoma la afirmación contenida en el primero, pero pasándolo para mostrar su fruto o cumplimiento”.