lunes, 4 de diciembre de 2017

Las Genealogías Genesíacas y la Cronología, por Ramos García (I de IX)

Nota del Blog: Artículo publicado en la Revista Estudios Bíblicos, vol. VIII, (1949), pag. 327-353.

Como se verá de entrada nomás, el reconocido exégeta español acepta la posibilidad de una cronología bíblica mayor a la tradicional, por darle algún nombre. Si bien nos inclinamos por una antigüedad de alrededor de 6.000 años, hemos querido publicar este trabajo por más de una razón:

1) Por el respeto que nos merece este gran exégeta español y al que creemos se debe difundir.

2) No hay nada definido al respecto por la Iglesia.

3) Los argumentos que da no dejan de ser atendibles.

4) Dejando de lado el tema de la cronología, es muy interesante el paralelismo que vé entre los principales patriarcas Bíblicos y los dioses paganos.


INTRODUCCIÓN. SE ENCUADRA EL PROBLEMA

A propósito de vestigios de hace 30.000 años, encontrados en la cueva del Reguerillo, inmediaciones de Torrelaguna, no lejos del Pontón de la Oliva, a la pregunta del repórter Enrique Torres respondía así el marqués de Loriana:

“Hay muchos medios (de calcular las fechas prehistóricas), pero el más acertado puede decirse que es el que proporciona un pantano del Norte de Europa, donde a cada año la floración aparece sepultada y va formando estratos, en cuya base se encontraron manifestaciones de la industria magdaleniense. Contadas las capas, se hallaron 20.000, que corresponden a 20.000 años” (de “Signo” del 14 de marzo de 1942).

Ahora bien, el período magdalenense es el tercero y último del paleolítico superior, en que domina el hombre tipo Cro-Magnon, y que está separado por un corte repentino del paleolítico inferior, subdividido igualmente en tres períodos, en que domina el tipo Neanderthal. Y eso sin contar que a esos seis períodos de la edad de la piedra sin pulir hay que anteponer seguramente un lapso de tiempo nada breve, que se podría llamar la edad del leño, que es por donde hubo de comenzar el desarrollo de la industria humana, aunque de ello, como es natural, no quede rastro en las capas prehistóricas.

Si se pesan bien estos antecedentes, no parecerá excesivo el tiempo de 30.000 y ni aún de 40.000 años, que muchos dan al pasado de lo humanidad. El propio Evangelio parece abonar típicamente la última cifra en los 38 años de enfermedad abandono que llevaba el pobre tullido de la probática piscina (Jn. V), cuando el Señor vino a socarrarle. Convertid esos 38 años en 38.000, y tendréis tal vez la cifra verdadera de la vida de la pobre humanidad, cuando el Señor vino a salvarla. En la actualidad estaríamos pues abocados a los 40.000.

Nos halaga la idea que el Diluvio es ese corte repentino que separa al paleolítico inferior del superior, o sea, al mundo de Neanderthal del de Cro-Magnon, aunque no nos hemos de poner a razonarlo. Caería así después del Diluvio todo el paleolítico superior, a terminar en el magdalenense y con ello habría el hombre vivido ya 20.000 años. Los otros 20.000, según lo dicho, corren desde el magdalenense acá, pasando por el mesolítico, que es el período de transición del paleolítico al neolítico; el propio neolítico, que ni es universal ni uniforme en todo el globo; el eneolítico, o del uso simultáneo de la piedra y el metal, que comienza a introducirse en el V° milenio antes de Cristo; y finalmente, la edad de los metales en sus varios períodos, el del cobre, el del bronce y el del hierro.

¿Cómo concertar con estos postulados de la ciencia las genealogías genesíacas, pues en la línea de Caín (Gen. IV) parece ponerse la industria de los metales siglos antes del Diluvio, y en la línea de Set (Gen. V y XI) no se asciende en total más allá de cuatro o cinco mil años antes de Cristo? Por otras palabras, tenemos aquí dos maneras de genealogía, la una sincronizada, que es de los Setitas y la otra historiada, que es la de los Cainitas, y ni la cronología de aquélla, ni las observaciones históricas de ésta parecen poderse encuadrar dentro de los datos ciertos de la prehistoria.

El doble problema es acuciante, pues está ahí comprometida la seriedad de la palabra divina.

Hase intentado salir del paso, suponiendo que las tablas genealógicas de los Setitas no son completas, pudiéndose haber omitido en ellas varios nombres, como acontece en la genealogía del Señor por S. Mateo. Mas no se advierte lo bastante que esta genealogía no es cronizada, y aquella sí, y que en esa cronización consiste cabalmente toda la dificultad del problema.

En la genealogía de los Cainitas se invoca el socorrido recurso de las glosas y de las leyendas populares. Mas el supuesto de las glosas corta el nudo de la dificultad, no lo desata; y el decir que se trata de leyendas populares, para desestimar precisamente algo que no parce verdadero, hace muy poco honor a la inspiración e inerrancia del Sagrado Texto.

Y es que una cosa es la plastificación artificiosa de una idea, dentro de un ambiente real, que es el caso de la leyenda histórica, y aun de la novela y el apólogo, géneros literarios que no repugnan absolutamente a la inspiración, por ser una de tantas maneras de expresar la verdad; y otra muy diferente esa creación ficticia de un ambiente irreal, antihistórico anacrónico, que es el caso de la supuesta leyenda cainita, y aun de la cronización setita, si no responde a realidad. Esto es en puridad falsear la historia, cosa indigna de la palabra humana, que la inspiración divina no podía abonar.


Subsistiendo pues intacto el doble problema de las genealogías genesíacas, hay que tentar nuevas maneras de resolverlo, y eso es lo que vamos a hacer aquí con los pobres recursos de que disponemos.